Capítulo 3

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Según mis cuentas la respuesta debió llegar el miércoles por la tarde. No era una genio matemática, lo reconozco, pero rara vez fallaba en operaciones sencillas que implicaran un par de cifras. Por esa razón me sorprendió que para el viernes ni siquiera tuviera una pista sobre el paradero de aquella dichosa carta. Podía estar flotando en la galaxia, perdida en la selva o volando en un avión, y yo ni enterada.

«¿La recibiría? Sí, el cartero es un tipo de fiar, al menos eso parece. ¿Para qué la guardería? Nunca incumple en sus entregas. Jamás. Los recibos son una prueba de su responsabilidad», pensé atravesando la entrada. Por primera vez ni siquiera me interesé en el trío de payasos que eran los causante de mis últimas pesadillas. Pasé de ellos sin darme cuenta, incluso cuando elevaron la voz deseosos de que escuchara con claridad cada uno de sus insultos. Otro día me hubiera puesto a llorar, ese tenía un problema más grande: enfrentar a Taiyari.

Bien, eso sonó demasiado intenso. Hablaría con él, lo cual era igual de riesgoso, intentando ser lo más amable posible para no molestarle. Quería conocer si existía algún motivo para su retraso. Estaba dispuesta a esperarlo un poco más, pero necesitaba una respuesta.

Flexioné mi cuello para aligerar la tensión que se acumuló sobre mis hombros después de una noche sin dormir. Existía la posibilidad que la hubiera tirado a la basura sin leerla, o peor aún, después de hacerlo. Fuera lo que fuera era mi deber ponerle fin a mi angustia o terminaría la semana sin uñas.

Para mi sorpresa Taiyari no estaba en el salón cuando llegué, cosa rara siendo él tan puntual. Consideré que era un especie de milagro que faltara justo esa mañana, la excusa perfecta para seguir postergando nuestro encuentro. Me lavaría las manos. Sin embargo, la suerte terminó antes de que pudiera disfrutarla porque se presentó unos quince minutos después de la primera clase. Resoplé derrotada al verlo atravesar la puerta en silencio. «Que oportuno», me quejé.

La salida sería la hora indicada, así podía correr a casa e intentar olvidarlo el resto del fin de semana con un tarro de helado como fiel amigo.

Observé su espalda durante todo el día intentando percibir alguna señal de cambio. Nada fuera de lo común, permaneció en su mundo con la vista al frente, apuntando de la pizarra o tonteando con la pared. No habló con nadie durante las horas que transcurrieron. «Sería difícil sacarle alguna palabra», concluí aburrida del mismo panorama por horas.

Al escuchar el timbre de salida eché mis cosas a la mochila sin ningún tipo de cuidado antes de levantarme. Hice una mueca recordándome que debía ser cuidadosa, un bonito consejo que olvidé cuando al volver la vista no lo encontré en su sitio. No había pasado ni un minuto, un minuto. Desapareció como por arte de magia. «¿El tipo es un correcaminos o tú una tortuga?», me regañé yendo tras de él.

Fue una tarea complicada hallarlo entre el cúmulo de estudiantes que huían de las aulas y entrelazaban sus camino convirtiendo el pasillo principal en un laberinto. Sorteé torpemente a una decena de personas intentando alcanzarlo, pero a medida que avanzaba más difícil era dar un paso.

El patio fue un alivio. Sin embargo, apenas tuve tiempo de celebrar porque el pánico reinó al contemplar a Taiyari dirigirse a la salida. «Oh, no, no volvería casa sin hablar con él», me propuse decidida a que no escapara. Deseé que el profesor de educación física fuera testigo de mi carrera, así jamás se atrevería a decir que un caracol tenía mejor velocidad. Sonreí cuando estuve cerca de él, a punto de rozarlo. Abrí la boca para pedirle que se detuviera, pero no fue el sonido de mi voz el que se escuchó.

—¡Indio! ¿Ya te vas a tu pueblo?

Una ola de carcajadas estalló a mi espalda. No me hablaban a mí, pero fui yo quien me giré. El estúpido grupito festejó su idiotez como si fueran dignas de un premio. «Dignas de un puñetazo», pensé frunciendo el ceño. «Ojalá que el padre se Taiyari les borrara la sonrisita», deseé sin importarme si mi cara me delataba.

«Taiyari», recordé. Suspiré aliviada al comprobar seguía cerca, manteniendo el mismo ritmo de sus pasos sin inmutarse por el escándalo. Era evidente que los había escuchado, solo un sordo no lo haría, pero se mostró tan despreocupado que dudé. Tal vez fingía indiferencia para que pronto se olvidaran de su existencia, papá decía que funcionaba.

Yo aceleré para colocarme a su costado. Tomé una bocanada enorme de aire antes de hablar.

—No deberías prestarles atención —intenté animarlo, cuidadosa. Esforzándome por no hacerlo enfadar por mi intermisión.

Ni siguiera me miró.

—¿Quién te dijo que lo hago?

«¿Qué?».

Esa fue la primera vez que escuché su voz.

Me detuve un segundo para procesar aquel sonido. Durante los meses que llevábamos estudiando juntos solo le había oído monosílabos que no me dejaban apreciarla. Era linda, aunque si fuera amable sonaría mucho mejor.

Taiyari no me esperó siguió su avance sin prestarme la mínima atención. Conocía personas que mostraban más interés por una hoja en el suelo que él conmigo.

Me recompuse colocándome al frente para bloquearme el paso. Erguí mi espalda, apoyé firme mis pies y extendí mi mano esforzándome para que no notará la leve vibración de mis dedos. Mis piernas temblaron como una gelatina al sol al verlo a la cara. Era un chico de facciones varoniles, no demasiado exquisitas, ni toscas.

—La carta —le exigí con un valor escondido.

—¿Qué?

Dio un paso adelante, yo retrocedí asustada en un reflejo. A pesar de ganarme por apenas unos centímetros lucía imponente en comparación con mi cuerpo de alfiler. Me encogí para hacerme diminuta, como un pequeño insecto que se esconde ante un humano miedoso, cuando me escaneó con sus profundos ojos negros. Creo que jamás había visto unos tan oscuros. Esquivé su mirada porque había algo en ella que me ponía nerviosa.

—Yo... Lo que... En realidad... —balbuceé enredándome con mi propia lengua. Taiyari alzó una de sus cejas gruesas sin entender una sola palabra—. La carta —escupí al fin—. ¿Ya... La tienes? —pregunté, casi en una ridícula petición, transformándome en una gatita asustada. Patética.

—Oh, eso. —Sus facciones se suavizaron al dar con la respuesta que buscaba—. No —añadió dejando claro que le importaba un bledo.

—¿No? —murmuré para mí cuando me rodeó sin interés de perder tiempo—. ¿Simplemente no? ¡Oye! —lo llamé elevando la voz ante su actitud. Él frenó de golpe, yo descubrí que esperaba que no lo hiciera. Regresó sobre sus pasos para quedar cerca de mí. «¿Cómo podían unos centímetros hacer tanta diferencia?», me quejé sin poder sostenerle la mirada—. ¿Para cuándo estará? No es presión claro —aclaré nerviosa—, pero la necesito. No sé si sepas que debemos enviar cuatro al mes cada uno, es decir, ocho en total. Hay que seguir el calendario al pie de la letra. Los números son importantes —argumenté para que no creyera que era cosa mía. Lo último que quería era conversar con él.

—Las mandaré cuando esté lista —respondió indiferente.

—¿Y cuándo estará lista? —insistí, porque con eso no decía nada. Este se limitó a encogerse de hombros, desinteresado. Apreté los labios—. ¿Estás escribiendo un libro o qué?

—¿No es presión, verdad? —repitió escondiendo una sonrisita altanera que detesté. Mordí mi lengua para no soltarle lo que se merecía—. Escucha, yo no te conté el tiempo, así que tú no lo hagas. Si tanta prisa tenías hubieras esperado a que yo la enviara primero. Te arriesgaste, perdiste. Ahora tienes que esperar. Yo no tengo la culpa.

—¿Al menos puedes decirme qué te pareció? —le interrogué sin paciencia.

Eso era lo que me interesaba.

Taiyari se llevó una mano a su barbilla, pensándolo. Repasé despacio su rostro moreno en búsqueda de alguna pista. Me perdí en una hebra de su cabello lacio que caía sobre su frente, como una obsesiva con el tema me costó no tocarlo en mis deseos de volverla a su lugar.

—Lo sabrás cuando esté lista —repitió sacándome de mis pensamientos. Me sentí como una tonta al verme descubierta estudiándole con más atención de la recomendada. Abrí la boca para protestar, pero no supe qué decir, sobre todo porque aborrecía esa expresión en su rostro típica de un arrogante insoportable—. Deja de ser tan impaciente, a camino largo pasos cortos —se despidió.

«¿Qué demonios significa eso?». Pude hallarle una respuesta fácilmente, pero de qué serviría, mi cabeza en ese momento estaba más ocupada detestando mi suerte que encontrándole significado a sus estúpidos dichos.

Chasqueé la lengua, no sabía que diría esa carta, pero había una verdad absoluta: odiaba a Taiyari.

Papá no vendría a comer así que no tenía prisa por llegar a casa, me lo comentó esa mañana. Esta vez prefirió ser honesto desde el inicio para evitar malentendidos.

Arrastré mis pies durante todo el camino, contemplando el triste paisaje, repensándome lo que escribiría en la otra carta, si es que un día se dignaba a mandar la primera. Tenía una biblia para contarle, empezando el capítulo por la desilusión que me había causado. Me agradaba más cuando no nos conocíamos. «Supongo que a veces es mejor así», suspiré empujando desganada la puerta, «apreciar a las personas desde lejos, sin involucrarse con ellas. Al menos así te ahorras las decepciones». Era la última vez que gastaba un peso en él, a la próxima le anotaría mis pensamientos en un trozo de papel baño.

—Amanda. —Estaba tan metida en mi mundo que ni siquiera me percaté que mamá estaba sentada en el sofá. Agité la cabeza para disipar mis tonterías—. Tengo algo que decirte.

Aspiré todo el aire que pude preparándome para lo que fuera. No esperaba nada bonito, después de todo en casa las malas noticias o enfados estaban últimamente a la orden del día. Quizás por eso me sorprendí cuando apareció una sonrisa en su rostro. Sus ojos miel no reflejaban tristeza, sino asombro.

—Tienes correspondencia.

—¿Qué?

—Sí, no sé cómo, pero cuando salí esta mañana encontré una carta para ti en el césped. Fue un milagro que permaneciera ahí toda la noche —me contó mostrándome el sobre que tenía entre sus dedos. Imposible, yo lo revisé un centenar de veces antes de irme a dormir. De igual manera no me dediqué a buscarle cinco pies al gato. Presa de la impaciencia se la arrebaté de las manos—. Amanda, eso no son modales —me regañó colocando sus manos en la cintura. Sentí su severa mirada sobre mí, pero la mía permaneció en el nombre del remitente.

—Lo siento, lo siento —me disculpé rasgando impaciente el sobre. Mis dedos presionaron con fuerza el papel arrugándolo de las orillas.

Devoré las líneas al compás del acelerado latido de mi corazón. El eco de la sangre bombeando en mis oídos luchó una batalla a muerte con la voz que intentaba recrear en mi interior. Me dejé caer en el asiento, incrédula de lo que mis ojos veían. Sabía que era real, pero no se sentía como si lo fuera.

Escuché a mamá preguntarme que sucedía, asentí distraída encargándome de repasar de nuevo cada palabra en mi intento de dar con un mensaje oculto.

No respondí, ni siquiera yo lo sabía.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro