Capítulo XXII: La ceremonia en la capilla

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La joven pareja seguía a la monja por un amplio pasadizo iluminado por antorchas. Tras doblar por un recodo les llegó el lejano canto de un coro femenino. Con fervor aquellas voces entonaban un solemne himno religioso. Algunos pasos detrás Sulu acompañaba a la pareja. Los ojos le brillaban de la emoción, él ya no podía reprimir más su excitación. Sin embargo, en todo momento se cuidó de ocultar su faz bajo las sombras de los rincones del pasadizo. De todas formas, ni Cosette ni Arnauld se fijaron en él. En esos momentos ellos solo tenían cabeza para su pronta unión en sagrado matrimonio. Para la ocasión ambos iban vestidos con los elegantes trajes de gala que la monja amablemente les hubo proporcionado una hora antes.

La capilla era amplia y sus paredes estaban adornadas con imágenes de santos esculpidos en la piedra misma. Un alto candelabro que colgaba del techo abovedado proporcionaba toda la iluminación al lugar. Numerosas bancas de madera poblaban la nave del recinto. Sentadas en ellas cantaban a capela las monjas del monasterio. Más adelante, en la zona del altar, en el lado derecho y sobre una silla de alto y elaborado espaldar, descansaba la madre superiora. A Cosette le llamó la atención que incluso allí todas las monjas cubriesen sus rostros con un velo oscuro. Supuso que aquello se debería a la presencia de Arnauld.

Sulu se acomodó en una de las últimas bancas. Se quedó tan quieto sobre su lugar que quien lo viese por primera vez hubiese pensado que se trataba de una estatua. Por su parte, la monja que los guio hasta allí les indicó que esperen en la primera banca, luego subió las escalinatas que daban al altar, y por medio de un susurro le comunicó algo en el oído de la madre superiora. Esta última solo se limitó a asentir. Una vez terminó de hablarle, la monja guía volvió a su lugar en las bancas, en donde sus hermanas le hicieron un espacio.

El canto se extendió por algunos minutos más. Cosette y Arnauld estaban cada vez más nerviosos. Se tomaron de la mano por un instante, y al mismo tiempo se dedicaron unas fugaces sonrisas. Finalmente, el canto culminó. En ese momento, la madre superiora se puso de pie y anunció el inicio de la ceremonia.

La joven pareja oía los ritos religiosos en silencio y con respetuosa atención. Llegado un momento, la madre superiora se acomodó delante del altar, elevó las manos al cielo, y luego invitó a la joven pareja para que se arrodillen ante el sagrado símbolo del luminicismo. Un icono en el que estaba representada la espada con el dragón se mostraba en la pared del fondo por encima del altar, dentro de un marco de oro que cubría toda aquella pared. Una vez la pareja se arrodilló ante la sagrada imagen, la madre superiora avanzó hasta situarse delante de la pareja. Una monja se levantó de su banca y se dirigió al atril, de donde sacó un enorme libro, el cual lo abrió en cierta parte y lo sostuvo delante de la madre superiora para que pueda leer.

Mientras la madre superiora leía las tradicionales formulas rituales, Arnauld reflexionó una vez más sobre la decisión que estaba a punto de concretar. Él se había jurado en Tilix que haría realidad el ideal del Gran General Valois, se había jurado a sí mismo y ante Dios que salvaría a Eusland de la oscuridad promovida por el rey Justiniano y su ambición. Sin embargo, todo eso quedó relegado a un segundo plano cuando desde la torre del castillo del Dubois él vio a Cosette masacrando a los soldados. En ese momento Arnauld había sentido un helado escalofrío recorrer su cuerpo. Y es que el odio que esa noche había visto emanar de Cosette era algo monstruoso, una amenaza tan terrible como el mismísimo infierno. Arnauld había sentido en ese instante una pena y una compasión como nunca antes las hubo sentido por nadie. Y es que, al usar los Ojos de la Verdad, con absoluta claridad él pudo contemplar la triste verdad escondida tras aquella muestra de despiadada brutalidad. Cosette era como un pajarillo atrapado dentro de una jaula de salvajes llamas de rencor. Ella solo quería agitar sus alas para levantar vuelo y escapar del dolor y del sufrimiento, pero lo único que conseguía con su desesperación era avivar aún más dicho fuego. Y al avivarse más el fuego el dolor se incrementaba, por lo que ella se desesperaba más y rabiaba más. Y así se formaba un círculo vicioso que se repetía hasta el infinito.

"Ella necesita una lluvia de paz que pueda apagar aquellas llamas tan dañinas. Solo yo puedo proporcionarle esa lluvia. Esto lo hago por amor, Cosette. Te pongo por encima de todo lo demás porque me preocupo por ti, porque sé que sin una mano amiga la soledad acabará por devorarte y reducirte a cenizas. Lo siento, Gran General Valois, pero estoy seguro de que usted me comprenderá. ¡Ah! Por momentos me veo tentado a proponerle a Cosette que me ayude en mi cruzada, su fuerza es una gran tentación, y además ella misma me ha propuesto ayudarme en todo lo que necesite... sin embargo, mi amor por Cosette no me permite tomar este camino. No quiero utilizarla, ¡ella ya ha sido utilizada demasiadas veces por este mundo tan cruel y egoísta! Alégrate, Cosette, por fin te daré la paz y la felicidad que por tanto tiempo te han sido negadas. Te liberaré del odio y del rencor, ¡no permitiré que te vuelvas un monstruo! Sanaré tu corazón, amada mía. Te amo, te amo como nunca me imaginé que amaría a nadie. Mi decisión está tomada. Adiós dudas, adiós remordimientos. Amar siempre será el máximo deber del ser humano. Cosette, ser tu esposo es lo mejor que me ha pasado en la vida, nunca dudes de ello", el joven Caballero Místico se dijo para sus adentros con firme convicción.

Arnauld interrumpió sus pensamientos cuando la madre superiora anunció que a continuación pasaría a realizar el juramento nupcial. Ella les indicó a los futuros conyugues que agachen la cabeza.

–Señor Arnauld de Dubois –la religiosa leyó un papelito que le alcanzó su ayudante–. ¿Promete querer y preocuparse por su esposa, aceptarla con todas sus dignidades y faltas, protegerla y ayudarla, y estar dispuesto a pasar con ella toda la vida?

El aludido respondió con un claro "sí". Esperó a que la madre superiora proceda con el resto de la ceremonia, pero ella no continuó. Extrañado levantó la mirada para saber qué pasaba, y entonces los vio: dos enormes ojos amarillos con delgadas pupilas, idénticos a los de una serpiente. La religiosa ya no llevaba su velo negro. Su rostro era joven y lozano, aunque tenía una forma tan singular que recordaba al rostro de un ofidio. Pero no solo se trataba de la forma, pues también era en extremo pálido y además su piel estaba compuesta por escamas. Arnauld quiso retroceder cuando vio aquel aterrador rostro, pero descubrió que su cuerpo estaba paralizado. En ese instante supo que aquellos ojos ejercían sobre él alguna clase de hipnosis. Trató de liberarse de aquel lazo mental, pero para cuando lo consiguió ya fue demasiado tarde. La manga derecha del hábito de la madre superiora se rasgó debido a que en un instante su brazo incrementó su tamaño hasta transformarse en el fornido brazo de un monstruo escamoso, y con las afiladas garras negras de sus alargados dedos este brazo atravesó en un parpadear el pecho de Arnauld. Él llegó a moverse un poco en su desesperación por esquivar el fatal golpe, aunque lo único que consiguió con esto fue evitar que las garras le atraviesen de lleno el corazón.

Cosette creyó que estaba teniendo una pesadilla. En cámara lenta ella contempló el cuerpo de su amado siendo lanzado hacia atrás por la potente fuerza del zarpazo. La joven observó horrorizada la sangre de Arnauld saliendo disparada de su pecho y regándose en todas direcciones. Cuando por fin ella pudo reaccionar, el joven Caballero Místico yacía encima del suelo de reluciente obsidiana de la capilla, desplomado e inmóvil sobre un charco de rojo líquido vital.

–Vamos, hijas mías, que comience el festín. Aliméntense con aquel detestable varón, no tengan reparo alguno en dejarlo sin una sola gota de su sangre. Solo recuerden que la jovencita me pertenece, y solo yo juzgaré si su destino es ser devorada o es convertirse en una más de nosotras –la madre superiora habló, y acto seguido su cuerpo se empezó a transformar. Sobre el hábito de la madre superiora que quedó destrozado tras la repentina transformación, Cosette pasó a contemplar a una monstruosa abominación, a la criatura más horrible que ella jamás se hubiese imaginado que pudiese existir.

En aquel entonces Marfa tenía diecisiete años. Hace apenas un año ella había conseguido fugarse del monasterio. Una vez libre la joven muchacha se adentró bastante en el mundo al que desde muy pequeña ya había sido proclive, gracias a la extensa biblioteca de libros decomisados que su padre guardaba tan celosamente. Él hubiese querido quemar aquellos infames textos, pero eran imprescindibles para los juicios, como prueba para inculpar a los constantes elementos indeseables para el gobierno que iban apareciendo y que era necesario eliminar a como dé lugar. Años más tarde, caído en desgracia por culpa de las atrocidades cometidas por su hija, el padre de Marfa terminaría suicidándose junto con su esposa, tras incendiar su mansión con ambos adentro.

Cierta noche, la joven Marfa visitó un antiguo cementerio ubicado en un pueblo lejano. Había oído numerosas historias sobre el lugar, todas referidas a la existencia de ciertos seres sobrenaturales que habitaban el camposanto. Se paseó por entre las decadentes tumbas, hasta que a la distancia divisó a una criatura tan pálida como la luna, de cuerpo humanoide, aunque algo deformado, que devoraba con avidez un cadáver que acababa de desenterrar. La criatura miró con sus ojos amarillentos a Marfa cuando ella se paró en su delante, aunque en ningún momento dejó de engullir con su ensangrentada boca de afilada dentadura.

–¿Eres Anonaus, el ghoul? –la joven le preguntó de lo más relajada.

–¿Quién eres tú, criatura mortal, que no muestras ningún temor ante mi blasfema presencia? –Anonaus le increpó con la boca llena. Gotitas de sangre y carne descompuesta saltaron sobre el suelo.

–He conseguido el ritual para liberar a tu ama y señora del sello que la mantiene prisionera –Marfa sacó de un bolso que llevaba colgado del hombro un voluminoso grimorio. Al ghoul se le abrieron los ojos a más no poder apenas reconoció el ejemplar maldito.

–¡El Decálogo Demoniaco de los Hijos de Lilith! ¡¿Dónde lo conseguiste, insensata criatura?!

–Es mi secreto, ghoul. De todas formas, ahora eso ya no importa –Marfa sonrió–. Este libro posee los secretos más inaccesibles sobre los vampiros, la raza maldita de la noche. Puedo liberar a tu señora, la gran vampiresa de sangre ancestral llamada Tarjdiana. ¿Qué me dices, ghoul? ¿Me llevarás hasta su escondido sepulcro? Te prometo que no solo la liberaré, sino que le proporcionaré interesante información sobre cierto refugio en el que podrá desenvolverse y alimentarse a placer.

El ghoul meditó por un instante. Se tomó la barbilla con sus huesudos dedos. Cerró los ojos, parecía estar sufriendo de tanto pensar. Al final aceptó con repetidos asentimientos de cabeza. A cuatro patas corrió por entre las tumbas. Marfa lo siguió con una significativa sonrisa en sus labios. Poco después ambos se perdieron de vista bajo la oscuridad de la noche.

"Marfa no solo liberó a Tarjdiana, sino que le compartió con lujo de detalles toda la información referida a este monasterio. Y, por si esto fuera poco, le proporcionó un plan para apoderarse del lugar sin que nadie lo note, de modo que las familias nobles siguiesen enviando a sus hijas aquí. Así, Tarjdiana no solo consiguió un refugio seguro y secreto, sino que además se quedó con una fuente prácticamente ilimitada de alimento. Nunca me gustó la soberbia de Marfa, pero si hay algo que tengo que admitir es que su falta de escrúpulos siempre me resultó admirable. Odiar a alguien solo porque fue estricto contigo puede llegar a suceder, pero llevar ese odio al extremo de planear una venganza tan cruel... eso es algo que solo a alguien tan desquiciado como Marfa se le podría ocurrir", Sulu se dijo para sus adentros, en tanto observaba con deleite la trágica escena.

Cosette sostuvo a Arnauld entre sus brazos, lo apoyó en su regazo y lo miró con los ojos desorbitados. La pobre aún no podía dar crédito a lo que acababa de suceder.

–Esos ojos... esos colmillos... jamás creí que existiría un ser tan terrible en este mundo... –Arnauld se lamentaba con la voz entrecortada.

–¡No hables, no digas nada más! –Cosette lo abrazó, en un intento desesperado por detener la mortal hemorragia–. Te curaré, ya lo verás. Así como cuando en el calabozo de Carmina pude curar mi maltrecho cuerpo con esos relámpagos rojos, ahora los usaré para salvarte a ti...

La joven no pudo terminar de hablar, pues en ese momento las monjas se les abalanzaron. –¡No lo toquen! –Cosette estalló al mismo tiempo que elevaba su mano derecha. "Ya era hora", Sulu se dijo para sus adentros en tanto su cuerpo era transformado por relámpagos rojos. Poco después, ya en su forma de báculo, él pasó a ser empuñado firmemente por la mano derecha de Cosette. Relámpagos rojos brotaron de la gema roja del báculo y formaron una cúpula protectora. Las monjas que impactaron contra esta en el acto quedaron reducidas a despojos de cenizas y sangre.

–¡¿Qué es eso?! –Tarjdiana no pudo concebir lo que acababa de suceder. Ella en ese momento ya estaba transformada por completo en su forma final. Dicha forma era la de una criatura mitad mujer, mitad serpiente, aunque con numerosos brazos fornidos que sostenían su cuerpo de ofidio a modo de piernas. Estos le nacían desde la cintura y le crecían hasta poco antes de su larga cola albina, la cual en todo momento se retorcía como si fuese un gigantesco látigo.

Con sus pocas fuerzas Arnauld alcanzó a ver a tan abominable criatura. Aunque de todas formas esto no le provocó tanto pavor como el que sintió al ser testigo del devastador poder con el que Cosette lo acababa de defender. Otra vez aquel odio preternatural tan terrible se había apoderado de su amada. En ese momento la luz e inocencia de Cosette yacían enterradas bajo una gruesa capa de odio inconmensurable, bajo un incandescente rencor que arrasaba con todo lo que tocaba.

Cosette se puso de pie y apuntó con su báculo. Tres monjas fueron liquidadas en el acto por los relámpagos rojos. El resto de vampiresas retrocedieron, con sus largos cuellos y sus cabezas ofidias balanceándose de lado a lado.

–¡¿Cómo te atreves?! –Tarjdiana abrió su enorme boca y escupió un chorro de ácido corrosivo. Este fue desintegrado por los relámpagos rojos en un parpadear. Cosette giró hacia la vampiresa de sangre ancestral y le clavó la mirada. Sus iris en esos momentos lucían tan rojos como la gema engastada en su báculo. Tarjdiana retrocedió ante la terrible sed de sangre que comunicaban aquel par de ojos.

–Cosette, amada mía –Arnauld la llamó con voz desfalleciente. Él escupió un chorro de sangre. En ese instante todo el odio de la joven cedió ante la preocupación. Una vez más volvió a ser ella misma. Sin pérdida de tiempo se arrodilló al lado de su amado–. Escúchame... nunca permitas que el odio se apodere de ti. ¡Tú eres mucho más que eso! Deja que la Cosette pura y dulce de la que me enamoré siga viviendo en este mundo. No la mates, por favor, no la entierres, te lo suplico. Cosette, recuerda mis palabras: quien sigue el camino de la luz jamás será abandonado por Dios. Lucha como una guerrera honorable, no como un monstruo si corazón –para este momento la voz de Arnauld era apenas audible. Aun así, él hizo un esfuerzo supremo y llevó sus manos hasta su pecho. De este empezó a emerger, en medio de relámpagos dorados, su espada de Caballero Místico. Él la había dejado en la sala de estar, Cosette lo recordaba perfectamente. Sin embargo, allí estaba el arma saliendo de su pecho, de su mismo corazón–. Tómala, Cosette. Lucha como una guerrera de la luz. Eso es lo que el mundo necesita de ti, lo que tu realmente necesitas hacer para encontrar la salvación y la paz que por tanto tiempo has buscado –Arnauld expiró su último aliento, y a continuación su cabeza cayó, ya sin vida, sobre el tembloroso regazo de Cosette.

–¡NOOOO!! –la joven se arrojó sobre su amado y lo lloró a mares. Mientras tanto su cúpula de relámpagos rojos la protegió de los continuos ataques de las monjas, quienes ahora se limitaban a lanzarle escupitajos de ácido o disparos de sus negras garras.

Cosette no pudo seguir desahogando su infinita pena por mucho más tiempo, pues la espada de Arnauld comenzó a brillar con fuerza. Ella se levantó y la contempló con ojos llorosos. Hizo el ademán de cogerla del mango. "¡NO!", el alarido que en ese momento Sulu lanzó directo a su mente la dejó desconcertada. "¡No debes coger esa espada por nada del mundo, nunca de los jamases!", Sulu insistió. Cosette notó el apremio de Sulu, su extrema ansiedad. –Pero fue el último deseo de mi amado Arnauld, yo no puedo...

"¡NO!", Sulu repitió con energía. Esta vez su voz reverberó en la cabeza de Cosette con violencia. Le produjo dolor. "Ese tipo quiere convertirte en su reemplazo, ¿es que no lo ves? Coge esa espada y estarás condenada a seguir sus pasos... ¡morirás por nada, te lo garantizo!". Las últimas palabras de Sulu fueron un grito mental cargado con todo su poder. Sin embargo, estas no tuvieron el efecto que él esperó. Fue todo lo contrario. Cosette se reveló contra él, indignada hasta el límite. –Arnauld no murió por nada... te lo demostraré ahora mismo, odioso mono hablador, ¡ya lo verás! –ella exclamó con firmeza, y acto seguido, con férrea determinación, sujetó el mango de la espada. En ese preciso momento una explosión de luz y de relámpagos rojos nubló su mente. Cosette cayó desmayada a un costado del cuerpo de su amado. Tarjdiana creyó que la joven esta vez sería una presa fácil, pero cuando lanzó un zarpazo su brazo entero terminó destrozado por los relámpagos rojos. Ella retrocedió y se limitó a esperar. Aquella cúpula no duraría para siempre. Podía intuirlo. Entonces su rostro se deformó en una siniestra sonrisa. Tarjdiana se imaginó todas las vejaciones y torturas con las que castigaría a aquella joven al desaparecer la cúpula de relámpagos. La vampiresa ancestral se relamió los labios con su larga lengua bífida, y entonces se juró que a como dé lugar le haría pagar por su atrevimiento a aquella humana tan insolente. 

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