~Capítulo 54~

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Nido de Águilas

Cuando Bastet y su hermana eran niñas, todas las noches le pedían a su hermano Viserys que les contase cuentos sobre sus antepasados: sobre Alyssa Targaryen, la jinete de Meleys, la llamada Reina roja, de Rhaenys, la reina que nunca fue. Otro de sus favoritas era la conquista de Aegon y sus hermanas.

En aquel momento, mientras Bastet dirigía a Viseniam hacia Nido de Águilas acompañada por Sansa, dio gracias porque su hermano les hubiese contado tanto sobre sus ancestros. Al llegar al Valle de Arryn, Bastet mandó a un emisario para que avisara de su llegada a la tía de Sansa y Arya, lady Lysa Arryn, regente de su hijo, el pequeño Robert Arryn. Pero el plan de Bastet no era subir por la Puerta de la Luna hasta el asentamiento ancestral de los Arryn. Ella iba a emular a su antepasada la reina Visenya: llegaría volando con su dragona.

—Mira, Bastet —dijo Sansa mientras señalaba hacia la fortaleza, más concretamente a los agujeros en la edificación—. ¿Qué son esos agujeros?

—Las celdas del cielo. Tyrion me habló de ellas. Dijo que estuvo ahí encerrado cuando tu madre lo retuvo por el intento de asesinato de Bran. Ahora ten cuidado, que vamos a aterrizar.

Si sus cálculos no eran erróneos, Drogo y los demás ya deberían estar iniciando la ascensión. En el castillo algún guardia ya habría dado aviso de su llegada.

Bastet guio a Viseniam hasta aterrizar en lo que parecía un jardín al aire libre. Como esperaba, los allí presentes casi mueren del susto al ver apetecer a Viseniam, y algunos incluso cayeron al suelo, aterrorizados.

—Decidle a la regente que ya he llegado —dijo Bastet desde la grupa de Viseniam—. Anunciad la presencia de Bastet Moonborn, de la Casa Targaryen, así como la de su propia sobrina, Sansa Stark.

—Así se hará —respondió un hombre levantando del suelo, pero en lugar de hacerlo él mismo dio al orden a otro—. Disculpadnos, pero no os esperábamos en estos momentos.

Tanto Bastet como Sansa lo reconocieron.

—Nosotras sí que no esperábamos encontraros aquí, lord Baelish —respondió Bastet.

Sansa bajo de la grupa de Viseniam. Lord Petyr Baelish, Meñique, se acercó a recibirla.

—En verdad a pasado mucho tiempo, Sansa, estás distinta a cómo te recordaba. Te seguís pareciendo a Cat, pero ahora veo la mirada de tu padre en ti...

—Como bien habéis dicho, lord Baelish, ha pasado mucho tiempo, y la gente cambia con el tiempo, los pajaritos dejan de cantar para dejar aullar al lobo en la noche. Mi estadía junto a Bastet me ha enseñado muchas cosas. Pero creo que no puedo decir la mismo de vos, parecéis igual que cuando me fui.

—Yo también he cambiado. Ya no tienes que tratarme con tanta formalidad; ahora somos familia.

—¡Petyr! —chilló una mujer al entrar en el jardín.

Regordeta y de cabellos rojos, era Lysa Arryn. Tras ella, con varios guardias a su alrededor, iba un niño, aunque Bastet no supo identificar qué edad tendría por su aspecto demacrado.

—Sólo estaba recibiendo a tus invitadas, Lysa —dijo Meñique—. Esta es tu sobrina Sansa; mírala, ¿no ves que se parece a Catelyn?

Lady Arryn se acercó, estudiando la cara de Sansa. Agarró su mentón con una mano, obligándola a levantar el rostro. Sansa sólo la miró con la mirada fría, distante, sin que su rostro mostrase ninguna emoción.

—Sí, te pareces mucho a Cat. —Lysa relajó el agarre y se encaró a Bastet—. ¿Qué significa esto? ¿Así es como os han educado los salvajes de los caballos?

—Así es como entramos los Targaryen al Valle —respondió Bastet—. Tenemos asuntos urgentes que tratar, y maltratar a mí caballo en la Ascensión hasta aquí era más lento que subir con Viseniam.

—¿Madre, puedo subir a la dragona? —El joven agarró a Lysa del brazo—. ¡Por favor, madre! ¡Pídele que me deje volar con la dragona!

—Robalito, ahora n...

—No tiene porqué rogarme. —Bastet se maravilló de que la historia de Rhaeneys con el rey niño del Valle se estuviera repitiendo punto por punto—. Te llamas Robert, ¿verdad? Puede llevarte a dar un paseo mientras tu madre y tu prima se ponen al día.

Robert miró a su madre.

—Por favor, madre.

—¿Es seguro? —preguntó Lysa.

—Yo misma he volado varias veces, tía Lysa —contestó Sansa—. Bastet y Viseniam comparten un vínculo que la hace comunicarse a la perfección. Nada puede hacer peligrar el vuelo si Bastet guía a Viseniam.

Lysa accedió, no sin cierta reticencia.

—Vamos, Robert.

Bastet ayudó a subir al niño.

—Volveremos en un rato.

Viseniam batió sus alas para ascender al cielo.

—¿Dónde quieres ir, Robalito? —preguntó Bastet, sujetando al niño—. ¿Hay algún lugar al que quieras ir?

—¡A las Lágrimas de Alyssa!

Bastet le pidió indicaciones para llegar al lugar. En cualquiera otra ocasión, no habría accedido al capricho de un niño de montar a Viseniam, pero parecía que podía ganar la confianza de Lysa si era amable con Robalito.

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Jacaerys no se encontraba bien.

No quería preocupar a nadie. No estaba bien porque era la primera vez en meses que estaba cerca de su hijo.

Daemon se encontraba en la capital, acompañando al supuesto hijo de Rhaegar. Habían tachado a su hijo de traidor, pero Jacaerys sabía que su hijo solo había actuado mirando por el bien común, es decir, se había rendido ante las huestes de la Compañía Dorada para evitar la masacre de su gente. Jace en ese aspecto estaba orgulloso de Daemon; no había sido un irresponsable que se lanza a la lucha sin pensar como muchos otros señores. Antes de que se separaran para ir a la corte, Daemon había mostrado más interés por las espadas que por los libros. No era nada raro, después de todo a él le pasó lo mismo cuando tenía más o menos su edad...

—¿Papá, le ocurre algo a la comida?

Jacaerys había estado pensando demasiado en Daemon como para darse cuenta que apenas había tocado el plato. Lucerys estaba frente a él, comiendo la misma sopa horrible que les habían traído.

Cuando estaban en Marcaderiva, a Jace le gustaba compartir mesa con sus hijos. No era como otros señores que solo prestan atención a su descendencia en el momento de buscar alianzas o cuestiones sucesorias. A Jace le gustaba pasar el mayor tiempo posible con ellos y por eso siempre que podían comían juntos. Era el momento del día donde podían conversar con tranquilidad, sin miradas ajenas. Muchos momentos felices tuvieron lugar ahí.

—Estaba pensando...

—En Daemon, ¿no es así?

Jace asintió. Puede que él echase de menos a Daemon, pero Lucerys lo añoraba aún más. Desde niños habían estado muy unidos y solo se habían separado en una ocasión: cuando Jace llevó a Lucerys a la Corte al ser nombrado Consejero Naval del rey.

—Sí, pensaba en tu hermano.

Lucerys dejó su cuchara de madera en el plato. Cuando la situación lo requería, Lucerys era capaz de adoptar una postura regia que la hacía parecer de otro nivel

—Papá, ¿tú no creerás eso que dice, no? Que Daemon es un traidor.

—Daemon no es un traidor. Podría poner mis dos manos a disposición de los Dioses para que me las cortasen si miento. Saldría sin un arañazo. Simplemente lo sé.

Lucerys le miró con ojos brillantes por las lágrimas. A Jace se le encogió el corazón; su hijita se parecía mucho a su madre...

Jace se levantó de la mesa y se dirigió hacia la ventana para evitar ver el recuerdo de ella en Lucerys.

—¿Recuerdas aquel día cuando tú y tu hermano decidisteis que era buena idea representar una obra de teatro durante una celebración?

—Fue para celebrar tu día del nombre. Yo era Ser Arryk Cargyll y Daemon su hermano gemelo, Ser Erryk.

—Sí,  —asintió Jace—. Representasteis primero la balada «Adiós, hermano mío» y luego el momento en el que ser Arryk es enviado a Rocadragón para matar a Rhaenyra haciéndose pasar por su gemelo. En el momento que se encuentran, ambos se dieron muerte el uno al otro mientras lloraban. ¿Recuerdas eso, Lucerys?

—Sí, intentamos cambiar el final, pero el maestre Streng no nos dejó hacerlo bajo amenaza de un mes duro de lecciones de historia.

—Pues bien, existe una versión de esa historia que dice que los hermanos no lloraron, sino que se llamaban «traidor» el uno al otro. ¿Y cuál del los dos lo era?

Lucerys lo pensó un momento.

—Ser Arryk, porque Rhaenyra era la heredera legítima.

—¿Eso crees? ¿Y no sería Erryk el traidor? Él estaba en Rocadragón en el momento de la muerte del rey Viserys. ¿Apoyó a Rhaenyra para salvarse? ¿No lo habría acusado de traición? ¿Y su hermano no habría sido acusado de traición en caso contrario por Aegon II? ¿Ves a dónde quiero llegar?

Jace oyó un sollozo a su espalda. Abandonó su posición al lado de la ventana y abrazó a su hija.

—Lo siento, papá. —La voz de Lucerys pastosa debido al llanto. Jace sintió cómo el cuerpo de su hija temblaba—. Pero...pero...

—No pretendía que te pusieras así, perdóname hija —dijo Jace mientras miraba la cara congestionada de Lucerys—. Lo que quería decirte es que no creo que Daemon sea un traidor. El supuesto príncipe Aegon llegó con la Compañía Dorada, la misma que ahora se dirige a las Tierras de la Tormenta. Marcaderiva está en el camino hacia la capital. Un día Daemon debió de ver una flota acercándose y tuvo miedo. ¿Qué hubieras hecho tú en su lugar?

—Salvar a la... la gente.

—Tu hermano hizo lo mismo: se rindió para salvar a nuestras mujeres, hombres y niños. —Jacaerys cogió un trozo de tela—. ¿Crees que tu hermano es un traidor ahora?

—No, pero los demás...

—Que no te importen los demás. Nuestra familia es lo primero.

Lucerys asintió. Su respiración se fue volviendo más pausada según se tranquilizaba, hasta que dejo de temblar.

—Papá, ¿tú no crees que el exiliado sea el hijo de Rhaegar? Los has llamado...

—Los hijos de Rhaegar están muertos —cortó Jace—, yo mismo estuve allí cuando Tywin Lannister ofreció sus cadáveres a Robert.

—Nunca nos habías dicho eso...

—No era una imagen agradable. Cuando Rhaegar murió hice lo que tenía que hacer: proteger a mi familia. Gracias a mis acciones no tomaron muchas represalias contra nosotros.

Pero no le iba a contar a Lucerys todo lo que vio. Mientras hablaba, lo ocurrido en la batalla del Tridente volvió a la mente de Jace. Gritos, sangre, rubíes arrancados violentamente, la carnicería que sufrió el cuerpo de su amigo. Jace fue de los primeros en rendir lealtad a Robert Baratheon cuando Rhaegar murió. No lo hizo por creer que era lo correcto, sino que fue por Daemon y Lucerys. En aquel momento sus hijos estaban en Marcaderiva, sanos y salvos. Jace no había participado activamente en la guerra, pero cuando su amigo se lo pidió, luchó a su lado.

Rhaegar luchó con valentía, Rhaegar luchó con nobleza, Rhaegar luchó honorablemente. Y Rhaegar murió... pero no Jacaerys, quien tenía dos hijos aún vivos.

Robert Baratheon lo aceptó entre sus seguidores a pesar de las quejas de Eddard Stark. Decía que era un ejemplo a seguir para el resto, el que había sido amigo cercano del príncipe ahora estaba con él. Baratheon lo obligó a presenciar el destino final del cuerpo de Rhaegar. Lo que vio aún lo atormentaba por la noches, necesitando brebajes que lo ayudaran a dormir.

Jacaerys Velaryon era un hombre que todo lo que hacía era por sus hijos, justo como se lo prometió a su madre.

—Parece que estamos viviendo lo que pasó en la Danza de los dragones. Tengo miedo, papá.

—Aunque sea imposible predecir el resultado de guerra, te juro, Lucerys, por todos los dioses habidos y por haber, que esta familia saldrá ilesa. Haré todo lo posible porque tú y tu hermano sigáis vivos. La segunda danza de dragones no acabará con esta familia, no mientras yo esté aquí para vosotros. Así se lo prometí a vuestra madre.

Lucerys levantó la mirada.

—No nos sueles hablar mucho de mamá.

—Ni lo haré, hija. Todavía no puedo.

—Dime si al menos la querías. ¿Querías a mamá, te importaba?

Jacaerys no se esperaba esa pregunta de su hija.

—Por supuesto que la quería.

«Pero no de la manera que tú crees», añadió internamente.

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Sansa no podía dormir. El viento rugía en el exterior sin descanso, impidiendo que se tranquilizase. Llevaba horas dando vueltas en el lecho, pero el sueño no llegaba. No quería pedirle un somnífero al maestre de su tía Lysa porque sabía que le sentaría mal.

Tras varias horas de duermevela, decidió levantarse y salir. Puede que recorrer la edificación la relajase.

Mientras vagaba por los solitarios pasillos, Sansa se imaginó por allí a su padre y al rey Robert de niños. Ambos habían sido pupilos de Jon Arryn, el marido de Lysa, en su infancia y durante mucho tiempo pensó que, de no haber ocurrido todo como ocurrió, ella podría haberse casado con su primo y ser la próxima señora de Nido de Águilas. Aunque ahora esa idea no le hacía especial ilusión, era una posibilidad; su matrimonio con Robalito conseguiría que el Valle se aliase con Bastet, a costa de su felicidad, pero su primo era enfermizo y débil, sin duda fácil de manipular.  Sansa confiaba en Bastet y sabía que lo obligaría a tomar esa decisión, puede que por respeto ni siquiera lo dejara caer.

Sansa bufó solo de imaginarse casada con Robalito. La fortaleza la enloquecía, su tía la enloquecía, estar pendiente de Robalito la enloquecía. Pero lo peor era Meñique. Desde su llegada, Petyr Baelish la miraba de una forma rara. A veces parecía estar recordando algo y otras simplemente anhelo. Sansa le había contado a Bastet, Arya y Jon su incomodidad y los tres prometieron estar con ella cuando Meñique hiciera acto de presencia; Jon incluso convenció a Serhat para que no dejase en paz a Meñique, recordando sus viejos tiempos de "amistad".

Sin darse cuenta, Sansa había llegado al que se suponía que era el Bosque de Dioses del recinto. Aunque la intención había sido la de recrear un bosque de dioses, los árboles nunca arraigaron, por lo que está formado por estatuas y arbustos. La estatua central, rota por accidente durante el juicio por combate según lo que había contado Tyrion, representaba a una llorosa Alyssa Arryn.

La leyenda contaba que la joven Alyssa había presenciado el asesinato de su esposo, hijos y hermanos sin derramar una sola lágrima. Después de su muerte, los dioses decidieron castigarla y la condenaron a llorar hasta que sus lágrimas inundasen el Valle de Arryn. Sansa había oído hablar sobre un torrente no muy lejos de allí, donde las aguas eran dispersadas por la altura y el viento. Como el torrente no tocaba jamás la tierra, este era conocido como las Lágrimas de Alyssa. 

A Sansa le impresionaba esa historia. La joven Alyssa no había mostrado debilidad a sus enemigos ante la muerte de su familia, no como ella. 

Abandonó el jardín para dirigirse a la Sala Alta, la estancia principal del castillo, para contemplar con tranquilidad el trono blanco de arciano tallado y los dibujos de la famosa Puerta de la Luna. 

Al llegar la curiosidad la hizo actuar de una forma imprudente y abrió la Puerta de la Luna para ver la increíble caída hasta el suelo.

—¿Problemas para dormir, lady Sansa?

Los sentidos de Sansa se pusieron alerta y se alejó del borde. Lord Baelish se encontraba igual que siempre. Su apariencia hacía pensar que era de confianza, pero sus actos demostraban otra cosa. Sus verdes ojos de felino recorrieron a Sansa de arriba a abajo.

—Así es, al igual que vos, según veo.

—Quizá podamos aprovechar esta gran casualidad para ponernos al día con nuestras respectivas vivencias. —La mirada verde de Meñique brillaba en la oscuridad—. Empiezo yo. Como sabéis me convertí en vuestro tío tras casarme con vuestra tía. 

—Así que por fin habéis pescado una trucha; no era la que queríais, pero felicidades, lord Baelish.

—Noto el rencor en tu voz, ¿te sientes disgustada, querida? ¿Tienes algún problema?

—Volved a llamarme «querida» y serás tú el que tenga un problema. Sé todo, vos traicionasteis a mi padre. ¿Acaso lo niegas, lord Baelish?

Meñique no contestó, en lugar de eso se acercó más a Sansa.

—Llámame Petyr, por favor. —Intentó tocar un mechón de su pelo, pero Sansa apartó la mano—. Te pareces tanto a Cat..., aunque a veces creo que podrías haber sido nuestra hija, si el imbécil de Brandon Stark no hubiera aparecido.

—¿Qué decís, lord Baelish?

—Llámame Petyr —dijo, antes de abalanzarse sobre Sansa.

Sansa apenas tuvo tiempo de reaccionar, pero consiguió apartarse y Meñique cayó al suelo. El hombre se levantó.

—Sansa, ¿qué haces, pajarito?

—No soy un pajarito, soy una loba de Invernalia. Bastet y mi tía tendrán conocimiento sobre esto según despierten.

—No hará falta.

Su tía había estado viendo todo. 

Sansa se acercó a ella para alejarse de Meñique, pero la mujer la abofeteó y  la agarró por el pelo y la arrastró hacia la puerta que conducía a una muerte segura.

—¡Niña estúpida! —Sansa se agarró a los bordes para no caer— ¡Eres igual que Cat! ¡Quieres robarme lo que es mío!

Sansa no entendía a qué se refería. Había sido Meñique el que la había intentado besar.

Sansa sintió que Lysa tiraba de ella hacia atrás y ella misma acabó en el suelo. Meñique tenía a Lysa entre sus brazos.

—Lysa, Lysa, nadie puede robarte a tu esposo —la tranquilizó—. En todo mi vida solo he amado a una mujer.

—¿Sola a una? —la voz de Lysa sonó como la de una niña que por fin conseguía un capricho.

—Solo a Cat —dijo antes de empujarla.

Sansa se quedó horrorizada. Los gritos de su tía fueron descendiendo con ella.

—Mira lo que me has hecho hacer, Sansa. —Meñique volvió a acercarse a ella. Sansa retrocedió buscando algo con lo que defenderse—. ¿Qué pensará ahora la gente?

Sansa tenía miedo de lo que sucedería a continuación, pero ignoraba que no era la única con problemas de insomnio.

—La joven Stark no os ha obligado a hacer nada, y la gente pensará que sois un asesino, lord Baelish. 

Lord Jacaerys Velaryon apareció como un regalo de dioses en un momento de necesidad. Se interpuso entre Sansa y Meñique. Tenía una daga colgada del cinturón.

—Sansa, ve a buscar a Bastet y al resto, y también haz que los lores del Valles se reúnan para juzgar un asesinato. Yo me quedaré vigilando a Baelish.

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