Capítulo 4

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Jamás creí que desearía tanto que llegara un lunes.

—Tengo que irme a dormir ahora —le avisé a papá rechazando el maratón de películas. Sabía que mañana me arrepentiría, pero también que de aceptar me quedaría despierta hasta tarde. Necesitaba madrugar.

—¿Qué le pasa? —susurró él extrañado al verme subir las escaleras a toda prisa. Frené para escucharlo—. Estuvo rara el fin de semana, ¿no te parece? —cuestionó a mamá sentada a su lado—. Más distraída y cariñosa que de costumbre.

Ella se encogió de hombros, sin dejarse sacar la verdad.

Después de releer la misma carta decena de veces, se la tendí a ella para que me dijera si veía lo mismo que yo o necesitaba lentes urgentemente.

Hizo un par de comentarios. Desde que su letra era fea hasta cuestionar mi amor por los gatos sin tener antes uno. Estuve de acuerdo en la mayoría, excepto en la mención de que Taiyari sonaba como un chico lindo. Yo prefería usar la palabra extraño, en el buen sentido. Debía reconocer que su carta fue entretenida, no entendí por qué no hablaba igual, de hacerlo tendría muchos amigos. Decía lo que demás gustaban escuchar, incluso cuando no lo sabían.

«¿Entonces por qué el viernes se comportó tan frío?» En la carta parecía que le agradaba, pero en persona no. Volví a cuestionármelo el lunes,  aguardando en el patio para agradecerle.

Lo vi acercarse despacio, cruzando el portón. Le saludé con una entusiasta sonrisa, pero ni siquiera se preocupó por mirarme cuando pasó a mi lado. Me ignoró mientras yo borré el gesto deprisa al percatarme de mi bobería. Saludándolo como viejos amigos cuando era claro que no lo éramos. Intenté no demostrarle que me importó su desplante, cuando sí lo hizo. «Ese chico estaba loco», me dije a mí misma de camino al salón, sin entender su tonto juego.

Lo más probable era que su amabilidad se debiera al temor de que la maestra revisara sus escritos. En cambio, nadie calificaría su comportamiento diario. Resoplé, sintiéndome una verdadera boba, creyéndome que podíamos ser grandes compañeros solo porque dijo que fui su primera opción. Seguro porque disfrutaba confundirme. No volvería a prestarle atención. Terminaría el proyecto sin mezclar las cosas.

Juro que esa mi idea inicial. Imité su comportamiento dedicándole una gélida mirada hasta que topé con un sobre cerrado. Giré a ambos lados para dar con el responsable. Reflexioné qué tan bueno sería abrirlo. Tal vez se trataba de una broma de mal gusto de la que podría librarme si me hacía la desentendida. Quise mantener la curiosidad a raya, pero mientras más lo intentaba mayor era su poder. Con los dedos temblorosos decidí matar el misterio. Mi quijada cayó al visualizar el contenido. Un cuaderno nuevo.

Un sentimiento desconocido se removió en mi interior cuando lo tomé entre manos. Lo revisé de todos lados. Pasé rápido entre las páginas hasta que di con una palabra en la última hoja.

—Taiyari... —releí en un murmullo que ni siquiera yo escuché.

Lo busqué a lo lejos, encontrándolo concentrado en unos apuntes. Sonreí sin proponérmelo. Di un nuevo vistazo para comprobar que todos siguieran ajenos al terremoto. Era tan tonta que no supe ni cómo sentirme. Una parte brincaba en el trampolín que se convirtió mi corazón. La otra estaba asustada porque no sabía qué significaba. No comprendía cómo podía experimentar todas clase de emociones en menos quince minutos. Debí aclararle que no hablaba literalmente cuando dije que uno de los dos moriría.

Tenía que agradecérselo, no solo era lo correcto sino lo que deseaba hacer, pese a que la vergüenza alegara lo contrario. Me levanté para acercarme hasta donde estaba, pero mi plan no se concretó, la maestra ingresó para empezar la clase. «El primer tiempo terminó», suspiré, «pero queda otro que no desaprovecharé».

Debo reconocer que la cara de Taiyari cuando me vio sentarme a su lado en el receso fue la más graciosa que había visto en mi vida. Levantó ambas cejas, abrió los ojos confundido y sus brazos se tensaron. Contuve una carcajada mientras me acomodaba, no quería que descubriera que me burlaba de él.

Sentándome en flor de loto dejé sobre mis piernas el cuaderno que había traído conmigo. Él pasó su mirada de mí a la libreta un par de veces antes de posar su vista al frente. Silencio. Lo entendí, él no hablaría, pero yo sí.

—Gracias por el regalo, no sabes lo...

—¿Por qué te has sentado aquí? —preguntó tosco, interrumpiéndome.

Tomé un profundo respiro. Esta vez le tendría paciencia.

—Bueno, hay muchos metros en el patio y este vacío, ¿por qué no? —me excusé divertida—. Porque está vacío, ¿verdad? ¿O estoy aplastando a tu amigo imaginario? —bromeé.

Taiyari no rio, permaneció serio. Necesitaba aprender nuevos chistes.

—Así que teniendo más de trescientos metros cuadrados terminaste justo aquí, rechazando el porcentaje más alto en una casualidad.

—Espera, ¿qué?

—No lo entenderías.

—No, no. Sí lo haré, solo explícame —le pedí para que no me tratara como si fuera una completa ignorante. Me llevaría un poco de tiempo comprenderlo, pero si era buen maestro lo haría. Taiyari recargó su espalda en la pared. Quise insistir, pero perdí el interés cuando lo escuché suspirar.

—Nada. No es tu culpa, solo suelto cosas extrañas y sin sentido a veces —confesó.

—Pensé que no te dabas cuenta —murmuré alegre. Él se reacomodó para verme mejor, entrecerrando sus ojos en mi dirección—. A mí me pasa igual, la mayoría de las cosas que hablo las digo sin pensar. Es como si fuera un tobogán sin filtro, así como llega a mi cabeza estará en tus oídos.

—¿Solo lo que dices? —me preguntó. No entendí a qué se refería—. Apuesto a que viniste hasta aquí sin tener la menor idea de qué hacer —comentó.

Me hubiera gustado contradecirlo.

—Soy mejor improvisando —acepté, un poco avergonzada por ser tan transparente. Nerviosa desdoblé la servilleta que cubría mi lonche, le ofrecí la mitad que había cortado. Él me miró desconfiado, negó levemente—. Es de jamón. Lo digo por si eres alérgico. No quiero decir que tomé literalmente que eres alérgico a todo... Es decir sí, no, ¿o sí? ¿quieres? Di que sí, sería muy incómodo comer sin que tú lo hicieras y tengo mucha hambre. Juro no envenenarte.

Taiyari se echó a reír. Fue la primera vez que la oí su risa. Escondí una sonrisa. Era una buena señal, lo entendí cuando aceptó más relajado el trozo de pan que le ofrecí.

—Tienes decirme cómo te controlas en clases para no hablar —me preguntó antes de darle un mordisco.

—Tú deberías responderlo. Hasta esta mañana pensé que me odiabas —me sinceré. Él dejó escapar una sonrisa que lució bien en sus labios—. No, lo digo en serio.

—Lo siento, así es mi cara —se justificó avergonzado—. Sirve para alejar a la gente.

—Eso me incluye a mí.

—No es algo personal.

Asentí sin molestarme. No podía juzgarlo cuando yo no era el carisma andando.

—Por cierto, sobre lo que escribiste en la carta... —retomé la conversación. Taiyari pasó sus dedos por su cabello negro, incómodo por la mención.

—Oh, no. Sabía que recordarías lo de la habitación...

—Sobre los dibujos —le aclaré frenando su gracioso parloteo. Yo tampoco quería tocar ese punto—. Dijiste que te gustaría verlos, así que traje unos para mostrarte —comenté abriendo la pasta gruesa del cuaderno, detrás de ella estaban las hojas que arranqué.

Sonreí al ver la primera caricatura, ni quiera sé la razón de elegir esa entre tantas, quizás era mi gancho para hacerlo reír si todo lo demás no funcionaba. Taiyari tosió sin control, ahogándose con un pedazo de comida al no aguantar la risa. Bastaron un par de golpes certeros en la espalda para que volviera a respirar.

—Despacio. Mordidas pequeñas evitan accidentes. Mira, es sencillo —solté poniéndole el ejemplo.

—Gracias, sé comer —se burló de mi boba instrucción. Acomodé mi trenza a la espalda para ocultar el sonrojo—. Tu arte es extraño —opinó revisándolo con atención—, muy extraño.

Sabía que el pato con sombrero de flores no era digno de alguna galería.

Abrí los ojos espantada al notar que no se refería a eso, había olvidado que garabateé en la parte trasera. Le arrebaté el papel escondiéndolo con torpeza entre las otras hojas.

—Son los bravucones de la salida —habló despacio, notando las similitudes. El calor se acumuló en mis mejillas. «¿Cómo negar esa acusación?», me pregunté avergonzada de mis niñerías. Permanecí con los ojos clavados en la nada. Debió pensar que era una cría ridícula.

—Tengo un mejor dibujo —cambié de tema cediéndole una de las imágenes que más orgullo me daban. Sonreí al notar el asombro de Taiyari, la inseguridad comenzó a descender a medida que sus ojos recorrían las líneas.

—He visto este rostro en algún lado...

—Claro, es nuestra compañera. Ana —respondí para que no se esforzara por adivinarlo. Taiyari frunció las cejas, extrañado—. Amo su cabello rizado, no aguanté de ganas de dibujarlo —me excusé. No podía llevarme la contra—. Es precioso, ese día lo había arreglado con mayor cuidado, imaginé que tal vez vería a su chico o iría a alguna reunión donde le sacarían una fotografía —le conté divertida, perdiéndome en los recuerdos. Volví a la realidad al sentir su mirada sobre mi hombro—. Tengo un defecto peculiar, me gusta inventarles un poco de vida a las personas que veo —confesé intentando arreglarlo, pero al escucharlo me di cuenta de que solo lo estropeaba más.

Taiyari debió creer que estaba loca, nada fuera de lo común sino fuera porque no quería que se enterara precisamente el primer día.

—Curioso —reconoció con una sonrisa que me desconcertó. Tuve que recordar que no debía verlo fijamente—. ¿Qué imaginabas de mí?

La pregunta me tomó por sorpresa. Rebusqué en mi cabeza algún recuerdo, una historia que lo tuviera a él como protagonista. Taiyari, hasta el día de la carta, fue una mancha blanca. No era intencional, solo que sus muros eran demasiado altos para que una pequeña como yo pudiera ver del otro lado. Observé a los demás estudiantes pasar de nosotros, al igual que yo antes con él.

La culpa revolvió mi estómago arrepintiéndome por desayunar. Podía inventarme algo de última vez, pero odiaba mentir.

—Nada —contesté, odiando mi sinceridad. Taiyari se encogió de hombros, liberé el aire retenido en mis pulmones—, pero ahora creo que podría ser un escritor o un poeta. No te rías, es lo pienso. Escribes lindo, bueno eso lo dijo mi mamá —revelé provocándole otra sonrisa. Era más fácil de lo que creí—. ¿Qué pensabas tú de mí?

—Creí que eras una niña de papá.

Fruncí el entrecejo al instante, sin encontrar lo divertido de su versión. No me hubiera ofendido de no ser porque tenía una pizca de razón. Lo sabía, de igual manera que alguien me lo comentara en la cara no me sentó bien.

—Lo siento, no quería que sonara como un insulto —dijo tras unos segundos de silencio.

—¿Era un halago? —pregunté sarcástica—. Es bueno aclararlo.

—Estás enfadada.

—No, no lo estoy —dicté. Era una idiotez, solo le daba razón con mi comportamiento. Tomé un respiro para tranquilizarme, la calma no llegó—. Está bien, sí lo estoy. ¿Por qué piensas que soy una niña de papá? ¿Se nota mucho?

—No tiene nada de malo. Yo también soy apegado a mi padre —me explicó. Asentí sintiéndome un poco mejor, aunque no del todo—. Claro, no tanto como tú, que no es malo...

—¿Y tu madre? —Taiyari calló ante mi intromisión un largo rato. Esperé una respuesta que no llegó—. Oh, no, no, perdón, ¿no tienes madre? Lo siento, yo...

—Tranquila, sí que tengo. ¿Nunca te han dicho que posees una imaginación muy activa? —se carcajeó de mi bochorno.

«Más veces de la que me gustaría», admití.

—Es que siempre estoy buscándole una razón trágica a todo.

—Y supongo que intentas hallar el porqué de mi comportamiento inventándome una historia triste. Te aviso que no hay nada peculiar. Todo en mí es normal, solo no me gusta estar con las otras personas —concluyó, sin darle muchas vueltas. Aun así noté un deje de tristeza que sobresalía en su indiferencia.

—Pero yo estoy aquí —le hice ver, divertida.

—Tampoco me dejaste muchas opciones, viniste y te sentaste sin invitación —respondió con una sonrisa. Rodeé los ojos. Eso me pasaba por ser amable—. Es una broma —aclaró deprisa.

—Lo sé, empiezo a captarlas —admití de mejor humor.

El timbre resonó indicando que era hora de volver al aula. «Todo lo bueno acaba», me dije, levantándome como si tuviera un resorte incluido. Acomodé mis dibujos bajo mi brazo para después tenderle una mano a Taiyari.

Él dudó unos segundos, pasó su mirada de ella a mi rostro, le regalé una sonrisa amigable para que confiara en mí. Supongo que eso le motivó para entrelazar sus dedos con los míos. Fue divertido ver su expresión al casi soltarlo en medio del impulso.

—Te escribiré pronto, Taiyari —le prometí entre risas mientras él recuperaba el equilibrio.

—Tuviste el fin de semana entero para hacerlo y decides empezar justo hoy. ¿Quién es la que va retrasada ahora?

—No, si escribí. Dos o más, y me parecían buenas hasta hoy —le confesé antes de encaminarme al salón para no llegar tarde—, pero después de esto creo que puedo escribir algo mejor.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro