21. Anna: La trampa de los recuerdos

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Me cierro la cremallera del chaquetón negro de pluma que he rescatado de mi armario y la subo hasta la barbilla para resguardarme de las corrientes frías de los jardines. Mientras Kai y yo bajamos a la planta cero en ascensor, inspiro fuerte el olor a adolescencia que tiene impregnado esta prenda. Suelto un suspiro flojito que se convierte en una nube de vaho al salir a los jardines y elevar la vista al cielo nocturno que se cierne sobre nosotros, salpicado de ráfagas impresionantes de estrellas. Miro a Kai de soslayo, él sonríe llevándose un cigarro a los labios.

—Parece que las estrellas también están de celebración —musita.

Nos sentamos en las gradas grisáceas que presiden el centro de esta zona privada de la urbanización con el frío cortándonos la poca piel al descubierto. No es hasta que Kai se enciende el cigarrillo y me ofrece otro de la cajetilla que caigo en la cuenta de lo cómodos que siempre han sido los silencios que compartimos, ya fuera yendo al supermercado, creando arte con nuestras manos en el estudio de pintura de la Universidad o quedándonos hasta media mañana abrazados en la cama. Aunque esta vez, cuando él enarca las cejas porque sé que estoy más despistada de lo normal y alterno la vista entre su sonrisa divertida y el cigarro que me está ofreciendo, el silencio se carga de una tensión que parece zumbar en el aire entre nosotros. Me está retando y hace mucho que dejé de ser la niña buena de los miedos, los grises y las cosas a medias.

A la mierda.

Le quito el cigarrillo de la mano, exasperada, y me lo enciende con su mechero. Inspiro hondo, llenándome los pulmones del aire que me va a matar cualquier día según mi madre, y suelto despacio la bocanada de humo que va expandiéndose y desapareciendo delante de nosotros. Él levanta una ceja con malicia.

—¿No habías dejado de fumar?

—Tú tienes la culpa —mascullo exhalando una nube de humo. Cierro los ojos un segundo ante el placer de fumar.

—¿De que fumes?

—De que retome tantas cosas —me quejo y empiezo a levantar los dedos a medida que menciono—: El tabaco, la pintura, la lágrima fácil...

—No te preocupes, te guardaré los secretos que haga falta —se mofa de mí.

—Te acabas de convertir en mi cómplice... —digo, aunque se me olvidaba que siempre lo ha sido y agrego—: De nuevo.

Kai sonríe. Doy otra calada, el sabor familiar me envuelve. No es el tabaco, sino los recuerdos de tiempos más simples. Lo observo de reojo y repaso la línea de su mandíbula marcada por la barba incipiente, y las curvas de sus labios carnosos despidiendo un leve soplo de vaho... Él es con quien más momentos he compartido, también en este mismo jardín, también bajo el cielo estrellado durante cientos de noches.

—Recuerdo cuando solíamos sentarnos aquí por las noches, mirando las estrellas y pensando en los cuadros que queríamos pintar al día siguiente —comenta dándome un vuelco al corazón—. Y también porque te apetecía fumar y no querías que tus padres te descubriesen.

—Si mis padres supiesen que me cubrías las espaldas para fumar, no te adorarían tanto a día de hoy —bromeo y cierro los ojos un instante para apreciar las notas a dama de noche que sobrevuelan los jardines. En su lugar, lo único que aprecio es el perfume de Kai mezclado con el sabor de la noche—. Supongo que .

—Eres lo mejor que me ha pasado en la vida —me confiesa de pronto y nuestros ojos colisionan entre sí, repletos de dudas que se quedaron sin tiempo para resolverse.

El humo del tabaco se suspende entre nosotros y maldigo no haber visto qué tipo de expresión ha hecho al pronunciar esas palabras.

—¿Por qué lo dices?

—¿Por qué? Porque es la verdad —bufa soltando aire por la nariz—. Porque lo pienso siempre que te tengo delante, que soy jodidamente afortunado de que sigas en mi vida a pesar de todo lo que hemos vivido entre nosotros.

Se me escapa una sonrisa.

—Supongo que esa es la razón —escupo, resignada, y me encojo de hombros—. Hemos vivido tantas cosas juntos que incluso las grietas nos unen.

La breve carcajada de Kai inunda el silencioso ambiente de los jardines. Abro los ojos, sobresaltada, y luego me dejo contagiar por su risa mientras me termino el cigarrillo. Es una de las mejores Navidades de los últimos años, sin duda. O quizás es que fueron decayendo desde que se ausentaron de una manera u otra los dos hombres de mi vida, mi padre y él.

—Kai —musito apartándome el cigarro de la boca—, ¿no has celebrado la Navidad con tus padres?

Cabecea en señal de negativa.

—No saben que he vuelto antes de tiempo y tampoco me apetecía celebrarla con ellos.

El brillo que le iluminaba la mirada se apaga. Por un instante, una sombra de tristeza cruza su rostro. Sé cuántos disgustos le costó estudiar Bellas Artes en su día y cuántos disgustos le costó más tarde retomar la relación con sus padres a raíz del infarto que casi acaba con la vida del señor Harper. La soledad de Kai a través de los años me recuerda a la de Gianni. Un nudo me pellizca el estómago. Él también debe de estar solo, refugiándose en la penumbra de su apartamento, rodeado de los recuerdos dolorosos de su familia rota.

Saco el móvil del bolsillo y le escribo por impulso. «Feliz Navidad». No tarda ni un minuto en entrar en la conversación.


Gianni:

Igualmente, Anna.

Anna:

¿Qué haces?

Por Navidad, digo.


Me adjunta una foto y, al examinarla, el nudo en el estómago me sube al pecho con más fuerza que antes. Está sentado frente al piano con una copa de Whisky. La habitación, casi a oscuras de no ser por la luz de la luna que se cuela por la ventana. Miro a Kai, él también ha cogido el móvil.


Anna:

¿Y Livia?

Gianni:

Hemos discutido por el tema de la galería.

Debes saber que a mi hermana le aterra que me

vuelva a ocurrir algo parecido a lo que pasó con Hazel...

Quien te investigó hasta la médula y encontró esa

oferta de trabajo en la galería fue ella.

Si no me crees, llámala tú y confírmalo.


Aprieto los labios notando el nudo de la duda revolviéndome el estómago, la necesidad de darle la oportunidad de explicarse como es debido, porque el otro día di por hecho que todo había sido culpa de él. Suspiro de forma disimulada y me restriego la frente con una mano suspendiendo mi mirada en la foto que me ha enviado. En su mano sobre las teclas del piano. En la copa de Whisky a un lado del atril... Y pienso en todos los demonios que deben de ser su única compañía durante la noche de Navidad. Gianni está allí solo y yo estoy aquí, celebrando la Navidad con mis padres y mi expareja. Estoy sintiendo cosas que no debería sentir, sobre todo después de haberle exigido a Gianni que tenga las cosas claras conmigo.

Lo sé, esto está mal, me digo.

Alzo la mirada a Kai. Se atreve a fingir que está distraído con su móvil, a pesar de que lo conozco tan bien como para saber que en realidad solo quiere darme espacio, y a una parte de mí le resulta adorable esa clase de detalles. También sé que debo detener esto que siento en el corazón, esta chispa que amenaza con encender un fuego que parece que no se extinguirá nunca.

Porque las grietas entre Gianni y yo no son las mismas; con nosotros sí pueden acabar.

Abro el chat de nuevo y le escribo:


Anna:

¿Aún quieres venir al cumpleaños de mañana de Vero?

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