~Capítulo 36~

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Los dragones no temen a nada. Después de todo, son grandes bestias de fuego capaces de surcar los cielos. Gracias a ellos, unos simples pastores lograron forjar un imperio; Aegon I logró conquistar seis reinos sumergidos en luchas constantes y, como muestra de su gran poder, la danza de las grandes bestias casi acaba con su familia. Los dragones no tenían miedo a nada, por lo que sus jinetes tampoco. Sin embargo, Daenerys volvió a sentir miedo como hacía tiempo que no sentía: pronto, otro dragón llegaría al mundo.

Si fuera otra, puede que incluso se alegrase con la noticia. La situación había cambiado desde que Aerys nació. Ya no estaba tan sola como antaño. Cuando Aerys nació solo tuvo con ella a Viserys e Illyrio. Ahora era la reina de Meereen. Los pueblos se alegraban de tener herederos a la corona. Pero este dragón no era del padre correcto.

Si bien las noches con zo Loraq se habían repetido, Daario siguió frecuentando a su reina. "Es mi deber como reina" pensaba Dany cuando estaba con Hizdahr zo Loraq. "¿De verdad lo quiero?" pensaba con Daario Naharis. Como fuere, Dany llevaba en su vientre a otro Targaryen. Y era de Daario, estaba completamente segura. Tras la sensación de malestar de varios días, Dany acudió a un sanador. «Mi reina estáis encinta», aquellas palabras chocaron contra ella como si sus dragones chocasen contra ella. La pareja real no compartía habitación, algo a lo que Hizdahr no puso objeción. Dany estaba más que segura que no era la única en recibir visitas secretas. Por eso cuando descubrió su estado estaba segura quién era el padre de su hijo: Daario Naharis. Solo él había acudido a su lado. Dany tenía que arreglar aquello.

—Quieran los cientos de dioses concedernos por fin un hijo —dijo Hizdahr varias noches después de que Daenerys se enterase de la noticia.

Había mandado mandar a Hizdahr aquel mismo día, y el siguiente, y el siguiente... Noche tras noche la reina llamaba al rey a su lado.

—Así lo quieran —contestó Daenerys. «Tu deseo se va a cumplir antes de lo que esperas».

Procuraba tomar el té de la luna siempre que mantenía relaciones. Fuera con Daario o Hizdahr, no quería otro vástago Targaryen, pero el método tenía sus fallos. Dany no sabía si el ghiscari la deseaba o la detestaba como ella a él. 

Para asegurarse de no caer en la tentación, había mandado a Daario lejos con un pretexto sacado de la nada. Debía hacer creer a Hizdahr que aquel era su hijo. Y tras varios noches compartidas con su esposo, las necesarias para levantar las sospechas, le dio la noticia. Para que su esposo siguiera sin sospechar, volvió a invitarlo a sus estancias privadas.

—He visto a un sanador hoy— le dijo Daenerys mirando al techo. Esa sería la noche en mucho tiempo en que Hizdahr la tocara. Dany giró la cara para mirar directamente a su esposo—. Meereen verá a un nuevo príncipe dentro sus muros.

Tras decir eso sonrió, mostrando una felicidad que ocultaba lo que en realidad sentía.

—¡Oh, mi reina! —exclamó Hizdahr mientras repartía besos por la cara de Daenerys. Repetía esas palabras tras cada beso para disgusto de Dany, que cada vez tenía más ganas de dárselo a sus dragones—. La Madre de Dragones ahora tendrá el honor de ser la madre de un hijo de sangre ghiscari.

Daenerys suspiró internamente. Parecía que se lo había creído. 

«Aprovecha esta noche, zo Loraq, porque tardarás en volver a tocar a un dragón».

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Bastet estaba con Viseniam en los jardines de su propiedad. Por ellos correteaban algunos niños sin padres rescatados de la calle. De vez en cuando, alguno le pedía poder acercarse a Viseniam. La dragona se había acostumbrado a su presencia y dejaba que los pequeños tocasen sus escamas rosas. No fue ella misma a Paideia.

—¿Y bien? —Notó la presencia de Tyrion a sus espaldas.

—El territorio es nuestro. No se ha tocado a sus habitantes, como has pedido.

—¿Se ha revisado en busca de alguna marca a los muertos del otro bando?—Tenía que encontrar al último descendiente de los Neferbah y, mientras lo hacía, buscar a Sansa.

—Ni rastro de lo que has dicho—contestó Tyrion.

—¿Y los niños? —preguntó Bastet.

—Sin recibir heridas. Están de camino.

Bastet asintió y se fue junto a Viseniam.

—¿Algún día nos dejaras montar en tu dragón, gran Bastet? —le preguntó uno de los niños.

—Solo algunas personas son capaces de volar en dragón. —Bastet les sonrió a los niños—. Si cuando crezcas eres un gran guerrero o tienes el coraje suficiente como Ortigas, que consiguió domar un dragón sin sangre Valyria, dejaré que lo intentes —dijo para después salir con Viseniam hasta el cielo.

Tras un rato de vuelo, divisó a lo lejos lo que buscaba. Desde lo alto, la caravana de regreso parecía una fila de pequeñas hormigas. Pudo distinguir el caballo de Drogo y fue junto a él. Viseniam asustó a los niños pero el inesperado aterrizaje solo consiguió que Drogo sonriera ante la llegada de su mujer. Bastet bajó de su dragona y fue recibida por su esposo.

—Luna de mi vida, inesperado encuentro.

Por si alguno de sus rehenes dudaba de quién era ella, ahora ya sabían que se encontraban ante Bastet Targaryen.

—No podía esperar a verte. Y venía a ver a nuestros nuevos invitados.

Bastet se paseó entre los niños de los afentikós, hasta que se paró ante uno de ellos.

—¿Cómo te llamas, pequeño? —preguntó al asustado niño—. Oh, no temas. Mi guerra no es contra ti, no sufrirás daño.

—Thy...Thyma, mi señora....

—Las tropas de mi esposo no te harán daño alguno, Thyma —dijo sonriendo—. Tal vez para relajarte necesitas alguna distracción. ¿Qué te parece venir conmigo y Viseniam?

—¿De verdad, señora? —Los ojos del niño no pudieron ocultar la ilusión de volar con un dragón—. Pe...pero ¿no me dejará caer?

—Los Targaryen nunca tiramos a niños inocentes en pleno vuelo. La Diosa Bastet nos lo prohíbe. ¿Quieres venir?

—¡Sí!

Drogo ayudó a subir al niño a lomos de Viseniam. La dragona había crecido considerablemente desde que solo era una pequeña lagartija.

—¡Muéstrale a Thyma los cielos, Viseniam! —dijo Bastet antes de que volviese a volar.

Bastet le señalaba a Thyma los nombres de las poblaciones que podían ver desde el cielo. El niño estaba maravillado ante la visión que nunca pudo ver desde la tierra. Cuando volvieron a aterrizar en los jardines desde los que había salido, Thyma ya no tenía rastro de temer.

Bastet lo llevó hasta un pequeño palco en el que había mandado poner una mesa con frutas para el niño.

—¿Es verdad que usted es hija de reyes? —preguntó Thyma tímidamente mientras miraba la comida que tenía delante.

—Reyes de siete reinos.— Bastet sonrió mientras indicaba con gestos que podía comer lo que quisiera—. Durante trescientos años, mi familia gobernó un territorio al oeste de aquí, pero nos traicionaron venados, lobos y leones. Mas los dragones no temen a alimañas salvajes y siempre toman lo que es suyo.

—¿Podré visitar su reino cuando vuelva?

—Por supuesto. Si eres bueno con la espada puedes ser caballero o, por el contrario, si prefieres puedes estudiar y llegar a ser maestre.

Bastet le habló de todo lo que sabía de Westeros hasta que se hizo tarde.

—Hay una cosa que quiero saber, Thyma. ¿Quiénes son tus padres?

—Un afentikó llamado Énochos y su primera esposa, pero mi madre murió antes de que me mandaran a Paideia. La segunda esposa de mi padre ya tenía hijos mayores que yo y no me quería cerca ellos y lo convenció para que me mandase allí. La segunda esposa de mi padre quiere que nombre a uno de sus hijos como heredero. Vivíamos más al sur, cerca del mar.

—Ahora te llevarán hasta el lugar que hemos destinado a los niños. Pero antes una cosa más...¿me dejas ver tus manos?

Thyma, con la inocencia propia de un niño, hizo lo que le pedía Bastet. Allí no había marca ninguna.

—Buenas noches, Thyma. Espero que descanses. — Bastet volvió a sonreír al despedirse del niño.

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—¡Capitán Naharis! Me alegra ver que vuelve sano y salvo. —Aerys fue a recibir a Daario a su regreso. Aunque se negase admitirlo, echaba de menos al capitán Naharis y cuando lo iba a visitarlo mientras estaba con los dragones. Por alguna razón, Aerys sentía que el capitán Naharis lo protegería ante cualquier peligro.

—A mí también me alegra volver, príncipe Aerys —contestó Daario—. Dos meses fuera y puedo apreciar que ha crecido. Sin duda serás un rey alto.

Aerys le sonrió al capitán. Tenía tanto que contarle. Su mamá le había contado que ella e Hizdahr le darían un hermano o hermana. Aerys estaba muy contento. Ya hacía planes para vivir con su hermano. Su nuevo hermano montaría a Rhaegal y él a Viserion y juntos volverían a Westeros. Aerys y Daario, acompañados de la guarida del niño, se dirigieron a la pirámide.

—Se os ve animado, príncipe. ¿Ha pasado algo interesante?

—Os habéis perdido un gran acontecimiento, capitán —contestó el niño—. Mi madre y su esposo han anunciado que esperan un hijo. Voy a tener un hermano.

—¿Un hermano? —preguntó Daario demasiado sorprendido para saber cómo reaccionar.

—O hermana. Pero, si os soy sincero, prefiero que sea varón. ¿Os imagináis? El rey Aerys el tercero de su nombre y su Mano, su hermano Jaehaerys... O Daemon. Me gustan esos nombres para mi hermano. Si es niña no puede ser la Mano del Rey.

Daario estaba bastante descolocado. Y así siguió hasta que Missandei anunció que la reina lo requería en su alcoba.

—¿¡Por eso me querías fuera!? —Daario na tardó en exponer sus pensamientos una vez que estuvieron solo—. ¿Para estar poder estar con tu perfumado esposo?

—Daario, calmate. No necesitaba enviarte fuera para cumplir mi deber como esposa y yacer con mi marido. Era necesario.

—¿Por qué me he tenido que enterar por tu hijo, entonces?

Daenerys suspiró.

—El ser de mi vientre es tuyo —dijo al fin—. Tenía que hacerlo pasar por hijo de Hizdahr. Por eso tenía que pasar noches con él.

—¡Entonces es mi hijo! —Aquello no se lo esperaba.

—Puede que sí, pero será conocido como hijo de Hizdahr zo Loraq. Tras compartir cama con él, está convencido de que es suyo. Y así será para todos.

—¡No permitiré que mi hijo no conozca a su padre! —Daario estaba furioso. En vez de sangre, el fuego parecía correr por sus venas.

Daenerys lo besó. Lo besó coma aquellas noches en que de verdad estaban juntos.

—No es tuyo. Su padre será Hizdahr zo Loraq —susurró Daenerys.

—¡Si piensas que de verdad te permitiré...!

—¿Me permitirás qué? —Dany volvió a besarlo para hacerlo callar—. Soy la reina. No pienses que puedes actuar en mi contra.

Daario Naharis se disponía a marcharse de allí.

—Recuerda que eres mío. No lo olvides —dijo como toda despedida Daenerys.

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Bastet pasó varios días hablando con Thyma. Era un niño muy simpático e incluso Drogo lo decía.

—¿Adónde vamos, mi señora?

—A una celebración, Thyma. Serás mi invitado de honor.

Mientras se iban una niña se acercó a ellos.

—Quería darle las gracias por tratarnos tan bien, gran Bastet.

—Gracias pequeña. —Bastet la recompensó con una sonrisa—. Creo que no conozco tu nombre...

—Défteros, mi señora.

—Défteros... espero que podamos conocernos mejor.

Bastet dirigió al niño a la plaza principal. Todo estaba dispuesto para la ocasión.

—¿Está el emisario que vamos a enviar a los afentikós? —le preguntó Bastet a Drogo.

—Sí.¿ Qué vas a hacer Bastet? —Drogo no estaba al tanto de los planes de su esposa pero tenía un mal presentimiento.

Bastet no contestó.

—Espera aquí, Thyma —le dijo al niño. Viseniam llegó y se colocó a poca distancia de Bastet.

—¡Os he llamado para que veáis hasta dónde llega un dragón! ¡Sangre por sangre!—Bastet elevó la voz para que todos le prestaran atención. Señaló al encargado de llevar el mensaje—¡Tú le dirás a los tuyos que quiero a Sansa Stark y lo que sucederá de no ser así! ¡Este que está aquí es Thyma, hijo de Énochos!

—¡Bastet, no! —gritó Drogo consciente de los planos de Bastet.

—¡Dracarys! —ordenó Bastet señalando a Thyma  y Viseniam obedeció.

Drogo esperó hasta el último momento que aquello no fuese real. La cara de la moneda había quedado al descubierto. Y no era la que nadie esperaba.


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