II

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La naturaleza de la Sangre Hirmansberg

Gukk no se consideraba alguien muy emocional. Por eso le parecía extraño que su corazón izquierdo aún doliera un poco. Ya lo superé se dijo cuando aceptó la propuesta de Hob para ir a beber. Aquel elegante bar era un punto de aterrizaje para visitantes interplanetarios, lleno de buenas bebidas, música y apuestas, lamentablemente también el lugar donde se conocieron por eso no había regresado en un buen tiempo. Las cosas habían cambiado un poco, incluso Gigi ya no trabajaba ahí, él también había cambiado. O eso creía hasta que el insulso órgano atorado en tu tórax empezó un movimiento arrítmico a penas vio a Mariajin entrar con toda su comitiva. Atractivo como siempre pero con un nuevo idiota a su lado. Quién habría pensado que Minie, el veterinario de buggalos, sería tan infeliz. Pensar que alguna vez le llamó amigo.

Ah, aún le dolía recordar los buenos tiempos juntos, incluso los un poco malos. Tal vez era eso lo que aún palpitaba bajo su piel, los recuerdos tan bonitos y ese final de mierda. ¿Cómo podía acabarse tan fácil? se habían amado tanto tiempo y tan bien que resultó irrisorio que el futuro juntos se cayera a pedazos.

Todavía podía sentir el temblor en sus manos cuando Mariajin le dijo que terminaban, no pudo dejar de llorar en semanas, tal vez necesito tiempo para encontrarme de nuevo y en ese tiempo nuevo no creo que pueda mantenerte a mi lado. Qué bonita manera de decir que era un maldito que no podía mantener sus manos fuera del trasero de Minie. Bien, no era su culpa que Don Buggalos tuviera un buen trasero ni que Mariajin se haya enamorado de otro.

Pero es que no podía olvidar ese momento. Dolía como la mierda. Aún no sabía porque sus ojos aún se humedecían cuando pensaba en la separación trágica. Ni siquiera lloró cuando su antihéroe favorito murió sin poder declarar su amor en medio de una batalla épica —y mira que Vanther era el favorito de todos en el planeta—. Así que no se podía creer que todavía estuviera llorando por el desgraciado, cruel, frío, malévolo, desconsiderado, sexy, atrac- ¡qué no!

El estupido de Mariajin no merecía sus lágrimas, ni su comprensión, merecería dolor. En dosis más altas que las que él tuvo que soportar. Tal vez era eso lo que necesitaba para que la maldita arritmia causada por su mal amor se detuviera. ¿Pero que podría causarle sufrimiento a un tipo como él? Que Minie lo dejara para meterse con el guardaespaldas, que sus casinos dejaran de tener clientes en consecuencia dejará de generar ganancias, que alguien cocine uno de sus queridos buggalos.

—Estás sonriendo mucho y eso da miedo. —Bufó haciendo que el aire levantara algunos de sus cabellos.

—Siempre estoy sonriendo.

—No cuando miras a tu ex, en esos casos te pones a llorar —. Hoseok hizo un puchero, intentando mostrarle cómo se veía al llorar.

—Lo superé, ya lo dije.

—No, absolutamente no, tienes esa sonrisa estúpida que dice que harás algo malo, como cuando atentaste contra Bethsy.

Ah, eso era. Se encendió la mecha de la maldad mientras observaba a su ex tomar de la cintura a su nuevo amante. ¡Por supuesto!, ese era el remedio para el dolor. Todos saben que los hirmansbergses son fríos y su naturaleza es lo más alejado de la piedad. Pensándolo así, era parte del ciclo de la vida que Jin haya roto uno de sus corazones, por eso habían sido dotados de más, para poder amar de nuevo. Pero eso no importaba en ese punto, Gukk

ameritaba un poco de venganza con grandes dosis de dolor para su víctima.

Un corazón por otro, es la regla del planeta.

—Sigues con la sonrisa malvada.

—Ay, callate.

Se acercaba la temporada de lluvias, en el cielo la luna de Samtha8 estaba en cuarto menguante. Tenía que asegurarse que estuviera en afelio cuando llevará a cabo su asalto, en el octeto de la noche de Hirmansberg la oscuridad era tan profunda que nadie podía verlo entrar al corral.

Era un plan perfecto. Tomaría algo que Jin amaba como él había hecho con sus sentimientos, y Bethsy era la presa perfecta. Bonita, redondita, cariñosa y un estúpido moño rosa en su cabezoide negro. Además era el buggalo favorito, con el que Mariajin había sido criado, prácticamente sería como secuestrar a un familiar. Ya podía saborear como se arrastraría a pedirle perdón, rogando patéticamente. Entonces le sacaría una absurda cantidad de su fortuna y una nave para irse libre y lejos de ese planeta. Empezó a reír mientras observaba su plan trazado en un enorme papelote.

—Estás riendo malvadamente de nuevo. —Se detuvo frente a él. Hob sostenía una lata de cerveza en su mano y le ofrecía la otra.

—No es así, yo no hago cosas malvadas.

—Has lanzado tometos podridos, pateaste a un guardaespaldas, te colaste en la oficina de Jin a dejar un jabalí salvaje y lanzaste un panal de avispas dentro de su casino.

—¡Eso no es verdad! Tampoco es malvado...

—Y solo estamos hablando de las últimas noches.

—¡Hoseok!

—Si quieres que te crea que lo has superado, deja de actuar como una larva y déjalo en paz.

—Lo dices solo porque eres su guardaespaldas.

—Lo digo porque soy tu amigo... y me van a despedir si no te detienes.

—Bien.

—Bien.

Bien, ahora que Hob se había ido podía continuar con su trabajo. Lo único malo era la absurda seguridad en el campo de buggalos. Jin había llevado su cariño por esos infames animales demasiado lejos, los tenía resguardados en un campo más grande que uno de los pueblos pobres del planeta. En primer lugar, los guardias alrededor en torres de vigilancia, la cúpula que se cerraba con las lluvias de diamante y el maldito cerco eléctrico. Invisible a la vista de los abigeos y tan letal como una bestia de la galaxia del terror.

Había aprendido muchas cosas respecto a los horarios de su ex. Desde qué hora se levantaba por su desayuno hasta el recorrido que daba por sus territorios. La única manera de ingresar al recinto era por esa abertura sin reparar en el sector oeste.

Podía infiltrarse, entonces solo quedaría encontrar el corral donde dormía la dulce Bethsy y llevársela. La buggalo era tan dulce que caminaría tras de él con calma y silencio. ¡Zas!, tendría a Mariajin rogando por su perdón y una jugosa recompensa. Ya pensaría los pormenores de dónde tener a la criatura mientras negociaba.

—Te matará si tocas a Bethsy —dijo Hob mirando el plan que había trazado—, además tienes demasiadas aperturas. Aunque pensaste bien, la noche del afelio la zona estará desprotegida.

—No me matará, probablemente sol- ¡Hob!, ¿por qué sigues aquí?

—Tu risa despechada se escucha hasta mi habitación.

—¡No estoy despechado!

—Sí, como digas Gukk.

La noche era demasiado profunda. La luna estaba en cuarto menguante y en su punto más alto. Sin estrellas, con nubes condensadas que avisaban una noche lluviosa. Tendría que apurarse o la cúpula se cerraría sin que pueda atravesar el campo de fuerza. No podría permitirse fallar, no en ese punto.

Lanzó su bolso bajo las rejas y se arrastró por el suelo diamantado. Las piezas de cuero cubrieron su cuerpo de las heridas, aún así sintió incomodidad. Cuando acabó con la primera parte tanteo hacia arriba para asegurarse que había pasado la primera barrera. Se colocó el bolso y caminó con cuidado entre la maleza. Estúpido afelio, estúpidas fases lunares y horrible oscuridad. Aún así pidió que la noche siguiera tan negra como fuera posible. Jin no lo mataría, pero probablemente sus guardias le darian una paliza. Solo porque era oscuro y no lo reconocerían.

Vas por buen camino, sigue está ruta y llegarás a la zona oeste. —Hob habló lentamente por el intercomunicador —Asegúrate de usar algo para identificar la zona rota o vas a rostizarte.

—Entendido, avísame si el imbécil y su novio se mueven.

—Ten cuidado.

Escucho el intercomunicador apagarse. Trago duro mientras tanteaba pasos cuidadosos en la oscuridad. Mierda, había calculado la distancia innumerables veces desde que planeó su secuestro, pero los nervios acababan de hacerle una mala pasada. Ya no recordaba cuánto había caminado y Hob no volvería a hablar en un buen rato.

Inhaló profundamente. Sintió el sueño a través de sus botas gruesas, si no podía confiar en su capacidad de calcular lo haría en sus sentidos.

—Los hirmansbergses somos una raza nocturna, avanza sin miedo.

Confío en sus piernas y en su capacidad de reconocer el campo abierto. Había caminado —y hecho otras cosas— con Jin muchísimas veces, sería capaz de reconocer la tierra blanda que estaba a diez metros del campo magnético. Podía hacerlo.

Un paso lento y su bota se hundió ligeramente. Sonrió victorioso. Ah, ya podía saborear la cuantiosa cantidad de riqueza que el secuestro de Bethsy le daría, que satisfactorio sería tener a su ex rogándole. Saldría en el noticiero y todo. Dió dos pasos más mientras giraba su bolso para sacar el detector de campos, solo tenía que encontrar la zona dañada.

Apuntó con la máquina hacia el frente y antes de poder aplastar el botón una explosión iluminó la zona. El enorme campo rojo brilló unos instantes, dejando ver la apertura, quemando algo extraño que parecía de otro planeta y —no menos importante— lanzando por el aire algo, o alguien, rosado.

—¿Pero qué...?

Giro su rostro en dirección hacia el cuerpo cuando un nuevo destello de luz lo cegó. Esto estaba mal, muy mal. El sujeto brillante, forastero y claramente criminal lo miraba atónito. Escuchó a lo lejos movimiento y a alguien susurrar, pero este sonido era más cercano.

—¿Con quién hablas?

No, esa no era la pregunta correcta. Mierda, ese extraño acababa de lanzar algo que hizo aparecer la barrera, ahora las alarmas deberían estar sonando en el centro de operaciones y encima brillaba como adornos de un bar. Entonces el cerebro empezó a funcionar. Un extraño en medio de la noche más oscura, desnudo y brillante, acompañado de una bulliciosa máquina que siseaba y el trozo mutilado de alguien que lo miraba profundamente, mierda.

—¡Ladrón!

Ah, un estúpido ladrón estaba arruinado su venganza.

Eres un imbécil —se encendió el intercomunicador— te descubrieron, mejor corre. 

—Redacción & FanArt por: Simurdiera2 —

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