Capítulo 43

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Era mediodía. Respiré hondo esforzándome por controlar la tensión que aumentaba en cada paso. Mi cabeza no dejaba de improvisar excusas, inventar horribles escenarios que tentaba mi fuerza de voluntad. No deseaba regresar a esa vieja página, pero esa arruga al borde impedía cerrar el libro. Sabía que no estaba lista, jamás lo estaría, nunca se aprende a querer a quien un día amaste, cualquier intento es abrir viejas heridas que no cerraron.

Sin embargo, ahí estaba caminando a mi propia condena porque siempre tuve claro que el miedo era el rival por vencer, que necesitaba darle batalla para ganar.

Aun así había momento donde mi corazón se detenía preso del pánico, tal como ese día en que reconocí una voz familiar a mi espalda. Giré sobre mis talones comprobando que no fallaba.  Contuve la respiración contemplándolo de arriba a abajo.

—¿Amanda Díaz? Dios mío, qué pequeño es el mundo.

—¿Qué haces aquí? ¿Estás siguiéndome? —le pregunté alarmada. Ernesto no había cambiado, sus rizos oscuros y los ojos chocolates removieron viejos tiempos.

—No, obra del destino, que no se te olvide que yo frecuento estas calles —se excusó. Había olvidado ese pequeño detalle—. ¿Qué me cuentas? ¿El golpe de realidad al final mató tu cuento de hadas? —curioseó malicioso. No disimuló sus deseos de verme fallar. Levanté la cara porque primero muerta antes de darle la razón.

—Te equivocas, Ernesto, está en la mejor parte —admití a su pesar—. Acabo de ver a mi madre para comunicarle mi noviazgo, está muy feliz por nosotros, tal parece que no lograste lavarle el cerebro —le reproché. Él rio sin pizca de vergüenza. Resoplé cansada de su desfachatez. Negué retomando el camino, no perdería el tiempo discutiendo.

—Te tiene de mal humor, Amanda. ¿Sabes a qué se debe?

—Deslúmbrame.

—Dejaste una vida con un hombre de verdad para irte detrás del intento de uno —opinó con las manos en los bolsillos a mi costado. Yo le di un vistazo intrigada, preguntándome cómo pude amarlo, ignorando quién era en realidad.

—Pues para ser un intento, te supera en todos los sentidos —escupí frenando mi recorrido. Ernesto endureció sus facciones, golpeé su ego—. Déjame en paz, lo nuestro acabo, voy a casarme con Taiyari —le informé para que dejara de fantasear con que regresaría. Su rostro fue cambiando de a poco, la seguridad se diluyó para cederle puesto al asombro, fue un momento de vulnerabilidad antes de buscar mi mano para alzarla con fuerza.

 —Buena mentira, Amanda, pero tendrás que planearlas mejor —expuso enseñando mis dedos desnudos. Le arrebaté mi palma, quería que dejara de tratarme como una muñeca.

—No necesito un anillo para comprobar lo que siento. Tampoco me interesa que me creas, si dudas pregúntale a mamá —concluí encogiéndome de hombros antes de darle un pequeño empujón al pasar a su lado.

—Escucha, la vida va a cobrarte todo lo que hiciste —dijo alzando la voz.

—Yo no hice nada malo —me defendí dando la vuelta, sin acercarme. Tenía mi consciencia tranquila. Jamás hice un daño por diversión. Ernesto se acercó en un par de zancadas para quedar a centímetros de mí, me tensé porque seguía teniendo ese efecto de poder en mí.

—Te revolcabas conmigo pensando en ese tipejo —me reclamó apretando los dientes, pese a la distancia me costó escucharlo. Descubrí el dolor y la frustración que inundó su mirada—. Odias a tu padre por los mismos errores que tú cometiste —acusó—. Lo invitaste a nuestra boda a sabiendas que sí él te pedía se escaparas lo harías sin pensarlo. Niégame si no es verdad —insistió. Apreté los labios sin tener respuesta—. Deja de hacerte la inocente, Amanda. ¿Te obligué a decirme que me amabas cuando sabías perfectamente que lo querías a él?

—No te hagas la víctima, no te queda —lo interrumpí harta de sus reclamos—. Y si me equivoqué, lo siento, pero eso no cambia el presente. No te quiero —concluí tajante, era inútil volver a rasgar la cicatriz. Ernesto se llenó de rabia al no tentarme a las dudas. Nunca más caería en sus chantajes—. Ojalá encuentres quien si lo haga y cuando suceda no la lastimes como lo hiciste conmigo —me despedí. 

—Te vas a arrepentir, Amanda. Todo en esta vida se paga —gritó a lo lejos. No lo escuché. Ya no volvería a sucumbir a sus voz, mis oídos se volvieron sordos a sus palabras y la cadena que por un tiempo nos unió al fin se rompió.

Una pequeña cafetería fue el escenario neutral que escogí para mi peor batalla. Una hora tranquila, con pocos clientes en las mesas, sin murmullos, preparándome por si mis emociones me dominaban sobre el sentido común. No era tan fuerte, e incluso cuando intentara serlo, él era mi excepción a la regla. Sabía que una palabra sería suficiente para terminar con mi juicio.

—¿Amanda?

Esa fue la mía.

Pasé saliva nerviosa antes de alzar temerosa la mirada. Me sentí tan pequeña, sabía era imposible mantenerme en pie si me levantaba a recibirlo. Aprecié algunas canas y arrugas nuevas en su rostro familia. Me quedé congelada, analizando cada detalle. Fue como volver a ser una niña enfrentándose al monstruo del armario.

—¿Estás bien? —Su voz arrugó mi corazón—. Desde que me llamaste estoy muy preocupado.

—No tienes por qué —aclaré con frialdad.

Él suspiró aliviado, tomando asiento frente a mí. Le miré desconfiada, una cruel broma, antes era quien que me guardaba mis secretos, por desgracia él siempre escondió los suyos.

—Entonces, ¿te gustaría que charláramos? —me preguntó con una triste sonrisa. Una punzada de dolor me atravesó al verlo tan deteriorado. Parecía que había pasado un siglo desde nuestra última plática.

—No —lo frené porque mi propósito no era abrir heridas viejas, ni perdonarlo—. Solo quería dejarte mi número por si algún día necesitas comunicarte conmigo en una emergencia. Estaré fuera del país.

—¿Saldrás de México? —No escondió la curiosidad. Yo actué que no afectaba su interés.

—Me iré a vivir con Taiyari a Colombia —le expliqué.

—¿Taiyari? —lo pronunció despacio, como si con eso pudiera traerlo a su mente—. He escuchado ese nombre antes, ¿dónde?

—Era mi mejor amigo en la preparatoria —recordé con una sonrisa, olvidándome con quien hablaba. Agité mi cabeza para no rendirme a la melancolía—. No hay tanto chicos con ese nombre.

—Estoy un poco confundido. Lo último que supe de ti, por algunos conocidos, es que te casarías, hace unos meses —dijo. No lo negué, aunque fue clara mi molestia por su intromisión.

—No quiero hablar de eso.

—Amanda, escucha, no me parece correcto hacer grandes compromisos de un día a otro —me aconsejó cansado, como si tuviera algún derecho. Fruncí las cejas—. No está bien ser tan inestable en tus relaciones y cambiar de pareja con tal facilidad.

Yo aguanté una risa sin poder creer que él me diera semejante enseñanza.

—Para tu información no engañé a Ernesto con Taiyari. Empecé mi relación después de terminar con él. Taiyari no merecía ser un segundo lugar —me defendí de su acusación. Papá lució avergonzado, aunque sí acepto que hablé un poco brusca—. Lamento no haber seguido tu ejemplo.

—Amanda, lo que sucedió con tu mamá...

—No quiero escucharlo —le frené.

—Me equivoqué —aceptó con pena. Resoplé, faltaría más que lo negara—. No supe manejar las cosas. Lo último que quería era hacerte daño, por eso lo mantuve en silencio.

—Pues eso fue lo que lograste —escupí fastidiada de su falsa disculpa.

—Pensé en divorcio cientos de veces antes porque... Porque ya no la amaba. Y tú ahora debes saber que por más que te esfuerces, cuando no hay amor, luchar es en vano, la única razón que me detenía eras tú. No quería que sufrieras, sabía lo que te afectaría un divorcio.

Al final pasó lo inevitable. Las mentiras siempre salen a la luz, y mientras más se retienen, mayor es su daño.

—No te juzgo por dejar de quererla, pero sí por mentirnos —reclamé haciéndole ver la realidad—. Porque me hiciste sentir culpable muchas veces por pedirte atención, atención que era mi derecho, solo para justificar tus errores.

Papá bajó la cabeza, apenado por mi arrolladora sinceridad. No me mordí la lengua.

—Tienes razón, terminé afectándote de todos modos —susurró con un tono triste que alteró mis nervios, porque odiaba sentir lástima por él, no la merecía.

—Y no sabes cuánto me lastimaste —exploté, harta de callarme—. Me costó tanto creer en mí —sollocé—, acepté mil cosas con tal de mantener a las persona a mi lado por el miedo a que me abandonaran.

No negaba mi total responsabilidad en la relación enfermiza con Ernesto, pero su traición había sido una de las razones escondidas de mis inseguridades. Y eso tampoco podía perdonárselo.

—Lo siento tanto, Amanda. He sido un imbécil. No pienses que no te quiero, hija. Me dolió tanto que me pidieras me apartaras porque siempre has sido mi niña. Perdóname —me suplicó. Yo apenas podía verlo, las lágrimas me nublaban la vista—. Ya no eres esa bebé que cuidé... Ahora que te convertiste en una mujer sé que lo harás mucho mejor que yo. No soy nadie para pedirte esto... Pero, por favor, tienes que perdonarme —me pidió llorando. Era la primera vez que lo veía quebrarse ante mis ojos. Resistí los deseos de consolarlo. No supe qué hacer.

—No estoy aquí para eso, si fuera por mí, jamás te hubiera vuelto a ver —le confesé, esperando le doliera y sintiéndome inmediatamente culpable por lograrlo. Era esa lucha entre mi resentimiento y madurez. Apreté los labios lamentándome ser tan infantil—. Si estoy aquí es por Taiyari. Él fue quien me pidió que me reuniera contigo —dije limpiándome la cara—, pero fue una mala idea. Nunca debí hacerle caso —susurré para mí porque me dolía mucho tener que enfrentarme al hecho más traumático de mi vida. Me levanté dispuesta a irme, pero él me detuvo tomándome del brazo. Escapó un sollozo de mis labios, hacía todo tan difícil. 

—Amanda, agradecérselo de mi parte —me pidió cuidadoso, sorprendiéndome—. Estoy feliz de saber de ti, volver a verte es mi mayor consuelo... Extrañaba mucho tus ojos, hijita —confesó rompiendo mi corazón.

Quise abrazarlo, olvidando el pasado, en esa necesidad de sentirme querida por él cuando una llamada entrante a mi celular se interpuso. Me solté despacio para revisar el número de la pantalla. Un cosquilleo nervioso recorrió mi espalda al reconocerlo.

—¿Pasa algo malo? —me preguntó papá al verme perder color. No lo escuché, concentrada en contestar, deseando que mis absurdos miedos se disolvieran con la voz del otro lado de la línea.

—¿Bueno?

—Amanda. Lamento molestarte...

—¿Todo bien por allá? —curioseé intentando sonar relajada, aunque fallé, por dentro el corazón me latía con tanta prisa que me dolía el pecho. Mi voz flaqueó relevando mi inseguridad.

—Por desgracia no —confesó Abril. El tiempo se detuvo en mi mundo. Sus palabras se convirtieron en un eco, la melodía de mi peor pesadilla—. Las cosas se complicaron. Taiyari está internado en el hospital por una neumonía. Yo sé que es egoísta pedirte que vuelvas cuando acabas de marcharte, pero te agradecería con mi vida estuvieras aquí con nosotros —me pidió llorando en la última sílaba.

—¿Neumonía? —balbuceé.

Lo sabía, todos lo hacíamos, si un día recibíamos una llamada como esta sería a causa de problemas respiraciones o su corazón. Para eso eran los controles frecuentes, los exámenes, las pruebas médicas. La razón por la que siempre le pedía se cuidara.

—Voy para allá ahora mismo. ¿Taiyari se pondrá bien, verdad? —me esperancé en su respuesta. Un sí era lo único que lograría respirara tranquila.

Uno que no llegó.

—Recemos que sí.

Colgué para no perder más tiempo o quizás evitando palabras más dolorosas que destruyeran mi fe. Hice un cálculo rápido de los minutos antes de llegar a su lado. Quería cerrar los ojos y aparecer en Medellín, pero no tenía aquel poder. Ese día descubría que habría muchos deseos que no cumpliría.

—Tengo que regresar —le avisé a papá, desorientada. Olvidé donde estaba la puerta, mis pies se enredaron al igual que mis ideas.

—¿A dónde vas?

—A casa antes de irme al aeropuerto —solté en un murmullo.

—¿Quieres que te lleve?

Pese a que mi orgullo le hubiera gustado negarse, mis nervios aceptaron sin dudarlo, porque en ese instante no me importaban las viejas peleas, lo que sucediera conmigo. Todo aquello que tenía valor hace quince minutos perdió sentido comparándolo con su bienestar. Lo único que me interesaba era que Taiyari se recuperara cuanto antes, escuchar de su propia boca que todo iría bien, que estaríamos juntos, porque así debía ser. Nada malo podía pasarle. No a él.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro