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Primavera de 2024

–Carol, Estás guapísima. Como siempre, por otra parte.

–¿Eso es un piropo para mí o para ti? –Le pregunto al reflejo de Sonia, que me habla desde detrás.

–Para las dos, con los piropos nunca hay que ser avariciosa.

Me rio de la ocurrencia de Sonia, pero no le llevo la contraria. Tiene razón y yo no soy de esas personas que intentan hacerse las modestas negando mi propia belleza, me ha costado mucho esfuerzo ser la persona que soy ahora y me siento orgullosa de mi misma, no es nada malo.

Y mi estilista es la mejor, hace que mis ojos azules me devuelvan una mirada felina y sugerente que no tiene nada que ver con lo que veo en el espejo cada mañana, estos me gustan mucho más.

–Cinco minutos –dice el realizador asomando la cabeza por la puerta del camerino.

Inspiro hondo para relajarme, siempre lo hago antes de cada rodaje. Me enfundo los largos guantes blancos de encaje y me los subo con lentitud hasta los codos, ganando tiempo antes de salir.

Me aliso el vestido con las manos al levantarme y avanzo hasta el set de grabación. El golpeteo de los tacones contra el suelo resuena en el espacio como tambores que me acompañan a mi ejecución.

Salgo a la azotea. Me apoyo en la barandilla, desde aquí, con la ciudad de Nueva York a mis pies es fácil sentir que lo tengo todo. Ataviada con este impresionante vestido de una carísima marca con la que hace unos años no me habría atrevido ni a soñar, con una hermosa melena caoba ondeando al viento gracias a las manos profesionales de Sonia y contemplando las luces de la ciudad desde arriba es como estar en la cima del mundo, pero no puedo dejarme engañar por esa falsa sensación de seguridad, aún me quedan demasiadas cosas por lograr.

A mi espalda se escucha un alboroto que solo puede significar una cosa, la llegada de mi compañero de rodaje. No me giro enseguida, primero le muestro a la noche la expresión de desagrado que tendré que esconder cuando me de la vuelta y me enfrente a las personas que me esperan.

Curvo mis labios, esta noche de un rojo cereza madura, en mi mejor sonrisa y me giro para saludar a mi compañero. Por mucho que me haya mentalizado, tenerlo frente a frente hace que mis piernas flaqueen por un segundo. Por suerte nadie repara en ello.

Estoy a punto de hablarle en francés, pero él se adelanta y me habla en inglés.

–¿Te conozco? —Me pregunta. Doy gracias a la base con alta cobertura por no dejar que el color de mi cara demuestre nada de lo que siento.

–Soy actriz, mucha gente me conoce. —digo manteniendo mi sonrisa.

–¿Y cómo se llama la actriz?

—Carolina Gutiérrez

—¿No me vas a preguntar mi nombre?

Alzo la ceja. Sé su nombre perfectamente, y él sabe que lo sé. Todo el mundo en esta azotea sabe quien es y se pliega a sus pies y su falsa modestia solo me hace despreciarlo más, si es que eso es posible.

—No hace falta, todo el mundo te conoce, Kylian Mbappé. La rata ninja.

La sonrisa se borra de sus labios, lo que hace que a mi ya no me cueste sonreír de manera genuina.

—¿Rata?

Me muerdo el labio inferior aparentando culpabilidad, aunque sé que si alguien que me conociera bien estuviera aquí podría ver la diversión en mis ojos. Por suerte él no es ese alguien.

—¿No es así cómo te llaman? ¿Donatello, de la serie esta de las ratas ninja?

—Tortugas y no es mi apodo favorito.

—Perdona, no sé por qué creía que había visto lo de rata en algún sitio.

Sé perfectamente dónde he visto lo de rata, y que nada tiene que ver con la ficción y él también. Sé por su expresión que no se ha creído del todo mi disculpa y me molesta porque no quiero que él pueda leerme.

—Estamos listos —dice el director.

Nos colocamos en nuestras marcas mientras los miembros del equipo de estilismo nos dan unos últimos retoques y los gritos e indicaciones se suceden, hasta que el director grita acción y el silencio se instala a nuestro alrededor.

Solo puedo escuchar mi propio corazón mientras apoyada en la barandilla observo la ciudad a mis pies. La presencia de Kylian a mi espalda me mantiene alerta, saber lo que está a punto de suceder.

Noto sus dedos sobre mi codo enguantado y pese a la tela que nos separa el calor me abrasa en ese punto. Me doy la vuelta en el momento justo, nuestras bocas tienen que quedar a la misma altura y así lo hacen, todo va según el guion pero no me siento como tal, su cercanía es demasiado real.

Sus ojos se clavan en mí con tanta intensidad mientras hinca la rodilla frente a mi que siento que él también puede sentir lo que siento yo, que ve como su tacto retirando el guante de mi brazo hace que se me corte la respiración.

Saca una preciosa caja de terciopelo oscuro de su bolsillo, a juego con mis labios y la abre frente a mi. Fijo la vista en el brillante anillo de rubíes que muestra. No tener que mirarlo a él hace que mi mente se aclare, pero no permite que me relaje del todo.

Me tapo la cara con las manos y acepto con lágrimas en los ojos, mientras él deslizaba el pesado anillo en mi dedo.

Entonces viene lo peor de todo. Kylian se levanta ayudado por mis brazos y acerca su boca a la mía mientras rodea mi cintura con sus grandes manos. Siento sus ásperas manos sobre mi delicada piel, aunque solo es en mi imaginación ya que la tela del vestido se interpone entre nuestros cuerpos, pero a mis terminaciones nerviosas eso no le importa.

Nuestros labios se tocan.

—¡Corten! —Maldigo al director por cortar en ese momento.

A la vez, me separo de Kylian todo lo que el espacio me permite, toco con la espalda el frío cristal de la barandilla y dejo que se cuele en mis huesos, enfriando todo lo que no debería haberse calentado.

—Ha sido brillante chicos, se me han puesto los pelos de punta de la emoción —dice el director —. Kylian si te aburres del fútbol puedes probar en la actuación.

Resoplo bajito, no necesita dejar el fútbol para actuar, lo lleva compaginando toda la vida y le ha salido genial.

Por como me mira sé que Kylian ha escuchado mi resoplido.

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