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Primavera de 2024

—Sonia, esta noche quiero quitar el aliento —le pido mientras me deshago del vestido del anuncio.

—¿Por algo en especial? —pregunta mientras empieza a bucear entre los percheros de ropa.

—No, quiero despedirme de Nueva York por todo lo alto.

Además de mi estilista Sonia ha sido mi compañera de piso desde que llegué a Nueva York y tenemos una relación bastante cercana a la amistad.

—¿Seguro que no tiene nada que ver con cierto futbolista?

—No, ni de broma—Acompaño mis palabras con una vigorosa negación de cabeza, que probablemente en vez de convencerla de que digo la verdad la haya hecho sospechar más, pero no insiste. Es una de las cosas por las que nos complementamos tan bien y nuestra convivencia ha sido genial desde que llegué a Nueva York. Es paciente e intuitiva y nunca me presiona cuando no quiero hablar de algo, pero a su vez siempre está dispuesta a escuchar y ayudar cuando se lo pido.

—¿Qué te parece? —me enseña un diminuto vestido azul eléctrico hecho entero de un tejido brillante estilo purpurina.

—Me encanta.

Me doy una ducha en el baño del camerino mientras Sonia prepara el resto del look, bajo el chorro de agua caliente me permito volver a sentir los dedos de Kylian rozando mi piel. Sus labios sobre los míos. Desear que ese beso hubiera sido más profundo, más largo, más real.

Me siento en la silla de estilismo. Dejo que Sonia haga conmigo lo que quiera, relajándome bajo sus expertas manos. Cierro los ojos mientras trabaja en mi pelo, los ratos que paso sentada mientras me peina son unos de mis favoritos en el mundo, me siento como cuando era pequeña y mi madre me peinaba antes de ir al colegio.

🌊🌊🌊

Volvemos a subir a la azotea, el atrezo para el rodaje ha desaparecido y el lugar vuelve a ser lo que es habitualmente, un exclusivo bar, que esta noche está ocupado por invitados de la marca. Reconozco algunas caras del mundo de la actuación de Nueva York, pero no son ninguna de ellas las que me interesan esta noche. Mi objetivo está claro.

Busco al futbolista que con solo su presencia ha hecho que mi mundo se ponga patas arriba. Lo encuentro rápido. Sentado en un sofá con una copa en la mano y rodeado de gente. Se está riendo a carcajadas y aunque varios metros nos separan y la música suena bastante, su risa resuena en mis tímpanos como si estuviera junto a mi. Un escalofrío que nada tiene que ver con el frío de la noche atraviesa todo mi cuerpo.

Agarro una copa de champán de la bandeja de un camarero que pasa por mi lado y me la bebo entera de un trago, necesito el valor que el burbujeante líquido me aporta. Dejo la copa vacía sobre una mesa y camino hasta un sitio que se encuentra en el ángulo de visión del futbolista. Me apoyo en la barandilla de cristal, de espaldas a él, como estuve unas horas antes, si mi plan sale bien se acercará a mí y si no, me salvará de mi misma y esta noche podré irme a la cama sintiéndome mejor conmigo misma.

Noto su presencia detrás de mi antes de que hable pero no me giro hasta que lo hace. Dando tiempo para que mi vestido le impacte, que pueda fijarse en mis piernas que con los altos tacones que me ha puesto Sonia parecen mucho más largas de lo normal. Dándole tiempo para que desee algo más que hablar conmigo cuando por fin decida acercarse.

Noto el roce de sus dedos ásperos en mi espalda desnuda, esta vez estoy preparada y no dejo que el contacto pueda conmigo, aunque todas las terminaciones de mi cuerpo bullan.

—Estás preciosa —dice la voz de Kylian en mi oído, se acerca tanto que siento su aliento en la carne sensible de mi oreja. No puedo evitar moverme para quedar más cerca.

—Tú tampoco estás mal —Me doy la vuelta despacio para quedar frente a frente, quiero que me vea de frente, que huela el perfume que desprende mi pelo y desee besar mis labios.

Lo de que no está mal es un eufemismo. Su especto enfundado en un traje negro de la marca me corta la respiración.

—Para ser una rata ¿No? —Esboza una sonrisa.

—Eres casi la mejor rata que he visto nunca. —No dejo que su presencia me desarme y coqueteo con él como si fuera un hombre cualquiera en un bar.

—¿Casi? —Alza las cejas.

—Mi hámster Toby siempre será mi rata favorita.

—Tendré que encargarme de ese tal Toby.

—Llegas unos quince años tarde, el perro de mi primo ya se encargó de él —El recuerdo del suceso que acabó con la vida de Toby es algo que marcó para siempre a la pobre Carolina de nueve años.

—Oh vaya —Esa exclamación hace que el acento francés de Kylian sea mucho más visible y que desee que use ese idioma para hablar conmigo, pero no quiero que sepa que hablo su idioma. En realidad no deseo hablar con él en ningún idioma. No es para eso para lo que he venido.

Paso las manos por detrás de su cuello y me pego a su cuerpo, Él tampoco parece muy interesado en hablar, no tarda en colocar sus manos en mis caderas y apretarme contra su cuerpo. Nos movemos al son de una música que no existe.

Kylian intenta buscar mis ojos pero los esquivo fijando mi mirada en sus labios. Me muerdo el labio inferior, incitándolo a que él también mire esa parte de mi cuerpo, funciona tan bien como sabía que lo haría. Se inclina, quiere besarme, solo tengo que subir un poco mi cabeza y nuestros labios volverán a juntarse.

Kylian mueve su mano por mi espalda desnuda, provocándome un estremecimiento. No me va a besar si no lo hago yo primero.

Acorto el escaso espacio que separa nuestras bocas, lo beso, nuestros labios se tocan unos segundos, pronto son nuestras lenguas las que se enredan con desesperación, como si supiéramos que esta es la última vez que podremos hacer esto. Yo lo sé, nunca volverá a pasar.

Acaricio su cuello con los ojos cerrados, casi puedo oler el mar que tan lejos está, mi cerebro olvida donde nos encontramos, solo centrado en lo que está sintiendo en ese momento, en la familiaridad del cuerpo que roza el mío, de los labios que recorren mi mandíbula. Solo escucho nuestras respiraciones aceleradas y la excitación que hace demasiado que no siento.

Kylian va dejando besos hasta llegar a mi oído, me muerde el lóbulo de la oreja haciendo que no pueda reprimir un gemido.

—¿Quieres ir a un lugar más privado? —dice.

Esas palabras son suficientes para sacarme del trance, no voy a negar que me cuesta, que quiero volver a desterrar a mi conciencia al fondo y que el cuerpo siga tomando el control, pero hago acopio de toda mi fuerza de voluntad para hacer caso a mi cerebro, que es el que me ha sacado siempre de las malas situaciones en las que el corazón me ha metido.

Me separo de él con una sonrisa burlona.

—Me voy, Kiki.

Me voy de allí sin que le dé tiempo a contestar, o hacer cualquier cosa que me haga cambiar de opinión, porque si no me alejo de él en ese momento no se si podré volver a hacerlo.

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