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JENNIE

Las horas transcurrían con la lentitud de una pesadilla interminable. El silencio en esa casa me envolvía, tan espeso que casi podía oír mis propios pensamientos rebotar en las paredes. Cada rincón de la humilde cabaña parecía estar impregnado de la vida sencilla que Lisa llevaba, un contraste brutal con la opulencia en la que me había criado. Me encontré perdida, no solo en el espacio físico, sino en mi propia mente.

Intenté distraerme observando el paisaje desde la ventana. Las montañas en la distancia parecían tan ajenas a mí como la persona en la que me había convertido. Lisa seguía trabajando fuera, ajena a la tormenta emocional que me envolvía. No podía sacudirme la sensación de haber entrado en un mundo que no me pertenecía. Un mundo donde todo tenía un propósito, menos yo.

Quise hacer algo, decir algo, pero mis labios permanecieron sellados por el miedo. No solo miedo a lo que había dejado atrás, sino también miedo a lo que se avecinaba. A lo que Lisa podía pensar de mí, la "princesita" perdida en el bosque. Así que, en lugar de enfrentar mis demonios, decidí salir de la casa y encontrarla. Quizás, si hacía algo por mejorar nuestra comunicación, podría calmar el torbellino que me consumía.

Cuando llegué al establo, la vi. Lisa. Parecía una escultura esculpida en movimiento, con cada músculo tensándose mientras movía las pacas de heno con una destreza envidiable. El sol, aunque tenue, iluminaba su piel de una manera que me hizo detenerme por un segundo más de lo debido. ¿Cómo podía alguien parecer tan inmersa en una tarea, tan segura de sí misma, mientras yo sentía que el suelo bajo mis pies se desmoronaba? Me acerqué, dispuesta a agradecerle, aunque mi agradecimiento se sintiera insignificante.

—Nunca te agradecí por dejarme quedarme aquí —mi voz salió en un murmullo, insegura y rota.

Lisa siguió trabajando, ignorándome, o al menos eso parecía. Pero luego habló, con esa dureza que ya me resultaba familiar.

—No lo hice por ti —dijo, sin mirarme—. Lo hice porque no quiero tener a una desconocida rondando por aquí.

Esas palabras, aunque esperadas, dolieron más de lo que quería admitir. Me mordí el labio, luchando contra las emociones que amenazaban con desbordarse. Sentía una mezcla extraña de rechazo y vulnerabilidad, como si estuviera abriéndome a alguien que no quería saber nada de mí.

Pero decidí arriesgarme. Tal vez porque no tenía nada más que perder, o tal vez porque, en el fondo, necesitaba que alguien supiera por lo que había pasado.

—Aún así... gracias —repetí, intentando mantener mi voz firme—. No tienes idea de lo difícil que fue tomar la decisión de huir.

Finalmente, ella dejó de trabajar. Lisa me miró de arriba abajo, y por primera vez, sentí que sus ojos oscuros realmente me veían. Pero no solo a mí; estaba viendo el desastre en el que me había convertido. Sus ojos recorrieron mi vestido sucio, rasgado y lleno de barro. No hizo falta que dijera nada. Yo misma me sentía ridícula en ese momento.

—¿Cuánto tiempo piensas quedarte con eso? —preguntó, señalando mi destrozado vestido.

Me miré, y el reflejo en sus palabras me golpeó de lleno. Ahí estaba yo, Jennie Kim, la chica que alguna vez lo tuvo todo, parada en medio de un establo con un vestido de novia hecho trizas y sin absolutamente nada más en el mundo. Mis labios temblaron, pero logré articular una respuesta.

—No... no tengo otra cosa —dije, sintiéndome más pequeña que nunca.

Lisa suspiró. Fue un suspiro pesado, como si estuviera lidiando con algo más grande que simplemente una chica perdida en su propiedad. Sin decir una palabra más, dejó lo que estaba haciendo y caminó hacia la casa. La seguí, sintiéndome como una sombra, insignificante y fuera de lugar.

Entramos en la cabaña, y ella desapareció por unos minutos en una de las habitaciones. Cuando regresó, traía en sus manos una camiseta vieja y un par de pantalones de deporte. Me los entregó sin mirarme directamente, casi como si el acto de generosidad le pesara en el alma.

—Aquí tienes. El baño está al fondo. No tardes —dijo, con su habitual tono distante.

Sostuve la ropa entre mis manos, sintiendo una extraña calidez en mi pecho. Tal vez no era mucho para ella, pero para mí, en ese momento, significaba el mundo. A pesar de su rudeza, había algo en su gesto que me decía que no todo en ella era tan frío como lo aparentaba. Quizás, en algún rincón, había algo de compasión, aunque fuera escondida bajo capas de indiferencia.

—Gracias, Lisa —susurré, con una sinceridad que ni yo esperaba.

Ella no respondió, solo se giró y regresó a sus tareas, como si ayudarme no significara nada. Me dirigí al baño, con la ropa en mis manos, y cuando cerré la puerta detrás de mí, finalmente me permití respirar. Me miré en el espejo, y lo que vi fue... devastador. Mi cabello, enredado y sucio, caía en mechones desordenados. Mi piel estaba manchada por la tierra y el sudor de la huida, y mis ojos... mis ojos reflejaban un cansancio que iba más allá del físico.

El vestido blanco, que una vez fue símbolo de todo lo que debía ser mi vida, colgaba de mi cuerpo como una sombra de lo que alguna vez fui. Con manos temblorosas, lo deslicé fuera de mi cuerpo, sintiendo un alivio inmediato al liberarme de su peso. Lo dejé caer al suelo, observando cómo se arrugaba a mis pies, una metáfora perfecta de mi vida en ese momento: rota, sucia, irreconocible.

La ducha caliente fue más que una necesidad física. Era un escape, un momento en el que el agua caliente lavaba más que la suciedad; lavaba los restos de la boda, del compromiso, de la vida que había dejado atrás. Cerré los ojos mientras el agua corría por mi piel, y dejé que, por unos minutos, todo desapareciera. Quise llorar, pero las lágrimas no salieron. Tal vez porque ya lo había hecho todo antes.

Cuando terminé, me puse la camiseta y los pantalones que Lisa me había dado. La ropa era vieja, cómoda y olía a jabón y sol. Tal vez por primera vez en mucho tiempo, me sentí... segura. O al menos, más protegida de lo que me había sentido en años. Aún así, el vacío seguía ahí, un hueco en mi pecho que ni una ducha caliente ni ropa limpia podían llenar.

Salí del baño con la cabeza más clara, pero el corazón más pesado.

Tal vez, en esta pequeña cabaña perdida en medio de la nada, encontraría algo que ni siquiera sabía que estaba buscando.

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