Capítulo 41

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No aceptaré en voz alta lo orgullosa que me sentí cuando fue el mismo Taiyari el que me pidió acompañarme a la casa que había conseguido. Acordamos visitarla por la tarde para hacer una lista de lo necesario antes de mudarnos. Estaba tan emocionada por el nuevo comienzo que nos avecinaba juntos que me fue imposible fingir pena cuando se lo comunicamos a sus padres. La noticia los tomó por sorpresa, en especial a su madre que lo seguía viendo como su niño, pero Taiyari lo comentó ante ellos sin ponerlo a debate. Era una decisión tomada. Defendió su postura con tal seguridad que cualquier indicio de duda desapareció para mí. Sonreí como una idiota escuchándolo hablar de nosotros.

Su madre se mostró retraída los primeros días, debía odiarme por robarle a su hijo, pero aunque me avergüenza aceptarlo no me sentí culpable por empujarlo hacia el futuro.

Después pareció acostumbrarse a la idea porque se despidió de nosotros con una sonrisa al subir al taxi. El conductor era un hombre extraño que puso algunos peros, ninguno que me importara para buscar otro vehículo. La dirección estaba cerca de donde estaba quedándome, quizás fue eso, sumado a los nervios, lo que ocasionó el camino terminara en un suspiro. Para nuestra mala suerte faltando poco para llegar nos pescó un torrencial aguacero. El agua caí con fuerza complicando nuestro avance. Fue un milagro que reconociera la casa entre los vidrios empañados. Di un vistazo al cielo al abrir la puerta percatándome de los charcos que nacían al filo de la banqueta. No parecía tener intención de acabar pronto, todo lo contrario, daba la impresión de ser una tormenta que podía sobrevivir un par de horas.

Le pedía al hombre, que aceptó de mala gana, ayudarme a bajar la silla de ruedas de la cajuela. Lo demás podíamos arreglarlo por nuestra cuenta. El agua fría resbaló por mi rostro nublando mi visión, aparté las gotas de mis ojos acomodando la silla al costado para que Taiyari pudiera bajar. Nuestros zapatos dieron aspecto de ser peces nadando contra la corriente mientras empujaba la silla a la puerta. Busqué la llave en mi bolso, pero me puse tan nerviosa que terminó en el suelo. Taiyari se burló de mi torpeza a causa de los nervios. Eran tan fuertes mis deseos de no seguir mojándome que lograba el efecto contrario.

Al fin la cerradura cedió dándonos acceso al interior. 

Dentro no hubo un gran cambio. El frío caló hondo, pero al menos estábamos seguros de la lluvia que seguía cayendo sin cesar. Cerré de un portazo antes de abrazarme para entrar en calor. Estaba empapada de pies a cabeza. Taiyari no corrió con mejor suerte. El cabello pegado a su rostro y la ropa impregnado como una nueva capa de piel me angustió. Al menos él tenía una sonrisa. No entendía qué le producía estar contento cuando nuestra aventura nos costaría un buen resfriado mañana.

—Venir a caerse justo ahora teniendo todo el día —protesté hecha un fideo. La risa de Taiyari llenó los olvidados rincones de la casa—. ¿No te enfermarás? —le pregunté, como si él pudiera saberlo. Su salud era delicada. Había intentado que no se empapara, pero no funcionó. Él negó despreocupado, al final fue solo un momento. El problema era que yo era muy aprensiva, me preocupaba más de lo necesario—. Si quieres quítate la ropa —propuse despojándome de los zapatos.

—¿Así de buenas a primeras, Amanda? —bromeó sin perder su buen humor. Rodeé los ojos escondiendo una sonrisa. Mi chico nunca se tomaba las cosas en serio—. Así que esta es la casa...

—Sí... —respondí al recordar el motivo de la visita. Ansiosa limpié mis palmas en el pantalón haciéndome a un lado para que tuviera una vista completa. No sería complicado, hasta un miope daría con el final, consistía en un par de habitaciones—. Aquí está la cocina —le expliqué mostrándole el trío de refrigerador, estufa y lavaplatos que estaba en una esquina. Le seguía una mesa con apenas un par de sillas de madera que daban espalda a un amplio sillón. Las paredes vacías lucían más tristes con el cielo nublado que no permitía entrar luz del enorme ventanal, en mi opinión, su única belleza. Amaba las casas donde el sol pudiera colarse sin restricciones—. Y eso es todo.

—Fue un tour rápido —aceptó con una sonrisa. Me encogí de hombros porque me dio cierta vergüenza hacer un viaje que duró más que lo que tardamos recorriéndola—. Sin tantos muebles puedo mover la silla con mayor facilidad —soltó intentando hacerme sentir mejor.

—Detrás de la puerta está la única habitación. Está ocupada solo por la cama y un armario. Podrás colocar todo lo de tu trabajo sin problemas —apunté recuperando un poco el ánimo—. Ya sé que no es mucho... Nunca aparecerá en una revista, tampoco será la envidia de nadie, pero tiene algo especial...

—¿Qué es?

—¡El cuarto de baño es enorme! El arquitecto debió ser un desastre para ocupar tanto espacio, pero el error nos beneficia. Y pronto todo mejorará, podemos pintar la casa de otro color, traer mis cuadros para adornar o comprar plantas, incluso cambiar los muebles —propuse buscando lo positivo. Estaba segura de que todas las parejas empezaban de a poco. Yo confiaba que el primer paso era fundamental. Taiyari me regaló una sonrisa que revelaba sin palabras que le agradaba—. Buscaremos más cosas hasta sentirnos cómodos, excepto el sillón. Ese se queda —concluí tajante. 

—¿Qué tiene de especial? —curioseó analizándolo, sin entender mi apego.

—Te mostraré. Está a la altura de tu silla, así que no tienes que complicarte para cambiarte de sitio —le platiqué emocionada porque ese detalle, que pasaría desapercibido para el resto, había robado mi corazón—. Prueba si quieres —le animé entusiasmada.

Taiyari negó con una sonrisa antes de intentarlo para darme gusto. «Sabía que sí funcionaría», pensé contenta. Eso ayudaría a la independencia de Taiyari, haríamos otras futuras modificaciones para que su día a día fuera más sencillo.

—¿Por algo se empieza, no? —mencioné colocándome a su lado. No era el sueño de la mayoría, pero sí el mío. Una vida sencilla con las personas que amaba—. Está cerca de casa, del trabajo, entre los dos podemos arreglarnos con la renta, la dueña es un encanto...

—Es perfecta, Amanda —detuvo mi parloteo de vendedora. Sonreí complacida por su apoyo. Recosté la cabeza en su pecho que aún estaba húmedo. La lluvia seguía en la exterior, pero adentro la tranquilidad arropó mi corazón—. Gracias.

—Sí, no olvides depositar el primer pago en la cuenta y quedamos a mano —bromeé como una chiquilla que no podía contener su felicidad. De pronto el gesto se fue borrando poco a poco, aprovecharía nuestra cercanía para tratar un lío importante—. Taiyari... He estado pensando en lo que hablamos... Sobre mi mamá —comencé despacio. No era un tema agradable, pero sí necesario. Él permaneció en silencio hasta que me atreví a soltarlo—. Creo que sí debo aclarar los problemas con ella. Yo... Tienes razón, la quiero y me duele que esté molesta conmigo... Es solo que el miedo a su rechazo me paraliza. No sé... Antes éramos tan unidad que imaginé que el tiempo le ayudaría a aclarar su mente, pero los meses pasan esperando ella intente buscarme... Quizás es tiempo que yo lo haga —confesé desahogándome con él. Cerré los ojos volviéndome pequeña en sus brazos donde tenía la impresión nada podía dañarme—. Soy una cobarde.

—Nada de eso, Amanda —susurró—. Yo también estaría igual, pero es lo mejor para todos. Enfrentar lo que nos asusta es la única forma de avanzar...

—Estar conmigo aquí, ¿es una de ellas? —le pregunté temerosa. Él asintió despacio, sin dudar.

Yo ni siquiera lo miré porque dentro de mí esperaba una negativa. Ser la certeza en su mar de dudas. Apreté los labios sin saber qué decir, adormecida por el impacto de las lluvias contra la tierra.

—Me alegro haber contestado cada carta, incluso cuando creí no tenía sentido —reveló—, porque hubiera perdido la oportunidad de volverte a ver... Y si te soy sincero, no imagino mi vida ahora sin ti.

—Yo tampoco, por eso tengo miedo de dejarte... —me sinceré. Quizás eran angustias absurdas, pero tenía esa horrible corazonada que lo bueno no duraba para siempre.

—Un fin de semana, Amanda. Unos días solamente. Yo estaré bien. Es una promesa —dictó para hacerme sentir segura. Asentí con una tímida sonrisa, confiando en su palabra. Lo estaríamos—. ¿Cuándo piensas marcharte?

—Este fin de semana —comenté sin interés. No quería seguir postergando lo inevitable, prolongando la agonía. Debía dar la cara de una vez por todas—.  Tal parece que mi operación de nariz tendrá que esperar por millonésima vez. Hay como una especie de maldición en ella, siempre que estoy cerca aparece algo nuevo que arruina mis planes. A estas alturas me temo que lo único que me queda es aceptarla —concluí resignada, pero con una sonrisa. Interrumpí su consuelo para callar una pregunta que no me dejaba en paz—. ¿Me esperarás?

—Te esperé ocho años, Amanda, podría hacerlo toda una vida.

Sentí que la tormenta se avivaba en mi corazón con la ternura de su voz. Busqué su mirada antes de que mis labios hallaran los suyos, cálidos como el sol en el verano que dotaban de vida todo lo que acariciaba. Su aliento se mezcló con el mío al igual que los latidos de mi corazón que siempre celebraban su encuentro. Taiyari me besaba con un encanto particular, con una dulzura que embriagaba mis sentidos, que me hacía ignorante de mis propios límites, deseando que el tiempo se estacionara. El eco de la gotas resonaba con fuerza, mientras en esas paredes le entregaba un poco de mi alma a cambio de esa insuperable felicidad. 

Mis manos descendieron hasta el borde de su camisa, hábiles se colaron bajo en la necesidad creciente de sentir su piel. Taiyari sonrió entre mis besos. Di por hecho que no le desagradó porque no me detuvo, me dio un intenso beso que me robó la respiración y echó por la borda la incertidumbre. A sabiendas que nunca esperaba que la suerte viniera a resolverme la vida, me gustaba tomar la iniciativa para conseguir lo que quería, fui yo misma la que levanté la tela para que Taiyari captara que estorbaba entre los dos.  

—No quiero que te resfríes —inventé traviesa ayudándole a quitársela impaciente. Cuando estuvo fuera pasé mis manos por su cuello y pecho. A pesar de todas las noches que habíamos dormido juntos era la primera vez que lo tocaba.

—Siempre tan preocupada por mí —se burló abrazándome por la cintura. No lo negué. Sentí las mejillas ardiendo al imaginar sus manos, que me sostenían con fuerza, aventurándose más allá.

—Deberíamos igualar las condiciones —dicté con una sonrisa.

Taiyari no entendió a lo que me refería, tampoco me di tiempo de dudar despojándome de la pena a la par de la prenda superior que arrojé al suelo. Las gotas de lluvia resbalaron por mis cortos cabellos para perderse en mis hombros desnudos.

Intentaba parecer valiente aunque por dentro estaba temblando. No supe si el escalofrío nació por el frío al estar expuesta o ante la mirada penetrante de Taiyari que adquirió un brillo particular. De los nervios solté una risa que él imitó antes de atraerme a su cuerpo.

Olvidé el temor, maravillada por el contraste de sensaciones que nacían en mi interior, la calidez de sus manos dibujando sobre mi piel helada, sus dedos enredados en mis cabellos al tomarme del cuello para profundizar un largo beso, el caer de la lluvia ahogando suspiros que solo nosotros recordaríamos, el miedo esfumándose entre sus caricias. Desconectándome del mundo para crear uno nuevo donde la felicidad no tenía límites. Entregándole el corazón junto a mi cuerpo para que me amara como solo él lo hacía.

Una pequeña maleta al costado de la puerta anunciaba mi pronta partida. La madre de Taiyari me abrazó con fuerza deseándome un buen viaje, pidiéndome me mantuviera en contacto. Le di mi palabra a la par de una tarjeta con mi número para que la anotaran en sus contactos. Si todo salía de acuerdo con lo previsto estaría el lunes por la mañana de regreso para mudarnos definitivamente. Eran demasiadas primeras veces para un joven corazón.

—Llámenme cualquier cosa, por favor. Estaré disponible las veinticuatro horas.

Asintió con una sonrisa maternal antes de coger mi mano.

—Vete tranquila, Amanda.

—Soy tan ridícula, me marcho dos días y estoy armando un drama digno de película —me excusé apenada. Nunca olvidaré el gesto de ternura que brilló en su rostro. Nadie podía entenderme mejor, porque si había una mujer que amaba más a ese chico era Abril.

Observé a Taiyari a su costado esperando dejara de acaparar la atención de su madre. Agradecí que me diera un minuto a solas con él porque seguía siendo algo tímida frente a sus padres.

—Tienes que prometerme que vas a cuidarte mucho —pedí mirándolo directo a los ojos—. Y atiéndete esa gripe ya, antes de que se complique —le ordené.

—Eres bastante mandona, eh.

—No digas que no te lo advertí —bromeé. Taiyari cogió mi mano para colocarla sobre su mejilla. Sonreímos—. Aún estás a tiempo de huir de mí.

—Voy a contar los días hasta volver a verte —me dijo en un susurro. «Yo haría lo mismo», acepté. —. Amanda, he querido decirte algo importante —agregó sorprendiéndome por el cambio de tono, a uno más misterioso—. Quizás es bueno que tu viaje lleve otras noticias. —Lo vi rebuscar en el bolsillo de su chaqueta. Mi corazón se paralizó ante las posibilidades—. Estuve pensando lo que hablamos hace unas semanas y...

—No —lo frené entrando en pánico. Olvidé cómo respirar. Mi mano cubrió su boca para que no soltara. No quería escucharlo, o quizás me moría de ganas de hacerlo—. Ni se te ocurra, Taiyari. Dímelo cuando vuelva. Y hazlo como Dios manda.

—¿Con rosas y velas?

—Completamente seguro —respondí. Yo lo estaba, apostaba por lo nuestro, deseaba que algún día él depositara la misma confianza.

—Ya no tengo dudas, Amanda. Perdóname por tardar tanto en darme cuenta de que ninguno de esos miedos es más grande de lo que siento por ti. Quiero que seas mi mujer. Necesito saber si tú...

—Tú ya sabes la respuesta —lo interrumpí con una sonrisa ilusionada. Aún no lloraría, me propuse intentando controlar mis emociones. Tomé mi maleta—. Prepara una buena propuesta, Taiyari —dije en voz alta abriendo la puerta.

Regresaría para convertirme en su esposa. Sería el fin de semana más largo de toda mi vida.

¡Hola! Dos preguntas: ¿Les gustó el capítulo? Ahora que el final nos pisa los talones, ¿qué creen que suceda? Estaré muy feliz de leerlos. Los quiero mucho ❤.

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