31: Recuerdos de un amor roto. Parte 1

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Conocí a Jonathan a través de Facebook. Lo vi en las sugerencias de amistad. Me gustó en cuanto vi su foto, incluso antes de entrar al perfil. Me sorprendió descubrir que era locutor, como yo y que teníamos varias cosas en común: le gustaban las películas de superhéroes, como a mí, aunque él era muy fanático. Leía los cómics y tenía varios muñecos y figuras en los muebles de su casa.

Las fotos también lo mostraban en la plaza, en el río, disfrutando en un bar con amigos... Me atraían su mirada de ojos pardos y sus cejas finas, largas, terminadas en punta, como trazadas por un pincel.

Retrocedí unos años en su perfil y vi cómo fue cambiando: primero llevaba flequillo y barba candado, luego pasó a tener el pelo muy corto y la barba tupida.

Encontré fotos en la playa: era un poco gordito y bastante peludo. En su muro había posts con la bandera del orgullo gay y noticias sobre la diversidad sexual.

iBingo!

Le di pedí amistad y me aceptó enseguida.

Francisco: Hola, cómo andás?

Jonathan: Todo bien, vos?

Francisco: Todo bien. Un gusto. Te agregué porque sos locutor. Me parece que te crucé alguna vez. ¿Estudiaste en el ISER?

Jonathan: Sí, egresé en 2009.

Francisco: Ah, igual que yo. Ibas al turno mañana?

Jonathan: Sí.

Francisco: por eso no nos cruzamos. Yo cursé a la noche.

Jonathan: ¿Dónde trabajás?

Francisco: En FM Sur. Me pagan dos mangos, estoy buscando otra cosa.

Jonathan: Te entiendo. Yo estoy en FM Stars, a la trasnoche.

Francisco: Esa radio es muy conocida, felicitaciones.

Jonathan: Gracias. Me escucha poca gente a esa hora y duermo al revés porque salgo a las seis de la mañana, pero soy feliz igual. El sueldo zafa, eso sí.

Francisco: Bueno, qué más querés.

Jonathan: Trabajar de día, hacerme más conocido. Re ambicioso el pibe, je.

Francisco: Querés irte para arriba.

Jonathan: Sí. Igual, no es lo más importante para mí.

Francisco: ¿Qué es lo más importante para vos?

Jonathan: Estar en mi casa tranquilo. Leer, ir al cine, cenar rico. Los pequeños placeres de la vida. Mejor si es con buena compañía. :)

Francisco: Uy, sí. Qué lindo... ¿Sabés que necesito eso?

Jonathan: Bueno, cuando quieras te espero con algo rico ;)

Francisco: <3

Francisco: ¿Te paso mi celular?

Jonathan: Dale.


La primera cita fue en un shopping. Recuerdo estar esperándolo nervioso en el patio de comidas. ¿Iba a ser lindo, como en las fotos? ¿Y si no me gustaba? ¿Y si yo no le gustaba a él?

Habíamos quedado en ver Batman VS Superman: El amanecer de la justicia. Era una peli larga como para compartirla con alguien con quien no había onda...

No quería pensar en eso. Veníamos hablando todo el tiempo desde hacía casi una semana, cuando nos habíamos agregado a Facebook. Eso tenía que ser una buena señal.

Quizás me plantaba... ¿Por qué pensaba tantas cosas negativas? Me había separado de Karina hacía muy poco... tres meses, nada más. En ese tiempo, había tenido bastantes experiencias malas con chicas y varones. No esperaba conocer tan pronto a alguien que me gustara de verdad, con quien conectara. Tal vez pasaba eso porque no era un match de una aplicación de citas.

Sentí un cosquilleo que me recargó de energía, segundos antes de levantar la mirada del celular, como llevado por alguna fuerza. A unos metros de mí, se aproximaba sonriendo. Acababa de verme. Agitó la mano en el aire para saludarme y ya supe que me encantaba.

Después de comprar las entradas en la boletería, fuimos al patio de comidas y cenamos unos combos de comida rápida mientras esperábamos a que se hiciera la hora de entrar a la sala.

Jonathan traía una camisa mangas cortas a rayas verdes, abierta hasta la parte superior del pecho, donde asomaba su vello oscuro y largo. Varias veces tuve que contenerme para no bajar la mirada. Me encantaba su sonrisa. Era muy simpático y hablamos de muchísimas cosas. Lo más increíble era que vivía a solo treinta cuadras de mi casa.

—Sos barítono, ¿no? Por tu tipo de voz —dijo de pronto.

—Sí. Vos sos tenor.

Asintió.

—¿Estudiaste canto?

—Estuve en un par de coros cuando tenía veinte años... —confesé.

—Qué lindo. —Me miró de arriba abajo, sus ojos brillaron—. Yo empecé a estudiar ahora. Viste que te re complementa la locución.

—Es verdad.

—Me gustaría escucharte un día... —entrecerró los párpados, antes de tomar un poco de gaseosa.

—Hace mucho que no canto —me reí—. Ni loco.

—Bueno, será cuestión de ganarme tu confianza para que lo hagas —me guiñó un ojo.

Un calor subió por mi pecho y mi rostro. Dios, me moría por tomar su mano y probar esos labios. Lo único que pude hacer fue mirar hacia un costado y reírme.

Había algo en él. Una energía intensa y potente.

—Escribís también —le dije—. Leí tus poemas en tus redes. Me gustaron mucho. Me hiciste recordar cosas...

—Gracias. —Se sonrojó—. Se nota que me investigaste. Yo hice lo mismo con vos: escuché grabaciones de tu programa.

—Ay, no, qué desastre.

—¿Qué decís? Tenés mucho talento. Me encanta cómo leés los avisos. ¿Llevaste un demo a una productora de publicidad?

—Sí, hace muchos años, pero después colgué.

—Deberías insistir. Te van a contratar para varias publicidades —aseguró.

—Dejá de halagarme. Tenés otras intenciones vos...

—¿Y vos no? —hizo una sonrisa pícara. Me dio sed y tomé de mi gaseosa—. ¿Estás fuera del clóset?

—Sí. Mis viejos no se lo tomaron bien.

—Los míos tampoco —suspiró—. Fue muy difícil. Todavía no puedo hablarles del tema.

—Con los míos pasa igual. Solo me preguntaron por mis relaciones cuando salía con una chica, hace... un tiempo.

Le mentí. No quería que supiera que acababa de cortar. Creía que, de ser así, iba a tomarme con menos seriedad. Y me gustaba mucho como para dejar que eso sucediera. Las papas fritas que estaba por llevar a su boca quedaron a medio camino.

—¿Salías con una chica?

—Sí.

—¿Sos... bi?

—Sí. Pensé que lo sabías. Está en los posts de mi perfil de Facebook.

—No.... No te investigué tanto.

Se quedó en silencio, parpadeando. La garganta se me secó y tragué saliva.

—Te molesta, ¿no?

—No, no... —Extendió una mano y tomó la mía—. Perdón, es que... hace mucho tiempo que no... que no me pasaba.

—¿Qué no te pasaba qué? —Me enojé. ¿Acaso yo era algo que le pasaba a la gente?

—Tener una cita con un chico tan lindo...

Me puse colorado. La había arreglado bien.

—Ah...

—Perdoname por preguntártelo. No fue de mala onda. No me importa que seas bi. Está todo bien —aseguró.

—Okey.

Me puso nervioso que aclarara tanto. Sabía que a algunas personas les constaba entenderlo y esa era una razón justa para cortarles el rostro. No necesitaba gente así en mi vida. ¿Cómo era Jonathan en realidad? ¿Estaba cruzándome con otro bifóbico?

—No es nada con vos ni con las personas bisexuales —continuó—. Yo... tuve una mala experiencia con mi primer novio, cuando tenía dieciséis años. Era una época en la que todo se ocultaba. Primero fuimos amigos, después empezamos a salir. Y un día me dijo que le gustábamos mi hermana y yo. También seducía a mis amigas.

—¿Qué? Era un psicópata.

—Sí, obvio. Lo dejé. Sé que su actitud tenía que ver con su personalidad y no con su orientación. Pero me dejó traumado por bastante tiempo y por eso evitaba salir con bisexuales. Ya fue. Lo traté en terapia hace mucho.

—Yo nunca le hice algo así a nadie. No podría. Es horrible. Quedate tranquilo —le dije y sonrió.

Apreté su mano de dedos largos y finos. Se sentían tan frágiles en mi palma grande, entre mis dedos gruesos. Tenía tantas ganas de hacerlo mío.

Cuando salimos de ver la película, Jonathan estaba fanatizado. Comentaba las escenas con los ojos bien abiertos, a veces elevando la voz. Me causaba mucha gracia. La película me había gustado bastante, aunque los efectos especiales no eran los mejores y algunas cosas del final me habían parecido forzadas.

—¿Qué hacemos? —le pregunté, mientras seguíamos a la gente hacia la salida del shopping. Los locales ya estaban cerrados—. ¿Vamos a algún lado? —Le clavé la mirada.

—¿Tu casa o la mía? —Sus ojos brillaron, traviesos—. Desde acá estamos a la misma distancia.

—Tu casa —respondí, seguro.

Llegamos rápido. Apenas pasamos la puerta, Jonathan giró hacia mí y nos abrazamos con fuerza, para unirnos en un beso. El perfume a miel y a almendras de su barba me enloquecía. Me aprisionó contra la pared y arremetió con más besos, para luego bajar hacia mi cuello y quedarse ahí... Abrió la boca. El contacto de su saliva tibia erizó mi piel, su lengua caliente se movió, llenándome de cosquilleos. Presionó los dientes con suavidad y empecé a sentir escalofríos... su lengua se desplazaba de arriba abajo, mientras tomaba mis pectorales en sus manos. Sus dedos buscaron por la camisa, hasta alcanzar los pezones. Los acarició a través de la tela, y luego me embistió contra la pared.

Largué un suspiro, al notarlo presionado contra mí. Todavía estábamos vestidos, aunque eso no iba a durar mucho... Me aparté y sonrió, sus ojos parecían llenos de estrellas. Bajé la mirada hacia su pecho... mis dedos temblaron tratando de liberar los botones de su camisa. Me ayudó y pronto tuve ese pecho frente a mí... Pasé las manos por los vellos; eran suaves... Sentí un hormigueo caliente en todo el cuerpo, mientras se me hacía agua a la boca.

—Tenés los pezones re duros... —dije, al notarlos.

—Sí...

—Te caliento mucho, ¿no? —hice media sonrisa.

—Sí, hermoso. Vení.

Me tomó del pelo con suavidad y bajé hasta su pecho. Aprisioné uno de sus pezones entre mis dientes y Jony tembló. Luego empecé a chuparlo con suavidad...

—No puedo más. —Se le escapó un jadeo—. Vamos a la cama.

—Dale.

Lo tomé la de mano.

Llegué a ver un living de paredes de un verde claro, con algunos detalles más oscuros, y una pared rojo bordó. La mesa donde comía, los sillones arañados por su gata. Dos bibliotecas llenas de libros y muñecos. Me llamó la atención un cuadro abstracto de tonos verdes, azules y violetas, salpicados de blanco. Jony tiró de mi mano hacia el cuarto. Se arrojó a la cama y giró hacia mí, esperándome. Me quité la camisa y avancé.

—Tu piel... tus pelos... —dijo, acariciando mi pecho. Se estiró para besarme—. Son tan suaves.

—Los tuyos también —susurré, a centímetros de sus labios. Lo tomé del cabello que sobresalía en su barbilla y tiré despacio, haciendo que se le escapara un gemido.

Llevó la cabeza hacia atrás y empecé a besar su cuello. Se encogió, riendo.

—Tu barba me hace cosquillas —dijo apartándome para sacarse los pantalones, y lo imité.

Me incliné sobre él, para mirar su rostro más de cerca. Acaricié su pelo, su barba, su pecho. Luego presioné mi cuerpo contra él y comencé a frotarme contra su pelvis. Todavía teníamos los calzoncillos puestos.

Metió sus manos debajo de la tela, para acariciarme el culo. Lo ayudé a quitarme la prenda y le saqué de un tirón los bóxers que traía. Me quedé mirando su pene. Era tan hermoso. Grueso en la base y afinándose un poco hacia la punta. Se me hizo agua a la boca. Lo tomé entre mis manos. Estaba caliente y duro como una piedra.

Empecé a acariciarlo y Jonathan suspiró. Me besó, tirando de los cabellos en mi nuca.

—Ponete el forro —me pidió—, está en el cajón.

—Sí.

Me estiré hacia la mesa de luz. Saqué el preservativo y abrí el envoltorio. Acomodé la punta hacia arriba, la pellizqué, para que no quede aire y empecé a desenrollarlo, pero se atoró.

Me miró, curioso.

—Hay que tener paciencia... le expliqué, mientras seguía desenrollándolo con cuidado, quejándome a veces.

—Te aprieta...

—Sí.

—Tranquilo —dijo, antes de acariciarme. Luego, miró de nuevo hacia abajo—. Dios, es muy gruesa. ¿Cómo me vas a meter eso?

—No te preocupes. —Saqué el lubricante del cajón—. Tenés todo lo necesario acá. Se ve que te equipaste. —Se rio al escucharme—. Date vuelta.

—Pará... tengo algo más.

Entrecerré lo ojos, intrigado. Estiró su mano hacia el fondo del cajón y sacó una bolsa de tela que no había visto. Extrajo algo de su interior...

—Meteme esto primero —me lo alcanzó y lo tomé entre mis manos.

—Dale —contesté, algo intimidado.

Me quedé observando el objeto... Nunca había tenido uno enfrente, solo había visto algo parecido chusmeando juguetes sexuales en la computadora una vez. Era como un cono, de punta redondeada, con un tope en la base. De tamaño mediano. Lo apreté entre mis manos; blando, gomoso, suave. Toqué con dos dedos la punta pequeña y redondeada. Luego fui bajando, sintiendo cómo se ensanchaba.

Miré a Jonathan, que estaba atento a mí, con una expresión divertida.

—¿Qué es? —le pregunté.

—Un plug... ¿nunca usaste uno?

—No.

—Yo te enseño...

Tomó un pomo con lubricante y lo untó en el objeto. Después, me tomó de la muñeca, atrayendo el juguete sexual hacia él. Se lo introduje despacio; solo un poco... Gimió y se aferró a mis brazos con los párpados cerrados.

Me quedé quieto. En cuanto su respiración se calmó, abrió los ojos y asintió, pidiéndome más. Seguí entrando... Volvió a tensarse, con la respiración agitada, aunque esta vez fue por unos segundos. Me detuve y me incliné a besarlo para que se relaje; terminó de soltarse y llegué hasta el final. Luego empecé a moverlo, apenas hacia adentro y hacia afuera...

Jony logó un suspiro, complacido. Con un gemido, me pidió más. Pasaba sus manos por mi espalda, también por mi panza y mi pecho, donde se aferraba de una parte de mi vello para tirar de él. Me producía dolor, peto también un cosquilleo hermoso que se extendía por todo mi ser.

Yo me masturbaba, mirándolo; a veces dejaba que se encargara él con sus manos. En un momento nos calmamos y me recosté a su lado para recuperar el aliento.

Jony llevó su mano hacia abajo y cerró los ojos... con un suspiro, se extrajo el plug y lo dejó caer al piso.

—¿Querés cogerme? —me preguntó, parpadeando.

—Sí... Ponete en cuatro.

Jony se acomodó. Puse mi mano en su cintura y me incliné para besar su espalda. Luego bajé mi pene hacia él y acaricié las nalgas, antes de separarlas. Traté de entrar.

—Es más abajo...

—¿Acá? —pregunté, luego de acomodarla.

—Sí...

Empujé con cuidado, sintiendo el calor que atravesaba el látex del preservativo... luego de la dilatación que se había hecho, entré de una. Jonathan se aferró a las sábanas, largando un quejido.

—¿Estás bien? —pregunté, preocupado.

—S-sí... seguí.

Lo embestí despacio, una y otra vez, acelerando a medida que lo veía disfrutar más. Un calor subió desde mi entrepierna hasta mi pecho y recorrió los vellos de mi cuerpo, erizándolos.

Lo tomé del cabello y tiré con cuidado. Largó un gemido de placer. Tiré con más fuerza.

—Ay, me duele...

—Perdón... —Lo solté y le hice una caricia.

—Besame —me pidió y llevó su cabeza hacia atrás. Me incliné, buscando sus labios.

Jonathan se fue deslizando hacia abajo hasta quedar acostado. Lo cubrí, aplastándolo con mi cuerpo. Seguí moviéndome; adentro, afuera, adentro, afuera, mientras llenaba de besos su espalda.

—Sos hermoso. Me calentás tanto... —se me escapó.

—A mí también.

Desde su interior, Jonathan me apretó una, dos, tres veces; y entonces me invadió una sensación intensa... Como si hubiera surgido un fuego de cada uno de nuestros cuerpos, para fundirse y crecer. Empecé a ver unas llamaradas transparentes a nuestro alrededor. Poco a poco, se tiñeron de color verde y magenta. No entendía qué pasaba y me puse nervioso. ¿Estaba alucinando? En ese instante, mi pija se estremeció. Los gemidos se escaparon de mi boca, con un espasmo tras otro, a medida que el placer me recorría de pies a cabeza con cada latido de mi corazón desbocado. Cuando terminé, derrumbado sobre su espalda, apenas podía mantener la consciencia.

—Voy a salir.... —le avisé.

—Dale... —contestó con la voz apagada, como si el también estuviera por dormirse.

Me separé con mucho cuidado. Me quité el forro y lo arrojé al piso. Ya acostado, descansé la cabeza en su hombro. Cerré los ojos y él me rodeó con un brazo. Su respiración se iba haciendo cada vez más pausada. Lo último que sentí antes de caer dormido fueron sus caricias, tan llenas de ternura.

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