Capítulo III

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El médico cerró la puerta del dormitorio.

—¿Está bien? —Le preguntó Gideon, el cual esperaba en el pasillo—.

—Todo bien. Sabes que esto suele ocurrirle.

—Sí, pero desde que salió de la clínica no ha vuelto a pasarle hasta hoy.

—Relájate, Gideon.

Le puso una mano amistosa en el brazo, mirándolo a los ojos. Los veinte años que los separaban, a parte de ser visibles, eran un abismo de experiencia entre ellos.

—Elise no volverá a recaer si toma la medicación.

—Lo sé, lo sé... —Se frotó la cara, peinándose el pelo hacia atrás—.

Amy se acercó a ellos, pero la madera crujió bajo sus pies.

—¿Te ha comentado algo fuera de lo normal?

El médico deslizó una mano por sus hombros, invitándolo a girarse hacia la ventana al final del pasillo.

—No. Bueno, sigue obsesionada con la seguridad, pero eso ya es algo normal.

—De acuerdo, lo tendré en cuenta. —Asintió, tranquilizándolo—. Las emociones fuertes no son buenas para ella, ya lo sabes. Impedir que siga con su normalidad podría causarle un brote.

—Lo llamaré si ocurre algo.

Le tendió la mano, y el mayor se la estrechó.

—Gracias, doctor.

—No se desanime, hombre. —Le palmeó el hombro—. Su casa y su mujer continúan aquí.

—No es mi casa. —Volvió a apoyarse en el bastón, girándose—. Es la casa de mi mujer.

Se alejó pasillo abajo, y Amy lo miró pasar por su lado. Cuando dejaron de hablar, ella se acercó al médico.

—¿Ha ocurrido algo? —Frunció sus cejas rubias—.

—No, solo ha sido un susto. —Le sonrió—. Que tenga un buen día, señora.

Se despidió de ella, y se dirigió a las escaleras.

—Pues no empieza bien mi día si me llaman señora. —Respondió a la nada, mirando por la ventana que daba al lago, donde se ahogaban las gotas de lluvia—.

Recordó lo que dijo Elise, que sentía como si alguien la vigilara.

Amy miró hacia los árboles, pensando que alguien la estaba mirando y ella no podía identificar desde dónde. Si se duchaba, si desayunaba en el jardín, si iba a nadar, si daba un paseo o incluso si se sacaba un moco, ¿alguien la estaría mirando?

Se le heló la piel, frotándose los brazos para deshacerse de esa sensación. Se alejó de la ventana.

Cuando cayó la hora de comer, Elise aún no se había levantado. Amy subió a despertarla, pero paró oído y la escuchó roncar suavemente, así que prefirió no hacerlo.

Antes de bajar, al tomar el pasamanos de la escalera, giró la cabeza hacia una de las puertas. Se acordó de Sean sentado en el escritorio de Gideon la noche anterior. ¿Estaría buscando algo? ¿O escondiendo algo?

Podía culpar a Elise de estar paranoica, pero el dedo que vio en el buzón era tan real como los suyos. Y todos los miembros del equipo de Gideon estaban casados, en una casa perfecta en el barrio perfecto, y tenían hijos maravillosos.

Ja.

Nadie podía hacerle creer que la vida era tan perfecta con hijos llorones y maridos que se ausentaban durante meses por trabajo.

Así que Amy decidió fisgar en el despacho de su hermano.

Era una puerta de ébano oscuro, con el pomo del mismo color pero metalizado. Como una fortaleza.

—Mierda. —Susurró, al ver que no se abría—.

Debía de tener la llave en su dormitorio. O, en el peor caso, en el bolsillo. Se encaminó hacia su cuarto, deseando que tampoco estuviera bajo llave. ¿Por qué Elise siempre cerraba habitaciones?

—Amy. —La llamaron desde abajo—.

Ella cerró los ojos con fuerza, fastidiada.

—¿Qué?

—Baja un momento.

—Joder. ¿Siempre tienes que tener vigilancia?

—Que te den.

Apretando los dientes, tuvo que bajar.

Al caminar por los pasillos, los jarrones con flores olorosas la acompañaron, y la llovizna golpeaba las ventanas que evitaba mirar. No le gustaba vivir ahí.

Se sentía incómoda, ante la solemnidad de los techos altos, las lámparas cálidas, la madera oscura que invadía cada rincón y los cuadros enmarcados y colgados como si fuera el Louvre.

La mansión era tan grande, que la mente te jugaba una mala pasada y tenías la sensación de que no podías estar solo con tanto espacio.

—Qué bien huele. —Entró en la cocina—.

—¿Te quedas a comer?

Gideon se limpió las manos con un trapo, sentado en la silla que ya tenía preparada.

—No. ¿Qué querías?

Él se frotó la frente, cerrando los ojos.

—Tienes cara de que no has ido al baño en tres días.

—Qué graciosa.

—¿Me has llamado para algo o puedo volver a estudiar para mis oposiciones?

Él carraspeó.

—Amy, no quiero que esto suene violento, ¿pero cuánto más piensas quedarte?

Ella frunció el ceño al escucharle decir aquello a su hermano.

—Pensaba que te gustaba tenerme aquí. —Se enderezó—.

—Y no me disgusta.

—Tienes una casa enorme donde nunca estás y no puedo quedarme contigo para ayudarte.

—Amy. —La interrumpió—. Amy, no es por eso.

—No, no, está bien. —Levantó las manos—. Es tu casa, y tu espacio, lo entiendo.

—Escúchame por una vez...

—Estás en tu derecho, ¿pero sabes de quién sería todo esto si no me hubiese casado con una mujer? —Lo señaló, y Gideon levantó la cabeza para mantenerle la mirada. Otra vez esa conversación—. Mío. Esto sería mío, y tú te habrías quedado en Mansfield lamiéndote las heridas porque tenías miedo a desafiar a papá.

—Ahora va el argumento de que Elise no quería mudarse aquí, me sé tu discurso de memoria. ¿Nos saltamos esta parte y me dejas hablar?

—Yo nunca te habría echado de mi casa. Nunca. Soy la mayor, tú única hermana.

—¡Y una insoportable! —La interrumpió aprisa, para no dejarla hablar—. ¿Me puedes decir cuándo te he dicho eso? Te estoy preguntando si quieres quedarte aquí más tiempo, y si la respuesta es sí que me cuentes qué pasa.

—¿Qué pasa con qué?

—Con Selena. —La dejó con la palabra en la boca—.

Amy dio una vuelta inútil, apartándose el pelo de la cara.

—¿Qué pasa con Selena?

—Dímelo tú. —Se encogió de hombros, mirándola—. Estas oposiciones para ser jueza, de un día para otro, y ni siquiera la llamas. Siempre huyes cuando algo se te hace difícil.

Amy resopló, yendo de aquí para allá en la cocina.

—Magnífico. —Abrió la nevera—. Has pasado de echarme a hacer de hermano protector, admirable.

—Amy... —Intentó levantarse, pero el bastón que había apoyado en la pared se había caído—.

—Está embarazada.

Gideon se calló.

La miró de espaldas coger la botella de whisky irlandés del armario, él ni siquiera sabía que eso estaba ahí.

—¿Ha sido...? —Empezó, carraspeando. Miró al suelo—. ¿Un accidente?

—Que te den, ¿cómo que un accidente?

Se giró hacia él, botella en mano.

Gideon incluso se puso rojo.

—¿Así que no lo es?

—No, imbécil, llevábamos dos embriones que no llegaron a ser nada, y ahora este... —Soltó un suspiro entrecortado—. Joder, Gideon, estoy cagada de miedo.

Él se quedó en silencio.

—Y tienes razón, la he dejado sola cuando me necesita, pero es que no puedo hacerme cargo de la situación y-y... —Tartamudeó, encogiéndose de hombros—. No lo sé. Estoy entre ponerme a llorar o pedirle a Selena que me parta la cara, ¿qué debería hacer?

—No se lo cuentes a Elise.

Amy apretó los labios, húmedos de whiskey. Enroscó los dedos alrededor del vaso vacío.

—Lo sé.

Gideon alcanzó su bastón y, haciendo un ademán para que no lo ayudara, se levantó de la silla.

Destapó la olla, y coló el agua de la pasta en el fregadero.

—¿Vendrás a cenar?

Amy se lo pensó. Lo miró preparar todo para servir spaghetti a la carbonara, incluido el vino blanco que había traído desde la despensa y bebería solo. Porque la porción que estaba cocinando era para una persona.

—He comprado un vuelo a Nueva York esta mañana. —Suspiró ella—.

Removió la pasta entre la panceta, el parmigiano y el huevo. Olía al paraíso.

—Gideon. —Dio un paso adelante—.

—¿Mhm?

Se acercó a él, y sin avisar le dio un abrazo por la espalda, desestabilizándolo un poco. Él tuvo que sostenerse de la encimera.

—¿Pero qué haces?

—Nada. Que gracias.

Se separó de su hermano, y le sonrió antes de salir de la cocina.

Con la llave que le había robado del bolsillo.



Los miércoles a las cuatro de la tarde Gideon tenía rehabilitación en el hospital del pueblo.

Amy esperó en su habitación de invitados a escuchar el taxi, el crujir de la tierra y el motor. Se asomó a la ventana, apartando la cortina beige, y lo vio irse.

Entonces salió de su habitación con la intriga palpitándole en las sienes. Necesitaba saber qué buscaba Sean en su despacho. Cruzó el infinito pasillo lúgubre, y al llegar, metió la llave de un empujón. Giró y la puerta se abrió.

Amy escuchó un crujido, y quedó estática con la llave aún en la mano, escuchando. Si Elise la veía en el despacho que Gideon siempre mantenía cerrado haría demasiadas preguntas que no tenía ganas de responder.

Esperó un minuto largo, silencioso, pero por si acaso se acercó a la habitación de Elise. Asegurándose de que seguía durmiendo.

Maldijo esa mansión vieja, que siempre crujía.

Entró en el despacho y encendió la luz, cerrando con mucho cuidado. Al fin se encontraba al otro lado.

El despacho era un cuadrado que Gideon mantenía simétrico, minimalista y pulcro. No flotaban motas de polvo bajo la luz cálida de la bombilla, la ventana tras el escritorio devolvía el reflejo de la persona que miraba a través, y las estanterías que llegaban hasta el techo solo tenían enciclopedias. Sin ninguna decoración, y olía a betún y colonia de hombre.

La limpieza estricta era una de las muchas mellas que el ejército dejó en Gideon, y una ventaja para que Amy investigara.

Se sentó en su silla de escritorio, igual de negra que el suelo y el ordenador. Encima solo había folios en blanco y una fotografía puesta boca abajo.

Amy la levantó, y vio el momento de la boda donde se daban el beso, de espaldas al sol del atardecer. Gideon lucía su uniforme, y Elise un vestido de novia de satén blanquísimo.

La dejó como estaba, e intentó buscar algo diferente. ¿Qué habría visto Sean? ¿O qué habría dejado?

Encendió el monitor del ordenador, pero pedía una contraseña. Abrió cada uno de los tres cajones, estando el primero también cerrado con llave, y solo encontró informes y material de oficina.

Un pequeño sobre manila fue el que pareció fuera de lugar.

Lo abrió con impaciencia, y dentro encontró varios papeles doblados, leyó el primero que encontró y se quedó sin aliento.

" Deberías haber muerto en ese accidente. "

Sin habla, siguió leyendo las demás, cada una más directa y perturbadora que la anterior. Sacó fotos a todas.

Él también había recibido amenazas, o quizá interceptó las que en verdad eran para Elise, y al igual que ella no quiso preocupar al otro.

No se rindió y bajó de la silla, buscando entre los libros apretados. Empezó a llover más fuerte, y las gotas parecieron piedras sobre el tejado.

Entre las páginas de la enciclopedia médica encontró una carta fechada del día del accidente:

Gideon,

tomamos una decisión hace semanas, dime algo.

Te recuerdo que el que quiso hacer esto fuiste tú, y si has decidido ignorarlo yo no pienso hacerlo.

Te esperaré en el cóctel a las diez, cobarde.

Amy se quedó mirando la carta, mareada. No estaba firmada, pero la letra también era a máquina. De la misma persona, o del acosador de Elise, aunque quizá eran la misma persona.

Por si acaso, hizo una foto con el móvil, para mostrárselo todo a August al día siguiente, antes de irse definitivamente a Nueva York.

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