La rebelión

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El ruido de las máquinas, golpes secos en el cuero, aromas a disolventes, acompañados de cuchicheos de uno que otro trabajador, eran la tónica de cada mañana de trabajo en la fábrica de zapatos.

Sin embargo, ese día se advertía diferente al resto de sus predecesores. En la atmósfera se respiraba inconformidad, rechazo, odio y angustia. Otro mes estaba por finalizar y los sueldos atrasados aún no habían sido cancelados.

El brusco jalón de una silla sobresaltó a las personas reunidas en la gran área de confección.

—¡No hay fondos! ¡No hay fondos! Estoy hasta la coronilla de esa maldita palabra —Fermín lanzó un golpe furioso a la mesa—. Qué pensarán esos pelucones*, ¿que nosotros no comemos? ¿Que no tenemos obligaciones financieras?

—Eso ya no es novedad —refunfuñó Laura, deteniendo la máquina con la que cosía un calzado de hombre—. Lo que no puedo creer es que sigamos trabajando a pesar de ello.

—Pendejos, eso es lo que somos —se unió a la protesta Henrique, el más antiguo de los empleados—. Esa gente se beneficia de nuestro trabajo y a nosotros que nos parta un rayo.

Más murmullos de obreros, inconformes, se alzaron.

—Debemos hacer algo. ¡Esto no puede continuar así! —siseó Fermín más enojado con cada segundo que pasaba—. Deberíamos hacer una huelga. A ver si así nos toman en serio.

Itamar escuchaba las protestas en silencio, guardando para sí el malestar que le producía la falta de paga. A todos les afectaba la situación: deudas que cancelar, familias que mantener.

Siempre se había mantenido al margen, no queriendo formar parte de ningún frente. Por temor a perder el trabajo, se vio obligado a bajar la vista en incontables ocasiones, aceptando migajas por una labor que el realizaba en totalidad. Eso se tenía que terminar.

¿Por qué seguir engordando el bolsillo de sus patronos cuando a éstos poco les importaba que el de ellos estuviera en un estado cadavérico?

No, las amenazas, las manipulaciones, no los detendrían esta vez. El despido ya no le importaba, era preferible ese escenario a seguir trabajando en esas deprimentes condiciones.

Las voz de su madre resonó en su mente. Ella tenía razón. Con tipos como su jefe las palabras sobraban, medidas radicales es lo único que funcionarían.

Y la única forma de que las quejas fueran escuchadas y tomadas en cuenta era si hacían un levantamiento.

—Estoy de acuerdo contigo, Fermín —murmuró Itamar con parsimoniosa tranquilidad, sin levantar la vista del pliego de cuero que estaba cortando. El último que cortaría si las cosas se mantenían igual—. Hay que hacer algo definitivo, algo radical que los haga cagarse de miedo.

—Lo llamaremos: "La rebelión de los zapateros" —murmuró Felipe, quitándose con irritación el cemento de contacto y la pintura negra que se adhería a sus dedos. No volvería a destrozarse las manos sin una buena razón—. Es un buen nombre.

Itamar sacudió la cabeza.

—No. Necesitamos un nombre que represente a nuestra causa y al mismo tiempo sea una burla hacia esos pelucones.

—Hablando de pelucones... —Felipe apuntó a la escalera que llevaba a las oficinas. Miró el reloj—, el señorito acaba de llegar, tarde... como siempre.


Fabio iba concentrado en una importante charla con unos ex compañeros universitarios. Aún no lograban decidirse por el evento que se llevaría a cabo el próximo fin de semana. La decisión era muy compleja y tenía que ser resuelta con ojo crítico y mucha responsabilidad. Sonrió, había dado con la solución perfecta para tan problemático problema.

Escribió en el grupo de WhatsApp con una rapidez que una mecanógrafa envidiaría:

En lugar de escoger entre la parrillada kosteña o el azado argentino, hagamos los dos y asunto arreglado.

👏👏👏 😁 😁 👏👏👏

Emoticones sonrientes y aplausos enérgicos aparecieron en la pantalla apoyando la genial idea.

Lo sé, soy un As para resolver conflictos. ☺

Acompañó la auto alabanza con una carita feliz.

¡Fabio, presidente!

El mensaje que llegó como respuesta de uno de sus amigos dibujó una sonrisa en sus labios. Fabio Paez: "Presidente de la República del Ecuador" . No sonaba mal. Tal vez debería ir pensando en una carrera política. Se acarició el mentón en gesto reflexivo.

¡Sí, presidente!

Apoyaron la candidatura el resto de sus colegas.

Soltó una estruendosa carcajada, la idea le empezaba a gustar. Ladeó la cabeza, divertido. Fue entonces que por el rabillo del ojo notó unas miradas fijas en él.

Obreros de semblante serio y postura rígida lo contemplaban con lo que creyó era rabia contenida. No podía ser enojo realmente, tal vez solo era preocupación laboral por el pedido que tenían que entregar antes de que el día finalice. Sí, eso tenía que ser.

Confiado en su aguda perspicacia cuadró los hombros bajo la elegante camisa Ralph Lauren y voceó:

—¡A ver, señores, no estén de perezosos y pónganse a trabajar! Tenemos muchos pedidos que entregar —dicho eso, aceleró el paso a la oficina presidencial. No entendió la sensación de malestar que cayó en su aristocrática humanidad.

—"Tenemos" dice. Como si él hiciera algo en esta fábrica aparte de calentar la silla y estar metido en ese smartphone todo el tiempo —gruñó Felipe.

—¡Lo tengo! —exclamó Itamar, confundiendo a la audiencia. Felipe, sin darse cuenta, le había dado la denominación que estaba buscando—. Llamaremos a nuestra causa "La rebelión de los smartphones". Nos representa a la perfección y a la vez es una mofa hacia ellos —rio malévolo.

—Me gusta —aprobó Felipe, con una risa burlona.

—A mí también —soltó una carcajada, Fermín—. Y quién más indicado que tú, flaco, para ser nuestro líder.

—¡Sí! —el nombramiento fue recibido con un ruidoso aplauso general.

—Gracias por la confianza. Entonces, no se hable más. El jefe tendrá una única opción: ¡aceptar nuestras demandas o fregarse! —Itamar se levantó con brío de la silla. Ésta cayó hacia atrás, fue la señal que encendió la chispa subversiva—. ¡Rebelión!

—¡Rebelión! —gritaron los encargados de diseño y fabricación.

—¡Rebelión! —Se unieron al griterío el área de ventas y distribución.

—¡¡Rebelión!! —Se amotinaron los que faltaban de la cadena productiva. Todos unidos en la misma lucha—. ¡¡Rebelión!! ¡¡Rebelión!!







—¡Fabio! ¡Fabio! —Entró jadeante el supervisor de la planta al despacho de presidencia—. ¡Huelga! Ellos... ellos están en huelga... —inhaló aire, entrecortado.

—¿Pero qué te pasa, Miguel? ¿Por qué entras así en mi oficina? Has hecho que pierda la última vida que me quedaba —le mostró el celular—. Estuve así de cerca de superar el noveno nivel de Dioses y Monstruos. Ahora tendré que empezar de nuevo —bufó.

—Fabio, lo que está ocurriendo en la fábrica es más importante que ese juego tuyo.

—¿Más importante? —Lo observó, altanero—. A ver, ¿qué pasó ahora? ¿A los obreros se les acabó las agujas, el hilo, el cemento de contacto, los tintes? ¿Qué es esta vez?

—Sus sueldos —informó Miguel, nervioso por la crítica situación que al parecer a este parecía no importarle. No era de sorprenderse, ese chico no vivía en el mundo real—. Exigen que sus sueldos sean pagados, de lo contrario se niegan a trabajar un minuto más.

Fabio frunció el ceño.

—No deben ser más que berrinches —le restó hierro al asunto—. Amenázalos con despedirlos y problema resuelto. —Bajó la vista al móvil. Iba a necesitar toda su energía alcanzar de nuevo el noveno nivel—. Ahora vete, tengo mucho trabajo que hacer.

—Fabio... dentro de unas horas será la reunión con los nuevos inversionistas. Si ellos ven eso...

—Pues razón de más para que soluciones lo que sea que esté haciendo esa gente.

—Pero...

—¡Ya deja de fastidiar! Arréglalo tú. Has de cuenta que es una especie de ascenso de tus responsabilidades —señaló a la puerta. Ya no tenía resaca y no iba a permitir que Miguel le provocara una migraña con sus letanías—. Sal. No vuelvas a molestarme.

—Conste que te lo advertí —masculló Miguel antes de cruzar el umbral.

Fabio torció los ojos como respuesta. Dio la vuelta en la silla, quedando frente a un gran ventanal. Desbloqueó el celular y se hundió de lleno en el juego.

Tiempo después una colérica voz lo sacó del ensimismamiento.

—¡¿Se puede saber qué carajos estas haciendo?!

El móvil de Fabio fue a parar al suelo a causa del furibundo grito.

—Papá... ya regresaste. —Enderezó el cuerpo y se acomodó el traje para disimular la sorpresa—. No te esperábamos hasta dentro de dos días.

—Así era, hasta que Miguel me llamó y me dijo lo que estaba ocurriendo. ¿Cómo es posible que estés aquí tan campante mientras abajo se desarrolla una crisis laboral?

—Miguel exageró la situación. No son más que minucias...

Un puño furioso fue a estamparse en la mesa.

—¡¿Si quiera te dignaste a levantar el culo de esa silla y comprobar si el asunto era serio o no?! —El rostro del hombre era de un intenso color granate.

—Yo... este...

—Ven conmigo —exigió el hombre—. ¡¡Ahora!!

Fabio dejó la exhaustiva búsqueda de su bien más preciado y corrió deprisa tras su enojado progenitor.

Transcurridos unos minutos llegaron a el área de manufactura.

—Observa —extendió la mano a una enajenada multitud—. ¿Te parece que esto es una minucia?

Fabio se quedó de piedra por lo que sus ojos le mostraron. Todos los trabajadores del área de producción gritaban "huelga" con un vozarrón ensordecedor, el mismo que aumentó cuando advirtieron la presencia de padre e hijo.

Esta vez no confundió las miradas de odio y desprecio de sus subalternos. El mensaje era claro: querían sus cabezas, entera o en filetes, daba igual.

—Don Victor... —se plantó frente a ellos, Miguel— , he tratado de tranquilizarlos, pero ha sido imposible.

Victor miró la escaramuza, impertérrito.

—¡Arregla este desastre! —siseó a su hijo, sin apartar la vista.

Fabio contuvo el aire. Los empleados eran una marea de humanos rabiosos.

Uno de ellos tenía sometido a un guardia con pinchazos de diminutas agujas. Una mujer de aspecto robusto arrojaba tinta negra sobre la ropa del vigilante que quería someterla. Dos individuos arrojaban tacones de distintos tamaños, atrincherados tras un grueso pilar del almacén. Una joven operaria amenazaba con un líquido amarillento a otro de los vigilantes.

—¡Atrás! O te lanzó este disolvente —le oyó decir. En realidad era jugo de manzana pero Fabio y el estúpido guardia no lo sabían.

Tragó saliva, la seguridad de la empresa llevaba todas las de perder. Inhaló una gran bocanada de aire para darse fuerzas.

—¡Señores! —alzó la voz. Nadie le hizo caso—. ¡Señores! —Volvió a insistir. Nada— ¡¡Señores!! —La garganta le ardió. El llamado no encontró oídos. Cuando iba a intentarlo de nuevo, una potente voz se elevó sobre todas las demás.

—¡Alto! —No requirió de gran esfuerzo para Itamar acallar a la multitud—. Los jefes han decidido bajar del trono y visitar a estos simples mortales. —El tono jocoso fue acompañado de un silbido de rechazo.

Itamar sonrió satisfecho de que los dueños del circo al fin hicieran acto de presencia. Solo era cuestión de tiempo para que sus peticiones fueran resueltas y en los mejores términos.

—¿Ahora si nos van a prestar atención? A eso han venido, ¿verdad? —inquirió el líder rebelde.

—¡Queremos que nos paguen los sueldos atrasados! —gritó Fermín a un costado de él.

—¡Mejores condiciones de trabajo! —rugió Laura a sus espaldas.

—¡Y que esta vez sea cosa seria! —añadió Felipe desde el otro extremo de la habitación.

—Ya oyeron lo que queremos —expresó Itamar—. ¡La rebelión de los smartphones solo será disuelta cuando se cumplan nuestras exigencias!

Victor Paéz alzó la ceja, confundido al principio. Le tomó unos pocos segundos entender el porqué del pintoresco nombre. Miró de soslayo a su hijo, este mantenía un semblante inquisitivo. No necesitó ser adivino para saber que él no comprendía el apelativo de la rebelión. Iba a hablar cuando una mujer de mediana estatura lo interrumpió.

—Señor Paéz —se acercó la recepcionista con expresión azorada—. Los inversionistas han llegado, ¿les digo que se marchen? No creo que...

—¡De ningún modo! He esperado mucho tiempo por esta negociación y nada ni nadie lo va a estropear. Llévalos a la sala de juntas y por ningún motivo permitas que salgan de ahí —desvío la vista a Fabio—. Aplica tus conocimientos en relaciones humanas. Un ojo de la cara me salió ese curso en el que te antojaste inscribirte.

El rostro del muchacho era un amasijo de asombro y preocupación, que se fundía en un temor indescriptible, nunca antes experimentado por él. Aquellas sensaciones eran nuevas y no tenía idea de cómo manejarlas.

—¿Qué estás esperando para arreglar esta situación? —insistió Victor, dándole un codazo en el costado al comprobar que no le había hecho caso—. Demuéstrales quién es el que manda y demuéstrame a mí que esa carrera universitaria tan cara que te pagué no fue un desperdicio de dinero.

Fabio contempló unos segundos a su padre. Hizo un asentimiento de cabeza y se volteó al gentío. Acomodó su camisa de diseño con intención de transmitir superioridad, luego se aclaró la garganta, como un gallo listo para entonar el advenimiento del alba.

—Señores, ¿qué les parece si arreglamos esto con una sabrosa parrillada y unas bielas bien frías? Nada sacan haciendo huelgas, solo que la producción se detenga y que nosotros perdamos mucho dinero. ¿No les parece injusto?

La gente reunida en el recinto obrero lo contemplaron con la boca abierta. Tenía que ser una broma. Mas el cinismo en las palabras arrojadas por ese incompetente hijo de papá, no dejó dudas de que la propuesta iba en serio.

El incómodo silencio fue roto por una indignada voz masculina:

—¡Injusto el mísero sueldo que nos pagan! —Un molde de tacón pasó rozando el hombro de Fabio.

El trabajador que arrojó el letal instrumento de manufactura hizo una mueca enojada por el inoportuno fallo.

Don Victor tampoco podía creer la tremenda estupidez que salió de la boca de su primogénito. El heredero que se haría cargo de los negocios cuando se jubilara. ¡Maldición! Estaba en serios problemas, y no lo decía por la rebelión de los trabajadores.

¿Qué futuro le aguardaba al consorcio Paez, teniendo a Fabio como director general?

Ya ni siquiera podía hacer algo para remediar la metida de pata de su hijo. Ya todos se dieron cuenta de que Fabio era un inútil. Ahora lo único importante era sofocar la huelga e impedir que esta llegara a oídos de los empleados de las demás fábricas. De lo contrario tendrían un levantamiento en masa.

—Llama al líder. Al menos eso si has de poder hacer —lo pulverizó con la mirada.

Victor ya lo había identificado, esperaba que Fabio también. No era una tarea difícil. Pero tratándose de su retoño... La duda lo embargó.

Fabio soltó el aire, más sosegado. La orden de su padre no era complicada, por suerte. Reconoció al personaje que lideraba la protesta: Itamar Vega, él estaba detrás de todo esto. Conocía el paupérrimo estilo de vida que éste llevaba y las personas que mantenía, le daría una porción considerable de dinero y con ello asfixiaría sus aires de grandeza. Si derrotaba a Itamar el resto de huelguistas caerían como un castillo de naipes. Esos infelices no eran nadie sin un líder, solo ovejas descarriadas en busca de un pastor. Y él estaría gustoso de asumir ese cargo. Su padre elogiaría su manera efectiva de resolver problemas. Sonrió victorioso.

—¡Itamar Vega! —gritó alto para hacerse oír—. Ven.

Padre e hijo se dirigieron a la oficina del supervisor.

Itamar los siguió en medio de una ola de aplausos.

Tensos minutos después, Itamar regresó con una larga sonrisa en los labios, que no se esfumaría por mucho, mucho tiempo.

Les informó a sus compañeros que sus demandas fueron atendidas con celeridad. Y no solo eso, se presentó ante ellos como el nuevo director de planta, cargo que estaba ligado al título universitario que obtendría luego de seis semestres. La audiencia estaba estupefacta por la información. Itamar procedió a contarles en detalle lo ocurrido en la oficina.

El señor Paéz, hijo, había intentado disuadirlo con todo tipo de tácticas oscuras. Definitivamente el joven heredero tenía madera para sobornar a la gente, pero no contaba con que él fuera un hueso duro de roer. Por nada del mundo iba a traicionar sus ideales y a la personas que confiaron en él. Podía ser pobre, pero era honesto. El dinero que llevara a su casa sería producto del ''esfuerzo". Palabra que a la mala iba a conocer Fabio Paéz.

Don Victor, en un intento de salvar a su hijo del destino que tendría por delante o más bien, deshacerse de la desilusión que este le causó frente a todos los empleados, le extendió una hoja y le pidió resolver una sencilla operación financiera. Fabio no supo como responder a la solicitud. Fue entonces que la agudeza de don Paez descubrió el secreto que su hijito guardaba: el título de Ingeniero en negocios y finanzas, era comprado.

—¡¡Tú no pasaste por las aulas, ellas pasaron por ti!! —le había gritado. Los ojos llameando como la lava de un volcán.

Después de saberse la verdad, la sentencia que llegó fue un entierro en vida para ese pobre infeliz. Su padre le quitó todos los lujos y lo sentenció a ganarse la vida con esfuerzo y dedicación. Empezando por sus estudios académicos. Fabio Paéz regresaría a estudiar en una universidad pública a obtener un verdadero título. Don Victor se negó a invertir dinero en un establecimiento de paga.

Y para asegurarse de que su amado hijo no hiciera de las suyas de nuevo, le ofreció pagar a Itamar los gastos de movilización e útiles escolares que necesitase para culminar los semestres que le faltaban, a cambio de que vigilara como un halcón a Fabio en el centro universitario al que los dos iban a asistir. Por último, lo había ascendido con la condición de que capacitara a su hijo en la administración de la empresa, para que este tomase la dirección en un futuro. Siempre y cuando Fabio, estuviera en condiciones de hacerlo.

En el fondo Itamar sabía que tanta magnanimidad no era gratuita, a pesar de que su jefe lo haya expuesto así. No se dormiría en los laureles, tarde o temprano ese viejo zorro le cobraría el favor. Estaría preparado para cuando ese día llegara, por lo pronto disfrutaría de ese merecido triunfo con sus compañeros de trabajo.

Desde hoy muchas vidas cambiarían, empezando por la de él y su familia. No veía el momento de que acabara su turno, llegar a casa y contarle a su madre la victoria alcanzada.

Sonrió exultante. Un grupo de personas diseminadas eran fáciles de destruir como las ramas sueltas de un atado de leña, pero unidos podían derrocar hasta el líder más fuerte y poderoso.




*Pelucón:

1: Persona de recursos económicos altos, que prácticamente tienen la vida arreglada.

2: Elegante, sofisticado.

~Fin~

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