Ladrones del tiempo

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El sol brillaba fuertemente sobre su ventana. El resplandor de los rayos atravesaban el vidrio y reflejaban sobre su rostro, lo cuál le hizo despertar. Karina había pasado una bue- na noche; sin sueños, sin pesadillas, únicamente un sueño profundo y placentero. Estiró sus brazos mientras se sentaba. Allí, justo a su lado, se encontraba la biblia que su abuela le había regalado. La noche anterior, después de haber regresado de casa de Andrés, la tomó y comenzó a leer en el evangelio de Juan; lo cuál había sido sugerencia de parte de Andrés. Al pa- recer, esto ya lo había hecho hacía unos cuantos meses atrás, pero dado a que no recordaba, debía de comenzar de nuevo. Aún allí, sentada sobre su cama, meditaba acerca de una de las palabras que había leído antes de acostarse. En Juan, capítulo 1, versículo 5 decía "La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella." Esto le llamaba mucho la atención y por alguna razón empezaba a repetirlo en su mente y ya prácticamente lo había memorizado. En eso, suena su despertador, lo toma y lo apaga. Ya era tiempo de comenzar a arreglarse. Andrés estaría pasando por ella en media hora, y aún debía de vestirse y desayunar.

Ellos asistirían a la iglesia junto con Valeria. A los ojos de los demás, era la primera vez que Valeria iría al servicio dominical; pero lo que otros desconocían, es que de una forma u otra, esta también sería la primera vez para Karina.

Ella se sentía un poco nerviosa. Era una sensación de cosquilleo dentro de su estómago, similar a lo que sentía cuándo se quedaba a solas con Andrés. No sabía cómo sería esa experiencia. Vagamente recordaba las pocas oportunidades que había acompañado a su abuela a la iglesia. Si acaso ha- bían sido unas 4 o 5 veces. Carmen siempre les invitaba como familia, pero Enrique siempre ponía excusas para no ir. Karina se preguntaba cómo le recibirían, si quizás le harían preguntas cuyas respuestas no podría dar con exactitud. Pero entre tanta inquietud de sus pensamientos, recordó las palabras de Andrés: "Tranquila, Kari, yo estaré allí a tu lado para ayudarte y responder por ti cuándo sea necesario". El pensar que él estaría allí y que le ayudaría le tranquilizó.

Enseguida fue a bañarse, se vistió y arregló. Cuándo le preguntó a Andrés que ropa podría colocarse para tal ocasión, él le había sugerido un vestido que él mismo le había regalado. Este era de color azul. Karina decidió ponerse además un collar de perlas que habían sido de su mamá. Esta vez no habría de permitir que pensamientos de tristeza le invadieran. Tal cómo le había recomendado su amiga, ella se enfocaría en los recuerdos bonitos de su madre.

Se apresuró en hacerse un sándwich y a beberse un jugo de naranja. A los minutos, Andrés se encontraba a la puerta de su casa, y tocaba el timbre. Con apuro tomó sus llaves, cartera, y más importante aún, su biblia. Abriendo la puerta principal de su casa, salió y saludó a Andrés con un gran abrazo. Prontamente se montaron en el carro y partieron a buscar a Valeria.

Andrés estaba muy contento y no paraba de sonreír y de mirar a Karina con ojos brillantes. Se podía notar que él ansiaba mucho este momento. En pocos minutos, estaban espe- rando a Valeria frente a su edificio, y ya ella se encontraba afuera esperándolos.

Valeria no dejaba de hacer preguntas respecto a cómo sería el servicio, y les rogaba que le ayudaran en caso de que le tocara hacer algún ritual o gesto que ella desconocía.

Muchas de las graciosas preguntas de Valerias eran inquietudes que Karina también sentía, la diferencia es que a ella le tocaría actuar mejor, porque en teoría ella ya era una experta en eso de "ir a la iglesia".

—Valeria, ¡relájate! —comentó Andrés— No tienes nada por lo cuál estar nerviosa, bueno —añadió—, excepto por la canción que te tocará cantar en el púlpito delante de todos por ser tu primera vez en asistir a la iglesia.

—¿Quéee? —exclamó del susto— ¿cantar?... pero Kari no me dijo nada de eso de que tenía que cantar una canción.

—Ja, ja, ja, ja —Andrés soltó una fuerte carcajada— ¡Vale, nada más bromeaba! —dijo sonriente— te digo que te relajes, todo va a estar bien.

Karina había permanecido callada mientras Andrés bromeaba con Valeria. De momento ella también se había creí- do ese comentario y se preguntó si ella también había pasado por eso del cántico delante de toda la congregación.

—Todo va a estar bien —aseveró nuevamente Andrés, esta vez, tomando la mano de Karina quién estaba un poco pálida.

Al llegar a la iglesia, rápidamente consiguieron dónde estacionar, a pesar de que casi todos los puestos ya habían sido tomados. Todos se bajaron del carro y empezaron a caminar hacia el templo. Éste, no tenía aspecto de iglesia sino más bien cómo de un local o galpón. Al entrar, Karina pudo notar las caras de muchas personas que se iluminaron al verla.

—¡Karina! Dios te bendiga. ¿Cómo estás? —le saludó amablemente un hombre de bigotes y lentes que vestía saco y corbata.

—¡Buenos días!, Pastor —saludó Andrés. Él le había dicho a Karina que al momento de saludar le ayudaría a saber quién era cada persona, y cuales eran sus nombres—. ¿Cómo está? —continuó—. Cómo verá, ya Karina ha vuelto de su largo viaje misionero.

—Hola, Andrés. Dios te bendiga —respondió el Pastor—. Kari, ¡qué bueno tenerte de vuelta!

Karina asintió con la cabeza y le sonrió.

—Me imagino que habrán quedado súper contentos contigo por allá en San Fernando para haberte pedido que te quedaras tres semanas más y continuar con el trabajo misionero —comentó—. En verdad que nos has hecho bastante falta.

—¡Dígamelo a mí! —exclamó Andrés— Si a alguien le hizo más falta fue a mí.

Fue sorpresa para Karina ver que Andrés tenía una buena coartada que explicaba su tiempo de ausencia. Él ya le había comentado que, aunque no se sentía del todo bien al mentir, sabía que era necesario. Él comprendía que la iglesia no estaba lista para una noticia tan fuerte cómo lo que le había ocurrido a Karina, y eso podría hacer que muchos entrasen en pánico y el temor invadiese a toda la congregación. Andrés poco había comentado acerca de las palabras que Karina le había dejado por escrito a través de la carta, pero lo único que le había hecho saber era que allí ella le había advertido a que él no podía comentar acerca de esto a nadie, que el Señor mismo se encargaría de hacerlo saber a su momento.

—Me alegra estar de vuelta —respondió Karina con mucha cortesía mientras hacía de que quería continuar salu- dando a otras personas.

Andrés tomó a Karina de su mano, y le apretó firme ha- ciéndole entender que todo estaba bajo control y que no debía preocuparse. Sin necesidad de palabras, ella supo entender lo que él le quiso decir con este simple apretón de manos. Adicionalmente, Valeria estaba muy sonriente y le agradaba cómo las personas le saludaban con cariño, cómo si le conocieran de toda una vida; aunque ciertamente Karina era la que recibía toda la atención de las personas. Muchos comentaron que se había sentido la ausencia de Karina, aunque les alegraba mu- cho saber que ella estaba sirviendo al Señor en otra localidad.

En breve, anunciaron por micrófono que todos debían tomar asiento porque el servicio estaba pronto a comenzar.

Andrés se encargó de hallar unos estratégicos asientos dónde se sentaban personas que no eran tan cercanos a Karina, lo cuál evitaría que muchos le continuasen haciendo pre- guntas. Sin embargo, todos, en su mayoría, le conocían e igual le saludaron de forma breve.

El servicio de adoración inició rápidamente. En teoría, a Andrés le correspondía tocar la batería ese domingo, pero dado a que no quería dejar a Karina sola, había hablado la noche anterior con otro de los bateristas e hizo arreglos para que lo suplantaran.

Un hombre de tez morena y con corbata entra en escena y camina hasta la plataforma; y apoyando su biblia en el púlpito, comienza a orar. Todos cerraron sus ojos; todos, excep- to Karina. Ella podía observar que aún su amiga Valeria había acatado la postura de oración de ojos cerrados. Mientras ob- servaba a aquel hombre hacer una oración con sus manos le- vantadas hacia el cielo, dos hombres adicionales se acercaron hasta aquél hombre, permaneciendo de pie, uno a cada lado. De repente, estos hombres de inusual vestimenta, levantaron sus brazos extendiéndolos hacia sus espaldas, tomando así cada uno una espada dorada resplandeciente, las cuales eran sostenidas sobre sus cabezas. Aquel espectáculo le desconcertó y miraba maravillada a estos dos con sus deslumbrantes espadas. Ella voltea a Andrés y le toca el brazo, haciendo que él abriera sus ojos. Le mira fijamente y le pregunta qué se supone que son o hacen esos hombres con las espadas.

—¿Qué espadas, Kari? —le pregunta extrañado.

En eso Karina voltea su mirada hacia el púlpito, y para su sorpresa, en cuestión de segundos, aquellos dos hombres habían desaparecido.

—Allí estaban dos hombres vestidos en ropas blancas y cada uno sostenía una espada dorada —susurró confundida.

Andrés la mira a los ojos y la toma de su mano.

—Te creo, Kari —le respondió Andrés con firmeza— Tú los puedes ver con frecuencia.

"¿Con frecuencia?", se preguntó Karina. ¿Qué se supone que eran y cómo es que usualmente los puede ver?, ella rápidamente entiende la respuesta a sus preguntas. De nuevo estaba viendo cosas espirituales, así cómo la experiencia que tuvo el día del funeral de su madre. Sin embargo, todo seguía siendo misterioso e inexplicable para ella. El hecho de que lo pudiese ver no garantizaba su comprensión de todo este asunto.

Durante el tiempo de alabanzas todo progresó con una aparentemente normalidad. Karina no llegó a ver nada inusual, aunque las voces al unísono de cánticos le llenaron de paz y tranquilidad interna. Se sentía tan a gusto estando allí, cómo si fuese acogida en amor. Ella volteó su rostro hacia Andrés y le susurró.

—Gracias por traerme.

—De nada, amor —le respondió con una sonrisa.

Valeria era otra que estaba muy deleitada con todo. Su actitud era como el de una niña que experimentaba algo por primera vez. Su rostro radiaba de expectativa y felicidad.

Al finalizar la recolección de diezmos y ofrendas, el pastor, de nombre Rubén, subió hasta el púlpito. Y tomando su biblia, comenzó con el tema que había preparado para el sermón. Karina prestaba con mucha atención a todas sus pala- bras, pero fue una cita en particular la que retumbó dentro de su corazón.

—Tal cómo respondió el Señor a través del profeta Jeremías, "Porque yo sé los planes que tengo para vosotros", de- clara el Señor, "planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza."

Al escuchar al pastor pronunciar estas palabras, sus ojos se inundaron de lágrimas. Esta vez no era de tristeza, sino de esperanza. Sintió cómo Dios susurraba a su frágil corazón, afir- mando que Él tenía un plan para bien, aun en medio de su pérdida de la memoria, Su propósito era de bienestar y de un maravilloso futuro para ella.

Andrés volteó en dirección a ella —¿Te encuentras bien, Kari? —le preguntó mientras secaba una lágrima de su rostro.

—Sí, Andrés —sonrió con nostalgia—. No sé por qué, pero me siento feliz.

Andrés envuelve su brazo al rededor de ella.

—Has experimentado la paz y el gozo del Señor.

Por fin muchas de las cosas que Karina le había oído decir finalmente cobraban sentido para ella. Ya comenzaba a entender que Dios no estaba distante de ella, y que más allá de estar en todos lados, cómo si fuera un impertinente intruso; era, es, y siempre será un Padre amoroso que quiere formar parte de la vida de los hijos a quienes ama, para así otorgar- les una vida llena de paz, gozo y amor.

—¡Me encantó! —dijo Valeria enfática mientras se le- vantaba de su asiento— Quiero volver.

—Cuándo gustes, Valeria —respondió Andrés mientras colocaba su brazo alrededor de Karina— Kari y yo con gusto te estaremos esperando cada domingo.

Una dama, vestida en un elegante conjunto de blusa y falda de color rojo, se acerca hasta ellos.

—¡Dios te bendiga, Karina! —saludó— ¡Qué bueno es tenerte de vuelta con nosotros!, aunque —continuó— sé que no será por mucho tiempo.

"¿Qué querrá decir esta señora?", se cuestionó perpleja.

—¿Cómo está, hermana Estefanía? —Saludó Andrés con cortesía mientras apretaba firmemente la mano de Karina, señal de que él se encargaría de la conversación— Karina acaba de regresar de un largo viaje, y hemos hablado y aún no es definitivo que vayamos al viaje misionero para Amazonas —comentó serio—. Pero le puedo asegurar que estaremos orando, y si es la voluntad del Señor que vayamos, se lo haremos saber —concluyó con una amable sonrisa.

—¡Por supuesto! Es verdad, eso lo puedo entender — respondió la Sra. Estefanía—. Estaré orando por ustedes. En verdad sería de bendición tenerlos en este viaje que estará lleno de retos y de muchas bendiciones.

—¡Gracias por orar por nosotros! —añadió Karina mientras estrechaba la mano de la señora. Ella sentía que se comenzaba a notar su silencio y que debía ser un poco más atrevida en responder en lo que pudiese— Andrés y yo le estaremos informando nuestra decisión.

Era evidente que la Sra. Estefanía les había invitado a un viaje misionero al cuál habían accedido en asistir. Pero rápidamente Andrés tomó control de la situación haciendo entender que era probable que ellos no pudiesen participar.

—Kari, ¿me acompañas al baño, por favor? —dijo Valeria mientras la tomaba de la mano.

—Sí, vamos —respondió apresurada mientras era hala- da por su amiga.

Valeria entra al baño con una actitud misteriosa y revisa si allí se encontraba alguien más aparte de ellas dos. Al notar que se estaban en privado, le hace un comentario.

—Kari, no entiendo —dijo mientras se cruzaba de brazos y miraba a Karina con actitud.

—¿Qué no entiendes? —preguntó mientras acomodaba su vestido nerviosa esperando que supiese responder cualquier pregunta respecto a la iglesia o la biblia.

—Me dices que tú y Andrés están peleados...

—No dije peleados —interrumpió—. Te dije que estábamos distantes.

—Es casi que lo mismo —le respondió—. Me dices que no sabes lo que sientes por él y para mi sorpresa —dijo gesticulando con sus manos— los dos me pasan buscando juntos, y andan planeando un viaje romántico para el Amazonas.

—No es un viaje romántico —respondió desafiante—, es un viaje misionero. Además, aún no es seguro que vayamos.

—Karina, ten cuidado —le advirtió—. Él está muy enamorado de ti. Ya hasta te pidió matrimonio. Te recomiendo que aclares bien tus sentimientos hacia él antes de que se salga de control. No vayas a herir sus sentimientos.

Karina sabía que su amiga tenía razón. Sin embargo, ella misma no comprendía con seguridad lo que sentía hacia él. Era evidente que le gustaba, y mucho; además, le agradaba en demasía su compañía, pero ciertamente él estaba en un nivel afectivo mucho más avanzado que el de ella. Pero aún así, en su corazón sentía, que para el poco tiempo que tenía de conocerle, sus sentimientos eran bastante fuertes y estaban en constante aumento.

—Vale, yo estoy teniendo cuida–

Una mujer irrumpe en el baño y tropieza contra el hombro de Karina, casi que deliberadamente. Ella no pide disculpa, sino que le dirige una mirada belicosa. Entretanto, Karina la observa fijamente por unos segundos mientras que la mujer abre el lavamanos, y percibe cómo ésta recoge un poco las mangas largas de su camisa, dejando al descubierto una pulse- ra de colores que definitivamente no iba con su lujoso atuendo. Karina voltea a ver a su amiga extrañada; tratando de entender la situación. Valeria se da cuenta de esta actitud y tampoco entiende la reacción tan antipática de esta mujer, así que las dos deciden salir del baño y dejar la conversación para otro momento.

Al salir del baño, Andrés les estaba esperando en el pasillo mientras se terminaba de despedir de otras personas.

—¿Listas? —les pregunta a ambas.

—Sí, estamos listas —responde Valeria.

Durante el trayecto hasta el edificio dónde vive Valeria, Andrés empieza a explicarle a mayor detalle ciertas cosas que ella no había entendido durante la prédica. Valeria tenía dudas en cuanto al significado de la gracia de Dios y cómo ésta es un regalo inmerecido que Él en su bondad y amor nos ofrece. Al llegar, Valeria se despide de ambos y se baja del vehículo. Karina baja la ventana del lado del copiloto y le dice a su amiga que la estará llamando durante la semana para que puedan almorzar juntas.

A penas era medio día, y Karina se preguntaba si Andrés la llevaría a su casa o si le gustaría hacer algo más. Ella estaba deseosa de poder pasar un tiempo adicional con él, pero dado a que debía tener cuidado, prefería que la invita- ción procediera de él, y de ser así, aceptaría la oferta.

—¿Qué te gustaría hacer, Kari? —prácticamente le leyó la mente— ¿quieres ir a tu casa o te gustaría almorzar conmi- go? —le preguntó.

—Almorzar juntos... —pausó mientras se percataba del uso de la palabra "juntos"— suena buena idea —. completó su respuesta.

—¿A dónde te gustaría ir? —le preguntó.

—Hmmm... no sé —respondió indecisa—, dónde tu quieras.

—Bueno, pudiésemos ir a un lugar que me gusta... —

pausó— que nos gusta —añadió—, quizás te sirva para recordar, o al menos crear nuevos recuerdos —le dijo mientras arrancaba el vehículo de dónde estaba estacionado.

El restaurante era muy pintoresco. Al parecer una casa antigua que fue modificada y convertida en un lindo jardín y restaurante. Estaba lleno de mucha vegetación y flores. Había un área para comer al aire libre, y una interna que tenía vidriera por paredes, lo que permitía admirar la belleza del jardín aún desde adentro.

—¿Dónde te gustaría comer, adentro o afuera? —pre- guntó caballerosamente.

—Creo que por el calor me gustaría comer adentro ya que tienen aire acondicionado —le respondió. Al sentarse en una pequeña mesa apta para dos, Karina estaba encantada con el paisaje y no dejaba de mirar hacia afuera, deleitada entre tantas plantas y flores hermosas.

—Creo que todo salió bien hoy en la iglesia —comentó Andrés mientras abría la carta que contenía el menú.

—Sí, yo también opino lo mismo —añadió mientras ella hacía lo mismo.

—¿Te asustaste con lo que viste? —le preguntó.

De momento Karina se sintió perdida y por segundos no sabía a qué se refería, hasta que recordó la visión de los dos hombres con espadas que estaban a cada lado del director de adoración.

—En realidad no me asustó. De momento pensé que ellos en verdad estaban allí.

—Lo que viste fueron dos ángeles, y ellos realmente estaban allí. El que no les veamos siempre no significa que no estén presente.

Karina escuchaba con atención las palabras de Andrés, y trató de recordar la apariencia de estos dos hombres, que ahora les llamaría ángeles. Éstos eran de aspecto glorioso, y aunque portentosos, no producían miedo. En eso, recordó aquél paciente de ella que le siguió hasta el estacionamiento y le miró con ojos completamente negros.

—Los dos hombres con las espadas eran ángeles —repitió cómo explicándole lo que acababa de entender—, ¿pero, qué hay del paciente cuya voz y ojos fueron transformados a algo espeluznante?

Al instante, interrumpe el mesero quién les pregunta si ya habían decidido que ordenar.

—Disculpe, señor, realmente no he tenido tiempo de leer la carta.

—No se preocupe, señorita —le respondió amablemente.

—¿Qué me recomiendas, Andrés? —le preguntó.

—Bueno, amor, a ti te gusta mucho el sushi dinamita que aquí preparan.

—¿Sushi? —preguntó curiosa, pero enseguida asintió con su cabeza —...sí, ordenaré sushi —le indicó al mesonero.

—A mi me gustaría una parrilla mixta. Y dos jugos frapé de parchita —indicó mientras miraba a Karina cuya expresión denotaba sorpresa, ya que esa era su bebida favorita.

—En unos 20 minutos les traigo su orden.

Karina mira sonriente a Andrés. Él responde su mirada sosteniendo su mano.

—¿Qué es lo que me decías, cielo?.. ¡Oh, ya sé! —continuó— Me preguntabas respecto al extraño hombre que fue hasta tu consultorio —recordó mientras se acomodaba en su silla, acercándose a Karina—. Me imagino entiendes que los ángeles son enviados de Dios. Son seres espirituales que sirven al Dios Todopoderoso; siendo enviados con propósito para ayudar a sus hijos o darles un mensaje —explicó—, lo que significa, que si Dios tiene siervos, satanás también los tiene. A ellos —añadió—, se les llama demonios.

—¿Quieres decir que aquél paciente en realidad era un demonio? —preguntó estupefacta. La situación era eviden- temente escalofriante, pero jamás se hubiese imaginado que se había afrontado a un ser enviado directamente del infierno.

—Lo más probable es que haya sido un hombre ende- moniado. Poseído —aclaró—. Pero, amor, la biblia claramente nos garantiza que mayor es el que está en nosotros, que el que está en el mundo. Recuerdo la primera vez que aprendiste acerca de tu don. Estabas increíblemente asustada. Temblabas de miedo; pero puedo ver que Dios te ha ayudado a entender- lo con mayor serenidad esta segunda vez.

Andrés hablaba con completa calma acerca de esto. Él sostenía ambas manos de Karina mientras le hablaba. Su postura tan calmada le llenaba de tranquilidad. Tal cómo él afirmaba, Karina no sentía temor, aunque sí mucha curiosidad de este mundo invisible que al parecer les rodeaba.

—Mi pregunta es la siguiente —dijo Karina mientras pasaba sus dedos por sus rulos—. ¿Qué es lo que quería este hombre endemoniado? ¿Quería hacerme daño?

—Supongo que quería causarte temor y confusión — dijo Andrés un poco más serio. El pensar que alguien quería lastimar a su novia, no era de su agrado—. El enemigo, satanás, busca matar robar y destruir. Pero recuerda —aseveró con mayor fuerza—, Dios te ha escogido para que seas su hija y sierva. No hay nada que el enemigo pueda hacer a menos que Dios lo permita, y siempre será con un buen propósito.

"¿No hay nada que el enemigo pueda hacer sin per- miso de Dios?", se cuestionó mientras trataba de descifrar en su cabeza si la causa de su pérdida de memoria era obra de Dios o del enemigo. "Robar, matar y destruir.... ¡ROBAR!", pensó dentro de sí. "Robar", se repitió, "satanás y sus demonios robaron mi memoria, mis recuerdos y mi tiempo". Este pensamiento le perturbó. Su cara se tornó pálida, y sus manos empezaron a temblar.

—Kari, ¿estás bien? —preguntó Andrés mientras se levantaba de su silla, y se acercándose a ella, frotó sus brazos para calmarle. Su piel, invadida de escalofríos.

—¡Son ladrones! —dijo Karina en voz alta y mirada fija en el aire, mientras la idea era aclarada en su mente.

Andrés dirige sus ojos hacia Karina. La mirada de ella, al parecer fija, pero se da cuenta que no contempla nada en particular.

—¿Ladrones, dónde? —pregunta observando su alrededor, sin comprender las palabras de su novia.

—Ladrones del tiempo... —susurra aún con sus ojos puestos en la nada.

Andrés la ve fijamente. Aunque no comprendía lo que ella trataba de decir, sabía que ella finalmente había entendi- do algo que él aún no.

—¿Qué quieres decir, mi cielo? —le preguntó mientras se hincaba delante de ella para mirarla directamente a su rostro. Con su mano, tiernamente acarició su mejilla, procurando hacerla volver de sus profundos pensamientos.

El recuerdo de uno de sus sueños vino a ella precipitadamente. Recordó cómo, mientras ella sostenía una biblia que iluminaba su rostro, se habían acercado unas criaturas tenebrosas, quienes arrebataron a la fuerza el reloj que tenía alrededor de su muñeca.

—No sé por qué... —respondió, esta vez mirándolo a los ojos—, pero Dios permitió que unos demonios robaran mis recuerdos. Han arrebatado de mis manos un tiempo crucial de mi vida.

Ellos, eran los ladrones del tiempo. Su corazón empieza a latir de prisa mientras traía a memoria el final de su sueño. Aquél hombre que estuvo con ella dentro de un horno de fuego, le entregó una nota con una cita bíblica, pero no podía recordar cuál era. Se sentía frustrada. "Debo de recordar... Dios, ayúdame a recordar", clamó desde su interior.

Andrés nota que la mirada de Karina se había perdido nuevamente, así que se levanta a buscar al mesonero y le pide un vaso de agua.

Entretanto, ella podía ver cómo si una pequeña hoja de papel blanca caía cómo pluma delante de sus ojos. Era una visión, pero parecía tan real. Ella podía contemplar con qué lentitud esta hoja caía hasta finalmente reposar delicadamente sobre sus manos. Las inscripciones en color dorado brillaron en sus ojos. Era la cita. Isaías 43:2.

Al instante, Andrés se aproxima hacia ella y coloca delante de su rostro el vaso de agua. El rostro de Karina gira hacia él.

—¡Necesito una bíblia! —exclamó.

Andrés apoya el vaso de agua sobre la mesa, y busca dentro de la cartera de Karina la biblia. Él la hace descansar sobre las manos de ella, y calmadamente toma asiento, expectante a lo que Karina comentaría. Ella abre la biblia, busca la cita casi que instantáneamente, y lee en voz alta:

Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti.

La sensación que llenaba su ser era difícil de describir. La paz que le traía las mismas palabras de Dios apaciguaban su inquietante interior. Ella comprendió. Estaba dentro de un horno de fuego, tal cómo lo había soñado; siendo probada. Pero Dios no le había abandonado, Él estaba allí, y las llamas no habrían de consumirla.

Finalmente respiró profundo.

—Gracias, Andrés —volvió en sí mientras se acomodaba en su asiento, dirigiendo su mirada hacia él—. Gracias por el vaso de agua —añadió mientras sostenía el vaso en sus manos—, en verdad, gracias por esforzarte en comprenderme.

Andrés le sonrió, y acercándose a ella y tomándole de la mano la levantó y abrazó.

En oportunidades, lo que no podía ser expresado con palabras, Andrés lo expresaba con gestos de afecto físico. Ella lo abrazaba fuertemente, aferrándose más a él. Su cabeza apretada contra su pecho.

Las miradas pesaban sobre ellos. Todos en el restaurante se preguntaban qué había ocurrido. En eso, el mesonero se acerca a ellos, sosteniendo los platos con sus manos y les pregunta si todo estaba bien. Ellos asientan con sus cabezas y vuelven a sus asientos. El mesonero apoya lo que habían ordenado delante de ellos, y empiezan a comer.

Durante el almuerzo, muchas preguntas se disiparon. Aunque no lo comprendía del todo, ya no pesaba sobre su corazón la condición de su memoria. El saber que estaba segura en los brazos de Dios le llenaba de una paz que no podía expresar con palabras. Allí también estaba Andrés, y ella lo miraba con ternura y gratitud. Sin necesidad de estar vestido en resplandecientes ropas blancas, él también era un ángel.

Finalmente no estaba sola, y se sentía preparada para afrontar su situación. Ella tenía un don dado por Dios. ¿Qué utilidad tendría?, aún no lo sabía, pero no necesitaba saberlo. Dios estaría allí para ayudarle... y Andrés también.

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