Capítulo 6

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Beneficios de ser una chica: huir de la reunión del desfile de noviembre.

No era una regla mía. En realidad el profesor había decidido que los miércoles charlaría con los chicos sobre su participación, y el jueves con nosotras. Así que solo aplazaría mi tortura.

Como buena amiga, y sabiendo por sus cartas lo mucho que odiaba todas las actividades físicas, me despedí de Taiyari con una sonrisa traviesa burlándome de su mala suerte. Afiló su mirada oscura en mi dirección, pero no esperé una respuesta. El maestro ingresó, truncando su venganza, salí corriendo antes de que se ocurriera contratarme de ayudante.

Ese día tenía razones de sobra para estar contenta. Era miércoles de visitar a la abuela, lo que significaba que papá pasaría por mí para llevarme con unirme a mamá. Amaba a esa mujer, así que charlar con ella siempre era mi motivación para soportar los líos de toda la semana.

Papá no me había avisado de ningún cambio esa mañana, así que me sorprendió que su automóvil no estuviera aparcado como de costumbre, siendo él tan puntual. Busqué en todos lados, pero no lo encontré.

Decidí sentarme a esperarlo, apartado de los gorilas de última grado, pero lo suficientemente cerca para visualizar su llegada. «Quizás se le había hecho tarde», pensé optimista.

Comencé a aburrirme con el paso de los minutos, la única diversión que consistía en ver a los otros fue desapareciendo a medida que todos volvían a sus hogares hasta quedarme sola.

Teniendo de único compañero al viento empecé a ponerme nerviosa. No la sensación normal, sino ese pánico que te lleva al mismo punto cientos de veces. La posibilidad de que algo malo le hubiera ocurrido se aferró a mi atormentada cabeza. Pensé lo peor. Papá jamás se había retrasado tanto. Mi ansiedad fue en aumento. Me esforcé por ser positiva, imaginando que se trataría de una cita sin importancia o un accidente vial que no requeriría más de un día en el mecánico. Sin embargo, todas esas excusas supieron a poco una hora después. Tuve la necesidad de buscar respuestas.

Pedí el teléfono de la dirección y llamé a casa para hablar con mamá, en caso ella supiera algo. Después de unos fallidos intentos descubrí que no estaba, por lo que di por hecho debía estar ya con la abuela. Los planes iban bien hasta ahí. Era papá quien no aparecía. Volví a la calle a comprobar su ausencia. «¿Dónde estaría?» 

—¿Amanda, qué haces aquí?

Una voz familia me hizo girarme. Sonreí aliviada al encontrar a Taiyari salir de la escuela junto a los demás muchachos. Nada había cambiado desde mi partida, pero a mí me pareció que existía algo distinto en él que me motivó a pedirle ayuda. Tuve la impresión de que el peso a mis hombros desapareció en gran parte gracias a su presencia.

—Camión doscientos treinta, ese puede llevarte hasta allá —me respondió tranquilo, ajeno a los nervios que me destrozaban el estómago, al preguntarle sobre una dirección.

Decidí que llegaría a casa de la abuela por mis propios medios, mi paciencia no aguantaría más. Era la primera vez que andaría lejos por mi cuenta así que no pude callar el temor de arruinarlo. Un paso pequeño para la mayoría, uno enorme para mí.

Asentí atontada sin tener la menor idea de qué significa ese número. Debí evidenciar mi ignorancia porque Taiyari se echó a reír en mi cara.

—Te acompaño a la parada, yo también tomo el mío ahí —propuso.

—Eso sería maravilloso —solté deprisa antes que se arrepintiera de su buena voluntad.

Fue un trayecto corto, en el que ninguno habló porque mi cabeza estaba más ocupada gastando energía en imaginar cosas terrible que ni siquiera habían sucedido. La parada estaba casi vacía, solo algunas personas que volvían fuera del horario habitual de comida. Me asomé a ambos lados para comprobar si se aproximaba, o qué tan lejos estaría el camión, distinguí una mancha a lo lejos sin forma.

—¿Sabes cómo llegar? —me preguntó Taiyari. El objetivo era dar con el centro comercial, de ahí en adelante podía arreglármelas bastante bien.

—Cuando venga el camión, solo debo extender la mano, ¿verdad? —quise asegurarme. Taiyari asintió despacio mientras sus ojos recorrían algo a mi espalda. Me di la vuelta y contemplé con mis propios ojos el gran vehículo que se aproximaba deprisa a nosotros.

Agité mi brazo como si me tratara de una gallina ahuecando su única ala. Salté un par de veces, cambiando mi peso de un pie a otro, acercándome lo más que pude al borde de la banqueta. Pegué un respingo cuando alguien enredó sus dedos sobre mi muñeca y me obligó a dar un paso hacia atrás.

—Ya te notó, Amanda. No es necesario pongas en riesgo tu vida —dijo, sin esconder una sonrisita que seguro nació para ser carcajada.

Sí, supuse que había exagerado un poco.

La máquina se detuvo frente a mis ojos, abriendo sus puertas.

—Solo cuídate, Amanda —me pidió Taiyari soltando de a poco—. Con esto digo: no intentes saltar por la ventana. Toca el botón cuando estés por llegar, eso hará que se detenga.

Intenté sonreírle para hacerle saber que lo recordaría, pero estaba tan nerviosa que mi intento quedó en una mueca. Tomé un respiro antes de subir los escalones. Di un vistazo deprisa al interior revisando si había algún lugar libre. El chófer refunfuñó para despabilarme, le tendí las monedas con cuidado mientras armaba una pregunta sobre la exactitud del sitio que buscaba. 

—Eh... Yo... Quería —balbuceé. El hombre alzó la vista, frunció las cejas desesperado por mi lentitud. Mientras más exigencia había en sus facciones menos cooperaba mi cabeza. Torció la boca al enredarme con mis propias palabras.

—Mira, niña, vas a...

Sentí un ligero empujón a mi espalda, indicándome que era momento de avanzar. Mis pies reaccionaron por sí solos iniciando camino, pero frenaron al reconocer a la persona que había seguido mis pasos.

—¿Viniste? —pregunté incrédula, sin esconder la alegría que me causaba saber no estaría sola.

Era peligroso acostumbrarse a esa cuestión, sobre todo si recibes la misma respuesta con frecuencia. Casi todas las historias con ese inicio tienen un final similar.

—No parecía que llegarías sola ni a la esquina —se justificó, porque para él decir sí era un reto mayor. Sonreí, no me impresionaban las frases, las acciones eran mi debilidad.

—No, en serio, mucha gracias —solté con mi mano en el pecho. Me sorprendió mi propia sinceridad y la suavidad de mi voz. Incluso Taiyari me miró atento—. Al verte subir...

Todo muy lindo y tierno hasta que el conductor, que no tenía todo el día para mis ataques de inspiración, se le ocurrió pisar el acelerador. Un brusco movimiento que llevó a mi flacucho cuerpo inclinarse hacia atrás, columpiando ante el peso y la velocidad, estuve a punto de caerme de bruces de no ser porque Taiyari me tomó del hombro. «Tenía buenos reflejos», reconocí avergonzada al recuperar el equilibrio. No me atreví a mirarlo a los ojos.

—Parece que vas a bajar ahora —se burló al verme clavar los dedos en el borde de un asiento—. Los agradecimientos cuando estemos sentados.

«Sí, es lo más cuerdo», acepté buscando un lugar. Corrí con suerte al hallar un par disponibles. Yo escogí el de costado de la ventana, mientras Taiyari acomodó su mochila entre sus pies a mi lado. Di un vistazo al exterior, personas cruzando las calles oscurecidas por las nubes. «Tal vez llovería», pronostiqué pegando mi rostro al cristal. No me quejé, pese a lo mucho que odiaba la lluvia, la vida me había recompensado con cosas más importantes esa tarde para andar buscándole peros.

La número uno era mi generoso acompañante. Taiyari no tenía necesidad de ir a mi rumbo, ni obligación de tenderme una mano, pero lo había hecho aligerándome la experiencia. ¿Por qué? No lo sabía, tampoco le pediría explicaciones.

—¿Sabes algo? —rompí el silencio. Lo vi de reojo dedicándome su atención—. Esta es la primera vez que...

—Te subes a un camión. Sí, me he dado cuenta —habló, divertido. Quise fingir fastidio, pero lo único que salió de mis labios fue un pesado suspiro.

—También.

—No es tan trágico —opinó Taiyari creyendo que mi estado se debía al transporte.

—Temo por papá —le confesé, recargando la frente en la ventana cerrada. Taiyari no pronunció palabra, esperó añadiera detalles. Ese silencio comprensivo me animó a sincerarme—. Algo malo sucede con él.

—¿Hablas de un accidente? —intentó acertar.

Me horroricé al considerar esa opción que había mantenido apartada de mi cabeza para que el temor no me bloqueara. Reflexionándolo, ese era el peor panorama.

—No. Quizás fue solo un descuido, uno de los muchos que ahora le suceden. Papá está apartándose de nosotras. Siempre pensando en otras cosas, con tantos líos siento lo estoy perdiendo —le platiqué dolida por todas las promesas que había incumplido, ausencias que ni siquiera se preocupaba por justificar. Taiyari estudió mis facciones con tal atención que esquivé su mirada. Él debió notarlo, porque carraspeó incómodo antes de voltear hacia otra dirección—. Es una tontería, creo que tenías razón en lo que dijiste. Solo soy una chica mimada de papá.

—Nunca dije lo de mimada —aclaró. Una palabra menos o más, qué más daba, no me resultaba ofensiva—. Es normal que te duela, Amanda. Eras demasiado apegada a tu padre. Raro sería que no le echaras de menos siendo tan unidos. Pero... —Esa palabra avecinaba algún mensaje doloroso. No disimulé mi interés, Taiyari no se acobardó—, estamos creciendo.

Sabía lo que significaba. Necesitaba dejar de concentrar mi vida en mi mundo de fantasía, aceptar los no, mostrarme fuerte ante las dificultades. La infancia estaba quedando pequeña para los retos que presentaban los años, que a mi pesar, no se detenían.

—Aunque no parezca —trató de bromear comparando su altura y la mía con su palma—. Quizás... Podrías intentar apoyarte en tu madre —propuso ante mi silencio.

Eso no lo había considerado. Teníamos un carácter similar, lo que dificultaba nuestra convivencia, esa era la razón por la que congeniaba más con papá, quien sabía dominar con mayor gracia sus impulsos. Sin embargo, no era una idea tan ilógica, después de todo, nadie podía entender mejor que ella lo que sentía.

—¿Con quién eres más unido, Taiyari? ¿Tu padre o madre? —curioseé, tratando de despejar mi mente. «Papá está bien en casa o llamará para avisar que solo fue un olvido», me mentalicé.

—Creo que con mi madre.

—¿Cómo es?

Me había hablado antes de su padre, pero de ella apenas sabía lo básico. Una intriga natural despertaba por todo lo que lo rodeaba, sin darnos cuenta comenzábamos a romper las paredes. Lo único que superaba crearme historias era saber la realidad de otros.

—Una amante de los riesgos, esa es la descripción perfecta para ella.

—¿Por qué? ¿Le gusta trepar edificios y nadar con tiburones? —le pregunté emocionada. Siempre quise charlar con una persona que adorara de llevar sus emociones al extremo.

Taiyari me miró como si hubiera perdido un tornillo.

—Contigo debo ser más específico, olvidé que tienes una imaginación peculiar —murmuró de buen humor. No le creí.

—¿En serio lo olvidaste?

—Está bien, no —aceptó dándome la razón.

—Pero te gustaría.

Lo entendía, no era sencillo estar con una chica que sacaba disparates cada cinco minutos. Incluso yo misma me cansaba.

—No. Me gusta escucharte —respondió distraído. Enseguida se corrigió, irguiendo la espalda—. Es divertido, solo por eso.

—¿Me dirás a qué te refiere con amante de los riesgos?

Fingí impaciencia, cruzándome de brazos y mirando por la ventana, para disimular la sonrisa que había brotado de mis labios.

—Mi madre dejó el negocio de la familia para arriesgarse a estudiar antropología. Ignoró a todos los que le dijeron lo difícil que sería conseguir un empleo. Ella sabía que había nacido para eso, no renunció a su sueño. Quizás por eso la vida la recompensó ganando un trabajo en la misma institución donde realizó sus prácticas profesionales. Ahí conoció a papá.

—¿Amor a primera vista? —le pregunté risueña.

—No, pero sí a unas palabras. Cuando papá le dijo de dónde venía sintió que no era suerte sino el destino quien los había llevado al mismo punto.

—¿Y de dónde venía que le robó el aliento?

—Él se crio aquí, pero mi abuelo nació en Nayarit —me explicó. Asentí, actuando como sí le entendiera. Una interpretación tan desastrosa que me delató—. Era huichol.

—Oh.

—Mi abuelo se había casado con una mujer que no pertenecía a su pueblo, cosa que no era bien vista. La cosa no salió como lo esperaban, mi abuela no logró adaptarse a sus costumbre y él no renunció a las suyas. Separados al año. Ella se llevó a mi padre a la ciudad donde creció.

—¿Y qué tiene que ver tu madre con eso?

—Era una aficionada a las culturas del país. Supongo que pensar que su hijo pudiera tener un porcentaje de sangre indígena la emocionó —me platicó divertido, aunque eso seguro se lo había inventado—. Pero está en un error, ellos defienden mucho el hecho de no abandonar su tierra. Papá nunca permaneció realmente, yo menos. Aunque te confieso que me gusta pensar que sí, después de todo la apariencia no me faltó... Ella no imaginó que las personas podrían usarlo en mi contra durante toda mi vida.

El recuerdo de los tontos de último año me amargó.

—No deberías preocuparte por eso.

—No lo hago, estoy orgulloso de mis raíces. Lo que otros digan no me interesa —mintió. Aunque jamás lo admitiera en voz alta sí le dolían las ofensas de nuestros compañeros. Yo lo entendía.

—Pues yo creo que eres lindo —comenté honesta, en un intento por subirle el ánimo, pero pronto me arrepentí al escucharlo de mi propia boca. Mi cerebro hizo corto circuito. Taiyari clavó sus ojos negros en los míos, empeorándolo—. Hablo de... No lindo de que me gustes, aunque no significa que no... No, porque somos amigos y los amigos... Lo que yo quería decir es que eres tierno y amable, lo cual supera ser atractivo. No quiero decir que no lo seas, porque sí... En realidad, ¡gracias al cielo ya llegamos! —festejé por lo alto al visualizar por la ventana del otro lado el centro comercial. Me levanté como si tuviera un resorte, empujé a Taiyari para que me imitara y pudiera liberarme de esa jaula donde el aire se extinguía.

Taiyari rio a mi espalda al verme sostenerme de cada asiento en mi torpe avance, al menos quise culpar a mi recorrido, no a las estupideces que había dicho antes. Las mejillas seguían calientes y mis pies buscaron rápido la salida. «¿Cómo se me había ocurrido saltar semejantes tonterías?», me reclamé deteniéndome al fondo.

—Aplasta el botón —me indicó Taiyari cuando me congelé.

Obedecí, lo mantuve presionado ganándome un bufido del chófer que me odió con justa razón. Taiyari me aconsejó la retirara sino quería me lanzara. Las puertas se abrieron, titubeé temerosa de resbalar. Suspiré aliviada cuando al fin mis dos pies tocaron el suelo firme.

Esperé a Taiyari que descendía veloz el último par, pero el camión se puso en marcha antes de que ninguno de los dos pudiera reaccionar. Apoyó mal el talón. El mundo frenó, amabilidad que hubiéramos agradecido del chófer que siguió su paso sin inmutarse por el daño. No ahogué el grito de sorpresa al verlo caer de rodilla sobre el asfalto, sosteniéndose en sus manos para que su rostro no se estrellara contra el piso.

Quise vomitar el corazón del susto.

Me coloqué de cuclillas a su lado deseosa de ayudarlo. Él apenas se quejó, asumió el incidente con buena actitud, pero no se necesitaba ser una genio para saber que el golpe había estado duro.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro