Capítulo 5

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Corrí a toda velocidad al toque de salida, abriéndome paso entre el resto de los estudiantes. Me coloqué dándole la espalda al portón, girándome cada tanto para comprobar quién se acercaba. Un par de intentos fallidos hasta que mis ojos marrones visualizaron a mi esperada víctima, aproximándose tranquilo hacia mí. Mordí mi labio escondiendo una sonrisa traviesa.

Conté mentalmente hasta cinco antes de dar el gran salto.

«Uno, dos, tres, cuatro...»

—Amanda, no me asustarás.

Me desinflé como un globo al escucharlo.

—¿Cómo sabías que iba a hacerlo? —le pregunté confundida. Me había asegurado de que no me siguiera, no dejé ni una pista de mi plan.

—Eres predecible.

—¿En serio? Pues entonces adivina qué tengo entre las manos —lo reté alzando una ceja, escondiendo mis palmas a la espalda. Taiyari negó antes de contestar:

—Una carta.

—Está bien, sí lo soy —acepté resignada. Taiyari disimuló una sonrisa—. Pensé que sería más sencillo entregártela personalmente, así no tenemos que esperar.

—Sí, es un viaje muy largo para unos párrafos.

—Oye, no me culpes. Lo mío es hablar, de manera espontánea, sin pensarlo —me defendí alegre—. Al escribir... Acepto que no soy tan brillante. Cada uno destaca en algo diferente.

Yo, por ejemplo, en gritar como una niña cuando alguien se atravesó en nuestro camino.

—Mira qué tenemos aquí —siseó el más alto de los tres. Sus ojos verdes recorrieron mi semblante aterrado.

Di un paso atrás.

Los protagonista de mis pesadillas tenían su atención fija en mí. Era la primera vez que me atacaban de manera directa, nunca pasaban de insultos o burlas que fingía ignorar, pero esta vez habían abandonado su hábitat para acercarse. No comprendí qué había hecho para provocarlos. Ahí en medio de los tres mis manos comenzaron a sudar.

Sonrieron maliciosos al notar el poder que tenían sobre mí al sentirme acorralada.

—¿A dónde van con tanta prisa? —nos cuestionó el rubio sin esconder la mala espina. El círculo se hizo más pequeño, sofocándome. A su lado el moreno alto, del tamaño de la puerta, rio burlón de mi pánico.

—Tengo que irme... —me excusé desesperada por salir de ahí. El aire se había vuelto pesado haciéndolo imposible de aspirar. Mi voz se atoró en mi garganta, obstruida por un nudo. Quise esquivarlos para salir, no importaba lo ridícula que me viera en mi huida, pero fue imposible. Pensé en todas las maneras posible de fugarme, desde patadas de karate hasta actos de magia dignos del mejor ilusionista.

Por fuerza perdería, la única arma capaz de ganar a los músculos era el cerebro. En pocas palabras, no tenía salvación.

Sentí una pesada mano tomar mi brazo con fuerza para retenerme en mi lugar en un intento por plantear distancia. El estómago se me revolvió ante su tacto. Mi mente se bloqueó al percibir sus enormes cuerpos cercas del mío. Percibí el brillo de sus ojos, disfrutando de mi angustia. Tal vez solo buscaban hacerme llorar en público, estaban a punto de lograrlo.

—Ya déjala —intervino Taiyari, sin alterarse.

Me sorprendió oír su voz, . No era una amenaza, ni una petición. No entendía cómo podía verse tan relajarme cuando yo no sabía ni de que sostenerme.

—El tucán y el indio —canturreó el que había mantenido callado hasta ahora. Su gorra se ladeó levemente al carcajearse—. Tal parece que tienen razón en eso que los indios se ven atraídos por la naturaleza —se burlaron cambiando de foco principal.

Taiyari no retrocedió cuando las miradas se centraron en él, ni se impacientó ante mis gestos que le pedían se detuviera. No era momento de hacerse el héroe. Admiré su valentía para mantener la barbilla alzada, si yo la elevaba un poco más me iría de bruces.

—¿Tucán? —preguntó Taiyari, dándome un vistazo. Pasé saliva porque estaba tomado el sendero equivocado—. ¿Te dicen tucán? —insistió ante mi prolongado silencio. Esperé que alguien hablara. Me tocaba a mí, pero ni siquiera me dio tiempo de responderle—. Bonito apodo.

—¿Qué?

No recuerdo quién hizo la pregunta, si había escapado de mis labios o de los otros que analizaban confundidos a un sereno Taiyari que se dio el lujo de sonreírme. Desconocía qué me sorprendía más: la tontería de retarlos cuando era evidente que solo incrementaría su ira, sus palabras o lo que sentí al verlo brindarme un gesto amable en medio del caos. Su plan no funcionaría, lo único que lograría con esa actitud sería que nos hicieran puré. «Además, ¿qué tenía de bonito?».

—El tucán es una de las aves más bellas del mundo, ¿no lo sabías? —me preguntó directamente, como si estuviéramos en un parque y no en nuestro próximo funeral. Dejé caer la quijada sin saber qué contestar. Jamás había pensado de aquel apodo de esa manera, siempre lo asociaba con risas crueles o recuerdos penosos. Era consiente que Taiyari solo lo usaba como distractor para salir bien librados de ese enrollo, pero no pude evitar un ligero cosquilleo en el estómago al escuchar la claridad de su voz.

—Yo...

—Otra cosa más —Ahora se dirigía al grandote del centro que nos miraba curioso, obligándole a su única neurona a seguir el hilo. Yo también compartía parte de su expresión—, no soy un indito, sino un wixárika. Hablamos cuando puedas pronunciarlo.

Taiyari le dio un ligero empujón para abrirse camino. Yo pensé que lo halarían o arrastrarían de la correa de su mochila para hacerlo caer de espalda, sin embargo, el par se carcajeó de la humillación del otro retándolo a decir algo que ni siquiera fue capaz de retener en su cabeza. Eran tan ridículos que se concentraron en pelear entre ellos mientras Taiyari los dejó atrás. Yo aproveché el alboroto para escapar. Mis pasos rápidos resonaron en mi intento por alcanzarlo.

—¿Qué fue eso? —le pregunté cuando hallé mi voz, asimilando lo que acababa de hacer un momento. Taiyari pareció recordar que estaba ahí porque desaceleró para que pudiera seguirle el ritmo. Tomé un poco de aire para recuperarme del susto.

—Esa es la manera en que nos...

—No, eso no. ¿Me defendiste? —cuestioné incrédula.

—Solo intenté aclarar un punto —respondió evadiendo mi pregunta—. Si usan el nombre de cosas bellas como insultos, ¿qué nos quedará?

Tenía razón, de igual que yo que no pude evitar sonreír al percibir su leve nerviosismo que le hizo evitar mi mirada.

—Yo que tú no me dejaría amedrentar por ese grupo de idiotas, si algo te hará sentir mal entonces que al menos valga la pena —cambió de tema, incómodo. Asentí distraída en su caminar—. Ellos no son un ejemplo. En seis meses ni siquiera seguirán aquí, tal vez antes. Si permites que sigan notando lo mucho que les temes lograrás que...

—Muchas gracias —lo interrumpí de pronto. No quería olvidarlo, tampoco fingir que no significó nada cuando sí lo hizo.

Taiyari me analizó, repasando cuidadoso mis facciones con sus profundos ojos negros, intentando percibir alguna emoción oculta. Era honesta. Le sonreí porque quizás las palabras no bastaban con él.

—No fue nada —respondió despacio.

—¿Me escribirías de vuelta? —le pregunté para no seguir poniéndolo en aprietos.

Taiyari elevó el sobre entre sus dedos.

—Sí, creo que es un buen día.

Nos despedimos antes de tomar direcciones opuestas. Taiyari se alejó mientras yo me quedé en mi sitio siguiéndolo con la mirada hasta que su figura se perdió. Sonreí aunque no pudiera verme disfrutando de la cálida sensación que nació en mi pecho tras su compañía.

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