~Capítulo 53~

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Desembarco del Rey, dos semanas después de la llegada de Aegon

Su existencia modificó el tablero de juego.

En su bando, su llegada había traído un nuevo dragón para volar sobre el campo de flores doradas. Uno de los caballitos de mar Velaryon también estaba de su lado, además del señor de los grifos y, en cuanto supiesen de su llegada, también los soles de Dorne pondrían sus lanzas a sus pies.

Del otro lado, la cobarde de la leona tenía a una dragona solamente, unos pocos lobos locos y un calamar gigante.

Aegon apretó los dientes al pensar en los Stark. Una loba del Norte había sido la causante de la caída de su padre. Lo había embaucado con solo saben los Siete qué mentiras. Era la única explicación que podía encontrar. El príncipe Rhaegar ya tenía una esposa que lo amaba y dos hijos para heredar el trono. ¿Por qué iba a fijarse en una mujer desaliñada como Lyanna Stak? Según Jon Connington, Lyanna Stark no era la belleza del Norte de la que tanto se hablaba. Su tutor decía que su cara, de un blanco enfermizo, parecía la de un caballo, sus modales no eran los más refinados y pelo castaño era de lo más insulso; no así su madre, Elia Martell, una belleza de Dorne, preciosa como el primer amanecer tras el invierno. Conociendo todo lo anterior, Aegon daba por sentado que su padre había abandonado a su familia por los engaños femeninos de la loba.

Aegon no sería tan estúpido como su padre; él no abandonaría a su futura mujer para huir con un animal salvaje.

Después de la gran revelación, la Reina Flor había sospechado de él. Sólo tras la intervención de Daenerys Targaryen, su futura esposa, había aceptado su presencia allí. En caso de no hacerlo, la reina de Meereen había insinuado que su alianza no llegaría lejos. Margery Tyrell no tuvo más remedio que aceptar, a pesar de las múltiples quejas.

Ya habían pasado dos semanas desde aquello y, tras varias reuniones, ese día tendría lugar su matrimonio. La ceremonia sería sencilla, nada de la gran pompa que se esperaría del enlace de un enlace entre reyes. Aunque aquello a Aegon no le disgustaba. El rey Jaehaerys también había tenido una primera boda discreta con Alysanne en Rocadragón, cuando su madre, la reina regente, se había negado por temor a la Fe. Más tarde, cuando la situación en el reino era favorable y Jaehaerys fue mayor de edad, el enlace se celebró otra vez de manera pública. Aegon pensaba que su historia sería parecida, pero primero Daenerys y él debían deshacerse de las flores podridas de la Reina Flor y su hijita.

En sus primeras reuniones a solas, Daenerys se había mostrado escéptica. Todavía albergaba dudas sobre su identidad, pero estas se disiparon cuando lo sometió a una prueba: se casaría con él si era capaz de domar un dragón. Aegon, por supuesto, aceptó el reto.

Daenerys y parte de su séquito fueron su compañía hasta el lugar donde solían descansar los dragones. Al llegar, las tres grandes bestias estaban allí.

-¿Cuál es tu montura? -le preguntó a Dany. Los jinetes de dragón no usan la montura de otros, por eso Aegon el Conquistador no voló nunca en Vhagar ni Meraxes, ni las reinas Visenya y Rhaenys lo intentaron con Balerion.

-El de color negro, Drogon.

Aegon asintió, un poco más tranquilo por no tener que acercarse al dragón más grande. Estudio a los otros dos, uno verde y otro de color crema. Fue el más pequeño el que retuvo su mirada. Además de verdes, sus escamas también brillaban como el bronce, al igual que sus ojos.

-Ese es mi dragón. -Aegon lo señaló y se dirigió hacia él.

Aegon se acercó con cuidado, sin interrumpir el contacto visual. El dragón, que parecía que había estado durmiendo, se desenrosco, observando al extraño.

Aegon extendió una mano para tocar las escamas. Estaban calientes. El réptil, con su mirada fija en él, gruñó ligeramente. Aegon tragó saliva, temiendo que el animal no lo aceptara, algo que podía pasar, pero, al ver que el dragón permitía que se subiese a él por el flanco derecho, volvió a respirar con tranquilidad.

No lo pudo ver, pero Daenerys sonrió cuando informó de su elección, y sonrió incluso más cuando Aegon montó al dragón. Después era de la sangre del dragón. Y había escogido a nada menos que a Rhaegal, el dragón que recibió su nombre por el difunto príncipe Rhaegar.

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Aguasdulces

Llegaron a Aguasdulces solo unas jornadas después de su paso por Vado Rubí.

El amo del castillo, Edmure Tully, no les puso resistencia e incluso mandó una escolta a recibirlos. Era una mera cortesía, más que nada. Correctamente guarnecida, la fortaleza ancestral de los Tully podía aguantar dos años de asedio con las provisiones necesarias para hombres y caballos. Pero Edmure Tully no pensaba estar dos años con Bastet Targaryen a sus puertas, no después de lo ocurrido con la Casa Frey.

Bastet entró por la Puerta del Agua, llamada así por estar en medio del agua. Contaba con un amplio arco y un pesado rastrillo de hierro, rojo y oxidado, en su mitad inferior. Muchos botes estaban amarrados dentro de la Puerta del Agua, asegurados con anillos de hierro en las paredes y una escalera llevaba al patio interior del Castillo.

Lord Edmure Tully los recibió con los honores que se merecían. Durante la recepción, Bastet pudo comprobar el parecido del cabello rojo Edmure Tully con Sansa y Bran, pero los rasgos delataban su ascendencia Stark por ser un poco más afilados que los de su tío. Arya era completamente de apariencia Stark y, si no lo supiera, Bastet pensaría que nada los relacionaba.

Junto al señor de Aguasdulces, los recibió otro hombre alto y delgado, de pelo gris y voz ronca. Sobre su pecho, el escudo de los Tully había sido alterado para volver a la trucha plateada de color negro. El hombre se presentó como Brynden Tully, el Pez Negro.

Bastet solo necesitó hablar un poco con los dos para darse cuenta que era el Pez Negro quién había mandado aquel recibimiento. Veía el miedo en los ojos de Edmure Tully cuando rindió Aguasdulces su causa, mientras que el Brynden en ningún momento bajó la mirada ante los ojos violetas de Bastet.

En el escaso mes que se detuvieron en Aguasdulces, el grupo de Bastet apenas vio a la mujer de Edmure. Roslin era una mujer menuda y de naturaleza gentil, pero el embarazo la impedía abandonar sus aposentos, decía lord Edmure cada vez que disculpaba su ausencia.

-Lamento su malestar por el embarazo -dijo Bastet en una cena después de volver a oír la disculpa del señor de Aguasdulces-. Desconozco lo que se siente, pero espero que se mejore pronto; aunque he de admitir que me habeis quitado un peso de encima, lord Tully, pues pensaba que vuestra esposa me rehuía por haber matado a su familia.

Edmure casi se atragantó con el vino que estaba bebiendo. El Pez Negro levantó su copa hacia Bastet, divertido.

«Me consideran una chiquilla tonta», pensó Bastet. «Admito que lo fui antes, pero no estoy dispuesta a tolerar que me sigan tratando así».

-¿Y adónde os dirigís ahora? -preguntó Brynden.

-A Nido de Águilas -contestó Sansa por Bastet-. Vamos a ofrecerle una alianza a la tía Lysa; luego volveremos a las Tierras del Oeste.

-Pareces segura de que aceptará...

-Familia, Deber, Honor -respondió Arya-. Ese es el lema de los Tully, ¿no es así, tío? Somos lobas de Invernalia, pero también de sangre Tully, Lysa es la hermana de nuestra madre y nos ayudará, como vosotros habéis hecho.

Bastet se retiró pronto de la reunión. Le dolía la cabeza y se marchó a sus aposentos.

-¿Qué ha sido eso? -Drogo había ido tras ella-. Le faltaste al respeto a lord Tully.

-Él me estaba faltando al respeto a mí con sus excusas. No me importa lo que haga Roslin Tully, pero que no piense que es tan fácil burlarse de mí.

Bastet cogió el pequeño cofre donde guardaba los rubíes que había encontrado.

«Familia, Deber, Honor, el lema de los Tully, pero el mío es Fuego y Sangre.»

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Desembarco del Rey

Daemon asistió al enlace del supuesto Aegon Targaryen y Daenerys.

Estuvo toda la ceremonia, realizada por la mañana, con un peso que lo ahogaba en el pecho y la fría mirada de Jon Connington. Pudo ver a algunos Tyrell durante el evento y conoció a la hija de la reina de Meereen, Zhaerys Targaryen. La niña le habló con educación y a pesar de su corta edad mantuvo la compostura toda la ceremonia.

El banquete que prosiguió al enlace no fue tran grande como el que ofrecieron en la boda del rey Joffrey y la reina Margery (Daemon se preguntaba si una maldición no perseguiría a la Reina Flor, puesto que tres veces estuvo casada y tres veces había enviudado en poco tiempo).

Antes de que comenzase la ceremonia de encamamiento, Daemon se retiró a sus aposentos diciendo que se encontraba mal. Connington lo miró detenidamente al decir eso, pero le dio permiso para retirarse. Daemon estaba seguro que el Grifo se negaría, pero, si sus sospechas eran verdad, Connington no lo perdería de vista nunca gracias a la Araña, a pesar de que le había jurado lealtad a su señor. Y hacía bien en desconfiar de él.

Desde que había rendido Marcaderiva, Daemon pensó cómo podría huir de allí para reunirse con su hermana y su padre. No lo tenía fácil con todos los pajaritos que lo vigilaban, pero lo lograría.

Cuando llegó a sus aposentos, buscó la figurita de madera que representaba a una mujer. Había traído consigo ambas figuras. Cuando no podía dormir por las noches, las buscaba y dormía con ellas. Sentía que eso, de alguna manera, lo protegía. No había vuelto a soñar con su madre, pero confiaba en sus palabras, que ella lo mantendría a salvo.

Salió de la torre antes de que el ruido de los participantes del encamamiento llegase hasta allí. Quería un lugar tranquilo donde poder rezar.

«Ayuda a tu fiel seguidor, Diosa Bastet».

Nunca había sido muy creyente y aquella deidad le era absolutamente desconocida, pero, al rezarle se sentía bien, protegido. Tenía la misma sensación de cuando veía a su madre en sueños. Ningún otro dios le ofrecía eso y Daemon no pensaba buscar consuelo en ellos. La Diosa Bastet le daba el calor de una madre, mientras que los otros solo un frío silencio.

Daemon llegó al Bosque de Dioses. El Bosque de Dioses de la Fortaleza Roja era un acre de olmo, aliso y álamo negro desde donde se divisaba el río Aguasnegras. A diferencia de los Bosques de Dioses antiguos, el árbol corazón era un gran roble cubierto de enredaderas, bajo el cual crecían Alientos de Dragón de color rojo. El bosque se encontraba casi siempre vacío, hecho que Daemon aprovechaba para rezar en secreto a su diosa desconocida y planear su huida de la capital.

Pero ese día había alguien más allí. Daemon notó la llegada de Olenna Tyrell, la abuela de la Reina Flor, al poco de llegar.

-¿Así que tú también buscas tranquilidad? El encamamiento ha comenzado y no es un espectáculo que desease presenciar. -La anciana rio-. No hemos tenido muchas conversaciones, ¿no, Velaryon?

La anciana casi nunca le dirigía la palabra y él la complacía con el mismo trato.

-Conocí a tu padre cuando era solo un niño y, déjame decirte, no te pareces nada a él. ¿Tu hermana también es así?

-Lucerys y yo solo hemos heredado su sangre Valyria.

-Eso puede verse a simple vista. ¿Y vuestra madre?

-No la conocemos. -Daemon sabía que la anciana conocía, tanto como, al parecer, el resto de los malditos habitantes de la fortaleza, que él y Lucerys habían nacido como bastardos. Era una lacra que los perseguía desde niños-. Mi padre nos crió él solo.

-Lo lamento. -La anciana se fijo en la figura que llevaba en el mano-. Vaya, vaya, hacía mucho tiempo que no veía algo así.

-¿La reconoce?

-Hace años, cuando tu padre era joven y todavía gobernaban los Targaryen -rememoró la anciana-, llegó a la corte una joven que también tenía esas figura; esa y otra de un gato, creo recordar. La chiquilla era encantadora. Era muy guapa y culta. Hablé pocas veces con ella, pero me dejó maravillada. Deseaba concertar un matrimonio entre ella y alguna de mis florecillas doradas, pero un día desapareció. Creo que era del Norte y se marchó para casarse.

-¿Cómo se llamaba? -preguntó Daemon con curiosidad.

-Tenía un nombre raro, pero bonito.- La mirada de la Reina de las Espinas estaba perdida en el pasado-. Me dijo que su diosa tenía el papel de la Madre, la Doncella y el Guerrero, por eso supuse que era del Norte. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, se llamaba Isatra. Nunca la he vuelto a ver, lo que es una pena.

Daemon sintió que algo le golpeaba. Se despidió de la anciana pidiéndole que volviesen a hablar en otra ocasión y volvió a su habitación.

«Se llamaba Isatra».

Aquella joven era su madre.

Daemon se obligó a dormir, esperando que su madre lo visitase en sueños.

Su deseo fue concedido y su madre le dio su capricho.

-Daemon, creo que querías verme.

-¿Lo que me ha dicho la Tyrell era verdad? ¿Eres del Norte?

Isatra suspiró.

-Todavía hay muchas preguntas y no puedo responder todas. Hijo mío, debes contentarte con saber que tu padre y yo cuidamos de ti. Mantente a salvo, no hagas tonterías. La ayuda va a tardar un poco en llegar.

«Ayuda a tu fiel seguidor, Diosa Bastet», pesó Daemon.

-Ayuda a tu fiel seguidor, Diosa Bastet -dijo en voz alta-, ahora más que nunca.

Su madre sonrió. Había satisfacción en su mirada.

Daemon sintió que estaba a punto de despertarse otra vez, pero antes pudo oír lo que su madre le decía:

-Sí, hijo mío, la diosa Bastet siempre está velando por ti y Lucerys.

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