~Capítulo 74~

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Bastet vio acercarse a su hermana. Por un momento sintió miedo: el dragón era idéntico a como ella había imaginado a Balerion, la gran bestia negra del Conquistador que tantos cuentos de Viserys había protagonizado. Pero el dragón que se acercaba no era Balerion; Bastet había oído en una ocasión que se llamaba Drogon, lo que le parecía una ofensa hacia Drogo y se preguntaba por qué Daenerys lo había llamado así. Ya se lo preguntaría antes de acabar con ella, si es que acaso tenían tiempo para hablar.

Había algo bueno: no veía al segundo dragón de su hermana. Puedo que no confiase demasiado en ningún jinete o que simplemente el dragón era incapaz de luchar. En cualquier caso, Bastet pensaba en dejar vivo al segundo dragón. Podría intentar que Viseniam se aparease con él para tener más dragones en el futuro. Pero lo primero era lo primero.

Bastet dejó atrás a su ejército terrestre para encontrarse con su hermana. Jon estaba al mando y confiaba plenamente en él. El bastardo había demostrado ser un gran líder en repetidas ocasiones, pero sobre todo Jon era un hombre con los pies en la tierra. No buscaba ganar gloria, solo luchaba por lo que creía correcto, y, lo más importante para ella, era su amigo. Jon no la decepcionaría.

El plan era sencillo: hacer que Viseniam dejase indefensas las murallas y luego ir a por Dany.

Bastet ordenó a Viseniam tomar altura. Su hermana la seguiría, pero no iba a buscar un choque frontal por el momento. Primero iría a por las murallas.

—¡Cuidado! —advirtió Bastet.

Viseniam esquivó una enorme flecha. Había ballestas iguales a las que había usado Aegon en la batalla donde nacieron Thorin y Rhaegar. O Daenerys sabía muy qué hacer, o estaba desesperada por ganar. Sus hombres podían herirla a ella misma por error.

—Vamos, Viseniam. Llegó nuestro momento.

Viseniam rugió como respuesta. Un grito de guerra. El dragón de Daenerys podría ser como el del Conquistador, pero la suya recibía su nombre por la reina Visenya, la reina guerrera que había sobrevivido a sus hermanos.

Viseniam descendió en picado para atacar las murallas.

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—¡A cubierto! —ordenó Jon.

Sus hombres levantaron sus escudos. La lluvia de flechas cayó inclemente sobre ellos.

—¡Catapultas!

A su orden, sus hombres iniciaron el ataque. Grandes piedras comenzaron a caer sobre la muralla de Desembarco del Rey y sobre los tejados de los edificios colindantes. Pensar en cuántas vidas inocentes se perderían sólo conseguirían distraerlo, y Jon no estaba allí para tonterías. Bastet le había confiado el mando de todo su ejército, y algo más.

«Cuida de mis hijos cuando muera, críalos con la nobleza de los Stark; deja que los demás te ayuden también. Hazles saber quiénes fueron sus padres y la historia de su familia. Diles que sus padres los querían. Diles que fueron lo que más amé en este mundo a pesar del poco tiempo que estuve con ellos», le dijo antes de subir a su dragona. Solo Jon y el curandero sabían que a Bastet le quedaba poco tiempo de vida debido al veneno.

Jon cumpliría esa promesa. Bastet había confiado en él porque lo consideraba un hombre, pero sobre todo porque era su amigo. No la decepcionaría.

Jon vio cómo una de sus catapultas conseguía derribar una de las enormes ballestas que amenazaban a Bastet y a Viseniam.

—¡Aguantad!

Tyrion les había dicho que había una manera de entrar que pocos conocían: los pasadizos por los que había escapado cuando lo acusaron de la muerte de Joffrey. Era arriesgado, no había espacio para que sus hombres avanzaran y siempre corrían el riesgo de que Varys la Araña hubiese anticipado sus planes y les hubiera dejado una sorpresa de bienvenida. La única vía posible de entrada era abrir un boquete en la muralla. Daenerys no era idiota, sabía que tenían a una horda dothraki a sus órdenes; los conocía, había vivido con ellos, y por eso sus tropas no saldrían a hacerles cara si podían evitarlo.

Jon había colocado a los jinetes de Ordon a los lados por si abrían alguna de las puertas de la ciudad. Sería un escuadrón hacia la muerte, pero podría darse el caso.

Alzó un momento la vista hacia la otra batalla, aquella que sucedía en el cielo. Bastet y Daenerys hacían que sus dragones permanecieran cerca uno del otro, evaluando al contrario. Puede que estuvieran hablando a gritos.

Bajo la vista para volver a su batalla, la mundana lucha que tenía lugar en el suelo. Los Targaryen luchaban en el aire, los hombres comunes como él lo hacían en la tierra.

Bastet rompió el contacto y cayó en picado hacia la muralla. Viseniam abrió sus alas y se estabilizó de mala manera. La dragona quemó parte de la muralla y los alaridos de los que morían abrasados llegaron a sus oídos perfectamente.

—¡Cargad!

Los gritos de sus hombres llenaron el ambiente. El ataque a Desembarco del Rey había comenzado.

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Sentía dolor en todo su cuerpo a pesar de todos los brebajes que le había preparado el curandero. El arañazo de su brazo quemaba como un volcán, y desde ahí el dolor se extendía por todo su cuerpo como una ola venenosa. Al principio, el dolor atacaba en oleadas, lo que le daba un pequeño respiro, pero ahora era constante. Cada vez estaba más debilitada y tenía miedo de caer de Viseniam. Solo el recuerdo de Rhaegar y Thorin la obligaba a luchar, a agarrarse con más fuerza, a no caer en la tentación de dejarse caer para acabar con todo de una vez.

Había abierto varias brechas en los muros de la ciudad, justo como tenía planeado, pero cada vez que miraba hacia abajo no veía que las líneas de lucha se hubiesen desplazado.

Viseniam esquivó un proyectil. Por un momento perdió de vista a su hermana, quien aprovechó para elevarse sobre su cabeza y atacar desde arriba.

Bastet apenas tenía fuerzas para dar órdenes a Viseniam, pero su dragona actuaba sin que ella se lo pidiese. Viseniam esquivó la llamarada de Drogon justo a tiempo. Algunos edificios bajo ellas empezaron a arder. Bastet ni siquiera pensó en la probabilidad de que allí estuviese alguien.

El dragón de Daenerys era más grande a pesar de ser un macho (había leído que usualmente eran más grandes las hembras) y mucho más bruto que Viseniam, pero su dragona era más rápida; esquivaba los continuos ataques e intentaba contraatacar.

Los gritos y rugidos de los dos dragones se oían a varios quilómetros de distancia, y sus llamas eran tan brillantes que para los febriles ojos de Bastet el cielo mismo ardía con ellas. Los Siete infiernos de los que tanto hablaban los septones eran lugares entrañables comparados con esa lucha.

Dany hacía ascender a Drogon una y otra vez para atacar a Viseniam desde arriba, pero la dragona siempre conseguía librarse, aunque cada vez se volvía más lenta. Era una manera muy bruta de luchar, acuciada por la furia de su hermana, y Viseniam se debilitaba junto con Bastet.

La opresión de su pecho le impedía respirar. El acoso continuo no le daba ningún respiro, junto con el veneno que seguía fluyendo por su cuerpo. En aquella batalla Bastet no solo luchaba contra su hermana: su cuerpo era también su enemigo, puesto que eran sus propios latidos los que extendían cada vez más el veneno.

Esta vez fue Daenerys la que tuvo que esquivar una saeta. Bastet vio a su hermana maniobrar para evitar el proyectil y lo vio: el estómago de su dragón no estaba protegido por las resistentes escamas negras que cubrían el resto del cuerpo.

—La próxima vez que se lancé desde arriba no lo esquives —le ordenó a Viseniam—. Ataca a su estómago.

Drogon volvió a subir por encima de ellas, como había supuesto. Bastet se agarró con fuerza a la silla de Viseniam. Su dragona no lo esquivó rápidamente como en las ocasiones anteriores. Giró su gran cuerpo y hundió sus garras en el estómago de Drogon sin que este pudiese evitarlo. El grito de dolor del dragón fue ensordecedor; la Fortaleza Roja pareció temblar con él, pero Bastet no tuvo tiempo de alegrarse.

Drogon golpeó la cola de Viseniam antes de apartarse de sus garras. Viseniam perdió el control por un momento y tardó en volver a estabilizarse, aunque lo logró antes de caer sobre algún edificio. Bastet le dio las gracias a la diosa que le había dado nombre por no acabar aplastada bajo el cuerpo de su dragona.

Cuando Viseniam se estabilizó, volvió a ganar altura. El golpe la había ralentizado, pero Drogon también se movía más lento. La sangre negra de su rival goteaba en las garras de Viseniam y Bastet vio que Drogo también dejaba un rastro de sangre a su paso. Ya casi lo tenía.

—Ve a por su cola —dijo Bastet. Si Viseniam había perdido el control por el golpe en la cola, lo mismo podría pasarle a Drogon.

Viseniam se movió por encima de Drogon hasta estar detrás suya y clavó sus colmillos justo donde Bastet había indicado. Drogon volvió a rugir y se volvió todavía más lento.

Hizo que su dragona ascendiese de nuevo tras soltarlo. Quedó justo con sus alas a su completa disposición. Daenerys se giró para mirarlas, colérica.

—Viseniam, dracarys.

Viseniam obedeció y quemó una de las alas de dragón. La membrana del ala se rompió en varios puntos y Drogon perdió altura.

Daenerys intentó alejarse de ella, pero ahora la superioridad de Viseniam era palpable. Ya la tenía.

Bastet se percató entonces que llevaba un rato sin esquivar las saetas. Miró hacia abajo y vio la razón: las balletas apuntaban ahora hacia las tropas de Jon, que se habían visto obligadas a salir a retroceder.

Bastet se mordió el labio. Dany se había alejado de ella y Drogon planeaba moribundo hacia la Fortaleza Roja.

—Ve a ayudarlos —dijo con resignación. El dragón de Dany estaba demasiado debilitado y no tenía escapatoria, Viseniam podría perseguirlos con facilidad debido a que no estaba muy herida.

Viseniam giró en el aire y fue a destruir las balletas. Las tropas de Jon volvieron a entrar en la ciudad y Bastet les ayudó abriendo el paso todo lo que pudo.

Mientras tanto, la bestia negra había desaparecido del cielo.

Nota: SOLO QUEDA UN CAPÍTULO. La segunda danza está casi casi acabada....

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