2. Instinto

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"Por la mañana hazme saber de tu gran amor, porque en ti he puesto mi confianza. Señálame el camino que debo seguir, porque a ti elevo mí alma"

Salmos 143:8

En la mañana del domingo, Haza se despertó con los rayos del sol iluminando su habitación, se sentía tan vacía sin él. Tuvo que recordarse que en algún momento volvería e incluso entonces seguirían durmiendo separados, pese a ello no pudo evitar añorar los recuerdos de tiempos pasados donde lo golpeaba con la almohada hasta hacerlo llorar o lo lanzaba de la cama al despertar.
Tras expresar su gratitud a Dios por un nuevo día de vida, se propuso ganar, aunque fuera, un simple balde de pintura. Deseaba admitir que lo hacía por su amor hacia el edificio envejecido y con la pintura descascarada al que llamaba iglesia, pero su verdadera motivación radicaba en la posibilidad de burlarse directamente de Natalie y borrar esa sonrisa orgullosa que ella siempre lucía. Sin embargo, no estaba completamente satisfecha con la idea de solicitar materiales para la iglesia de tienda en tienda, le daba vergüenza prácticamente tener que mendigar por pintura, pero esperaba que sus mejillas redondas fueran suficientemente adorables para ablandar el corazón de a quienes fuera a pedir pintura, pero cada vez que se acercaba a una tienda para pedir una donación ahí estaba esa sensación de querer salir corriendo y llorar detrás de un arbusto, temía que supieran quién era ella, temía que supieran lo que había hecho. A pesar de ello, sabía que habría una recompensa divina por su esfuerzo en la tierra. Aunque se sentía agotada física y mentalmente, debía sonreír y aparentar que todo estaba bien, para su propio malestar estaba demasiado consciente de que no podía permitirse ser una carga adicional en ese asfixiante momento.

Como en tantos otros lugares del mundo, la pequeña ciudad en la que residía estaba gobernado por diversas religiones, cada una de las cuales contaba con dos iglesias en la ciudad, por lo que no era inusual que algunas iglesias enviaran a sus niños en busca de donaciones, pero no todos los niños estaban marcados como ella lo estaba, no faltaban quienes le cerraban la puerta en la cara o la miraban con desconfianza, los insultos, la ignoraran era agobiante, pero tenía que tragarse las lágrimas y meditar que historia fantástica contarle a sus padres porque no podía ser egoísta, y romper la ilusión de que todo estaba bien. Sin embargo, también había aquellos más amables que le brindaban alguna contribución. En esos momentos, Haza agradecía a Dios por su ángel guardián que la protegía, mientras valoraba el esfuerzo de los Testigos de Jehová al recorrer casa por casa.

Pero esa mañana Haza tenía una sensación diferente, algo la hacía sentir diferente, tal vez ese día obtendría algún buen resultado. Iría a la tienda de los Lomelí, una pequeña pero acogedora tienda dedicada al ámbito de tecnología y renovación de interiores. Haza tenía fé de que obtendría algo ese día. Caminó hasta llegar a la tienda, no parecía haber nadie en el mostrador pero a juzgar por la música estruendosa que se escuchaba al interior tuvo la esperanza de que habría alguien por allí, se posó sobre el mostrador intentado ver a alguna otra alma entre los pasillos inmaculados con aroma industrial. Sus ojos recorrieron los estantes observando las diversas herramientas de distintas mescolanzas entre metal y plástico que la miraban con sus ojos de lata, demasiados juzgones para su gusto, todo lo contrario a las personas de los anuncios que miraban un martillo como si fuera la segunda venida de Cristo.

— ¿Hola? — preguntó pero su voz fue opacada por la música — ¿Hola? — volvió a repetir más fuerte.

En esa ocasión, un joven emergió de la parte trasera del mostrador y tras él, Joshua hizo su aparición, nuevamente vestido de negro y ella no pudo evitar enarcar una ceja, ¿No se daba cuenta de que el negro era el color que más absorbía calor? Con los cambios repentinos del clima en menos de media hora estaría sudando como en un sauna. Haza, hasta ese momento no se había permitido observarlo con detenimiento, y lo que descubrió le agradó: sus cejas eran densas, su nariz fina y sus labios tenían el tono difuminado de una rosa claro, su cabello era una extraña maraña de hondas castañas a medio formar. Sus ojos eran de un verde acuoso — aunque para ella eran más bien un verde pantanoso o verde la como pus de una herida — y su piel pálida contrastaba con los colores oscuros, y neones de sus tatuajes. Haza se quedó mirándolo, y él a ella. Por alguna razón, pensó en lo difícil que sería ocultar el cuerpo del muchacho en caso de homicidio. O Joshua era muy alto, o Haza era muy baja. Tendría que cortar sus piernas en mínimo tres partes si quería hacer un trabajo mediamente decente.

— ¿Buscabas a mi padre por algo?

Pregunto Christian Lomelí, el hijo de los dueños de la tienda. Pero Haza no respondió de inmediato, Christian y Joshua se le quedaron mirando, antes de que Joshua le susurrará algo a Christian, inaudible para la chica.
Parpadeó, volviendo a la realidad, su psicólogo le dijo que era normal disociar, pero Haza realmente odiaba hacerlo, sentía que inevitablemente volvería a aquel día, el día en que todo se destruyó. Levantó las cejas y, algo avergonzada de que su mirada haya sido indiscreta, se preparó para dar la mejor apariencia de sí misma, suspiro e inició su discurso:

— Vengo de la iglesia Adventista del séptimo día y me preguntaba si les gustaría donarnos pintura o materiales de construcción o decorativo.

— Claro — respondió Joshua — ¡Christian! ¿Cuántas latas de pintura hay? — Christian subió sus manos a la cabeza en gestó de confusión.

— No lo sé, espera, ¡Kevin! ¡Ven!

Haza se removió incómoda, otro hombre, a Haza le incomodaba estar rodeada de hombres. Sinceramente estaba en esa época de la adolescencia en donde las mujeres ven a los hombres como monos apenas evolucionados o perros en celo y en la que los hombres ven a las mujeres como unas cabezas huecas llenas de maquillaje, y con ganas de abrir las piernas a cualquiera, era algo horrible pero equilibrado.
Por la cortina que separaba el cuarto de almacenamiento y el mostrador apareció un chico bastante corpulento, tanto que cuando cruzó el marco de la puerta tuvo que agacharse un poco para no golpearse la cabeza, Haza hasta lo vería guapo, si no fuera por la clara diferencia de edad, él parecía de unos veintitantos y, aunque no sabía porqué, se le hacía muy similar, pero por más que lo intentó no pudo reconocerlo, además del piercing en medio de su labio bajo. Ella no entendía cómo podían pedir voluntariamente que les clavaran una aguja en el rostro, en si ella ya odiaba los pinchazos, en realidad les tenía fobia, sin embargo la muchacha apostó a que dicho piercing era con tal de ocultar la pequeñísima cicatriz en su mentón que apenas si se veía, ahora que lo veía más de cerca, el chico realmente le resultaba familiar, pero ¿De dónde le conocía?

— ¿Qué sucede? —respondió con voz tranquila y amable, pero algo cansada, lidiar con adolescentes no era sencillo.

— ¿Cuántas latas de pintura hay? — Christian se giró hacía Haza y le guiñó el ojo.

Por educación Haza sonrió, aunque en su interior pensaba en como clavarle la punta de una de las estatuas de la tienda en el cuello y escapar, mejor aún, estrenar aquella pistola de clavos que tan mal la miraba desde uno de los estantes. Sacudió la cabeza, esos pensamientos intrusivos eran horribles, odiaba tener la cabeza tan dañada como para pensar en cosas tan horribles.

— No sé, ¿Muchas? — dijo con aire despreocupado, pero en cuanto su vista se encontró con la pequeña figura de Haza su semblante serio cambio —. En realidad... creó que tenemos 44 latas de pintura hoy, no estoy seguro del todo, espera, ¡Dafne! — puso los ojos en blanco, dudaba que le regalarán tal cantidad de pintura y no podía evitar sentirse incómoda ante tantas personas que se acumulaban en la tienda, además que todo podía ser una pérdida de tiempo.

— ¡Ya voy! — dijo una suave pero aguda voz femenina.

Nuevamente la cortina se abrió y una chica bastante bonita apareció por ella, Haza abrió los ojos impactada, jamás había visto tanta belleza en un solo ser, <<Seguro así de hermosa debió ser Eva>>, pensó ella. Su melena, un haz de castaño claro, descendía en cascadas generosas que terminaban en una coleta alta, como si el viento hubiera tejido con delicadeza un lazo de libertad en su cabello. En sus ojos azules, el océano parecía encontrar su reflejo, y unos rizos caprichosos le conferían la frescura de la juventud. Sus labios, de una forma geométrica tan perfecta que recordaba a un corazón, estaban adornados por un rojo que se desvanecía con gracia, dejándola casi perfecta a los ojos de la muchacha.

La piel de Dafne, acariciada por el sol, ostentaba un bronceado encantador que confería a su presencia una luminosidad única. A pesar de no alcanzar la altura de los hombres a su alrededor, su presencia hacía que Haza se sintiera diminuta, como si estuviera envuelta en la grandeza de un suspiro. Dafne apoyó sus manos sobre el mostrador y regaló una sonrisa a Haza, desvelando una dentadura blanca y perfecta que parecía tallada por la mismísima naturaleza. Aún bajo toda esa belleza la regordeta chica pensó que mantenía su cabello recogido con tal de no tener que peinarlo, ya que se notaba a diámetros que esos rizos no eran planeados.

— ¡Hola! — saludo animada — ¿Qué necesitas?

— ¿Cuántas latas de pintura hay? — preguntó Christian tocándose las sienes con notorio cansancio.

— Por hoy 44, mañana llegarán 53 más, ¿Por qué?

— ¿Recuerdas que te hable de ella? — le pregunto Joshua a la chica, misma que asintió tan vigorosamente que Haza casi pudo escuchar los tendones de su cuello rompiéndose — Los de su iglesia — pronunció Joshua, ignorando el hecho de que también era la iglesia de su padre y de todo aquel cuyo corazón sufriera, y su alma no encontrará descanso, era un refugio y un hospital para almas perdidas —, buscan donaciones de pintura y estamos buscando algún acuerdo, pero ella no tiene nada que ofrecernos — Haza clavo sus uñas en el mostrador, ¿Desde cuándo se volvió un intercambio? ¡Nadie se lo había dicho! ¿Quizás podría cambiar a su hermana menor por un par de latas de pintura? No podría, no la aguantarían ni una hora e iban a terminar devolviéndola, Dafne la observó de pies a cabeza y una sonrisa adorable se formó en su angelical rostro, mismo que la pelinegra tuvo el deseo de estampar contra el mostrador.

— ¿Entonces tu eres Hazael? — pregunto ella, recostándose sobre el mostrador como lo haría un negociante listo para hacer el mejor trato de su vida, la chica asintió tímidamente, preguntándose si a sabrían lo que había hecho, el pensamiento de ello la destruyo, los hijos de Genevieve eran los únicos adolescentes que no sabían lo que sucedió, en el caso de Dafne y Joshua ni siquiera la conocían, le hubiera gustado que al menos dos chicos de su edad no lo supieran, sabía que Finley se negaría a contarles lo sucedido a sus preciados hijos, le hubiera gustado permanecer pura a sus ojos por un tiempo — Te propongo un trato — Haza observó confundida a Dafne, en especial cuando Christian, Kevin y Joshua palidecieron de forma súbita.

— ¿Cuál?

Haza se enroscaba las puntas del cabello en el dedo y esperaba, paciente y con fervor espiritual palpitante en su pecho. Y Joshua seguía mirándola. Como si ocultara algo. "¿Tengo payasos en la cara o qué?" pensó con un ligero fastidio oculto bajo su sonrisa predeterminada. Lo presentía desde el otro lado de la pequeña tienda, ella tenía mucha curiosidad por ese chico que se estaba esforzando tanto en dar esa imagen de duro. Se horrorizo al preguntarse qué pensarían sus padres y cómo reaccionarían si apareciera en su casa con él. Su madre creía fervientemente que los tatuajes los hace el demonio, pero ella los veía como una forma artística de expresarse y método de tortura medieval, además de que apoyaba totalmente los tatuajes quirúrgicos o por alguna razón médica, pero ella dudaba bastante de que Joshua tuviera algún problema que le hiciera tener dichas marcas de tinta en la piel. No es que le gustarán, todo lo contrario, la idea de tener una aguja llena de tinta perforando su piel la aterraba, pero creía que era una forma de autoexpresión y, sin duda, siempre hay belleza en algo así. Era arte, después de todo y el propósito del arte es hacer sentir algo, sin importar si era agonía por la piel rompiéndose mientras se colmaba con tinta la herida. La piel se le puso de gallina de pensarlo. Christian se rascó el mentón imberbe esperando la propuesta de Dafne. Casi se podía escuchar la música de suspenso de esos reality shows de la televisión en la tienda.

— ¿Alguien quiere apagar esa música? — preguntó Joshua en voz alta, Haza sonrió al darse cuenta de que en realidad, si estaba sonando música de suspenso.

— Perdón, es mi alarma — se excusó Kevin apagando su teléfono.

Dafne bufó incomoda, pero su rostro seguía con una mirada picará e intensa.

— Si accedes a tener dos citas con mí amigo barra hermano, Joshua, aquí presente, te daré cuarenta y cuatro litros de pintura — Kevin y Christian observaron enojados a Dafne, pero sobre todo Kevin, Haza pudo ver como el muchacho apretaba los nudillos enojado y su mandíbula se tensaba.

Miro a Joshua, que le observa con una sonrisa de comercial de perfume dibujada en las comisuras de sus labios, pero al ver la mirada de Haza sobre él rápidamente cambió esa sonrisa por una mueca. Por muy lindo e irresistible que sonará todo, presentía que no había algo bien, que algo ocultaban, en especial Joshua, no se sentía segura cerca de él, había algo atrayente, casi hipnótico en ese chico, solo que Haza sabía lo que estaba mal en eso, sumado a ello el castaño no parecía ser buena persona, pero ella no era nadie para juzgar, a veces las apariencias ocultaban la verdad y ella lo sabía bien. Además, la muchacha no quería convertirse en una prostituta barata únicamente por 44 galones de pintura que ni siquiera usaría.

— ¡Vamos! Es por tu iglesia, ¡Sacrifícate por ellos! — incluso aunque se sacrificara por ellos a sus ojos seguiría siendo una asesina — Solo tres citas, me ayudarías mucho, Haza — propuso Dafne casi poniéndose de rodillas.

— ¿Cómo sabes mí nombre? — Dafne sonrió y se enroscó un mechón de su cabello castaño en su dedo.

— ¿Por qué más crees? ¡Joshua no ha dejado de hablar de ti! Desde que te vio en la iglesia no ha dejado de exaltar la belleza y pureza de la chica de ojos de cielo — Dafne sintió una punzada de remordimiento por lo que estaba haciendo, pero era sacrificar a una desconocida a cambio de un poco de paz interior parecía razonable —. Al menos así se callará un rato.

Joshua le dió un empujón a Dafne, haciéndola reír más fuerte. Haza analizó sus opciones, por un lado tres citas a cambio de cuarenta y cuatro latas de pintura no vendrían nada mal, de hecho bastaría para presumir durante todo el resto de año sabático que quedaba, pero eso la hacía sentir vendida, casi como una prostituta, pero en vez de sexo ofrecía citas. "Prostitución de nivel 2" pensó con una leve risilla, al menos no estaba en el nivel 1 donde tendría que dar besos. Se regañó mentalmente, no debía pensar de tal manera, de hecho tenía cosas más importantes de las que preocuparse, por ejemplo: la nueva escuela; gracias a los problemas climáticos de la ciudad la estructura de su antigua escuela estaba en peligro de caerse, tanto que cuando llevaron maquinaría para repárala terminó derribándola, por eso debían buscar otra escuela para ella, nada que una adolescente de 15 años pudiera superar.
Cerró los ojos, tal vez se estaría arriesgando demasiado pero valía la pena intentarlo. ¿Dignidad? ¿Quién la necesita cuando puedes presumir de haber conseguido más material que los demás?

— Una cita, nada más — se atrevió a exigir ella.

— ¡Trato hecho! — dijo Dafne dándole un apretón de manos a Haza, con su sonrisa completamente intacta y contagiosa.

Sonrió, sintiéndose victoriosa ante aquel trató, pero por el rabillo del ojo casi pudo discernir una figura femenina. Era ella misma, pero con la nariz roja, los ojos hinchados y los labios reventados. Una visión de sí misma en el futuro tras aquellas citas la miraba con desdén, casi con una sonrisa de lastima al contemplar a la pobre idiota que una vez fue mezclada con una mueca de dolor, pero no cualquier dolor, sino el peor de los dolores: el mental. Joshua tenía toda la pinta de ser de esos chicos capaces de destruir la poca salud mental que le quedaba. Siguió mirando a su hegemónicamente bello público mientras le traían las latas de pintura, de vez en cuando volvía a encontrar su mirada con la de Dafne, pero ya no sentía el deseo de estampar su rostro contra las vitrinas. Por su parte no podía dejar de mirar a Kevin y sus ojos oscuros cuales entrañas marítimas que le resultaban familiares. Reflexiono para sí de dónde conocía esos ojos mientras el tintineo de las latas siendo traídas le erizaba los vellos del cuello, esperando la cita que iba a destrozarla y como hallaba un placer casi orgásmico en tener la razón, incluso cuando no le convenía. 

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