Tentación

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Tentación

La alarma del despertador la despierta bruscamente. Había tenido un sueño profundo. Ya eran las 7 am y no tenía tiempo que perder. Bajó sus pies de la cama, y los apoyó sobre el piso. Sintió dolor. Se había cortado; el piso estaba lleno de vidrio. Por lo visto procedía de su porta-retrato que yacía boca abajo. Se sentó nuevamente sobre su cama, y levantando su pie, lo examinó. Con sumo cuidado, retiró el pequeño pedazo de vidrio que estaba incrustado en su talón. Esto ocasionaría un retraso y tenía muchas cosas que hacer el día de hoy.

Abrió la gaveta de su mesita de noche y rápidamente tomó una curita, la cuál se colocó con poco cuidado. Se bajó del otro lado de la cama, tomó sus pantuflas y buscó rápidamente un trapo mojado para recoger los restos de vidrio de su roto porta-foto. Al levantarlo del piso, notó algo extraño. La foto en la que salía junto con Andrés no estaba allí entre los escom- bros de vidrio. "¡Qué extraño!", pensó. Pero en verdad no tenía tiempo para descifrar la misteriosa desaparición de la foto. Luego, con más calma podría buscarla. Quizás estaba debajo de su cama, o debajo de su mesita de noche. Fácilmente pudo haberse deslizado, concluyó mientras tomaba su ropa del sillón. La noche anterior había escogido su vestimenta para la ocasión del día de hoy. Ella y Andrés estaban saliendo formal- mente como novios desde hace un mes. Además, él la estaba discipulando, es decir, enseñándole de la biblia y acerca de su relación con Jesús, el hijo de Dios. Lo ideal sería que otra 

hermana en Cristo lo hiciera. Lo usual es que un hombre discipule a un hombre, y una mujer a una mujer. El asunto es que en realidad Karina ya había recibido discipulado en el pasado durante 5 meses por una señora llamada Nancy. Ella aún estaría dispuesta a hacerlo, pero la situación era compleja. Karina no debía hacerle saber a nadie más acerca de lo que le había ocurrido con su memoria. Eso de los ladrones del tiempo se- ría algo que podría traer temor a toda la congregación. Algo como eso jamás se había visto, aún entre todas las historias de manifestaciones demoníacas, nadie había sido víctima de una pérdida de memoria ocasionada por entes de las tinieblas.

Ella aún no sabía a detalle cuales habían sido sus palabras, pero la anterior Karina había sido enfática en cuánto a esto en la carta dirigida a Andrés. Él siempre le decía, "Kari, sé prudente. Conviene que nadie sepa lo que te ha ocurrido. Cuándo sea el momento indicado, Dios lo dará a conocer, pero aún no es el tiempo".

La emoción corría por su piel. Habían cumplido un mes juntos y ya se sentía muy enamorada de Andrés. "¡Qué hombre sin igual!", pensaba. Ella no podría imaginarse a alguien que pudiese amarla más que él. No todo el mundo estaría dispuesto a estar con ella con eso de la pérdida de memoria. Y a decir verdad, no todo el mundo se molestaría en enamorarla otra vez. Pero precisamente eso era lo que él había hecho. Habían cosas que él había repetido, tan sólo porque el recordaba la expresión del rostro de Karina cuándo lo había hecho la primera vez. Detalles cómo la vez que la había llevado a la playa y había colocado una mesa con comida a la orilla del mar. Ellos almorzaban mientras que sentían las olas del mar recorrer sus pies. A la final, esta segunda experiencia se había convertido en algo muy gracioso, dado a que uno de los vigilantes le había llamado la atención a Andrés por haber traído una mesa con comida hasta la orilla. Esto no había ocurrido la primera vez con el otro vigilante que sin ninguna objeción le había permitido tener ese detalle para con ella. Sin embargo, y a pesar del 

regaño, los dos se habían divertido muchísimo. Andrés también quiso hacerle revivir la oportunidad en que le hizo una serenata. Era una canción que él había escrito para ella. La melodía era suave, y la letra hermosa, llena de palabras que rebosa- ban de amor. En un punto Karina le preguntó si lo que hacía era nada más que repetir cosas que él ya había hecho, a lo cuál él le comentó que a veces hacía algo nuevo, y otros detalles ya había tenido para con ella. Pero él le decía que quería hacerle recordar aquellos momentos que fueron tan especiales para ambos. A tal punto que Karina a veces, durante aquél especial momento, le preguntaba, "¿Nuevo o viejo?", refiriéndose si era algo que ya habían hecho juntos, y él le respondía.

Su atuendo era hermoso. Era un vestido de encaje color aqua, bien ceñido a su cuerpo. Ella lo había combinado con unos zarcillos y pulsera de color coral que acentuaban más el color del vestido. Vestidos, muchos vestidos, todos cortesía de Andrés. A él le encanta cómo le lucen todos, haciéndola ver aún más femenina. Con prisa maquilló sus ojos y labios. Se veía muy linda, y de seguro que Andrés la admiraría más de lo usual.

Ella sale de su habitación y se encuentra con su padre, quién veía las noticias en el pequeño televisor que estaba al lado de la licuadora. Él bebía café y comía una arepa de desayuno. Sobre la mesa, había dejado un plato con arepa y huevo para Karina. Ella saluda a su padre, quién únicamen- te le dice buenos días, mientras mantiene su atención hacia el televisor. Andrés y ella habían estado orando por su papá, El Sr. Enrique, por su salvación y aún por su distante actitud, la cuál trataba de compensar con muchos regalos y dinero. Ella hubiese querido quedarse a intentar sacar un tema de conversación, pero en verdad estaba muy apurada. Así que colocó su desayuno en un recipiente de plástico con tapa, y lo colocó en su bolso de comida. Se despidió de su padre, y salió de la casa. Mientras caminaba en dirección hacia su vehículo que es- taba estacionado frente a la casa, sintió un olor desagradable, cómo de putrefacción. Karina dirige su mirada hacia los potes 

de basura, se acerca hasta ellos, pero nota que todos tienen sus respectivas tapas. Sin embargo, el hedor era cercano, así que decide aproximarse hasta el lugar dónde parecía proce- der. Estando de frente a un arbusto, el olor se intensifica. Olía a algo putrefacto. Al asomarse, ve un saco rodeado de gro- tescas moscas. Dejar la bolsa allí era definitivamente insalubre, y dado a que alguien debía hacer ese trabajo sucio, decidió levantar la bolsa por la cuerda que la cerraba, y la llevó guin- dando hasta el pote de basura. Movida a curiosidad, decide abrir la bolsa mientras cubría su boca y nariz con su otra mano.

—¿Qué es esto? —exclamó mientras observaba el cuer- po de un gato muerto.

La repulsión ya había alcanzado a su estómago, y sentía que se iba a venir en vómito. Rápidamente deja caer la tapa de basura sobre el pipote, y corre de prisa hasta su casa. Su padre le siente entrar apresurada, pero suponiendo que se le había olvidado algo, no se acerca hasta ella. Aún con la sensación de arcadas, escupe dentro del lavamanos. Se lava las manos rápidamente, y levanta su muñeca para verificar la hora. Ya eran las 7:45 am, e iba tarde.

Aún con mayor urgencia, sale disparada de su casa y se monta en su vehículo. Enciende el carro y arranca. Enseguida, puede ver a una mujer en bata, con ojos hundidos y con muy pronunciadas ojeras. Su rostro le es familiar, y rápidamente la ubica. Era la mujer que le tropezó en el baño de la iglesia. Mientras manejaba frente a ella, podía sentir su mirada desafiante, de que no era bienvenida. "¿Qué habré hecho para que me mire así?", se preguntó. Ella no podía comprender cómo una persona que asistía a la misma iglesia que ella, y que además era su vecina, podía tratarle tan despectivamente. Karina se preguntaba si habrán tenido algún percance o discusión que haya quedado enterrado en su olvido. Algo que procuraría hacer sería preguntarle a Andrés, quizás él podría explicarle quién es esta mujer y si está al tanto de que algo haya ocurrido entre ellas.

Manejó hasta el estacionamiento del hospital, y el único puesto que pudo conseguir fue aquél dónde se consiguió con ese desagradable paciente. "El endemoniado", le vino un escalofrío mientras pensaba en el nuevo nombre que le había asignado.

Dudó en estacionarse allí, pero después de dar dos vueltas, no le quedó de otra al ser el único puesto disponible. "Mayor es el que está en mí, que el que está en el mundo", susurraba mientras caminaba hasta el ascensor de ese oscuro estacionamiento. Finalmente, las puertas del ascensor se abren, y la luz que procedía de adentro le reconforta. Se monta en él, y marca el piso dónde se encuentra su consultorio, piso 10. Mientras ascendía, el ascensor hizo varias paradas. Distintos tipos de personas se suben en él. Personas de diferentes edades, clases sociales; en fin, una gran variedad de estilos. El ascensor se detiene en el piso 7, y alguien con mayor singularidad se monta en él. Era una muchacha de tez morena, de lindo rostro y de cabello corto, el cual estaba cubierto por una especie de gorro. Ésta vestía una larga falda blanca, y una camisa sin mangas del mismo color. Karina pudo notar, aún entre la multitud la pulsera de pepitas de colores amarillos y verde que llevaba sobre su muñeca izquierda. No cabía duda que la hermosa chica era una santera. Andrés ya le había explicado un poco a Karina en cuanto a ellos, y de cómo estaban lejos de la verdad de Cristo. Aún mientras la observaba, sentía que una gran pesadez había entrado al ascensor junto a ella, así que cuándo las puertas se abrieron en el piso 10, Karina se apresuró, casi que empujando un poco al resto de las personas, y abrió camino para salir de allí.

Ya podía respirar. La sensación de pesadez se había disipado. Caminó hasta su consultorio, y pudo notar cómo ya habían personas esperando para ser atendidos por ellas.

—Buenos días, Dra. Karina —le saludó la Sra. Rosita mientras le entregaba su matutino café y el historial del primer paciente.

—Buenos días, Rosita —le respondió— ¡Gracias por el café! Tú siempre tan considerada —añadió con una sonrisa.

—Por nada, doctora —le responde mientras le ayudaba a abrir la puerta de su consultorio, ya que Karina tenía am- bas manos ocupadas—. ¿Cómo está su papá? —le pregunta con empatía.

—Está bien, Rosita. —ambas entran al consultorio. Karina apoya el café y la carpeta del paciente sobre su escritorio, y seguidamente su cartera. —Creo que aún sigue afectado por la muerte de mamá, y está muy retraído —añadió.

—Bueno, paciencia, doctora. Yo estoy orando por ustedes —añadió.

"¿Orando?", pensó. En la jerga de los católicos se oye más bien la palabra rezar, así que intrigada decidió hacerle una pregunta.

—¿Tú eres cristiana, Rosita?

—Sí, doctora. Soy cristiana.

Poco conocía Karina acerca de su asistente. Desde que había comenzado a trabajar había estado tan consumida por su propia vida, que no había tomado tiempo de compartir o interesarse por la vida de otros. Exceptuando por detalles que si estaba casada y que era madre de dos hijos varones, Karina no sabía mucho respecto a su mano derecha, la Sra. Rosita.

—¡Qué bueno, Rosita! —exclamó con mucha alegría— Yo también lo soy... soy nueva —dijo entrerisas—, por así decirlo.

Puesto que Rosita la conocía desde hace poco, le pareció inofensivo decirle la verdad de que apenas estaba comenzando a conocer de Dios.

—¡Eres nueva creyente! —aclaró—, ¡Qué maravilloso!,

¡Gloria a Dios! —alabó a Dios levantando sus manos y dando suavemente a sus palmas— ¡No tienes idea de cuánto he orado por ustedes dos! ¡Dios se va a glorificar en tu padre! ¡Confía en el Señor!, mira que ya ha obrado en ti.

Karina le respondió con una sonrisa de gratitud.

—Bueno, doctora, luego seguimos hablando —añadió—. Sé que ya es hora de que comience a atender a sus pacientes.

—Gracias, Rosita —se acercó a ella y le abrazó—. En verdad, gracias por todo.

Rosita le abraza y soba la espalda. Era su calidez y actitud maternal lo que le confortaba, tal cómo lo hacía su madre. Adicionalmente, saber que ella también era cristiana y que además estaba orando por ella y su padre le hizo re- bosar de mayor gratitud. Ella dispuso en su corazón empezar a compartir más con la Sra. Rosita y no perder la oportunidad de conocerle a mayor profundidad. Ellas finalmente se separan y con una sonrisa, la Sra. Rosita sale, cerrando la puerta tras sí. Karina recuerda su celular. De seguro Andrés le había escrito para saludarle. Cómo siempre, no tenía batería. Había olvidado colocar a cargar su celular la noche anterior. Afortu- nadamente había traído el cargador de su celular dentro de su cartera. Así que, rápidamente lo conecta al toma corriente y lo enciende. "2 mensajes de texto", indicaba la pantalla de su teléfono inteligente. La que no era tan inteligente era ella, al 

pensar que su teléfono podría funcionar sin ponerlo a cargar.

Buenos días, mi vida. ¿Cómo amaneces? No puedo espe- rar a verte esta noche. Espero que tengas un excelente día con las consultas. Escríbeme cuándo puedas.

Mi amor, cómo que de seguro estás sin batería, jajaja. Cuando puedas me escribes, quiero que cuadremos algo para esta noche.

Al ver ambos mensajes, Karina decide contestarle antes de que se viera ocupada con sus pacientes.

Hola, cielo. Ya estoy en el trabajo. A penas a comenza- do mi día y ya tengo muchas cosas por contarte. Espero poder tener tiempo para llamarte al medio día. Ya tengo pacientes que me esperan. Hablamos luego, te amo.

"¡Oh, oh!", pensó. Sin pensarlo, ya le había dado al bo

tón de enviar. Karina nunca le había dicho a Andrés que lo amaba, y puesto a que ya lo sentía así, había reservado esas lindas palabras para esta noche tan especial. Sentía que había arruinado su romántica oportunidad al decírselo por mensaje de texto. En eso, recibe otro mensaje de Andrés.

Yo también, mi amor...

Sus mejillas se sonrojan. Afortunadamente nadie estaba allí para notarlo. En eso, alguien toca a la puerta.

—Buenos días doctora —saludó una joven madre acompañada de un niño pequeño. El niño permanecía pegado al pantalón de su madre, casi que escondiendo su rostro.

—Buen día, adelante, tomen asiento —les indicó mientras les señalaba dónde podrían sentarse— ¿Quién viene a consulta, usted o su hijo? —preguntó.

Karina observaba cómo el niño seguía escondido, aún mientras estaba sentado al lado de su mamá. No era pena, pudo notar, parecía más bien temor.

—Vengo por mi hijo —comentó aquella mujer casi entre lágrimas. Se podía notar que estaba haciendo un gran esfuerzo en contener su llanto.

Karina toma asiento cerca de ella y la toma de la mano para confortarla.

—No se preocupe, señora —comentó con voz suave—. Aquí estoy para ayudar —Karina toma su historial y lee el nombre de la madre. Su nombre era Carolina, y el de su hijo David—. Voy a necesitar que David espere afuera mientras hablo con usted. No se preocupe, mi asistente Rosita es excelente con niños.

Cuándo David notó que lo apartarían de su madre, comenzó a llorar, y se agarraba con gran fuerza de las piernas de su mamá.

—Hagamos, algo, David —le dijo Karina con voz apacible— Te puedes quedar aquí con nosotras. Además, tengo algo que de seguro te gustará.

El niño levantó su mirada al ver lo que Karina le entre

gaba en sus manos. Era una tableta digital.

—Aquí tengo una de mis películas favoritas. Se llama "Enredados", ¿la has visto?

Andrés asienta con la cabeza y medio sonríe al ver iniciar el vídeo.

—Ten, te presto mis audífonos —le dijo mientras gentil- mente se los colocaba sobre sus oídos.

El niño ya se encontraba embelesado con la película, así que Karina se pudo sentar junto con la madre del niño. Carolina finalmente empezó a llorar silenciosamente. Se podía notar que algo muy fuerte pesaba dentro de su corazón. Ella era una mujer hermosa, de cabello rubio, al parecer natural, y de ojos azules, al igual que su hijo. Sin embargo, su evidente belleza se veía opacada con una sombría tristeza.

—Desahógate —le indicó—, llora todo lo que quieras

—le dijo mientras le ofrecía una caja de toallines—. ¿Te gustaría tomarte un café? —le ofreció pensando que quizás eso le podría tranquilizar.

—Por favor —dijo sollozando—, si no es mucha moles

tia.

—Por supuesto que no lo es —le sonrió mientras le en

tregaba una taza de café recién hecho por Rosita.

—Doctora Karina, la razón por la que he venido hasta aquí —dijo controlando su voz— es porque estoy desesperada. Una vecina me refirió a usted. Al parecer ella asiste a su misma iglesia.

Karina no quiso ni preguntar quién pudiese ser. Las únicas personas que realmente conocía era Andrés, y alguno que otro nombre de quienes había ido conociendo en este corto mes.

—Fue la Sra. Nora quién me recomendó que viniese a verle —añadió—. Ella me dijo que usted podría entender lo que verdaderamente le acontece a mi hijo.

Karina echó un rápido vistazo al historial. Carolina había tenido que llenar un formulario dónde se le preguntaba 

todo respecto al paciente, en este caso, su hijo David. En la sección dónde se preguntaba la causa de su consulta, decía "Terror nocturno por criaturas imaginarias". Karina volteó su mirada al pequeño niño. A penas tenía 4 años de edad, y ella podía ver cómo tenía orejas, seguro por privación de sueño.

—Puedo notar que te es difícil hablar de esto, Caroli- na —comentó mientras apoyaba el historial sobre la pequeña mesa que mantenía a su lado. Seguidamente, tomó su libreta y bolígrafo, y encendiendo su grabadora de audio, se acomodó en su sillón—, pero debes recordar que aquí estoy para escucharte y buscar la manera de ayudarles. Necesito que me comentes lo que le ocurre a tu pequeño tesoro.

—Doctora, la verdad no sé exactamente lo que le ocurre. Todo es tan extraño —nuevamente rompió en llanto.

Karina le extiende de nuevo la caja con toallines. Carolina toma la caja, sopla su nariz y respira profundo para tranquilizarse.

—No te sientas mal por llorar —le dijo con empatía—. 

Cuándo estés lista para hablar, estoy aquí.

—David es un niño maravilloso —comenzó a explicar—. Es alegre, le gusta reír y divertirse con sus amigos del preescolar. Su maestra siempre ha estado muy contenta con él, y siempre me ha comentado que es un niño adorable... bueno, hasta hace un poco.

Karina toma nota de las palabras de esta afligida madre. Ella puede observar el gran dolor que hay en su mirada. En eso, voltea y examina al niño quién está allí cómodamente sentado en ese espacioso sofá, acurrucado entre cojines, descansando su pequeña cabecita en uno de ellos. Los ojos de Da- vid estaban puestos en la película. Se notaba entretenido, pero aún así podía ver algo en él que no estaba del todo bien.

—¿Qué has notado en él o qué te ha dicho? —inquirió.

—Pues, debo comentar que todo inició hace un par de meses, cuándo mi esposo y yo nos separamos definitivamente. Aún no hemos firmado los papeles de divorcio, pero la decisión 

es rotunda —añadió mientras se soplaba la nariz, ya un poco más serena—. Yo supongo que ha sido el divorcio lo que le ha afectado, es lo normal, es lo que todos me dicen. Pero esto va más allá de mi comprensión —dijo con ojos aguados.

—¿Qué va más allá de tu comprensión? —preguntó.

—Pues, las cosas que ve en la noche. Lo aterrorizan. Yo le digo que nada de eso existe, pero todo lo que me cuenta... no sé como un niño tan inocente podría imaginarse cosas tan obscuras y macabras.

—¿Qué cosas te comenta que ha visto?

—Él dice que ve monstruos en el clóset de su habitación 

—explica su madre—. Pero es la manera en que los descri- be... eso es lo que trato de entender. Mi esposo —se detiene a corregir—, mi ex-esposo y yo jamás le hemos permitido ver películas de terror. Y David me ha llegado a describir seres tan escalofriantes que únicamente leería en una novela de Stephen King.

Volviendo su mirada hacia David, lo observa con mucha pena. Un niño tan pequeño e indefenso que vivía aterrorizado. Ella no podía siquiera imaginarse cómo es que el podía estar allí sentado tan pasivamente, considerando la clase de tormento bajo la cuál vivía.

—Y eso no es lo único doctora —añadió la desconsolada madre—. En el colegio tuvo un incidente.

Karina recuesta su espalda sobre el respaldar de su asiento. Presentía que lo que oiría a continuación iba a requerir de mayor sabiduría aún. Así que desde su interior hizo una oración, "Señor Jesús, te ruego que me ayudes y me dirijas en cómo ayudar a esta madre y a su pequeño niño que está siendo atormentado. Ten misericordia de ellos y, por favor, oriéntame en cómo podré ayudarles. Amén".

—Hace unas semanas, David había comenzado a hablarme acerca de un amigo imaginario —continuó Carolina—, al principio me parecía algo tan inocente. Él hablaba de su amigo Orula, y me mencionaba cosas de que estaba jugando 

con él. Que si Orula, esto, que si Orula aquello. Cosas muy inofensivas. Que si Orula le decía que no coloreara su tarea, sino que ver comiquitas era mejor. Cosas que cualquier niño inventaría para excusarse y no hacer la tarea —en eso, Carolina traga profundo y voltea a ver a su hijo, quién estaba tranquilamente viendo su película; y regresa su rostro hacia Karina—. Pero en el colegio tuvo un percance —pausó mientras tragaba profundo y caían lágrimas de sus ojos—. El tomó unas tijeras y le cortó el cabello a una niña. La maestra le regañó por haber hecho eso, y hasta se extrañó de cómo obtuvo esas tijeras si éstas permanecían en un estante alto fuera de su alcance. Pero cuándo se le preguntó por qué lo había hecho, se puso a llorar desconsolado. Decía que se metería en graves problemas si decía la verdad —Carolina comienza a narrar los hechos con aún mayor prisa, desahogándose mientras las palabras salían de su boca—. Finalmente la maestra lo sienta aparte de todos los niños, y le pregunta qué es lo que quería hacer con el cabello de su amiguita, a lo que David responde que él no quería hacer nada con el cabello, sino que Orula le había obligado a hacerlo. —Carolina se tapa la boca, tratando de contener su llanto. Lás lágrimas caían profusamente de sus ojos. Retira su mano de su boca, exhala profundo y dice— David explicó que si no lo hacía, Orula me mataría a mí, su mamá.

Al escuchar estas palabras, Karina deja caer su bolígrafo al suelo. Ella podía observar cómo Carolina tenía su rostro cubierto con sus manos mientras lloraba desconsolada. Enseguida, se levanta y le abraza. Ésta apoya su rostro sobre los hombros de Karina y continúa con su llanto. David aún permanece tan abstraído con la película de niños, que ni siquiera nota el llanto de su madre.

—¡Vamos a llegar al fondo de esto, Carolina! —le dijo— De alguna manera vamos a ayudar a tu hijo.

Se levanta del sillón, y toma una jarra con agua y le sirve un vaso a esta pobre mujer.

—Gracias, doctora —le agradece mientras coge el 

vaso y toma pequeños sorbos de agua.

—Necesito hacerte varias preguntas —le dijo con voz pausada mientras sobaba el brazo de la mujer—, ¿desde cuándo David empezó a imaginarse a este sujeto imaginario?

—la palabra "amigo" imaginario sencillamente no era apta para dicho ser.

—Cómo le comenté. Hace unas semanas... Creo que hace cómo 4 o 5 semanas —comentó mientras echaba un vistazo a su hijo.

Karina sabía dentro de sí que esto no era nada imaginario. Algo maligno estaba operando en la vida de ese niño. No era asunto de imaginación, era algo espiritual. Ya Andrés venía preparándola respecto a este tema en conjunto con el discipulado. Él siempre le decía que era imperativo que ella aprendiese acerca de la guerra espiritual, porque era algo con lo que siempre tendría que lidiar, dado su evidente don de discernimiento de espíritus. Gracias a Dios que ella empezaba a tener menos temor y sentía aún mayor autoridad en ella dada por El Señor. Podía recordar siempre pasajes bíblicos que le llenaban de confianza de que "...las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas...". Pensar en esto le llenaba de valentía al saber que tiene todas las herramientas dadas por Dios para destruir las fortalezas del enemigo. Por ello, debía buscar la manera de ayudar a este pobre niño que estaba siendo acosado por huestes de maldad. Recordando las lecciones de Andrés, consideró que requería averiguar qué puerta pudo haber abierto esta familia a esta clase de demonio. Y ciertamente el divorcio de sus padres era un buen lugar para comenzar.

—Carolina, no es mi intención fisgonear —se disculpó—, porque sé que vienes aquí por tu hijo. Pero todo puede estar ligado. ¿Cuál fue el motivo del divorcio de ustedes?

—El me dejó por otra mujer —comentó tratando de mantener su compostura.

"La otra mujer", pensó Karina dentro de sí. En su interior 

sentía un susurro que le indicaba que ella era la causa de todo esto, pero aún así debía de indagar más.

—Sé que es difícil hablar de esto —continuó con su investigación—, pero ¿qué me puedes decir acerca de ella, o qué tanto sabes?

—Quizás pienses que digo esto nada más porque me robó a mi esposo —aclaró mientras encorvaba su espalda—, pero en verdad creo que es una mala mujer. Una persona genuinamente mala.

—Entiendo lo que me dices, pero, ¿por qué piensas que es mala? —inquirió.

—¿Cómo te explico? —dijo con una mueca—, yo estoy clara de que esto le sucede a otras personas. Mujeres u hombres que invaden a una familia y la dividen. Usualmente son personas egoístas que no piensan en el daño que ocasionan, y hasta a veces no tienen la intención de dañar a nadie, sino que simplemente cosas que ocurren... pero ella —pausó pensativa—... yo siento que ella ni siquiera quiere a Roberto —especificó—, mi ex-esposo.

—¿Cómo te das cuenta de que no lo quiere? —indagó aún más.

—Porque su mirada hacia él no es de amor. Cuándo lo mira, es cómo si nada más lo estuviera usando. Ni siquiera pareciera que fuese por dinero, su mirada es como de desprecio.

—¿Y cómo es su trato hacia David?

—Pues, yo he procurado mucho que él no se quede en casa de su papá. Roberto y yo hemos tenido muchas discusiones por ello. Pero es que en verdad no confío en esa mujer bajo el mismo techo con mi hijo.

—¿Pero la has visto interactuar con tu hijo? —preguntó nuevamente al no recibir una respuesta concreta a su pregunta.

—Sí. Quizás en dos oportunidades. Ella se esfuerza en simular que le interesa David, pero su desprecio es evidente a mis ojos —explicó con voz molesta—, obviamente no es evidente para Roberto, quién pareciera estar bajo el hechizo de esa 

mujer. Sandra —dijo con ojos llenos de ira—, ese su nombre. La palabra hechizo fue oportuna. Pareciera que Rober

to, el padre de David había sido engatusado por Sandra. Indudablemente la perspectiva de la "mujer abandonada" nunca sería del todo objetiva, pero la manera en que Carolina describía la situación le hacía pensar que probablemente no estaba nada lejos de la realidad.

—Voy a necesitar hablar con David en privado —explicó mientras terminaba de tomar nota en su libreta— En caso de que él proteste, permitiré que te quedes aquí con él, pero requeriré que guardes silencio y me permitas hablar con él sin interferencia. Intentaré ver si David accede a que estemos solos. Te voy a pedir que con cuidado le quites los audífonos y le digas que tienes que ir al baño, y que ya regresas. Si en algún momento se altera por tu tardanza, te mandaré a llamar. Pero en verdad me gustaría hablar con él a solas.

Carolina asiente con la cabeza y se acerca a su hijo con cuidado, retirando los audífonos de sus orejitas. Entretanto, Karina oraba en su interior que David accediera a quedarse con ella.

—Mi príncipe —le dijo su madre—, voy al baño y regreso. ¿Te quedas aquí viendo la película mientras yo voy y vengo?

—¿Y si yo voy contigo, mami? —preguntó.

—Lo que pasa es que tengo que entrar al baño de niñas... y yo sé que a ti no te gusta ir al baño de niñas —le dijo graciosamente— Es mejor que me esperes aquí.

David asintió con la cabeza un tanto dudoso y observó cómo su mamá salía del consultorio y cerraba la puerta.

—Tu mami ya viene, David —le dijo sonriente mientras se sentaba junto a él y frotaba su cabecita—. ¡Oye, mira cómo se come todas esas manzanas! Ese caballo me hace reír mucho!

—A mi también —David suelta un pequeña sonrisa. Ya era un poco de progreso y Karina comenzaba a sentir que Dios le estaba ayudando a ganarse su confianza.

—¿Quién es tu personaje favorito de la película? —le preguntó.

—Me gusta Pascal. ¡Es muy gracioso! —se ríe— y siempre cambia de color.

—Tienes mucha razón, David. Pascal, el pequeño camaleón, es muy divertido —comentó sonriéndole— ¿y quién no te gusta de la película?

—No me gusta la bruja mala. Ella es una mentirosa —dice casi que molesto—. Ella no es la mamá de Rapunzel. Su mamá es la reina del castillo, pero Rapunzel no lo sabe.

—Es verdad, David. Su verdadera mamá es la reina. Madre Gothel es como la madrastra de Rapunzel —comentó—. No todas las madrastras son malas, algunas sí, otras no. Pero como no tengo una madrastra, no sé como son en realidad...

—Son malas... —comentó entre dientes.

—¿Sí? —preguntó simulando intriga— ¿cómo sabes que son malas?

—Porque yo tengo una madrastra. Es la novia de mi papá —explicó. David se enderezó mientras volteaba a ver a Karina, cómo si tuviese algo importante que decirle— Ella se llama Sandra... y no me gusta. ¡Es mala! —añadió.

—A ver, yo quiero aprender un poco más de las madrastras. ¿Por qué dices que tu madrastra Sandra es mala?

—Porque ella se robó a mi papá. Él era mío y de mi mamá, y ahora es de ella —explicó con ojos de dolor e inocencia.

—Yo tengo unos amigos que tienen padrastros y madrastras. Unos son personas buenas, otros no tanto... —comentó—, pero lo que me gustaría saber es si ella te ha hecho algo malo aparte de llevarse a tu papá.

David se quedó pensativo por unos segundos.

—Quizás no sea tan mala —dijo dudoso—. Ella me regaló esta cadena para la buena suerte —explicó entretanto sacaba una cadena de plata de debajo de su franelita—, 

pero se equivocó.

—¿Por qué dices que se equivocó? —preguntó curiosa mientras contemplaba la gargantilla que colgaba de su cuello.

—Porque últimamente he tenido mucha mala suerte — respondió desanimado.

—A ver, explícame.

—¡Shhhh!... no puedo decirte, él me va a escuchar.

—¿Quién va a escuchar?

Ella sabía bien a quién se refería, pero aún así insistió en preguntar para ver qué mas averiguaba. Asimismo, ya estaba preparada con las armas del Todopoderoso.

—Orula —dijo casi tembloroso.

Karina toma a David de la mano, haciéndole saber que ella estaba allí con él, tal cómo Andrés hacía con ella en oportunidades.

—Orula no es tu amigo, David —aclaró—. Y a partir de hoy no le vas a tener miedo porque hay alguien millones de veces más poderoso que él, y ese es Jesús, el hijo de Dios.

—¿El hijo de papá Dios? —preguntó con ojos bien abiertos.

—Sí —afirmó con una sonrisa—. Jesús quiere ser tu amigo y te quiere ayudar. Él te ama muchísimo y quiere que tú puedas vivir sin miedo.

—¡Ayyyy!, ¡me quemaaaaaa! —gritó David con desespero mientras halaba fuerte de la cadenilla, tratando de quitarse el collar de alrededor de su cuello.

Carolina abre la puerta bruscamente al escuchar el grito de David, y observa perpleja lo que le acontece a su hijo.

Karina reaccionó rápidamente y tomó el collar que pendía del cuello de David. En cuestión de milésimas de segundos, ella pudo ver en visión el ente espiritual que perturbaba la vida de este pequeño niño. Era un hombre de piel morena, quién vestía un traje de color verde y amarillo. Su rostro era perverso, y podía ver cómo tomaba a David por el cuello, asfixiándolo.

—Espíritu de Orula —declaró con voz fuerte y autoritaria— te ato en el nombre de Jesús y te declaro inoperante sobre la vida de David. Eres atado y echado fuera en la autoridad del Señor Jesucristo.

David suelta el collar, el cuál cae súbitamente sobre el piso. Carolina se acerca apresurada a examinar a su hijo. El cuello del niño estaba intacto, aunque segundos antes, tanto su madre como Karina habían observado cómo humo procedía de alrededor de su cuello. Pero, gracias a Dios, estaba completamente ileso.

—¡Mami! —exclamó David con lágrimas en sus ojos— 

¡Ya se fue! Ya no está aquí. Jesús lo ahuyentó —dijo con su rostro maravillado— Yo ví cómo el hijo de papá Dios le dijo que se fuera y él se esfumó. ¡Jesús es mi héroe! —declaró mientras abrazaba fuertemente a su madre.

—¡Que bueno, mi príncipe! —dijo su madre entre lágrimas. Ella abrazaba fuertemente a su hijo, mientras susurraba

— ¡Gracias, Jesús!... ¡Gracias por rescatar a mi hijo!

El resto de la consulta consistió en aclararle a Carolina acerca de la situación que estaba viviendo David. Al escuchar el testimonio de su hijo quién explicaba de aquél "supuesto amigo imaginario" que vestía de verde y amarillo, que le perseguía a dónde quiera que él iba, pero que finalmente se había largado; le hizo entender que Jesús era mucho más poderoso que cualquier ser de las tinieblas. Karina, aún en su inexperiencia, pero con la ayuda del Espíritu Santo; pudo explicarle tanto a la madre como a este hermoso niño que Jesús vino a ofrecernos su salvación. Ambos hicieron una oración guiada por Karina, dónde invitaban a Jesús a formar parte de sus vidas, haciéndole saber a Dios que querían conocerlo en una relación personal con él.

Justo antes de salir del consultorio, David se regresa y acercó a Karina para abrazarla.

—Gracias, doctora por mostrarme al héroe más poderoso del universo —dijo mientras le abrazaba, y antes de des

pegarse le susurró—. Jesús me dijo, "Dile a tú doctora: Lucas cuatro dieciocho y veintiuno". Yo me lo aprendí y prometí que daría el mensaje... —se detuvo pensativo— ¿Tú conoces a mi amigo Lucas del colegio? —Karina sonriendo negó con su ca- beza. El niño sonríe y despidiéndose con un beso en la mejilla, sale de allí tomado de la mano de su madre.

Karina quedó atónita de toda la experiencia, y de que además Jesús le haya dejado un mensaje con el pequeño niño a quién había ayudado durante esa mañana. Ella no pudo es- perar hasta más tarde para averiguar lo que esa cita contenía, así que tomando su biblia de su cartera, buscó rápidamente la cita, y leyó en voz baja:

El Espíritu del Señor está sobre mí,

Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;

A pregonar libertad a los cautivos, Y vista a los ciegos;

A poner en libertad a los oprimidos;

Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.

Ella quedó sorprendida ante tal declaración. El Espíritu del Señor reposaba en ella, y ahora sería instrumento de Dios para ayudar a todos aquellos que están bajo cautividad de es- píritus, y aquellos oprimidos por las tinieblas. Y para completar esta extraordinaria declaración, Jesús además le anunciaba que "Hoy" se había cumplido esta escritura delante de ellos. Y realmente fue así. Ella había presenciado el poder liberador que existe en el nombre de Jesús.

Karina no podía esperar a contarle este maravilloso acontecimiento a su novio. Aún quedaban unas cuántas horas para su encuentro con él, así que decidió más bien esperar a verlo en persona para contarle todo lo que había logrado con la ayuda del Señor.

El resto de la mañana transcurrió de forma normal. Pronto sería tiempo para almorzar y recordó que ni siquiera


había comido el desayuno que su papá le había preparado. Finalmente pudo sentarse a almorzar con Rosita en la cafete- ría, y estuvieron compartiendo un poco acerca de sus vidas. Karina aprendió los nombres de los dos hijos de Rosita, Daniel y Santiago. Daniel, el primogénito, de 15 años juega béisbol y fútbol. Mientras que Santiago, de 12 años de edad, es un niño más dado a la tecnología y se la pasa en la computadora aprendiendo cosas acerca de programación. Su esposo, el Sr. Orlando, es un electricista y un hombre muy colaborador en el hogar.

La tarde pasó rápidamente, y a pesar de haber dis- frutado su largo almuerzo con la Sra. Rosita, Karina estaba muy deseosa de encontrarse con Andrés. "Andrés", suspiró. "No puedo esperar a verlo y decirle que le amo en persona".

En eso, pensando en el rey de Roma, él le escribe un mensaje de texto.

Buenas tardes, amor. Voy a salir un poco tarde de la oficina porque debo ir a retirar una maqueta de un diseño, y debo mostrársela a mi jefe antes de que se vaya de viaje para Europa. Eso significa que nos esta- remos viendo a eso de las 8:30 pm en lugar de las 7. Discúlpame mi vida. Si quieres, vas a tu casa, te bañas y te paso buscando.

Karina le respondió diciéndole que estaba bien y que no se preocupara. Ella no estaba molesta, sino que ya no aguan- taba las ganas de verlo. Pero consideró oportuna la situación, recordando que podía aprovechar y hacer algunas compras de comida para la casa.

Manejó hasta el supermercado y rápidamente halló un puesto cerca de la entrada principal. Una extraña sensación la incomodaba, pero no podía definir a qué se debía, sin em- bargo, hizo caso omiso y se concentró en la lista de cosas por comprar que tenía en un archivo nota de su celular.

"Arroz, harina, tomate, cebolla...", pensaba mientras empujaba el carrito por uno de los pasillos. Sus pensamientos son abrup-


tamente interrumpidos por alguien que le tropieza.

—Disculpe.... ¡Karina! —exclamó sorprendido este apuesto joven.

Su estómago se sentía lleno de mariposas. Era Juan Car- los, el muchacho más apuesto de la Universidad Arturo Miche- lena, dónde ella había estudiado su carrera universitaria. Él era el chico más atractivo y adinerado que todas las mujeres codiciaban tener, y ella no era la excepción. Juan Carlos te- nía ojos intensamente azules, y de rubia cabellera. Su cuerpo muy atlético, resultado de años de practicar natación. Ade- más, mientras estudiaba derecho, había comenzado a modelar para catálogos en ropa interior y para revistas. Todas estaban perdidamente hipnotizadas por su muy evidente hermosura. "¿Sabe mi nombre?", fue lo primero que le sorprendió. "¡Juan Carlos sabe quién soy!", cantó victoria en sus pensamientos.

—¿Juan Carlos de la UAM? —dijo simulando incerti- dumbre, aunque ella muy bien sabía quién era él.

—¡Qué hermosa estás! —le dijo tomándola de la mano y haciéndole girar para verla a mayor detalle.

Ella se sonroja pero se siente muy halagada al recibir piropos del hombre más apuesto que había conocido en carne y hueso.

—¡Que tonto de mi parte que jamás te haya invitado a salir! —comentó mientras tocaba su barbilla pensativo y le miraba con esos intensos ojos azules.

—Juan Carlos... —dijo sonrojada y con una gran sonri- sa— tú definitivamente no cambias —Esto lo dijo al recordar todas las hermosas muchachas que él había cortejado en la universidad, nunca nada serio, relaciones cortas y sin compro- miso. Esa era la especialidad de Juan Carlos. Sin embargo, para casi todas esas mujeres era un honor el ser notadas por él.

—Lo siento si estoy siendo muy directo, pero es que no puedo dejar de verte, ¡estás preciosa! —le dijo aproximándo- se más a ella. Karina podía sentir su aroma. Su fragancia era atrayente, quizás combinada con feromonas.


—Dime, Kari, ¿estás libre esta noche? —le preguntó in- sinuante.

"¿Libre?", pensó. Enseguida recordó a Andrés y el senti- miento de culpa le invadió. ¿Cómo pudo haberse olvidado de él por completo mientras entablaba esta conversación –o ritual de cortejo– con este atractivo hombre? La sensación era ex- traña, era casi que hipnótica. Ella amaba Andrés y le parecía sumamente atractivo, pero lo que sentía en ese momento hacia Juan Carlos era algo químico que escapaba la lógica. Sentía que debía huir rápidamente de allí, no fuera que en contra de su propia voluntad, accediese a tal insinuante invitación.

—No, no estoy libre. En realidad voy tarde para una cita con mi novio —confesó con actitud mientras empujaba su carrito en dirección a la caja registradora.

—¿Novio? —preguntó colocándose en frente del carri- to, evitando así su paso— Novio o no, eso es lo de menos. Qui- zás no esta noche, ¿pero qué hay de mañana?

El comentario tan osado e insinuante le quitó toda sen- sación de agrado y atracción en un instante. Juan Carlos no estaba interesada en ella, nada más quería llevarla a la cama. Eso era evidente. Esto le armó de valor para dejar a un lado la cortesía y ser más bien brutalmente clara con él.

—¿Cómo que si mañana? —le respondió molesta y con un tono de voz alto— ¿No escuchaste que tengo novio? Yo lo amo y no estoy interesada en nadie más que él. —girando la dirección del carrito de supermercado, se alejó de él.

Aún así se sentió mal, considerando cómo se había per- mitido sentirse así por alguien más que Andrés, aunque haya sido por un par de minutos. Eso de la química es algo que había sentido antes, y evidentemente con Andrés lo sentía. Pero esta vez era algo que iba más allá, era cómo si la hubiesen hipnoti- zado y aún drogado, alterando aún su propia voluntad.

Aún quedaban cosas que ubicar en su lista de compras, pero ya no estaba de humor para continuar. Decidió ir a la caja y pagar lo que había tomado marcharse de allí. Mientras


hacía la fila para pagar, sentía una sensación extraña, como si se le revolviera el estómago. Era esa sensación de estar aper- cibida a algo malo, espiritualmente hablando. No quería girar su rostro hacia atrás, temiendo que quizás Juan Carlos estuvie- se cerca, pero la inquietud persistía. Decidió voltear y se fijó que en la fila de la caja a su izquierda estaba su antipática vecina. Esa mujer, que aunque asistía a su misma iglesia, evi- dentemente tenía algo en contra de ella. Su primer instinto fue considerar salirse de la fila y confrontarla. Pero algo le frenó. No era nada malo, sino todo lo contrario, sentía que era el Es- píritu Santo susurrándole, "Quédate quieta. Únicamente ora". Aunque sorprendida de esta advertencia, se sintió en paz y decidió obedecer a la orden dada. Silenciosamente se puso a orar mientras aún quedaban cuatro personas por delante. La oración en sí, cuales había sido sus palabras era un poco incierto. Sabía que había orado por protección para su vida.

¿Protección de qué?, no lo sabía, pero la oración fue breve y hasta escapó su propia atención. Volteó su mirada hacia dón- de se encontraba la vecina, y para su sorpresa, ésta se había marchado, habiendo dejado aún su carrito lleno atravesado en la fila.

Esta corta visita al supermercado se había convertido en una inadvertida experiencia. Después de cancelar los pocos artículos que había comprado, caminó hasta el estacionamiento y se montó en su carro. Al sentarse en su asiento, decidió man- darle un mensaje de texto a Andrés antes de arrancar. "No puedo esperar a verte", fueron sus únicas palabras, y ensegui- da presionó sobre enviar.

Al llegar a casa, se consiguió con la señora Ana, quién limpiaba en ese momento la cocina.

—Buenas tardes, Señorita Karina. ¿Cómo está? —le sa- ludó muy amablemente mientras barría.

—Hola, Sra. Ana. ¿Cómo está usted? —le respondió mientras apoyaba las pocas bolsas sobre la mesa— ¿cómo está la familia?


—¡Todos bien gracias a Dios!

—¡Qué bueno, Sra. Ana! —respondió mientras abría la nevera y fijaba su mirada sobre un pastel de piña que estaba sobre el estante superior.

—¿Y esa torta? —preguntó curiosa— ¿la trajo mi papá?

—No, esa torta la trajo la prima de su papá ayer en la

tarde.

—¿La prima de mi papá?, ¿cuál de ellas? —preguntó

mientras trataba de pensar la razón de su visita. Casi todas los primos y primas de Enrique vivían en Caracas, y realmente poco se veían como familia. Quizás tenían hasta alrededor de tres o cuatro años sin verse, y el hecho de que hayan venido tan breve e inadvertidamente, le extrañaba.

—En verdad no sé, Srta. Karina. No recuerdo si llegó a decir su nombre, tan sólo se identificó como la prima de su papá. Yo le hice pasar y ella guardó la torta en la nevera. Ella comentó que se sentía mal de no haber pasado a dar sus condolencias desde la muerte de la Sra. Alicia. También men- cionó que venía a retirar una caja con la ropa de su mamá. Ella comentó que había cuadrado con su papá en llevársela para luego regalarla a algo de caridad.

—Hmmm —dijo Karina pensativa— No sabía que aún quedaban pertenencias de mi mamá. Pensé que mi papá lo había regalado todo —dijo dudosa al considerar que real- mente no recordaba lo que había pasado antes y después de la muerte de su madre.

—Al parecer su papá sí lo había regalado todo. —dijo un poco confundida— Realmente no entendí. Tan sólo sé que ella salió de una de las habitaciones y estaba hablando por celular y decía que no la había conseguido. Al terminar la lla- mada, ella me dijo que habló con el Sr. Enrique y que él ya la había enviado por encomienda hasta Caracas. Así que ella se despidió y se fue.

—Bueno, ya mi papá y ella habrán arreglado —dijo un poco desinteresada en el tema— ¿Quieres un poquito de torta,


Ana?

—Realmente en este momento no. Estoy llena del al-

muerzo. Quizás más tarde —dijo sonriente.

—Bueno, a mí si me provoca algo de dulce, así que me voy a servir un pedazo —dijo mientras sacaba la bandeja de porcelana de la nevera. Pero Karina tropieza con la escoba y deja caer la bandeja con la torta boca abajo sobre el amon- tonamiento de polvo que la Sra. Ana estaba barriendo— ¡Qué torpe soy! —exclamó con decepción— ¡Vale! y se me viene a caer justo sobre el polvero... no hay forma de rescatar esa rica torta.

—Disculpe, Srta. Karina —dijo la Sra. Ana apenada.

—No fue tu culpa, Ana —dijo con tono condescendien- te— Realmente la torpe soy yo. Ni modo, tocará botar esa torta.

—Permítame ayudarla, Srta. Karina —dijo mientras se agachaba a recoger los restos de la torta—. Lo único que se salvó fue la porcelana —comentó mientras la tomaba y la co- locaba en el lavaplatos.

Karina se enderezó después de terminar de recoger lo que quedaba en el piso. Tomó un vaso de agua y se sentó so- bre el tope de la mesa de la cocina, pensativa.

—No se preocupe, Srta. Karina. Hay días de días dón- de a veces tenemos manos de mantequilla, pero eso es mo- mentáneo —dijo la Sra. Ana mientras lavaba la bandeja de porcelana que contenía la torta, que ahora yacía en la bolsa de basura.

—Sé lo que me quieres decir —comentó mientras re- cordaba algo más— Esta mañana al despertar conseguí mi porta-retrato en el piso. Evidentemente el vidrio estaba roto. Creo que debí haberlo tropezado mientras dormía... —pausó pensativa— Eso me recuerda, ¿al limpiar mi cuarto no llegaste a conseguir mi foto con Andrés? Creo que debió deslizarse de- bajo de la cama o la mesita de noche.

—¡Ay, señorita Karina! —exclamó extrañada— Yo lim-


pié su cuarto hoy, hasta moví la mesita de noche para barrer allí y no llegué a ver ninguna foto.

—Bueno, ni modo. Tendré que buscar con más calma. Sino, me tocará imprimir esa foto de nuevo. Con tal, igual tengo que comprar un porta-retrato nuevo —dijo mientras se bajaba del tope de la mesa— Voy a tomar una siesta, que más tarde tengo que salir.

—No se preocupe, señorita. Yo termino de limpiar la cocina y me voy.

—¡Muchas gracias por todo, Ana! —le dijo con una sonrisa de gratitud— ¡Te debo un pedazo de torta! —añadió mientras guiñaba su ojo.

—Ja ja ja, no se preocupe, Srta. Karina. Vaya a descan- sar. Nos vemos la próxima semana si Dios quiere.

Karina despertó alterada de un sueño. En éste, estaba felizmente abrazada con Andrés, hasta que una pantera de color negro intenso se interpuso entre ambos. Éste feroz felino retaba desafiante con deseo de lastimarlos y no permitía que se acercaran el uno al otro. Sin embargo, un león majestuoso apareció en el sueño. Este no era un león amenazante, sino que al contrario, con un estruendoso rugido espantó a este peligro- so felino.

El sueño se sintió tan real que aún después de desper- tar se sentía un poco alterada. Volteó el reloj que mantenía al lado de su cama y notó que eran las 8:02 pm. Eso significaba que Andrés la estaría buscando en cuestión de minutos. Tomó su celular y tenía varios mensajes de Andrés y hasta dos llamadas perdidas. Los mensajes le decían que iba camino a buscarla y le preguntaba si estaba lista. Karina rápidamente le escribe un mensaje diciéndole que le esperaba.

Apresuradamente se lavó la cara, cepilló los dientes y comenzó a maquillarse nuevamente. En eso, recordó su encuen- tro con Juan Carlos y cómo ella había reaccionado. Ella lo re- conocía. Había coqueteado con él, y eso le hacía sentir infiel,


aún cuándo nada hubiese pasado entre ellos.

Estaba decidida a contarle a Andrés lo que había ocu- rrido. Prefería ser sincera a tener que ocultarle algo; eso no le permitiría disfrutar su velada con él. Además, nada había pasado, así que no arruinaría la velada del todo, únicamente comentaría que el muchacho siempre le había parecido atrac- tivo, pero que ella le dejó bien en claro que ella tenía novio y que lo amaba. Eso era lo importante y sería lo relevante de todo esta situación.

Su teléfono repicó. Era Andrés que le avisaba que ya había llegado y que estaba afuera de su casa. Él siempre se bajaba a buscarla, pero en esta oportunidad ya iban tarde de por sí y no había tiempo que perder.

Karina se apresuró a tomar su cartera y salió apresu- rada a la puerta. Andrés permaneció en el auto. Ella abrió la puerta del copiloto y se sentó silenciosa. Andrés no se acer- có para besarla, solamente le sonrió y le saludó; ella tampo- co, sino que se quedó pensativa, reflexionando cuándo sería oportuno contarle su desagradable encuentro con el muchacho de la universidad.

Andrés arrancó el carro y ambos iban muy pensativos camino al restaurante. Ella veía los semáforos en rojo, y pen- saba si era buen momento para decirle lo que había pasado. Pensándolo bien, no había pasado nada malo. Tan sólo había sido una situación de tentación. Todos pasamos por ellos, toda clase de tentaciones. Tentaciones con el sexo opuesto, tentacio- nes de tratar mal a una persona que te ha lastimado, tentacio- nes de dejar de orar o leer la biblia. Tentaciones, tentaciones, tentaciones. Eso es normal en la vida de un cristiano, lo impor- tante es saber vencerlas, y de una forma u otra, aunque me- dio tambaleante, ella había pasado la prueba, porque pudo haber accedido a salir con este muchacho que ella siempre le había gustado.

Otro semáforo en rojo... y sentía cómo las palabras la atragantaban. Quería decírselo, más bien, necesitaba decírse-


lo. No podía aguantar más.

—Hoy me encontré con alguien en el supermercado — las palabras salieron solas de su boca.

—¿A quién te conseguiste? —preguntó Andrés. Él tam- bién rompió el silencio del trayecto.

—A Juan Carlos Herrera, tú no lo conoces —explicó—. Él era el muchacho más popular y atractivo de la Universidad. Todas las muchachas estaban locas por él... a mí también me gustaba —confesó apresurada mientras decía las palabras con mucha rapidez, casi queriendo llegar al final del cuento para sentir alivio—. Él me reconoció y me dijo que me veía hermosa, yo me sonrojé. A decir verdad me sentía muy hala- gada de que él, quién fue... o es modelo —contó dudosa— se fijara en mí. Saber que le gustaba me hizo sentir muy extraña y nerviosa, pero finalmente —dijo aún con mayor prisa—, le dije que nada que ver, que yo tenía novio y que estaba enamorada de él —terminó de contar soltando un suspiro de desahogo.

El rostro de Andrés denotaba tristeza y después de toda esa verborrea aún permanecía en absoluto silencio.

—Mi amor... —dijo Karina con tono de preocupación— Lo siento... no sé por qué me puso tan nerviosa. Me hizo sen- tir atractiva. Pero fue una tontería, enseguida me recordé de cuánto te amo y cuánto me....—se detuvo al darse cuenta que había usado aquella frase que quería reservar para un mo- mento especial de esa noche.

Él medio sonrió al escuchar esa linda palabra, pero aún así su semblante era de pena y tristeza.

—Por fa, perdóname —insistió Karina.

Andrés permanecía con su mirada hacia abajo y Karina podía sentir su dolor.

—Kari, lo que te pasó no fue nada —dijo aún con la mirada abajo.

—Sí, nada pasó —interrumpió—. Así que por fis, per- dóname y no estés triste que tú sabes que yo te amo a ti y tú eres con quién quiero estar—esta vez sus palabras de afecto


fueron dichas con toda intención.

—No estoy triste por lo que me cuentas... —dijo aún cabizbajo.

—¿Por qué estás triste entonces? —preguntó Karina mientras volteaba hacia atrás al notar que todos los carros to- caban la bocina porque el semáforo había cambiado a verde.

Andrés arranca bruscamente el carro y se orilla en la vía. Colocó el freno de mano con fuerza, casi que con rabia, pero no contra Karina, sino consigo mismo, y aun sin levantar la mirada, confesó.

—Hoy alguien me besó.

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