Capítulo 42

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México.

Tomé un profundo respiro intentando aplacar los nervios crecientes en mi estómago. Fue una ironía extrañar las desconocidas de Colombia al compararlas con las que transité desde antes de nacer, en el vientre de mi madre. Bastaron unos meses para resentir los cambios. El aire parecía distinto. Mi país me seguía parecieron el lugar más bonito del mundo, pintoresco, vivaz, familiar, con ese encanto que lo hacía irresistible. Sin embargo, sin nadie que esperara por mí me convertí en extranjera en mi propia tierra.

No desechaba la idea de plantearle a Taiyari mudarnos de vuelta. Después de todo, ambos habíamos crecido en esta zona y lo que le da verdadero valor a un hogar no es su ubicación, el precio de una construcción o la calidad de las paredes, sino lo que está dentro de él. Dedicándole una mirada detallada encontré en cada paso cosas que despertaban mi nostalgia. Nos imaginé escribiendo nuestro futuro sobre esas avenidas repletas de niños y sonrisas, con los puestos abiertos de par en par y la música resonando en cada rincón.

Me esforcé por encontrar un recuerdo agradable frente a la casa que ocupé por más de veintitrés años.

Pese a que daba la impresión de haber pasado mi ausencia congelada ni siquiera así fui capaz de caminar con naturalidad por el patio delantero en el que había protagonizado mil travesuras durante mi inolvidable infancia. Una parte de mí susurró a mi oído darme media vuelta y regresar a mi refugio en Medellín, asustada por lo que me esperaba dentro. Un eterno discurso que dictaría punto a punto mi insensatez y fracasos.

En medio de la amargura una sonrisa se pintó en mis labios involuntariamente al toparme con ese viejo buzón. Mis dedos recorrieron las letras despintadas recordando el miedo absurdo que me invadió la primera vez que eché una carta en su interior, una sensación similar a la que esa tarde se apoderaba de mí. La primera vez la vida me sorprendió, mantuve esperanzas que el milagro se repitiera a mi favor.

Mis nudillos le dieron un fuerte golpe a la madera. El impacto agrietó mi corazón temeroso que no comprendió debía presentarse como una extraña en el nido que la arrulló.

Un hueco se formó en el centro de mi estómago al final de la corta espera que liberó una figura del interior. El tiempo detuvo su andar para que lograra grabarme cada uno de sus gestos. Pasé saliva esforzándote por no llorar cuando nuestros ojos coincidieron después de tantos meses. La expresión de la mujer que me dio la vida fue digna de un retrato. Su quijada cayó sin pronunciar palabra a la par que sus ojos claros me recorrían de pies a la cabeza. La hija perdida había vuelto.

—¿Amanda? —balbuceó recuperando el habla.

—Así me nombraste —bromeé intentado relajar el tenso ambiente. Ella frunció el ceño sin una pizca de gracia. «Tampoco era necesario irse al otro extremo».

—No pensé volver a verte por un tiempo —admitió. Apreté los labios ante su cariñosa suposición. Me lastimó comprobar que de no haberme armado de valor su deseo se hubiera hecho realidad, por ella no nacería la reconciliación.

—¿Puedo pasar? Es un tema largo para hablarlo afuera.

Contrario a lo imaginé mi madre se hizo a un costado para darme acceso al interior. El camino hasta el comedor fue silencioso, adelantándome que debía pisar con cuidado el terreno. Mamá me pidió un minuto para ofrecerme algo de beber. Agradecí al cielo el detalle mientras analizaba un par de fotografías. Un nudo en mi garganta me torturó al reconocer a aquella inocente chiquilla con una vida perfecta en su cabeza. Sonrisas que jamás se replicarían con la misma fuerza después de dar con la verdad. Los trozos de lo que fuimos cortaban nuestros pies cada que intentábamos avanzar.

Limpié cualquier lágrima traicionera al escuchar a mi espalda un resoplido de enfado. Giré para encontrarme con mamá que ya había ocupado su lugar a la mesa. Disimulé una sonrisa al encontrar mi bebida favorita. Quise pensar que se trataba de una muestra de paz.

—Cuando Ernesto me dijo que habías preferido quedarte con Taiyari —inició, entregándome la taza que tomé entre mis manos—, pensé que habías enloquecido. Fue una pesadilla, Amanda.

Carraspeé incómoda antes de darle un sorbo al chocolate para ocupar mi boca. 

—Él me aseguró que no me preocupara, no duraría, era demasiado arriesgado para los dos. Tuve mis dudas. Al verte llegar he sentido un gran alivio... —confesó para sí misma.

Ya no pude quedarme callada. 

—Pues algo es seguro, Ernesto no puede ser adivino, sus pronósticos están mal encaminado —mencioné, no me andaría con rodeos—. Mi relación con Taiyari va viento en popa. Mejor que nunca. De hecho, mi visita es para comunicarte que decidimos mudarnos juntos.

De sus dedos escapó el vaso vertiendo el contenido sobre el mantel. Yo observé el líquido deslizarse rápido por la tela, pero ella ni siquiera se inmutó, siguió con la mirada perdida, sin reaccionar. Abandoné mi sitio para buscar un trapo en la cocina, esperando salvar ambos desastres. Aproveché  el caos ganando un poco de tiempo antes de enfrentarme a lo más pesado. 

—Amanda, ¿qué sucede contigo? —me reclamó al regresar.  Yo no contesté, pasé el paño limpio por el mueble fingiendo alta concentración. Eso solo provocó que su disgusto se incrementara—. Estuviste comprometida con un hombre por tres años, tres —repitió indignada, como si pudiera olvidarlo—, y te la pasaste dudando si debías casarte con él o no. Y ahora me dices que unos meses fueron suficiente para irte a vivir con otro tipo.

—Viéndolo así sí suena mal, eh. Pero a Taiyari no lo conocí hace unos meses —le recordé contenta—. Fueron largos ochos años. Además, el tiempo no es importante para mí.

—¿Entonces qué lo es? —me interrogó queriendo hacerme entrar en razón.

—El amor —respondí con simpleza. 

—Ay, por Dios, Amanda, de amor no se vive —argumentó llevándose las manos a la cabeza.

—Pero sin él no se puede vivir.

El silencio dominó en la habitación ante esa verdad. No hablaba del romántico, me refería al sentimiento universal. No podía imaginar un mundo plagado de galones de oro carentes del valor para sustituir el amor. Ni siquiera llamaría vida a la época donde tenía todo en mis manos, cuando el vacío en mi alma pesaba al grado que me costaba levantarme de la cama.

—Así que piensa ir en serio con él —susurró, descubriendo lo determinada que podía ser. 

—Tan serio como se puede, tampoco tomaré la vida como un manual, pero sí pienso comprometerme con mi felicidad —revelé. Nadie lucharía mis batallas.

—¿Has pensado bien todo esto? —dudó angustiada—. Mi niña, vas a estar con un hombre que no puede valerse por sí solo, te convertirás en su enfermera, no tendrás una vida normal —expuso sin esconder la pena por mí—, quizás no me entiendas ahora porque estás cegada por ese muchacho, pero él conseguirá todo de ti y tú apenas podrás exigirle algo por su condición.

—Lo he pensado muy bien, de no ser así no me atrevería a pararme aquí para contártelo —alegué sin ocultar mi molestia ante el relato de mi próximo fracaso—. Para empezar, no soy su enfermera, sino su novia, tiene unos médicos y terapeutas excelentes. Además, no hay una vida normal, todas las vidas son diferentes —comenté. Cada pareja tiene sus propias dificultades—. Te sorprendería lo independiente e inteligente que es. No quiero pecar de soberbia, pero puedo manejarlo. Hablo de la relación, no a él —aclaré divertida para evitar confusiones. Mamá no compartió mi sonrisa, permaneció con su semblante reservado.

—Vas a aburrirte un día de cuidarlo. Eso no tiene futuro, Amanda —concluyó, precipitada. Yo negué sin creer la seguridad con la que hablaba de mi vida—. No podrás estar completa con él a tu lado. Serás su madre, su cuidadora, no su esposa.

—Sé perfectamente ser su mujer —me defendí—. Aunque tienes razón, posiblemente no sea su esposa, no planeamos casarnos —mentí porque no quería asegurarlo. Además, ayudaba a exponer mi punto—. Te lo adelanto desde ahora, tampoco tendremos hijos.

A mamá pudieron robarle todas sus posesiones y no le hubiera dolido tanto como ese par de frases que la destrozaron, como si a la que le robaran sus sueños fuera a ella.

—Amanda, tengo más experiencia que tú. Escúchame —me pidió desesperada, sosteniéndome de los hombros, ante mi terquedad—. Al principio todo es hermoso, crees que se arreglarán, pero no pueden sostener una relación con tantas diferencias. Renunciarás al matrimonio, al hecho de ser mamá. Son cosas que tú querías —dijo con tal honestidad que odié escucharla. No había malicia en sus palabras, solo preocupación. No era un buen momento para titubear por sueños de niña—. Sacrificio tras sacrificio. Necesitas poner las cartas sobre la mesa para saber qué buscan uno del otro. Hablar claro los dos.

—Y lo haremos, pero es precipitado discutir por cosas que aún no suceden —expliqué—. Queda mucha vida por delante para pensarlo. No quiero presionarlo con eso de los hijos, necesitamos hallarnos el ritmo, por eso mudarnos juntos será una buena prueba inicial, ¿no?

—No te entiendo, de verdad, lo intento, pero no puedo —suspiró al borde del colapso. Sonreí sin juzgarla. Entendía que estuviera preocupada por mí, su desconocimiento le impedía ver la realidad. No perdí la calma porque era la prueba de la certeza de mis decisiones.—. Dejar una vida como la que te esperaba por una aventura. Amanda, tendrías un marido con un trabajo estable, una boda que podías presumir, un hombre que sí quería darte hijos...

—Con un tipo que no quiero —interrumpí su comparativa. Taiyari no merecía que le pusieran en balanza con Ernesto—. Y que jamás despertó una décima parte de lo que logra Taiyari solo con mirarme. Escucha, mamá, no espero que me entiendas, solo que respetes mi decisión. Si lo conocieras me entenderías. Es tan bueno, dulce, inteligente —hablé para mí, deseando tenerlo conmigo—. Es más que aquella enfermedad que él no decidió.

—Amanda...

—No pretendo fingir que no existe porque me engañaría, forma parte de él, soy muy consciente de esa realidad, pero eso no borra todo lo demás. Es un chico maravilloso que me ama. Me ama de verdad —repetí—. Deberías presenciar cómo me ve, mamá, como si fuera la mujer más extraordinaria del mundo.

—Y tú le quieres con locura —concluyó resignada. Yo no lo negué—. Ay, Amanda, eres todo un caso.

—También sé que puedo equivocarme —acepté porque nadie tiene seguridad del futuro—, pero quiero intentarlo. No lo juzgues tan duro, no olvides que Taiyari es solo un hombre, como todos los otros.

—De miles que hay en el mundo debiste fijarte justo en ese —replicó.

—He sido afortunada.

—Amanda, no sé qué sería lo mejor —se sinceró cansada—. Está claro que lo único que puedo hacer por ti ahora es apoyarte... —Resistí los deseos de ponerme a brincar. Mis ojos se iluminaron—. Si te equivocas sabes que estaré aquí. Si no, que es lo que más espero, te deseo la mayor de la felicidad...

No esperé que terminara de hablar antes de dejar mi asiento para abrazarla con todas mis fuerza. Estaba tan alegre que pensé vomitaría mi corazón. Escucharla me hizo completamente feliz.

—Tendrás que traerme a ese chico porque le recuerdo poco —añadió aún entre mis brazos. Pude identificar que estaba contenta por mí. Era el mejor regalo que pude recibir. Quería llorar de la alegría.

—Sigue siendo tan lindo —respondí con una risa emocionada—. Además, hay algo especial en él. No sé explicarlo, es más de lo que algún día soñé —suspiré enamorada—. Gracias por esto, mamá. Taiyari tenía razón cuando me dijo que debía venir a buscarte —le confesé avergonzada por ser una cobarde—. También deseaba hablar contigo, quería pedirte tu aprobación para estar conmigo, pero le detuve temiendo lo asesinaras.

Mamá se echó a reír y reconocí lo mucho que había echado de menos ese sonido. Todo parecía más ligero con ella a mi lado.

—Él será el cerebro, tú el corazón —apuntó. Yo sonreí por su descripción—. Y no podía ser de otro modo con una mujer como Amanda Díaz.

—Siempre te di problemas —reconocí sin orgullo de ser la causante de sus dolores de cabeza.

—Más alegrías que problemas —me corrigió con una dulce sonrisa. Volví a abrazarla extrañando su calor. Me arrepentí de haber pospuesto por meses dar ese paso, mi corazón reclamaba su cariño todos los días.

—Creo que no dirás lo mismo después —susurré temerosa por estropearlo, pero sin lograr silenciar ese deseo imprudente—. Mamá, necesito pedirte otro favor.

Mi vieja habitación estaba intacta, tal cual como la dejé el día que me marché para descubrir un secreto. Encendí las luces encontrándome con el típico desorden en mi escritorio, repleto de colores, lápices y hojas. Una mueca desagradable nació al toparme con una fotografía. Tomé entre mis manos el portarretrato estudiando a Ernesto, abrazándome por la cintura, antes de tirarla al cesto de basura a un costado. Suspiré abochornada por ese capítulo de mi pasado antes de chocar con una cajita particular al centro. Conociendo lo que escondía en su interior mis latidos se aceleraron.

Guardé por años todas las cartas de Taiyari en sus sobres. Abracé el contenido contra mi pecho. No eran solo papel o tinta, sino la cálida esperanza que me regalaron durante las tardes grises. Bendita la profesora que nos asignó ese proyecto, y bendita la suerte para acabar coincidiendo con el número uno de mi lista.

Aquel muchacho reservado había logrado ganarse mi corazón. Ningún mérito al compararlo con el hecho que lo conservó por años, a pesar de la cruel distancia y las dificultades.

No imaginaba mi vida sin las cartas de Taiyari.

Mi celular vibró en mi bolsillo anunciado una llamada. Mi corazón se paralizó al identificar el número.

—Estaba pensando justo en ti —revelé contenta al tener noticias suyas—. ¿Cómo estás?

—Extrañándote —respondió alborotando las mariposas en mi corazón—. ¿Ya llegaste a casa? ¿Hablaste con tu madre?

—Sí a ambas. Llegue hace unas horas. Ahora estoy sola en mi habitación. Ella salió a comprar la cena. No vas a creerme, pero está feliz por nosotros. Hicimos las paces —le conté entusiasmada curioseando por la ventana—. Quiere conocerte, conocerte de verdad. Taiyari, hasta me propuso prestarme cosas para nuestra casa. Estoy tan feliz que creo que es un sueño.

—Me alegro mucho por ti, Amanda —comentó—. ¿Cuándo quieres que hable con ella?

—Uy, qué valiente, mi hombrecito —bromeé por la iniciativa.

—En realidad estoy nervioso, pero tú ya demostraste tener valor, ahora es mi turno —mencionó decidido. Sonreí orgullosa, pero la alegría se fue diluyendo al escucharlo toser con fuerza. Tal parecía que su resfriado estaba empeorando.

—¿Te sientes bien?

—Sí, es el clima, me está afectado —se justificó sin darle importancia.

—¿Ya te revisaron? ¿Qué te dijeron?

—¿Por una tos? —se burló con buena actitud—. Vamos, Amanda, me la pasaría en el doctor si lo visitara por cualquier dolor.

—Taiyari —lo regañé por su descuido. Di vueltas a la habitación, nerviosa—. Prometiste que te cuidarías —le reclamé sin esconder el enfado.

—Lo hago. Amanda, todos tenemos gripe de vez en cuando. No tienes que preocuparte.

Mordí mi lengua para no soltar lo que pensaba. Lo único que escapó fue un resoplido que delató mi malhumor.

—Está bien. Está bien. Tienes mi palabra de que mañana temprano sacaré cita con el médico —aseguró al percatarse de mi inquietud. Callé negando con la cabeza—. No te molestes conmigo.

—No estoy molesta. Bien. Sí, lo estoy —reconocí—. Lamento ser tan exagerada, pero más vale prevenir que lamentar. Solo intento cuidarte, Taiyari. Me pesa no estar contigo para comprobar que todo va bien —susurré—, es que si algo malo te pasara yo jamás podría...

—Amanda, tampoco hay que irnos a los extremos —dijo intentando animarme. Sí, admitía que el drama estaba inyectado en mis venas. Intenté sonreír—. Sabes que te amo —añadió. Agradecí escucharlo. Él conocía mis sentimientos—. Una eternidad han sido estas horas —comentó. Compartía el sentimiento—. Esta casa se siente tan vacía sin ti.

—Taiyari. —Sonreí recostándome en la misma cama donde soñé muchas veces con volver a besarlo—. También te extraño.

—Para el lunes en la mañana estará todo empacado listo para mudarnos definitivamente. Te juro que prefiero trasladar yo mismo caja por caja a dejar pasar tiempo —declaró divertido e impaciente.

—Eres un bobo —le dije aguantando una risa. Taiyari se comportaba como un niño en Navidad. La comparativa fue menguando poco a poco la alegría, hasta dejarme pensativa. Sintiéndome en libertad decidí añadir—: Me haces mucho falta, Taiyari. Como me gustaría que estuvieras aquí...

—¿Sucedió algo, Amanda? —preguntó enseguida al percatarse de mi tristeza.

—No, es solo que... Mañana será un día difícil —confesé.

Al fin enfrentaría uno de mis mayores temores, la causa de muchas noches de insomnio y huidas. Cerraría ese amargo capítulo, incluso si eso significaba perder.

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