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Verano de 2015

Una chica tomaba el sol tumbada frente a las cristalinas aguas de la costa azul, más relajada de lo que recordaba haber estado en sus dieciséis años de vida. Sintió como un objeto esférico golpeaba en el lateral de su cabeza, provocando un sonido extraño en su oído, que se mezclaba con la voz de dos chicos hablando en francés que se acercaban cada vez más.

–¿Estás bien? –dijo uno de los chicos. La adolescente era buena en francés, pero después del golpe que se había llevado su cerebro parecía haber olvidado el idioma.

Se incorporó y giró la cabeza para mirar a la persona que hablaba, la palma de la chica tocaba su propia mejilla dolorida. Era un chico de dieciséis años con la piel oscura y el pelo rapado. Sus ojos marrones miraban a la muchacha llenos de preocupación. Volvió a preguntar cómo se encontraba y al no recibir respuesta se agachó junto a la chica.

–Ethan, trae agua en tu cubo –le dijo a su hermano pequeño, que acababa de llegar junto a ellos.

El niño volvió con el cubo de plástico lleno de agua. El adolescente mojó una punta de la toalla de la chica y con delicadeza apartó la mano de ella para sustituirla por la tela húmeda.

La chica sintió el alivio del frescor sobre la zona dolorida de su cara. Siguió mirando al chico que la ayudaba con sus enormes ojos azules abiertos como los de un cervatillo asustado.

El chico repitió la acción. Su hermano pequeño que observaba nervioso no pudo evitar preguntar:

–Kiki, ¿la hemos dejado tonta?

–No digas eso –lo reprendió –. Solo está un poco asustada.

Al escuchar esa conversación la chica sonrió, saboreó las gotas saladas que habían llegado hasta la comisura de sus labios.

El chico fijó su mirada en esa sonrisa, tan dulce como el resto de la apariencia de la chica y se sintió aún más culpable por haberla golpeado con la pelota. Aunque no lo había hecho queriendo, solo había chutado más fuerte de lo que pretendía, olvidando por un momento que estaba jugando con su hermano de ocho años y que este no sería capaz de parar el balón.

–Tonta no, pero sorda puede que sí –dijo ella. Su acento intrigó a los muchachos, hablaba un francés impecable, pero para dos parisinos como ellos no pasaba desapercibido que no era nativa del país.

–¿Sorda? –chilló el niño pequeño, observando a la muchacha con el pánico reflejado en sus ojos.

–Es broma, escucho perfectamente –la chica se apiadó de él, pese a que el molesto zumbido seguía resonando en su oído izquierdo.

–Ethan, vuelve con mamá.

–¿Seguro? –El niño revoloteaba alrededor de los adolescentes intentando ser de ayuda. El mayor asintió con la cabeza.

–Lo siento –dijo ella.

–¿Tú lo sientes? –El chico no pudo ocultar la sorpresa.

–Por asustar a tu hermano. No ha sido para tanto en realidad –ella hizo un gesto con la mano para quitarle hierro al asunto.

–Nosotros casi te volamos la cabeza, tienes derecho. Yo, en realidad, y lo siento mucho, no me di ni cuenta de que estabas aquí.

–Vaya, gracias, eso es lo que toda chica desea escuchar.

–No quería decir eso, solo podía pensar en el balón y me olvidé de todo–el chico se rascó el cuello azorado.

–Da igual –Ella se encogió de hombros, estaba acostumbrada a ser invisible.

El chico deseo borrar la sombra de pena que se había instalado en los dulces ojos de ella.

–Soy Kylian –el chico extendió la mano para estrechar la de ella –¿Y tú?

–Marie –dijo ella aceptando el gesto.

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