Capítulo XXIII: Mundos interiores

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Cosette se vio a sí misma en medio de un bosque gris, en el que espesa neblina bogaba por entre los altos troncos. Se puso de pie y avanzó por sobre las hojarascas y maleza que poblaban el húmedo suelo. No entendía dónde estaba, y mucho menos la razón por la que de pronto había aparecido allí.

–Yo... lo último que recuerdo es... –la joven hizo un esfuerzo mental. Vio sangre, a Arnauld siendo lanzado hacia atrás bajo el ambarino resplandor del candelabro que iluminaba la capilla, a las monjas que comenzaban a transformarse en famélicas criaturas de largos cuellos y de amenazadores colmillos, a la madre superiora con un brazo enorme cuyas negras garras aún goteaban de la sangre que acababan de arrebatarle a su amado–. ¡NO! –Cosette se tomó de la cabeza. Todo comenzó a darle vueltas. Ella terminó cayendo de rodillas.

–Ponte de pie –una voz chillona le habló desde su delante. Cosette levantó la vista y observó con sus ojos empañados por las lágrimas. Allí estaba Sulu, tendiéndole la mano y esbozando una amplia sonrisa. La joven no se animó a darle la mano. En ese momento estaba tan devastada que no tenía fuerzas ni ánimos para nada–. Sabes que quieres hacerlo. Demuéstrales a esos monstruos que sus actos no quedarán impunes...

–Déjame tranquila... te lo suplico –Cosette habló con voz compungida.

–Esos ojos amarillos de la gran vampiresa... Marfa se los proporcionó por medio de un grimorio maldito. Gracias a esos ojos que invaden las mentes y crean ilusiones nunca nadie ha descubierto lo que realmente pasa en ese monasterio de pesadilla. Los nobles siguen enviando a sus hijas como si nada. Solo la muerte o la condena eterna les esperan a las desgraciadas jovencitas que únicamente anhelan encontrar un lugar de retiro y de paz espiritual en ese monasterio maldito. ¿Quieres que esa detestable vampiresa siga haciendo lo que le viene en gana? ¿Realmente te rendirás ante el dolor y no harás nada?

Cosette no quería seguir escuchando al mono de los cuernecillos rojos. Se tapó las orejas, se retorció sobre su lugar. Sin embargo, las palabras de Sulu le quemaban como hierros candentes en su alma. "¿Y si tiene razón? No solo se trata de Arnauld, todavía hay personas que pueden ser salvadas. Yo, yo...", Cosette de pronto alejó las manos de su cabeza. En ese momento ella tenía los ojos abiertos a más no poder. Lentamente se puso de pie.

–Sulu, ¿Qué acabas de decir? –ella le preguntó.

–Lo que oíste, querida Cosette. Si no haces algo, esa desalmada vampiresa...

–Mencionaste a Marfa... ¿desde cuándo comenzaste a llamarla por su nombre?

–¿Qué? –Sulu dio un respingo.

–Olvídalo, no es que me importe realmente... lo que si me ha parecido de los más extraño es lo bien informado que estas sobre la vampiresa. Sabías que Marfa le dio sus ojos, sabías lo que ella hacía en ese monasterio...

–Cosette, sé lo que puedes estar pensando, pero déjame explicarte las cosas. Yo...

Pero Cosette ya no oyó ni una palabra más. Ella elevó su mano derecha. Allí relámpagos rojos materializaron el báculo negro. En ese mismo instante los iris de Cosette se volvieron rojos. Los árboles de alrededor, la vegetación y las hojas de las cercanías, todo empezó a pudrirse producto de la oscura aura que manaba de la joven. Sulu por su parte retrocedió espantado. O eso es lo que él pretendía hacerle creer a la joven. Lo cierto es que cada palabra que usó Sulu ya la había premeditado con suma antelación.

–¡Tú nos traicionaste! –la joven lo señaló con dedo furibundo–. ¡Sabias que ese monasterio estaba habitado por esos monstruos! ¡Tú lo sabías! Y, aun así, y a pesar de ello... ¡tú mataste a Arnauld!

–¡No! Escucha, yo solo quería lo mejor para ustedes dos. Todo esto es una confusión, me equivoqué de monasterio, ¡te lo juro! Solo te pido que te pongas en mi lugar, tanta información que hay en mi cabeza...

Cosette ya no pudo seguir soportando tal nivel de cinismo. Ella se abalanzó sobre Sulu. Le lanzó una oleada de relámpagos que en un instante lo volvieron humeantes trozos de carne quemada. Pero para su sorpresa, cada trozo se volvió un Sulu completo. –¡No quiero ver tu cara nunca más! –Cosette lanzó relámpagos a diestra y siniestra. Refugiado en lo alto de un árbol, un Sulu que no había sido visto por la joven observaba la escena muy complacido.

"Eso es, desata tu ira, que el odio te consuma y se apodere de ti. Ya falta poco, Cosette. Muy pronto la fruta estará lo suficientemente madura. Sigue así, Cosette, y cuando menos te des cuenta ya no habrá marcha atrás. Vive para el odio, odia a todo el mundo, cúlpalos a todos de tu desgracia... es tu destino, no te le resistas más. ¡Que el mundo entero conozca tu dolor, asegúrate de que todos lo experimenten en carne propia, hasta el punto de que vean a la muerte como su único alivio!", Sulu se restregó las manos, y acto seguido soltó una siniestra risilla.

Mientras tanto allá abajo Cosette destrozaba sin ninguna contemplación a los Sulus que iban apareciendo. Sus ropas y su rostro se hallaban cubiertos de sangre. Ella parecía poseída. Su sed de sangre en ese momento era tan inmensa que la oscuridad que la envolvía pronto se hizo incluso más espesa que la niebla del bosque. –¡Mueran, mueran! –Cosette gritaba, y de pronto comenzó a reír cual una desquiciada–. ¡Mueran y nunca vuelvan a despertar! ¡Mueran y resuciten, que para todos hay! ¡Si tanto les gusta reventar aparezcan para que yo pueda seguirlos masacrando! ¡Puedo hacer esto todo el día!

–¡Eso es, eso es! –Sulu ya no podía más con su alegría. En ese momento él se hallaba tan excitado que parecía estar teniendo un ataque de orgasmos.

Cosette corrió hacia uno de los Sulus, y a punto estuvo de decapitarlo con su báculo cubierto de relámpagos rojos, pero antes de hacerlo ella se detuvo de golpe. El Sulu encaramado sobre la rama del árbol interrumpió en el acto sus celebraciones. –¡¿Qué mierda está pasando?! –él se preguntó fuera de sí.

La joven retrocedió espantada. Ella soltó el báculo, que cayó pesadamente sobre un grupo de hojas secas y ceniza. Y es que justo ante ella, de detrás del árbol que tenía al frente acababa de asomarse Arnauld. Él tenía las palmas apuntando hacia arriba, y sobre estas descansaba envuelta en un halo de brillante luz su espada de Caballero Místico.

–¡Amado mío, estás vivo! –Cosette corrió a sus brazos. Sin embargo, para su gran desazón, ella no fue capaz de tocarlo. Su cuerpo simplemente lo atravesó. La joven giró sobre sus pasos. Las lágrimas una vez más manaban de sus ojos. Quedó estupefacta, pues Arnauld ya no estaba por ningún lado. Lo único que había quedado allí era su espada, clavada sobre el suelo del bosque. En ese preciso momento Cosette recordó sus últimas palabras. "Tómala, Cosette. Lucha como una guerrera de la luz. Eso es lo que el mundo necesita de ti, lo que tú realmente necesitas hacer para encontrar la salvación y la paz que por tanto tiempo has buscado", la voluntad final de Arnauld hizo eco en su cabeza. Cosette avanzó con paso inseguro, y levantó su mano derecha con la intención de tomar la espada.

–¡Si la tomas, jamás podrás vengarte de mí, Cosette! –el Sulu del árbol descendió de un salto, tomó el báculo negro y lo levantó por encima de su cabeza, tras interponerse entre Cosette y la espada de luz. Ella lo contempló desconcertada. Se quedó de pie en su lugar, intentando asimilar lo que acababa de suceder. No le tomó mucho tiempo tomar su decisión. Dio un paso hacia la espada. Sulu entonces montó en cólera. Él levantó el báculo y una tormenta de relámpagos rojos arrasó con todo el bosque.

Cosette abrió los ojos. Se hallaba sentada sobre un trono, vestida de noble y con una ostentosa corona en la cabeza. Ante sí tenía un salón repleto de riquezas y lujos. Ella presidía un baile en el que estaba reunida la crema innata de la sociedad de Eusland. Al poco rato un joven, el más bello que ella hubiese visto jamás, se inclinó ante el trono y le solicitó que le conceda el honor de bailar un momento con él. "Con nuestro gran poder pondremos al mundo entero ante nuestros pies. Cosette, tú gobernarás por encima de cualquier rey, tendrás a tu disposición toda la belleza, la riqueza y los placeres de este mundo. Lo que tú digas se hará. Solo debes usar el báculo, y jamás volverás a sufrir, te lo garantizo", la joven oyó en su cabeza la voz de Sulu, aunque no era su voz de siempre, sino una mucho más seductora y atrayente.

El joven seguía esperando, hincado en una rodilla y con la mano extendida hacia el trono. En ese momento la mente de Cosette revivía todos sus sufrimientos, todos sus ultrajes y lamentaciones. Tomar aquella mano que le ofrecía el destino, si lo hacía nunca más tendría que volver a sufrir, nunca más tendría miedo de nada. Ella estaría por encima de todo y de todos, en la cima del mundo. La tentación era muy fuerte, ella trató de resistírsele, pero la fuerza de sus deseos era tan grande que ella tuvo la impresión de estar intentando detener una avalancha de nieve simplemente parándosele al frente y extendiendo los brazos. La joven elevó su mano y la tendió hacia la del joven. Fue un movimiento lento, pues aún había lucha en su interior. De pronto ella se interrumpió. Acababa de recordar a Arnauld, su muerte en la capilla, ella apoyándolo en su regazo, llorándolo a mares. "¿Por qué lloraba tanto?" Cosette se sorprendió al hacerse esta pregunta. De pronto tuvo un miedo visceral. ¿Es que estaba olvidando a Arnauld, a los felices momentos que pasó a su lado? El beso que se dieron en el lago era su mayor tesoro, si lo perdía, si también perdía tan bello recuerdo, lo mejor que le hubo pasado en la vida, entonces... ¿Qué sería de su existencia? ¿Cuál sería el sentido de haber vivido lo que vivió? "Ya no sería yo misma", la respuesta le llegó como si de un repentino relámpago se hubiese tratado. Sintió un gran alivio. Ahora el recuerdo de sus lágrimas, la tristeza misma que la embargaba en aquel momento; aquello ya no le pareció algo tan terrible. Por el contrario, saber que lloraba y que sufría le acababa de hacer recordar que en su vida sí tuvo momentos felices, muy felices. "Estas lágrimas son la mayor prueba de que he vivido, de que sigo viviendo", Cosette se dijo con convicción, y acto seguido su rostro esbozó una tierna sonrisa. Al poco rato ella retrocedió su mano.

–¡Insensata criatura! –la voz de Sulu hizo eco en todo el salón del trono. Ya no era seductora ni atrayente. A estas alturas su voz se había vuelto amenazante y furibunda. Una vez más cientos de relámpagos rojos arrasaron con todo. Cosette fue desintegrada junto con el resto de vivientes y de estructuras.

Esta vez apareció en medio de un campo de batalla. Ella empuñaba con ambas manos la espada de Arnauld. Arriba el cielo estaba oscurecido por negras nubes de tormenta. De cuando en cuando un relámpago iluminaba el lugar. Sus enemigos eran muertos vivientes, vampiros sedientos de sangre, criaturas humanoides con aspecto de reptil y muchos otros más seres igual de monstruosos y aberrantes. "El caos es inevitable, pronto la oscuridad se apoderará de este mundo. Si te encuentras en el lado equivocado serás aplastada junto con el resto de ilusos seguidores de la luz. Solo de ti depende tu destino: gobernar y ser reina, o resistirte a la nueva corriente que moverá al mundo y terminar siendo borrada de su faz para siempre", una vez más la voz de Sulu hizo eco en su cabeza.

En ese preciso momento, un nuevo relámpago mental iluminó la cabeza de Cosette. "...Sexta carta, la rueda de la fortuna: un gran cambio se avecina en tu vida, aunque al final que este sea uno positivo o negativo dependerá exclusivamente de ti. Séptima y última carta, la luna: mientras no veas las cosas claras no podrás seguir tu destino", de improviso ella acababa de recordar la profecía que le hizo Esmeralda al leerle sus cartas del Tarot. "Es verdad, tengo que ver las cosas claras, estoy ante el gran cambio en mi vida... mi destino depende exclusivamente de mí misma. Siempre debí haberlo sabido. Pero por suerte aún estoy a tiempo. Ha llegado el momento de tomar mi decisión", Cosette dejó de pelear. Ella cerró los ojos, en tanto sostuvo la espada con ambas manos y apuntó con la punta hacia el cielo. El monstruoso ejército enemigo se le abalanzó. La hirieron de todas las formas posibles, pero en ningún momento Cosette hizo algún gesto de dolor. Por el contrario, incluso ella llegó a sonreír.

–No lo hagas –Sulu se apareció a su costado. Le habló con voz suplicante–. Sin mi ayuda no podrás derrotar a Tarjdiana. ¿La recuerdas? La temible vampiresa de sangre ancestral que te espera allá en la capilla, en el mundo real. ¿De qué te sirve aferrarte a ideales idiotas si apenas despiertes morirás de forma irremediable?

"Un engaño detrás de otro engaño inevitablemente te lleva a una gran verdad. Sin embargo, no todos los ojos están entrenados para ver lo que se les muestra con suma claridad. Enfréntate a tus parpados y oblígate a abrir los ojos", Cosette de improviso recordó las proféticas palabras que le dedicó el pequeño rostro de Esmeralda. En ese momento toda duda se desvaneció de su mente.

–A pesar de todo, me acompañaste desde que nací y evitaste que me sienta sola. Siempre te estaré agradecida por ello, Sulu. Y ahora adiós, ha llegado el momento de separar nuestros caminos –Cosette dijo con voz serena y segura. Su espada comenzó a brillar con fuerza, al punto que parecía un sol en la tierra. Todos los atacantes de la joven retrocedieron ante el cegador brillo, y terminaron refugiándose en la penumbra, muy lejos del campo de batalla. En este, sobre una montaña de cadáveres y sangre solo quedó Cosette con la espada en alto, y a su lado un histérico Sulu.

De pronto el cielo comenzó a despejarse. Vetas de sol descendieron desde lo alto. Poco a poco un delgado hilo rojo se fue haciendo visible. Este partía del corazón de Cosette y terminaba en el pecho del mono del dorado pelaje. La joven en ese momento empuñó su espada con fuerza, la retrocedió para tomar vuelo, y entonces de un certero tajo partió el hilo rojo por la mitad. En ese mismo instante llamas de luz se prendieron en ambas mitades del hilo, y a sorprendente velocidad las fueron consumiendo.

–¡NOOOO!!! –Sulu en ese preciso momento lanzó un alarido ensordecedor. Todo alrededor de Cosette comenzó a desmoronarse. Ella cerró los ojos y soltó una relajada exhalación.

Despertó en medio de la capilla, con las monjas vampiro rodeándola y con Tarjdiana asechándola desde el altar. Todas se taparon los oídos cuando les llegó el estridente chillido de Sulu. El báculo negro acababa de transformarse en el mono de los cuernecillos rojos, pero este rápidamente comenzó a desintegrarse. A su lado Cosette tomó la espada que le legó Arnauld y se puso de pie. En ese instante, a espaldas de la joven se esparcieron las cenizas de Sulu, el último recuerdo de su existencia.

En ese preciso momento, muy lejos del monasterio maldito, en el bosque de Blankouse para ser más específicos, el alto ser de negro y con aspecto de macho cabrío sintió un repentino pinchazo en el pecho. Él se llevó una de sus negras manos a la zona del corazón. "De modo que mi esbirro falló en su cometido... Es una lástima, me hubiera gustado tener a un campeón humano que arrase con toda su especie. Pero ya no importa. De todas formas, el destino de este mundo ya está sellado. Los corazones humanos cada vez se pudren más, con cada segundo que pasa se contagian en mayor número de la peste del egoísmo y de la soberbia. La oscuridad no ceja en su avance, ya no falta nada para que lo cubra todo. Pronto, muy pronto...", Satanás se dijo, y acto seguido por todo el enigmático bosque pudieron oírse sus escalofriantes carcajadas.

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