22. Gianni: Feliz Navidad

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Cuando tenía diez años, aún adoraba la Navidad.

Me siento frente al piano y relleno la copa de cristal con la botella de Whisky que había reservado para ocasiones especiales. Se suponía que esta sería una de ellas. Me había imaginado esta noche junto a Anna, recitándole el discurso que me he aprendido de memoria para no olvidarme de ningún detalle a causa de los nervios. Confesándole que estoy jodidamente loco por ella y que estoy dispuesto a hacer cualquier cosa para mantenerla en mi vida. Como si eso supone enfrentarme a mis estúpidos miedos. Porque, aunque fui incapaz de decírselo en su momento, pienso que tiene un talento precioso. La noche de fuegos artificiales en su pared me conmovió tanto que preferí aferrarme a las emociones negativas por temor a revelarle mis verdaderos sentimientos.

La primera vez que amé a una mujer, mi madre, dejó de prestarnos atención a mis hermanas y a mí por la pintura, los medicamentos y la bebida.

Acaricio el teclado del piano con el corazón en un puño y compruebo el móvil. Incluso había guardado recetas para cocinarle a Anna. Doy un trago largo y me siento tan desdichado por cómo han resultado las cosas que no me importaría emborracharme hasta que los párpados me pesen más que la soledad.

La segunda vez que amé a una mujer con locura, mi hermana pequeña Chiara... Ella desapareció de nuestras vidas y apareció ahogada en la orilla donde solíamos pasar las tardes correteando y jugando a erigir castillos medievales que algún día visitaríamos viajando por el mundo.

Me froto la frente. Estoy sudando, pero todo cuanto me rodea es la oscuridad de esta habitación silenciosa y el frío de un invierno a solas. Me he puesto una elegante camisa blanca sobre los tejanos por si alguna casualidad de la vida me trae a Anna de vuelta. Por si el mundo, que hasta ahora no ha hecho más que arrebatarme todo lo que quiero, me da la oportunidad de explicarle que lo de Livia fue un malentendido. Que no tuve nada que ver y que, aun así, me dan igual los reproches del otro día porque ella es más importante que una maldita discusión. Porque todo cuanto quiero es hacerla feliz.

La tercera vez que amé a una mujer... Hazel me destrozó la vida.

Ya he perdido la cuenta de cuántos sorbos le he dado a la copa, de cuántas veces la he rellenado. No importa cuánto beba, sigo sintiendo que estoy roto por los años, las experiencias y los traumas.

Por eso odio la Navidad. Este día me recuerda todo lo que me falta. Y que todo lo que anhelo es imposible de recuperar. Cuando cojo el móvil del bolsillo de mi pantalón, me escuecen los ojos de reprimir las lágrimas abrasivas que llevo guardando con candado desde que amaneció. Me restriego los ojos a duras penas y desbloqueo el móvil. Entro a Internet para hacer un pedido online que lleva el nombre de Anna escrito, algo que me he propuesto enfrentar y superar para que lo nuestro funcione.

Y de repente, su nombre aparece en la pantalla y el candado se rompe de golpe. Con una sonrisa horrenda, los labios temblorosos y los ojos empañados por las lágrimas, leo el único mensaje que he recibido en Navidad y el pecho se me inunda de una amarga felicidad.


Anna:

Feliz Navidad.

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