26. Lluvia

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El programa fluye mejor que nunca. Ya con la tensión sexual que nos entorpecía a Nico y a mi resuelta, y con el tema de los espíritus aclarado, nos relajamos. Todo es risas, chistes y ritmo. Los oyentes lo perciben y la cantidad de mensajes es abrumadora. Ya nada nos da vergüenza. Nico comparte todo en nuestras redes, desde los mensajes más inocentes, como saludos y bromas, hasta los comentarios más sarpados y dibujos ardientes.

Cuando salimos del aire y ponemos un tema musical, noto que Karina se toca el dije de un colgante que trajo. No lo había visto cuando llegué, seguro lo traía debajo de la camisa. Es la cabeza de un dios egipcio tallada en metal.

—Justo que me hablabas de Egipto... —Se lo señalo y sonríe—. ¿Quién es? Tiene cabeza de pájaro...

—Thot. Dios de la luna, el tiempo, la escritura y mucho más. Y tiene cabeza de Ibis —me aclara—. Lo vi en un par de sueños, por eso busqué este dije.

—Genial.

Terminamos el programa contentos. Conduzco la última hora solo y luego celebramos en la sala de locutores, mientras saludamos a Guadalupe y Fernando, los locutores del turno siguiente. Agarran sus cosas y se van para el estudio.

Nico echa una mirada a su celular, que no deja de vibrar. Parece que le siguen entrando mensajes... Lo apaga.

Bajamos para fichar en la recepción. Aguardamos a que Nico acomode su termo violeta y su taza de Mickey, el aprendiz de hechicero, en su compartimiento con llave del mueble del área de producción. Termina y corre hacia nosotros. Pone su dedo en el aparato electrónico, que reconoce su huella digital.

—¿Bajamos? —pregunta.

—Yo no me voy todavía —dice Tobi—. Me quedo un rato con Gus y los chicos del informativo... Vamos a comer una picada.

—¿Me puedo sumar?

—Obvio. —Tobi me palmea en el hombro.

—Qué rico, me dan ganas de quedarme, pero si lo hago llego re tarde a casa —explica Karina—. Me voy a tomar el colectivo.

—Yo también debería irme... —dice Nico y me echa una mirada nerviosa—. Tengo que solucionar varias cosas mañana. —Asiento, con expresión calmada. Disimulo lo más que puedo la ansiedad—. Te acompaño en la parada de colectivo, Karina. El mío pasa cerca de ahí.

—Dale, gracias.

Se acercan a saludarnos. Cuando Nico me da un beso en el cachete, lo atraigo hacia mí, abrazándolo.

—Te veo en La Academia. A las dos de la tarde. —Me susurra al oído.

—Dale.

Lo observo alejarse con Karina. Ambos nos saludan con un gesto, antes de entrar al ascensor. Tobi y yo nos dirigimos a la oficina del informativo, que queda al fondo del área de producción. Está separada por una pared y una puerta vidriada, donde dice: «Servicio de noticias» y están los logos de AM Metropolitana y FM Baires.

Antes de entrar vemos a Gustavo, Omar y David, charlando en el interior. Abrimos la puerta y nos saludan a los gritos, emocionados, y nos dan varias palmadas en la espalda. Veo unos platos de plástico con distintas frituras, también hay gaseosas y vasos de plástico.

—¿Qué están celebrando? —pregunto.

—Nada. Hacemos una picada rica a mitad de semana para relajarnos un poco —me explica David, antes de meterse un puñado de maníes en la boca. Me alcanza un vaso con Coca Cola.

—Gracias... Me muero de hambre. —Empiezo a comer—. ¿Todavía no encontraste a alguien para reemplazar a Tobi? —le pregunto a Gus, que está abrazado a su chico.

Qué lindo verlos bien.

—No...

—Por favor, que sea una chica. —David hace una reverencia y nos reímos—. Estoy harto de ver tipos en esta radio. Paridad de género, por favor.

—¿Paridad de género? Me parece que lo decís por pajero —lo cargo.

—Vos no te quejás porque sos bisexual. Qué suerte tenés. Cualquiera que entre puede ser agradable a tu vista.

—Otra vez con eso... No me gusta todo el mundo.

—Dije, "puede ser". —Me guiña un ojo—. Aflojate, Fran. Solo digo que quiero algo de dulzura, fineza, un poco de cabello largo y perfume suave...

Me saca una sonrisa.

—No tiene que ser una chica para ser así... —le retruca Tobi.

—No se puede hablar con ustedes. —Se queja David y nos reímos.

—Me encantaría sumar una voz femenina, pero ya es bastante difícil encontrar a alguien que quiera trabajar a la trasnoche —explica Gus—. Quien esté dispuesto y pase el casting va a entrar, sea del género que sea.

Nos relajamos y seguimos comiendo y bromeando, mientras los chicos trabajan. Un rato después, me voy a sentar con Tobi en uno de los escritorios del área de producción, que siempre está vacía a esta hora. Bajo las luces blancas se ven un poco lúgubres. Espero que no aparezca ningún espíritu.

—Tobi... necesito contarte algo.

Le relato todo lo que pasó con Nicolás. Su confesión en el café, la pasión con la que nos amamos en mi casa y cómo se fundieron nuestras auras. También, cómo repelí a esos espíritus de piel metálica con mi energía magenta, antes de que volviéramos a dormirnos en mi cama y saliéramos del cuerpo para viajar con las sombras al pasado.

—Qué intenso... —comenta Tobi, una vez que termino—. Pobre Nico, ahora entiendo porqué estaba siempre tan nervioso. Debe haber sufrido tanto.

—Bueno, mirá que yo también sufrí con su histeria, eh. No entiendo por qué no salió del clóset antes... Es más joven que nosotros, debería tener menos prejuicios.

—Cada uno vive el proceso como puede, Fran. No te hagas el canchero que a vos te costó igual o más que a él. Cuando salíamos, eras insoportable. Te re perseguías y tenías los mismos miedos.

Qué duro escucharlo...

—Che, menos mal que me habías perdonado, ¿no?

—¡Ups! Me salió la resentida de adentro. —Se ríe.

—Bueno, supongo que es el karma. Ahora me toca bancármelo a mí.

—Va a estar todo bien, Fran.

—¿Y si vuelve con la novia y me ignora de nuevo?

—Fran, calmate por favor. No seas pendejo.

Las palabras de Tobi me tranquilizan. Tiene razón. No me queda otra que ser paciente y dejar que Nico resuelva sus cosas en paz...

Disfruto de pasar la trasnoche con los chicos del info y casi sin darme cuenta, termino dormido en un sillón. David me despierta a las seis de la mañana, la hora a la que salen. Tobías se está desperezando, parado al lado de Gustavo. Se ve que también se echó una siesta...

Vuelvo a casa, con el sol esplendoroso en el cielo. Antes de acostarme, abro el celular. No tengo mensajes de Nico. Seguro se durmió en cuanto llegó a su casa.

A pesar de lo bien que lo pasé con Tobi y los chicos del informativo, en cuanto me acuesto me siento triste. Mi gata viene y se pega a mí, pero sus ronroneos no son suficientes para aflojar el nudo en mi corazón.

***

Estoy en el café La Academia. Nicolás no me contesta. Ya le pregunté varias veces por mensaje cuándo va a llegar, pero no aparece la notificación de que me haya leído. Me saludó a la mañana, pero yo estaba durmiendo por haber trasnochado. Hace una hora que lo estoy esperando...

¿Por qué no me escribe? ¿Por qué no me llama?

Afuera se escucha un trueno. Encima esta tormenta de mierda... Hoy salí yo sin mirar el pronóstico del tiempo y terminé empapado.

Okey, no lo aguanto más. Voy a entrar en modo acechador. Abro el celular. Busco en Instagram la cuenta de la novia de Nicolás. Sé cuál es porque la investigamos con Tobi.

Mi corazón estalla en pedazos. Su último post, hace tres horas, muestra una foto de ella en un café con Nicolás, que sonríe a la cámara. «Con el más lindo», dice debajo de la imagen.

Me levanto de la mesa y camino rápido hacia la salida.

—¡Pibe! Pibe, ¡no pagaste! —me grita un mozo y me paro en seco.

—Disculpe...

Le doy la plata y me voy. No quiero quebrarme delante de él. Me cierro bien la campera, me pongo la capucha y salgo. Solo me salvo de que la lluvia golpee sobre mi cuerpo cuando paso debajo de algún techo o balcón. El agua helada arrastrada por el viento me salpica y me moja la cara y el pecho. Luego de un rato en el que avanzo haciendo el esfuerzo de no pensar en Nicolás, me invaden las náuseas y el corazón se me acelera.

—¡Cuidado, pelotudo! —me grita un tipo en una moto, y me detengo antes de cruzar.

Pasa rápido frente a mí. Dios, casi me atropellan. No puedo estar tan mal. Espero a que el semáforo cambie. Necesito llegar a casa antes de empezar a llorar. No quiero hacerlo en la calle, no quiero... Las lágrimas ya se están mezclando con el agua de la lluvia en mi rostro. Ahora puedo cruzar.

Camino rápido, casi corro, hasta que me falta el aire. Tampoco puedo ver bien, porque tengo los ojos llenos de lágrimas. La angustia se siente como un puñal en la boca del estómago, que se hunde cada vez más. Me detengo debajo de un techo, frente a la persiana de un local cerrado, a la que me aferro contraído por el dolor.

Me tiemblan las piernas. Me ahogo... ¡No puedo respirar! No sé cuándo termino arrodillado en el piso, llorando pegado a la persiana. Me llevo una mano al pecho. ¿Cómo pudo mentirme así? ¿Cómo pudo ser tan hijo de puta?

¡No quiero verlo nunca más! Pero no voy a dejar la radio... ¡si me costó tantos años entrar! ¿Cómo voy a hacer? Tengo que hablar con Rocío Belem, la directora. Voy a contarle la verdad y le voy a pedir que me cambie de horario. No puedo seguir trabajando con él.

Pienso en mi mamá. Me encantaría decirle lo que me pasó, llorar con ella, pero me avergüenza tanto... Miro el teléfono, el agua de mis manos se escurre por la pantalla. Ningún mensaje de Nico. Ninguna llamada.

¿Por qué me dijo que me amaba si al final se quedó con ella? ¿Por qué nuestras auras se fundieron si todo era mentira? ¿Por qué me hizo sentir que éramos algo especial para después borrarse?

—¡Francisco! —escucho una voz familiar, y giro. Es una mujer que lleva un abrigo muy elegante y se protege del agua con un paraguas. No me di cuenta que se acercó hasta mí... No puedo ver bien su rostro, porque sigo con lágrimas en los ojos—. Fran. ¡Soy Karina!

—¿Kari? ¿Qué hacés acá?

—Tranquilo. —Me extiende la mano. Es obvio que no puede ayudarme a levantarme, porque soy gordo y ella es un palito. Pero la tomo y el gesto es tan fuerte, que hace desaparecer el frío y los temblores en mi cuerpo. Me paro—. ¿Qué te pasó? ¿Por qué estás llorando?

—Andate, Karina. Quiero ir a mi casa —le digo, limpiándome las lágrimas de la cara.

—No te voy a dejar solo, Fran. Te acompaño.

Me toma de la mano y caminamos en silencio. Ella me mira cada tanto, yo escapo de sus ojos. Me avisa que pare en las esquinas, me toma del brazo para cruzar hacia la vereda del Congreso Nacional. ¿Qué soy? ¿Un niño que necesita ayuda? ¿Por qué no me suelto de ella y me voy a la mierda? ¿Por qué dejo que me vea tan destrozado?

«Pará, Francisco», me digo. «Dejate ayudar».

A pesar del dolor que sentí por la traición de Nicolás, ya estoy más aliviado. Haber llorado y estar acompañado por alguien empieza a sanar mi corazón, aunque la angustia sigue circulando en mi ser. Karina se detiene y miro alrededor. Llegamos a la puerta del edificio de mi departamento sin que me diera cuenta.

Saco las llaves y entro.

—Gracias —le digo, listo para cerrarle la puerta en la cara.

—Subo con vos. No me voy a ir hasta no asegurarme de que estás bien.

—Quiero llorar solo, Karina.

—Bueno, vas a tener que esperar un poco más. —Me clava sus ojos verdes, cruzada de brazos.

Suspiro y la dejo pasar.

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