10- La Bruja de los Yōkais.

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«Incluso los monos se caen de los árboles».

Proverbio japonés.

Miles de cangrejos heike salen del agua y caminan por esta arena escasa, negra y espesa que huele a pólvora y a acero viejo y oxidado. Nos rodean y efectúan un ruido seco con sus pequeñas pinzas, como si pretendieran amedrentarnos.

     ¿Habrán transformado a Cleopatra en algo así? Solo de pensarlo me estremezco. ¿Será esto posible? Imagino a su espectro mientras se retuerce y muta en uno de estos diminutos seres con coraza y el dolor me congela y quiebra el alma. ¡Pero no puedo permitirme este pensamiento! Ella es mi mejor amiga y la regresaré sana y salva a los brazos de su esposo como que me llamo Danielle.

     He venido acompañada de Axel. Y también con Nathan y con Willem, no ha habido manera de mantenerlos alejados. Esto en cuanto a humanos porque mis fantasmas se hallan todos aquí: lo atestigua la niebla compacta que nos rodea. Papá se me pega al costado como si fuésemos siameses.

     Los espíritus se han encargado de despejar esta zona, de forma tal que ni siquiera los coches circulan por el puente que hay encima de nosotros. ¿Queréis saber dónde estamos? Justo en el sitio donde se produjo la batalla de Dan-no-ura. Desconfiaba de que este fuese el punto de encuentro, pero llegan miles y miles de cangrejos samuráis que me confirman que sí es aquí. Y todos me observan amenazantes. ¡El enfrentamiento será hoy!

—Resulta evidente que esta vez no nos hemos equivocado de zona. —Axel se mantiene firme a mi lado—. Ni el Templo Byōdō-in ni Hiroshima ni Nagasaki. Dan-no-ura. Curioso, ¿verdad?

—¡Curioso no, tiene sentido! —lo contradice Nat—. En estas aguas fue el principio del fin. Acá el clan de los Taira perdió el poder. ¡Por eso fue donde todo comenzó! Admiro vuestra cultura, he estado en Japón decenas de veces.

     Nathan luce guapísimo —como siempre—, pero no me gusta que se enfrente a mis enemigos, temo por su seguridad. Porque la inofensiva apariencia de crustáceos no me engaña.

     Sé que mis adversarios son temibles por numerosos motivos. En primer término, porque disponen de un poder considerable al que se le suma la espada de la que se han apropiado. Añadido a ello, la realidad los favorece. Cualquier pequeña chispa puede provocar un incendio de consecuencias impredecibles en el Lejano Oriente. Poneos en mi lugar: una Tercera Guerra Mundial con armas nucleares siempre resulta posible.

     Al igual que a gran parte de la población nipona no me tranquiliza el rearme ni la actuación ipso facto  de Japón de los últimos años. Y, menos aún, el intento de hacerla de Derecho por parte de los primeros ministros para darle un soporte legal a la movilización de fuerzas japonesas en el extranjero.

     ¿Por qué? Para empezar porque China está en una situación de inestabilidad económica y la Historia nos enseña cómo —en muchas ocasiones— iniciar una «buena» guerra es una forma de reafirmarse y de hacer caja. Aunque hayan rebajado el número de efectivos en el ejército, no hay duda de que es una gran potencia, de que considera el mar de China como suyo y de que desearía crear un sistema de defensa paralelo a la OTAN[1].

     Además, ¿por qué negarlo?, el sentimiento antijaponés de los chinos es legítimo, pues junto con Corea fueron los que más padecieron el expansionismo de Japón durante la Segunda Guerra Mundial.

     ¿Por qué motivo creéis que montarían un escándalo las autoridades chinas cuando Abe Shinzō visitó Yasukuni? O que les molestase que el primer ministro Kishida Fumio enviara una ofrenda. Habéis acertado, por supuesto: porque este santuario sintoísta —situado en el barrio Chiyoda de Tokyo— honra la memoria de sus militares muertos en conflictos bélicos desde fines del siglo diecinueve. Entre ellos, a numerosos criminales de la última gran guerra. China ha llegado al extremo de celebrar la derrota japonesa con fiestas enormes, quizá también para acallar los rumores sobre la crisis. Además, cada vez que Japón les da espacio a los independentistas taiwaneses es como si le metieran un dedo en el ojo, porque para los chinos Taiwan es territorio propio.

     Como si fuera poco, por allí cerca, cada tanto crece el conflicto entre las dos Coreas. Hace unos años saltaron por el aire dos soldados surcoreanos a causa de las minas antipersona del norte. Los del sur transmitieron propaganda por los altavoces en la frontera y los del norte dispararon con su artillería y amenazaron con utilizar la fuerza. Los del sur contestaron que también responderían con la fuerza ante cualquier agresión y evacuaron, al mismo tiempo, a cuatro mil residentes.

     No sé vosotros, pero yo imagino a Masakado mientras pasea con su espada mágica por la zona desmilitarizada entre las dos Coreas y se me pone la piel de gallina. Quizá porque antes de llegar a Shimonoseki pasamos por Hiroshima y Nagasaki.

     ¿Por qué resulta tan preocupante? La respuesta es sencilla: porque los norcoreanos poseen armamento nuclear, ya efectuaron varias pruebas. También disponen de misiles de corto alcance. En cualquier momento construyen una bomba atómica pequeña, para colocarla en la cabeza de un misil que salga de la atmósfera terrestre y que vuelva para caer sobre objetivos más distantes. En Corea del Norte no existe una democracia que exija controles para apretar el botón. Basta que el Líder Supremo tenga un mal día.

     Todo esto con Rusia —por allí cerca— mientras intenta afianzarse en Ucrania o interviene en el conflicto sirio o incrementa su actividad en el Báltico y aumentan los ejercicios militares en sus fronteras con los países del este, que asusta sobre todo a los polacos. Conozco a algunas personas de esta nacionalidad a las que cuando eran niños en lugar de decirles «pórtate bien o viene el coco» los amenazaban con que venían los rusos[2].

     Os seré igual de sincera que siempre: el gobierno de la testosterona no me hace ninguna gracia. Un día se les da a los dirigentes por golpearse el pecho todos juntos a lo primate y mandan el planeta a la porra. Aunque —si lo meditamos desde la perspectiva correcta— los primates son más listos porque cuidan el medio en el que viven. La gente cree que la Política con mayúsculas se hace en las reuniones del G8[3], pero se equivocan. Muchas decisiones que luego nos afectan se cocinan en camas, en festejos en prostíbulos u orgías, en medio de grandes borracheras, en reuniones informales entre los miembros del Club Bilderberg[4]. Mi esperanza radica en que el Secret Intelligence Service  respete el criterio de mis amigos fantasmas. ¿Seguiré siendo ingenua? No me respondáis, sospecho que vuestra respuesta es afirmativa.

—¿Cómo puede haber tantos cangrejos en el agua? —Se me acerca Will, perplejo—. ¡Nunca he visto algo similar!

—¿Nunca has visto una concentración de crustáceos como esta? —le pregunto, curiosa y a la vez coqueta—. Tú eres el experto en lo relativo al medio acuático, cielo.

—¡Jamás, esto no es normal! —Me acaricia la mano y me contempla directo a los ojos.

—Porque no son cangrejos —le aclaro mientras lo cojo del brazo y lo pongo detrás de mí para cubrirlo en caso de ataque; es increíble, basta que lo vea o apenas lo toque para que me desborden mis sentimientos hacia él—. Son samuráis. Me gustaría que tú y Nathan volvierais a Kyoto. No quiero que corráis peligro, no estáis preparados.

     Se miran entre ellos y luego mi jefe anuncia:

—Yo de aquí no me muevo, Dan.

—¡Y yo menos, no deseo estar en otro sitio! —agrega mi mafioso.

—Pues yo deseo nadar un rato y debo permanecer aquí —susurro para convencerlos—. A veces hay que hacer lo que uno no desea. Sois personas muy cercanas a mí, intentarán dañaros. Masakado a estas alturas sabe que os quiero.

     No me contestan, pero advierto que tendría que pelear contra ambos para hacerlos regresar. ¡Y sería un gasto innecesario de energía!

     Si aún estuviera enfadada este gesto de ambos me conmovería y me haría perdonarlos. Pero ya los disculpé cuando traspasaron la puerta el día de la boda de Cleo y Chris y me comentaron que recién habían llegado en un vuelo desde Londres, para que yo supiese que habían hecho las paces y reparado los daños. ¿A que son un amor? Se nota que intentan ser amigos para que me olvide de la pelea del Dorchester.

—Danielle, ¿por qué no pides otro tipo de refuerzos? —me pregunta Willem—. Ya sabes, para que se nos unan algunos de los amigos tuyos que van por el agua.

—No lo había pensado, cariño, ¡tienes razón! —Y me siento en posición de loto sobre esta arena que parece carbón.

—Una excelente idea, además, babe. ¡Tú puedes hacerlo! —Papi me da ánimos como siempre, mientras Nathan le efectúa un gesto a Will que yo no sé identificar.

     Solo pronuncia:

—Es una buena idea.

     Y luego enfoca la vista en Axel y con extremo respeto y camaradería, agrega:

—¿Y a usted qué le parece, Tokugawa?

—Disculpe, sir Nathan, pero no tengo idea de a qué se refiere.

—Pues mejor no le cuentes nada a Axel así se sorprende. —Mi mafioso sonríe y le propina una palmadita simpática en la espalda al japonés.

     Me agrada comprobar que congenian. No soporto los conflictos y menos los celos, yo no soy posesiva y me gusta rodearme de gente similar a mí en este sentido.

     Como he hecho en tantas oportunidades, me evado de las conversaciones y de mis sentimientos, dejo de ser materia. Poco a poco percibo el liviano temblor de la tierra, su estado permanente en esta región. Escucho el sonido de cada gota de agua y huelo el aroma salado de los cangrejos. Advierto, en lo más profundo de mi alma, que me deshago en millones de átomos y que estos se sumergen con lentitud en el mar, como si me convirtiese en pequeñas burbujas de aire. Desde allí, comienzo a llamar a las criaturas marinas más temibles y más próximas.

     No sé cuánto tiempo pasa porque soy todo y a la vez nada. ¡Intemporal! Abro los ojos. Por el estrecho de Kanmon —a la altura aproximada de la ciudad de Kitakyūshū— mi vista de águila advierte que se aproxima un grupo enorme de orcas. Nadan en fila, como si fuesen los soldados de un ejército. Se acercan hasta Shimonoseki y el punto concreto del agua donde los samuráis pelearon en la Batalla de Dan-no-ura. Observo cómo entran y cómo salen de la superficie marina y muestran sus cuerpos blancos y negros. ¡Es la primera ocasión en la que se unen a los nuestros!

     Pero no están solas. Detrás —para cerrar las líneas— vienen decenas de mis amigos, los grandes tiburones blancos. Los heike que permanecían en el agua salen de ella lo más rápido que les permiten las pequeñas patas y se amontonan unos sobre otros cerca de esta especie de muralla que separa la arena del paseo marítimo.

—¡Increíble! —murmura Axel, impresionado, y lanza un suspiro.

—Estremecedor, ¿verdad? —le replica Nathan, en tanto aplaude—. Esta chica a veces da miedo. En especial cuando se enfada con uno. En Londres, antes de partir hacia Japón, se enojó y me desmayó.

—Y a mí también, por segunda vez, pero primero me dio una patada —agrega Will con una sonrisa—. Pero no es violenta, al final te acostumbras. Ya verás cuando la conozcas, todavía no te tiene confianza.

—¡Ah! —solo acota el japonés y me echa una mirada anonadada.

     Observo que mi padre se encuentra a punto de soltar una carcajada, pero yo apenas reparo en estas conversaciones porque los espíritus de los jefes indios Sitting Bull, Crazy Horse  y Red Cloud  me efectúan una señal de reconocimiento y de respeto con la cabeza. Les respondo de la misma forma, pues gracias a ellos cuento con el poder de convocar a otras criaturas.

—Y te admiramos también por ello, guerrera.

     Estas palabras salen de la boca de un cangrejo samurái. Ante mi mirada atenta crece y las pinzas se transforman en brazos y las patas en piernas. La coraza —de la que surgen los cuatro miembros— estalla con un crujido y sale del interior un cuerpo femenino. Por último, se materializa la cabeza. Supongo que ante mi despliegue anterior la intención es hacer gala de un poder semejante.

—¿Escucháis o veis algo? —les musito a mis acompañantes con curiosidad.

—Nada en absoluto —me responden Willem y Nathan al mismo tiempo.

—Escucho un susurro igual al de la brisa en una noche calma frente a un lago —me contesta Axel, bajito; los otros dos hombres le echan una mirada que no sé descifrar, imagino que de respeto—. Y veo una nube oscura que me recuerda al teatro chino de sombras de Honk Kong.

—¡Genial! —y luego le pregunto a la mujer cangrejo—: ¿Quién eres?

—Soy la esposa de Taira no Masakado. —Y se me aproxima—. No deseamos una guerra también contra los tuyos. Da la vuelta y regresa a tu sitio.

     Le respondo mediante una reverencia y me alejo de mis acompañantes para que no escuchen la conversación. Y la mujer me sigue muy de cerca.

—Nosotros tampoco la deseamos —concuerdo con ella—. ¿Dónde está mi amiga? Masakado la ha tocado con la espada y su espíritu no aparece por ningún lado.

—Únete a nosotros, guerrera, y lo sabrás. ¡Lucha por nuestra causa! —Sosegada, da pequeños pasos en torno a mí—. Te aceptaremos sin que por ello dejes de pertenecer a los tuyos. Será un honor que continúes con el legado de Taira no Masakado.

     Las páginas de los libros de historia de la Universidad de Oxford surgen ante mí, como si cada una ocupase en mi cerebro un compartimiento ordenado por importancia. Recuerdo que Masakado y los suyos tuvieron detalles heroicos y honorables, pero también es cierto que masacraron a poblaciones indefensas, igual que sus enemigos.

—Me guía el honor y por eso he venido a buscar a mi amiga en son de paz. —La sinceridad de mi respuesta es evidente.

—Mi marido jamás te dejará tirada, Danielle, y será leal contigo. —Percibo cómo Anthony se remueve y me canso de que mi interlocutora se enroque en su monotema—. Velará por ti por toda la eternidad, como lo hace conmigo. ¡Él reconoce tu valor y respeta a Cleopatra!

—Según recuerdo no siempre se comportó leal contigo —la contradigo muy seria—. Después de que Yoshikane se presentó en la batalla con la estatua del fundador Taira, Masakado se retiró con su ejército. Quedaste tirada y tu progenitor te recogió, después de dar con tu bote.

—Mi esposo estaba enfermo. —Efectúa un gesto con la mano que indica que estos hechos carecen de importancia—. Sabía que mi padre no me haría daño. Y mis hermanos me liberaron para que regresara con Masakado.

—Tu esposo hizo desaparecer a Cleo y amenazó con hacerle daño a mis óvulos. —Molesta, veo las expresiones desconcertadas de los tres hombres que me acompañan, no dejan de observarme—. ¡¿Llamas a eso tener honor?!

—Lo que le haya ocurrido a Cleopatra o a tus óvulos no ha sido a causa de Masakado —lo defiende con rostro impenetrable—. ¡Si fueras una de los nuestros te cuidaría!

—¿Me cuidaría como a ti o a la esposa de Sadamori, su enemigo? —le recuerdo, con ironía, aunque tengo la sensación de que paso algo importante por alto—. No impidió que los suyos la violaran. Además, todos hemos visto que él tocaba a Cleopatra con la espada y minutos más tarde ella ya no estaba allí.

—Masakado siempre actúa con honor. —Mantiene la templanza—. No fue culpa suya el hecho de que violaran a la mujer de Sadamori y a su dama de compañía. La orden de que no las deshonrasen llegó tarde.

—¡Lo siento, pero creo que solo son excusas! —Respiro hondo para no enfurecerme—. Masakado ha hecho algo con Cleopatra y ha amenazado a mis óvulos. Por fortuna, cuando llamé al centro me dijeron que ellos estaban bien. ¡No puedo decir lo mismo de mi amiga! Y me preocupa porque si algo le llegase a suceder sería una grave afrenta para los míos.

—Lo que les haya sucedido a tus óvulos no ha sido culpa de Masakado —insiste, de nuevo, y recién ahí me percato del sentido de sus palabras.

—¿Haya sucedido? —Me alarmo—. ¿Les ha pasado algo a mis óvulos?

—Masakado no le haría nada a los fetos, pero sí Sadamori, su enemigo. —Me clava la vista, pero no me responde—. Siempre los usaba para curar las heridas de guerra. Mandó que le abriesen el vientre a la nuera, pero el médico lo detuvo porque no servían los de su sangre. Por eso se lo tajeó a una sirvienta, y, como era niña, tuvo que abrírselo a una segunda. Y recién ahí dio con un varón[5].

—¡¿Me estás diciendo que Sadamori amenaza a mis óvulos?! —Incrédula, intento no subir el volumen, pues hasta el discreto Axel parece intrigado de que hablemos tanto apartadas de ellos.

—No digo eso —me contesta, pausada—. Pero solo si aceptas ser parte de los nuestros te respondo.

—¡Masakado me ha amenazado con hacerles daño, si algo les pasa será obra de él! —Hago hincapié, terca—. Por eso he llamado al centro, y, por suerte, me han respondido que está todo correcto.

—¿Estás segura? —insiste, enigmática, y me deja con la incertidumbre en el cuerpo; sin embargo, el rostro le cambia al apreciar mi preocupación y tengo la certeza de que hablará.

—¡Madre, no es necesario que usted le responda! —La frena uno de los crustáceos que se ha apartado del resto.

     El cangrejo parlanchín se aproxima a nosotras. Con una pequeña explosión que huele a pólvora se transforma en una hermosa chica de pelo negro liso y ojos rasgados. La escoltan varios yōkais  con forma de sapos y de ranas gigantes.

—¡Sé quién eres! —Le hago una reverencia—. Eres la hija monja de Masakado. ¡Mucho gusto, Satsuki-Hime!

—Llámame Takiyasha-Hime —me corrige, y efectúa una reverencia—. Ahora soy la Bruja de los Yōkais.

—¡La veo claro! —exclama Axel y camina hacia donde estamos las tres.

     La muchacha no le da tiempo de llegar hasta mí y corre en dirección a él. Igual que a su padre la veo en cámara rápida, como si adelantase un cd antiguo a la velocidad máxima. Hace aparecer una espada y se la pone contra el cuello.

—¡Una Muramasa! —grita el japonés y se paraliza.

—No contaba con esta amenaza —le susurra Nathan a Will—. Sin ningún género de dudas esto se pone de lo más interesante. —Y mi mafioso le dirige una mirada que tampoco sé descifrar, se nota que han hecho buenas migas.

     Sin embargo apenas reparo en ellos, porque conozco la leyenda negra de las espadas Muramasa para los Tokugawa, Axel me ha hablado de ella hace muy poco.

—¡Así es! —La hechicera me contempla con una sonrisa que no le llega a los ojos—. El abuelo del shōgun  Tokugawa Ieyasu murió a causa de una de estas, su padre fue herido con otra, mataron con ellas a su esposa e hijo adoptivo y él mismo fue herido con otras. Y pronto tú, Minamoto, como te resistas seguirás la tradición de tu clan y estarás muerto igual que tus ancestros. Sabes que esta espada está maldita para los tuyos, pues fue hecha por un Muramasa loco, y, como muevas un solo pie, lo estaré yo también. Me volveré demente y te rebanaré el cuello. ¡Eres guapo, me gustará tener tu cabeza como trofeo!

     Nathan y Willem hacen una mueca, imagino que temen por la seguridad de Axel porque se mantienen dónde están.

—Suéltalo, ya viene tu padre.

     La Bruja de los Yōkais  enseguida obedece el reclamo maternal. Y después ambas se inclinan sobre la arena —de modo servil—, como si estuviesen a punto de recibir al emperador.

     Yo permanezco de pie y observo cómo decenas de caballos fantasmas —con samuráis montados sobre ellos— salen del agua. Por la exclamación de los hombres que me acompañan me percato de que también los ven.

     Entretanto, por las dudas, me concentro: les pido a las criaturas marinas que no actúen. Me hacen caso y se quedan en sus sitios.

     Cuando Taira no Masakado llega ante mí expulso el aire, feliz. Detrás de él va Cleopatra, la armadura samurái ha impedido que la viera antes. Es un placer tener a Cleo frente a mí con su propia imagen. Aunque, en confianza, os diré que ya me he acostumbrado a la apariencia de la agente Green.

     Al mismo tiempo Da Mo se materializa pegado a mi costado con la finalidad de apoyarme. ¡Qué alivio siento! Pero ¿para qué engañarse? Lo peor pronto comenzará.

[1] La OTAN es la Organización del Tratado del Atlántico Norte.

[2] Lo sé de buena fuente porque mi abuela paterna era polaca y me encantaba escuchar sus historias.

[3] El G8 es el grupo integrado por los países más industrializados del planeta: Estados Unidos, Rusia (suspendida en la actualidad), Alemania, Canadá, Francia, Italia, Reino Unido y Japón.

[4] El Club Bilderberg  es una reunión que tiene lugar todos los años, en la que participan mediante invitación alrededor de un centenar de las personas más influyentes del mundo.

[5] Lee la página 66 del libro de Clements.


A Danielle se le juntan todos los amantes. Axel, el más espiritual.


Nathan, el más parecido a ella en la forma liberal de ser.


Y el mafioso, celoso y absorbente.


Los samuráis a caballo son realmente temibles.



Un nuevo personaje ha aparecido en escena, la Bruja de los Yōkais.



https://youtu.be/Ix8ocFEMa1o













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