Tercera parte: un pequeño aviso que trata sobre aguas amorosas y pasionales

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Que muy pronto vas a delirar entre flores y melodías de inextinguible memoria mientras amas el cuerpo de una bella y joven mujer, querido Santiago, es el aviso que una brisa enamorada y como con ciertos aires de coqueta te trae este día con mi voz. ¿Sabes una cosa?, no sé si logres escuchar aquella sedosa brisa con toda la nitidez del caso, con toda la nitidez que a veces requieren los oídos del alma, aunque apostaría todo lo que tengo a que sí. Apostaría todo lo que tengo a que tú te dejarás perder entre sus más flotantes fragancias pasionales, y entre todos y cada uno de los acordes de su voz dulce y enamorada. Una voz que desde ya te dice lo siguiente: pronto la vas a conocer a ella, sí, la conocerás, querido Santiago, y, al poco, vas a sentir tu piel entregada a las más excelsas y sublimes sonatas amorosas de una luna envanecida. Vas a sentir que tu piel se entrega a unos amores de tonalidades quiméricas, y a los efluvios de cariño de una fuente de luz sumamente lujuriosa. Vas a sentir aquello en lo más profundo de tu piel, justo cuando ella, es decir, la mujer con la que debes encontrarte, te mire con sus ojos de profundidad mística e insondable. Vas a sentir aquello, ¿sabes?, cuando tú la mires a ella. Es decir, mi muy estimado amigo, vas a sentir todo aquello y a conocer aquellas sublimes sonatas amorosas de las cuales te hablaba, cuando ambos se vean por primera vez a los ojos tal y como ya está escrito que deben mirarse.


Ella, la hermosa mujer con la que te verás dentro de poco porque así lo quiere el más pasional de los caprichos del destino, sentirá que su alma no es sino una prolongación de tu propia alma. Sentirá aquello, aquello que es tan vago y tan intenso, justa y precisamente cuando toda ella se encuentre levemente bañada con la mirada de alguien, con la mirada de algún misterioso enamorado. Una mirada que dentro de poco descubrirás que no es sino tu propia mirada, tu propio observar las cosas desde la retina de tu ser, desde lo más profundo de las ideas recalcitrantes y fervorosas de tu sentir. Tu corazón, en ese momento, mi querido Santiago, será entonces un canto de amor. Una pincelada de suspiros que tocarán las lindes de la existencia. Un raudal de colores que querrán descubrir las más profundas intimidades de tu ser y del ser de ella. Una brisa que solo se limitará a buscar la desnudez de la más sonrosada de las flores.


Ella, por su parte, como nuestra bella luna bien se puede imaginar desde sus aposentos celestes, apenas te vea, anhelará aprender de ti cómo se puede amar con todo su ser, o siquiera con todo el alma. Deseará aprender el secreto de la dulzura, y si no eso, cualquier otra cosa de gran relevancia, de gran emoción, de grandes texturas almibaradas o de gran sentimiento que le puedas enseñar. Sí, ella deseará aprender algo de ti. Y lo aprenderá. Pues, que se sepa, o que se haya dicho en los más alejados rincones de este universo, algo, cualquier cosa, por insignificante o grande que sea, se ha de aprender de hacer el amor, de hacer el amor en forma sumamente fogosa, intensa y apasionada.


Ella logrará aprender entonces de ti, mi querido aventurero de oropel, el secreto mismo de la dulzura. Y lo aprenderá mientras te acaricia y mientras te besa. Mientras le impide a todos esos espejismos que de una u otra forma surjan esa noche de dulce y sin igual entrega, transfigurarse en ningún tipo de sombra que pueda opacar luego una posible revelación.


Ella, por cierto, con una mística y bella luna habitando en el centro mismo de sus ojos, querrá saber el secreto máximo de la dulzura desde ese mismo momento de la vida en el cual te vea por primera vez. Querrá saberlo con la misma intensidad con la que tú también querrás saber dicha esencia cuando la veas a ella. Ambos, por tanto, querrán saber, más allá de una maraña de silencios ilusorios y de las más almibaradas y fugaces geografías de la brisa, aquel dulce y supremo secreto. Y lo querrán saber no solo mientras se observan, sino mientras se aferran fuertemente, ella a tu cuerpo, y tú al de ella, para que de esa forma, Santiago, el calor que resulte de la fusión de sus cuerpos combinados, y de sus almas dulcemente entrelazadas, no se aleje de ninguno de los dos. Y será entonces, ¿sabes?, y solo entonces, cuando tú llegues a recibir una revelación que le querrás comunicar a tu amada de mil formas distintas. Tú le dirás entonces a ella, mientras la abrazas con tu alma y con todo tu amor, que el secreto de la dulzura no es otra cosa más que un sentimiento. Un sentimiento mágico y natural... Un sentimiento sensorial aunque impalpable que puede llegar a embriagar al ser como ningún otro licor. Algo así como un rocío o una hoja de árbol que nunca termina de caer. Un sentimiento que no solo nos insta a preocuparnos por alguien, sino que nos impulsa a alegrarle a ese alguien, a ese alguien a quien amamos con todo nuestro ser, todos y cada uno de los aspectos de su vida. Un sentimiento que, por cierto, pierde un poco de magia si nos atrevemos a limitarlo en una sola palabra, en un solo beso o en una sola caricia.

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