11- Hiroshima mes amours.

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

«A pesar de todo no odio a quienes lanzaron la bomba, puedo decir que fui testigo de lo maravillosas que pueden ser las personas después de perderlo todo, pero nunca olvidaré que fueron humanos los que lanzaron una bomba atómica sobre otros humanos».

Bun Hashizume, sobreviviente de Hiroshima.

—¡Cada vez me siento más ridículo, tío! —le susurró Willem a Nathan, mientras recorrían el Parque Conmemorativo de la Paz en Hiroshima, que se hallaba situado en una isla sobre el río Ota.

     Los acompañaban Danielle y el infame japonés en la ardua tarea de buscar al samurái muerto. Después de la fallida boda, Tokugawa insistió en que los asistentes se instalaran en su casa como forma de protección. La invitación los incluía a ellos dos, un par de intrusos que los espiaban desde hacía días.

—Si sales con Danielle siempre llega el momento «tierra trágame». —Y Nathan torció la boca en un gesto de hastío—. Se esfuma la novia y aparece otra en su lugar, Danielle celebra el casamiento desnuda, los invitados se estrellan contra los adornos, peleas contra un tipo muerto. ¡Típico!

—Ya. —El mafioso se hallaba pensativo.

—Pero te juro, Will, que como a ese se le dé por colarse en la habitación de Dan estando nosotros allí, entro y lo mato a golpes. ¡No soportaría esa falta de respeto! —Y sir Nathan apretó los puños—. ¡Me da igual que sea su hogar!

—¡Te creo porque yo entro contigo y lo reviento también! —El delincuente efectuó un gesto de desagrado, como si se encontrase a punto de vomitar—. ¡Estoy hasta los cojones del nipón y de su forma rebuscada de comunicarse! En lugar de contestarte con un simple sí o con un no te habla de las alas de las mariposas o de las gamas de azules del cielo. ¡Daría risa si no me hubiese birlado a la novia con todas esas gilipolleces!

—¡Resulta exasperante! —Nathan contempló al otro hombre con rabia, mientras este se pegaba como una lapa a Danielle—. ¡Y me sabotea en mi terreno! Acerquémonos, esto no se lo consiento tampoco.

     Caminaron hasta donde ellos se hallaban y escucharon que la chica se desahogaba:

—¡Me enerva! ¡Los gobernantes toman una decisión equivocada y la justifican por años! Solo se arrepienten cuando están al borde de la muerte. En ese momento, al abrirse las puertas hacia el otro plano, empiezan a acosarlos los fantasmas de las personas que asesinaron y recién ahí son conscientes del daño que han hecho. ¿Cómo los seres humanos pueden ser tan crueles con otros seres humanos? No lo comprendo. ¿Cómo consiguen que tanta gente los secunden o que volteen la cabeza hacia otro lado? Además, ¡¿cómo puede ser que los japoneses hagan algo similar con los suyos al convertirlos en esclavos nucleares?!

—¿De qué habláis? —los interrogó Nat, interesado.

—De esto. —Y Danielle señaló con rabia la Cúpula Genbaku.

     Era un edificio que se conservaba tal como lo encontraron después de que el bombardero estadounidense Enola Gay  había arrojado —a pocos metros de allí— a Little Boy, una bomba atómica de sesenta y tres kilogramos de uranio enriquecido.

     Luego la chica continuó:

—Masacraron a civiles para hacer el mayor daño posible a la ciudad, pues las industrias se hallaban alejadas de aquí. ¡Mataron a ciento cuarenta mil personas sin pensárselo dos veces, a pesar de que la guerra estaba casi acabada! Más las ochenta mil que asesinaron después en Nagasaki con la otra bomba de plutonio. Ya lo dijo Eisenhower cuando era el comandante de los aliados en Europa, que los japoneses se encontraban listos para rendirse, que no era necesario bombardearlos. En mi opinión, el Presidente Truman tomó su decisión a la ligera y los utilizó como campos de pruebas.

—Completamente innecesario —coincidió Tokugawa y movió de arriba abajo la cabeza—. Como si encendieran un fuego para calmar el calor del verano, con la excusa de que salvaban las vidas de los suyos.

—Hace algún tiempo leí un artículo muy interesante de la BBC[1] en el que sostenían que lo de Hiroshima y Nagasaki fue el primer gran momento de la Guerra Fría[2] con la Unión Soviética. —El dueño del periódico se sentía en su salsa al intervenir en la conversación—. Japón pidió la intermediación de los soviéticos, que solo buscaban sacar tajada del conflicto. Como los norteamericanos no los querían aquí, ya los tenían molestándolos en Europa del Este, tiraron las bombas para que los japoneses se rindieran enseguida.

     Willem le echó una mirada irónica. Danielle, en cambio, le palmeó la mano, cariñosa, y asintió con la cabeza para darle la razón.

—Y vengarse por el ataque japonés a Pearl Harbor, probar los distintos tipos de bombas, en fin, lo de siempre, ¡dar rienda suelta a la testosterona! —se lamentó ella con la voz conmovida—. ¡Solo decían mentiras cochinas!

     Ante la Estatua de los Niños de la Bomba Atómica, Danielle no se pudo controlar y empezó a llorar —debilidad que no era habitual en ella— y los tres hombres revolotearon como moscardones para tranquilizarla. Desde que llegaron a Hiroshima tenía las emociones a flor de piel, quizá porque a ello se le unía la desesperación por encontrar a su amiga desaparecida, pues se sentía culpable por no haberla obligado a mantenerse al margen.

     Recorrieron Hiroshima y Nagasaki, pero el samurái chiflado no se hallaba por ningún lado. Volvieron al Templo Byōdō-in —a estas alturas lo conocían de memoria— lo que también resultó infructuoso. ¡Y eso que pasaron la noche al lado del Buda Amida y que se consolaron al observar el retablo!

     Axel y Danielle, allí, aprovecharon el tiempo para hablar, mientras los otros dos hombres dormían sobre el suelo.

—Es curioso que no estés seguro de cuál era la espada de Masakado —susurró la muchacha.

—No la pude ver bien, pero juraría que era una Masamune. —El japonés puso un gesto pensativo—. El problema radica en que muchas espadas samurái del siglo XVI de la Escuela Muramasa[3] son parecidas. Además, falsificaron su procedencia y les cambiaron el nombre por Masamune, de lo contrario no tenían posibilidades de venta a causa de la maldición.

—¿Maldición? —Se asombró Danielle.

—Sí, se supone que al que poseía una Muramasa se le nublaba el cerebro y cometía actos sanguinarios con ella —musitó el hombre con respeto—. Decían que al forjarlas se las había maldecido para que perjudicaran a la familia Tokugawa, que se había hecho con el shogunato[4] gracias a Tokugawa Ieyasu, quien ejercía un poder pleno. Este shōgun  pensaba que todos los que se le oponían llevaban estas espadas y que podían hacerle daño. Por ese motivo muchos vendedores les cambiaban el nombre y les ponían Masamune. Claro que para los enemigos tenían un atractivo especial... No estoy seguro por eso, temo confundirme, si la hubiera tenido entre las manos te lo podría decir con mayor seguridad.

—Entiendo —pronunció, pensativa, la chica.

—En la literatura el tema de la maldición de las Muramasa hizo correr ríos de tinta —continuó el hombre—. En Historia de Gentarō  todos morían al poco tiempo de hacerse con una. Lo mismo en Reflejos oblicuos de vida de burdel... Sin embargo...

—¿Sin embargo? —insistió Danielle.

—Se parecía mucho a la Honjō Masamune[5]. —Y frunció el entrecejo en tanto reflexionaba—. Aunque es bastante improbable porque se supone que se destruyó o que está fuera de Japón. ¿Has escuchado hablar de ella?

—No. —La chica se acomodó sobre el piso.

—Después de la incursión mongola de Kublai Khan le encargaron al maestro espadero Masamune que forjase una espada que no se rompiera contra las armaduras y los escudos de los invasores —le explicó Axel y se acercó más a la joven—. Por eso las elaboraron más anchas para darles fuerza y con las puntas más largas para que se clavasen mejor. Y más curvas, pues de esta manera se arreglaban con facilidad.

—Entiendo. —Danielle, concentrada, se peinó con la mano—. Por eso crees que es una de esas espadas.

—Sí, pero aunque se supone que se rezaba al hacerlas no se les atribuyen poderes mágicos y esto es lo que más me desconcierta —le confesó el japonés y le cogió la mano entre las suyas—. La Honjō Masamune se forjó en el siglo XIII y era la reina de las espadas. Pasó de mano en mano hasta que llegó a las del General Honjō Shigenaga en una batalla, tres siglos después. Él la vendió y así la obtuvo Tokugawa Ieyasu, quien le confirió el estatus de espada ceremonial al simbolizar el poder del shōgun. Estuvo siempre en nuestra familia y en mil novecientos treinta y nueve fue declarada parte del Tesoro Nacional de Japón.

—¡Es apasionante, Axel! —exclamó la chica, fascinada, y le guiñó un ojo—. Es como si le diera la mano a la Historia Japonesa.

—¡No tanto, Danielle! —se rio él mientras la besaba con suavidad sobre los labios, aprovechaba que los otros dos hombres dormían agotados—. ¿Has decidido qué hacer con tu pareja?

     Y señaló en dirección a Willem.

—Aún no —le respondió ella con sinceridad—. Sé que lo amo, pero me parece que somos incompatibles. Siempre surge un inconveniente tras otro, no sé si vale la pena el esfuerzo.

—Ten cuidado, Danielle, porque al perder a la persona que amas es cuando te das cuenta de que todos los esfuerzos han sido pocos. —Y la miró fijo.

—Sí, supongo —coincidió la muchacha—. No me hagas pensar en eso, cielo, háblame de la espada.

—La espada... —Axel efectuó un gesto de asombro, lo desconcertaba el cambio de tema—. A ver... Durante la Segunda Guerra Mundial las espadas samurái se utilizaron como símbolos de honor, de justicia y para reforzar el espíritu de lucha, así que cuando Japón perdió la contienda los ganadores las requisaron todas. Tokugawa Iemasa, que era el propietario de la Honjō Masamune en esa época, cumplió con el edicto del General Douglas MacArthur, la máxima autoridad estadounidense en el Japón ocupado, y la entregó. Lo último que se sabe de ella es que un sargento del Séptimo de Caballería se la llevó, se ignora si para apropiársela o para destruirla junto con millones de espadas. Existe un registro en japonés, pero se escribió fonéticamente y mal, no se sabe con certeza quién era esa persona. Figura como Coldy Bimore.

—¡Podría ser la nuestra, entonces! —Danielle a punto estuvo de batir palmas—. Más difícil es sacar la espada imperial del fondo del mar. Además tiene que tratarse de una espada que represente el máximo poder y solo se me ocurren tres: la de los dioses, la imperial y la Honjō Masamune.

     Dejaron de hablar cuando Willem y Nathan se removieron y se despertaron. Todos se pusieron de acuerdo en que el próximo destino era Shimonoseki, no se les ocurría otra idea. Y hacia allí partieron los cuatro como si fuesen una piña.

—Por fortuna ahora no se comporta igual con ese fulano —le murmuró Willem a Nathan mientras analizaban el monumento a la batalla de Dan-no-ura, cuyo cartel indicaba que había acaecido el año mil ciento ochenta y cinco—. ¡Uno menos por suerte!

—Se nota que para Dan nosotros dos estamos por encima de cualquier ligue —reconoció el inglés, aliviado.

—Disculpa, pero creo que te engañas —le advirtió el otro hombre, molesto—. Lo que yo observo es que a mi mujer  le basta verme para recordar cuánto me ama. ¡Se nota a la legua!

—¡Y eso solo te lo crees tú, Van de Walle! —Nat lo señaló con el dedo y luego se lo llevó a la sien para indicar que estaba loco—. ¿Es que después de todo lo que hemos pasado mantienes tu ceguera patológica?

—Igual que tú, Rockwell, que solo ves lo que quieres ver —insistió el belga, enojado—. Tengo la intención de llegar a Londres y casarme con ella.

—¡Y los elefantes vuelan! Parece, entonces, que no has aprendido nada —masculló Nathan, masticaba las palabras—. Sigue así y presiónala. ¡Mejor para mí! Caerá en mis brazos como fruta madura. Resulta ridículo que niegues lo que Dan siente por los dos. Yo, aunque me repatee, lo admito.

—¡Patrañas! —Efectuó un ademán molesto—. ¡Lo comprenderás cuando te envíe la invitación a nuestra boda!

     Pero poco después —cuando los rodeaban los cangrejos amenazantes y se hallaban sobre la arena volcánica que parecía vómito de dragón y que olía a pólvora— Will se vio obligado a reconocer para sí mismo que el dueño de The Voice of London  tenía razón. Danielle se empeñaba en echarlos sobre la base de que sus enemigos sabían que ella los quería. ¡A los dos!

     Odiaba considerarlo siquiera, pero no tenía sentido jugar al solitario y hacerse trampas. Era obvio —por la forma en la que los rozaba y por cómo los miraba—, que sentía una fuerte atracción por ambos. Desde que irrumpieron en la boda de la amiga daba la sensación de que el japonés se había esfumado, pues juntos le habían torcido los planes.

     Reconciliados después de que el mafioso aceptase la realidad, se permitieron el placer de tomarle el pelo a Tokugawa sin que él lo advirtiera. La idea era asustarlo y que el miedo opacase la fascinación que el nipón sentía por Danielle. ¿Cómo? Mediante la estrategia de maximizar los problemas. La chica se distraía con la posibilidad de una batalla y no reparaba en otra cosa. Además, su naturaleza era pensar en positivo y eludir los conflictos. Por eso prefería concebir que sus amantes se llevaban genial. ¡Vaya ingenuidad! Les facilitó la tarea cuando convocó a las criaturas marinas —la estrategia se la sugirió Willem—, pero que meditaron entre los dos para espantar al otro hombre.

—Estremecedor, ¿verdad? —le susurró el inglés a Axel, como si sintiera pánico al ver a las orcas y a los tiburones blancos mientras nadaban en formación cerrada y marcial—. Esta chica a veces da miedo. En especial cuando se enfada con uno. En Londres, antes de partir hacia Japón, se enojó y me desmayó.

—Y a mí también, por segunda vez, pero primero me dio una patada —agregó Will y efectuó una mueca de resignación—. Pero no es violenta, al final te acostumbras. Solo pierde los estribos una vez al mes o algo así.

—¡Ah! —y Tokugawa, en shock, luego agregó en un susurro—: ¿Suele hacer esto del agua a menudo?

     A pesar de ser bastante hermético ellos notaban que la impresión podía con él.

—¡Todo el tiempo! —murmuró el delincuente—. Desde que empezamos nuestra relación dedicamos las vacaciones a pasear en mi yate por todos los océanos. Con las fotos realizamos varias presentaciones a lo largo y a lo ancho del mundo, que fueron un éxito total. ¡Deberías verla cuando surfeaba una ola de cuarenta metros! ¡Es impresionante! Pon el nombre de ella en el buscador y verás lo que es capaz de hacer mi chica. ¡Casi me ahogo esa vez! Y estuvo a punto de comerme un tiburón. Y otro día una ballena jorobada casi me aplasta. Pero no puedo dejarla sola, no estaría tranquilo porque la amo. Uno tiene que adaptarse a la persona que quiere. ¡Y ella ama vivir al límite!

—¡Entiendo! —aceptó Axel, noqueado.

—Y no te olvides del rescate de los elefantes en Tailandia. —Contribuyó Nathan, movía la cabeza de arriba abajo—. ¡También están las fotos en internet!

—Estuve ingresado por paludismo, las picaduras de los mosquitos tailandeses parecían cañonazos. ¡¿Cómo olvidarlo?! —El mafioso efectuó un gesto de terror—. Además me comieron las pulgas y las garrapatas, Danielle insistió en que fuéramos montados en esos elefantes salvajes.

     Los ojos de Tokugawa se abrían a medida que escuchaba estas palabras.

—Ahora estamos comprometidos —musitó Willem sin que se le notase la mentira—. Nos enfadamos porque le sugerí que viniera con más gente del MI6, me parecía temerario que combatiese ella sola contra todos los malos. ¡Siempre es Danielle contra el mundo, igual que Supermán!

—Sí, entiendo. —El japonés lo observaba con comprensión.

—¡Por eso es tan buena periodista! —Sir Nathan lanzó un suspiro—. Porque no teme arriesgarse y esto como propietario de un periódico lo valoro. Aunque reconozco, como amigo de Dan, que a veces pone en peligro a los que van con ella. En The Voice of London  lo tenemos asumido y por eso a la fotógrafa que la acompaña le pagamos una prima por riesgo y peligrosidad.

     Sin embargo, ambos se quedaron con ganas de haberle dicho más. Sucedió en el instante en el que se dieron cuenta de que Axel era capaz de ver a los fantasmas, y, encima, alardeaba de ello con palabras rimbombantes.

—¡El imbécil ese escucha un susurro como si fuese la brisa! —se burló Will por lo bajo—. ¡Me gustaría darle un puñetazo para que deje de meterse en nuestro terreno!

—¡Estoy contigo, me saca de quicio! —lo apoyó Nathan—. Odio esa falsa modestia porque luego se vanagloria en tu puta cara. ¡¿El teatro chino de sombras de Honk Kong?! ¡Vaya capullo! ¿Intenta ser más que nosotros demostrándole a Dan que él también viaja? Será por lo que dijiste del yate: si nosotros viajamos, él más, y, encima, ve muertos.

—Sí, quiere mostrarle que es el niño de El Sexto Sentido, que está a la altura de ella en lo paranormal y que nosotros no, que somos unos patanes con esto de los espíritus —gruñó Will, enfurecido—. ¡Al menos tú ves a tu hermana, yo no veo ni mi propia sombra!... Y Danielle ahí, habla apartada de nosotros. No sé qué se trae entre manos.

—¡Ni yo, Willem, ni yo! —Y Nathan observó al japonés como para matarlo—. Pero sea lo que sea es obvio que ese mequetrefe no quiere que lo opaquen.

—¿Sabes una cosa? —murmuró el capo de la mafia para cambiar de tema—. Cuando le pregunté a Danielle qué había hecho estos días me respondió que lo mismo que yo. ¿Será que se enteró de que me acosté con las dos modelos?

—¡Seguro! —Sir Nathan afirmó con la cabeza—. Es el típico comentario femenino de cuando te pillan con los pantalones por el suelo y con la polla al aire. Los fantasmas nos prometieron que no le contarían que los espiábamos, pero seguro que de tu infidelidad le fueron con el cuento.

—¡No esperaba que le importase, ya sabes cómo es! —se cuestionó Will, preocupado—. Pero al estar aquí y ver cómo va todo ya no estoy tan seguro. ¿Tú qué piensas? Necesito una opinión objetiva. ¿Crees que se enfadará porque fueron dos en lugar de un rollo como el de ella?

—Lo que pienso es que si se pelea contigo mejor, otro menos —le contestó Nat con sinceridad—. Me pediste objetividad y ahí la tienes.

—Espero que no se te ocurra utilizar lo de las modelos contra mí —le advirtió Van de Walle, enfadado.

—No soy de los que dan puñaladas traperas —le aclaró él, molesto—. Pero no fingiré que no somos rivales. Si tú no fueses tan absorbente, hasta hubiera podido admitir que se viera contigo también.

     Al apreciar que Danielle gesticulaba y que discutía con ese ser invisible, se concentraron en la escena y permanecieron en silencio.

—¿Qué estará pasando? —les preguntó Tokugawa mientras se aproximaba a ellos.

—¡Cualquiera lo sabe! —repuso Willem con tono neutro—. Quizá esto se vuelve a poner violento como el otro día, con ella al lado es algo normal. En Hawai nos tirotearon unos enemigos, creo que eran más de doscientos.

—Y a mí me secuestraron en Estados Unidos y casi me hacen explotar por el aire —agregó Nathan.

—No sé —dijo Axel, pensativo.

     Pero de improviso corrió en dirección a Danielle y gritó:

—¡La veo claro!

     Los otros dos hombres también veían a la chica morena y de ojos rasgados. En especial, cuando hizo aparecer una espada y se la puso en el cuello al nipón. Ambos se quedaron plantados en el sitio, esperanzados.

—¿Crees que tendremos tanta suerte? —le preguntó Willem a Nat, le ponía palabras a lo que los dos anhelaban.

—¡Ojalá! —le respondió él—. ¡Y mira qué cobarde es! Se queda ahí, inmóvil, en lugar de pelear.

—Es verdad. —El mafioso se alegró—. Hoy pierde todos los puntos con ella, es una pena que no podamos escuchar lo que dicen. ¡Deberíamos acercarnos!

—Sí, una pena, pero yo creo que... —se interrumpió cuando Elizabeth apareció a su lado—. Algo pasa, veo a mi hermana. ¿Qué sucede, Liz?

—No solo he venido yo, hermanito, todos los espíritus estamos aquí para protegeros. —Y lo cogió de la mano.

—Se te ha parado el pelo, amigo —le informó Will—. Ya lo he visto antes cuando hay fantasmas cerca.

—Nos protegen por la retaguardia —le advirtió, alerta—. ¡Esto se pondrá movidito, debemos estar atentos!

     Cuando vieron que la mujer morena de la espada hacía una reverencia contra el suelo y que salían potros del agua con samuráis montados sobre ellos, corrieron hacia Danielle. Observaron, también, que un monje shaolin  se materializaba al lado de la chica y supusieron que era Da Mo.

—Me alegro de que coincidamos otra vez, maestro —lo saludó sir Nathan con respeto y Willem, para no ser menos, copió los movimientos del otro hombre.

     El fantasma les hizo un gesto de reconocimiento, breve, mientras permanecía con la vista fija en los enemigos. El samurái que había arruinado la boda se notaba que era el líder y solo tenía ojos para Danielle. Nat —buen conocedor de las costumbres antiguas— temió que quisiera convertirla en su concubina. ¡Sería lo único que les faltaba, que tuvieran que espantar a otro tío! Se tranquilizó cuando advirtió que detrás de él montaba una joven muy guapa.

     Taira no Masakado se acercó a la médium, y, sin bajar del equino, la saludó:

—Volvemos a encontrarnos, guerrera. Y contigo también, monje cobarde.

     Ella efectuó una reverencia y luego en dirección a la mujer que iba detrás, ordenó:

—Ven aquí, Cleo.

      Todos podían verla gracias al inmenso poder del samurái. Iba semidesnuda, pues lucía la vestimenta propia del Antiguo Egipto. Llevaba una túnica transparente —blanca— y la cabeza de un buitre sobre la propia a modo de corona. Un tupido collar en oro y en lapislázuli hacía que resaltara la belleza del cuello. En el adorno destacaba un escarabajo elaborado en una piedra turquesa de gran tamaño. Brazaletes de oro le rodeaban las extremidades y anillos del mismo material cada dedo.

     El samurái no la detuvo y permaneció en silencio mientras la reina hacía lo que su amiga le pedía.

—¿Te molesta si voy con Chris, Dany? —le susurró al llegar, luego de abrazarla con fuerza.

—Para nada, cuanto más lejos mejor. Cleo, ¡vete ya! —Y no bien pronunció estas palabras ella desapareció para reunirse con su esposo.

     Taira no Masakado le clavaba la vista y Danielle le respondió de la misma manera a modo de reto.

     Por fin él le habló:

—Mi esposa te pidió en mi nombre que te unas a los nuestros. Piensa, Danielle: ¿para qué sacrificar a los tuyos si todos deseamos lo mismo? Medita bien, te doy una última oportunidad. Ya que te gusta el ikebana, igual que a nosotros, te podríamos enseñar a perfeccionar tu técnica y la de la ceremonia del té y con las espadas y el arco.

     La chica observó a Da Mo, que parecía comunicarle algo en silencio.

—También vosotros podéis uniros a nosotros, Taira no Masakado. —Lo invitó ella, convincente—. Con la finalidad de hacernos escuchar necesitamos de fantasmas valientes, poderosos, algo que tú y los tuyos habéis demostrado ser, pues no cualquier espíritu se corporiza. Para construir un nuevo mundo sin hacer trizas el actual, claro, porque lo que tú te propones es destruirlo todo... Tengo una curiosidad: ¿por qué no has traído la espada?

—Porque nos comportaremos con honor, guerrera —le replicó, el tono de voz era grave—. La reservo para una tarea más importante. Además, de ser necesario, puedo hacerla aparecer en cualquier momento.

—Tampoco es indispensable que utilicemos la violencia. —Da Mo efectuó dos pasos hacia el samurái, calmado—. Solo podemos alcanzar la iluminación sublime con la tranquilidad del cuerpo y de la mente. ¡Descansa, samurái, olvida el odio, el rencor y la venganza!

     Como respuesta el guerrero bufó despreciativo e interrogó a Danielle:

—¿Qué haces al lado de este monje cobarde si tú eres una de los nuestros? Me han hablado de tus hazañas y te mereces un guía mejor.

—¡Da Mo es mi maestro! —Se ofendió ella—. Anhelo ser como él, pero me resulta imposible. Soy demasiado imperfecta.

—¡Tú eliges, mujer! —se molestó Masakado—. ¡Si deseas una batalla, una batalla hoy tendrás!

     Y sin darles tiempo a reaccionar chasqueó los dedos. Los cangrejos heike que abarrotaban la zona arenosa se transformaron en samuráis. La mitad del grupo —los guerreros adornados con colores rojos— se acercaron a Danielle y la levantaron en el aire hacia la altura a la que suelen volar los helicópteros. Mientras, la otra parte contenía a los fantasmas y vivos que intentaban impedir que se la llevaran.

—¡¿Qué hacéis?! —gritaba la chica, furiosa, sin poder soltarse.

     Sobre la arena Da Mo se tiró encima del jefe de los samuráis y lo desmontó. Era dragón, tigre, grulla, cobra, leopardo, pantera, fénix, mantis, oso, águila, caballo, mono, pero nada hacía mella en el adversario. ¡Parecía una pared de acero! Daba y recibía, recibía y daba, el combate estaba igualado.

     Axel, en cambio, luchaba contra la Bruja de los Yōkais, que se le echó encima y se vanaglorió:

—¡Tú eres mío, Minamoto, toma esta espada! Para que veas que soy honorable no pelearé contra ti con una Muramasa, pues cuando te corte la cabeza quiero que todos sepan que te he ganado de acuerdo con la ley samurái.

     Y, así, comenzó este duelo. Tokugawa se apartaba cuando Takiyasha-Hime golpeaba en dirección al corazón, al cuello, a las arterias. Paraba los golpes con el canto de la espada y atacaba con el filo. Se ponía de espaldas al sol con la intención de deslumbrarla, pero al ser un fantasma la estrategia no hacía mella.

     Al batirse —en medio del zumbido de las flechas que cortaban el aire y de los sonidos metálicos que producían al chocar las espadas una contra la otra— daba la sensación de que había cierta admiración y aprecio mutuo a pesar de ser enemigos. Como si disfrutasen con el desafío.

     Willem y Nathan, por su parte, intentaban llegar al agua para salvar a Danielle. Los espectros —corporizados— se lo impedían y ellos se protegían las espaldas uno contra el otro. Mediante patadas y puñetazos se deshacían de los enemigos y avanzaban centímetro a centímetro. Si la médium los hubiera visto, hubiese pensado que el escándalo del Dorchester les había servido de entrenamiento.

     De improviso Axel —sin dejar de luchar contra la bruja— sorprendió a los que peleaban al anunciar a viva voz:

—¡Samuráis Minamoto, no es apropiado que hoy combatáis contra vuestra propia sangre! ¡Y menos en este sitio, en el que derrotamos a los Taira con anterioridad! ¡¿No os da vergüenza ultrajar de esta manera la memoria de nuestros antepasados?!

     Los guerreros adornados en tonos azules se quedaron inmóviles. Se analizaban uno a otro como si hubiesen despertado de una pesadilla.

—¡No le hagáis caso, luchad! —gritó Masakado, se hallaba enfrascado en su contienda con Da Mo.

—Seguid, seguid —repitieron los Minamoto, pero los arcos, las lanzas y las espadas no se movían.

—¡Al que no le debéis hacer caso es a Taira no Masakado! —los animó el japonés, en tanto Takiyasha-Hime aceleraba las acometidas para obligarlo a concentrarse y a permanecer en silencio—. ¡Venid con nosotros, yo estoy del lado de Da Mo!

—¡Nos vamos, Tokugawa! —Los espectros Minamoto se deshicieron en partículas de humo con aroma a sakuras y abandonaron la batalla.

     Willem y Nathan, al quedar sin adversarios, se olvidaron de las orcas y de los tiburones y se arrojaron al mar.

     Mientras esto ocurría en la costa, los espíritus del clan Taira flotaron a un punto en concreto. Al sitio —en el medio del agua— en el que hacía cientos de años la abuela de Antoku, el niño emperador, tomó la decisión de suicidarse antes de que los cogieran con vida.

     Al constatar que le resultaba imposible soltarse, la chica se quedó quieta para no derrochar energía. Se concentró y dejó la mente en blanco, sin miedo a morir. A medida que la bajaban y rozaba el mar con los pies llenó los pulmones de aire. Y los fantasmas, implacables, la hundieron en esas aguas heladas hasta rozar el fondo.

[1] ¿Era necesario lanzar la bomba atómica contra Hiroshima?, del 6 de agosto de 2015.

[2]Enfrentamiento desde la entre la y , líderes de los bloques y occidental, respectivamente.

[3] Leed las páginas 301, 302 y 303 del libro de Clements.

[4] El shogunato era el gobierno militar. A partir de ahí la figura del emperador tenía una función meramente decorativa y religiosa. Leed las páginas 72 a 101 sobre el gobierno Tokugawa en Breve Historia de Japón de Mikiso Hane, Alianza Editorial, 2015, Madrid. También las páginas 247 a 309 del libro de Clements.

[5] Os recomiendo que veáis el documental de Discovery Max titulado Cazadores de mitos: La espada perdida del samurái.

Axel no se entera de la estrategia que emplean el mafioso y Nathan.



Encima, se divierten a costa del japonés.



Danielle no repara demasiado en ellos, tiene otras preocupaciones.



La cúpula Genbaku.



¡Y Cleo al fin aparece!



Esto es lo que Will hubiese deseado en la pelea entre Axel y la bruja.



Y los enfrentamientos se suceden entre distintos contrincantes. Danielle y sus amigos lo tienen muy complicado.



Muy, muy complicado.



https://youtu.be/cMTAUr3Nm6I



Te recomiendo que veas este vídeo.

https://youtu.be/KbAJmyUFMAg





Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro