Jan III

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Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.

Domingo 22 del mes once.

«Ahnyei Wisdel», pensó en ella mientras caminaba con los puños aún tensos.
El vientecillo frío aclaraba sus ideas.

Mantendría su pequeño encuentro en privado. De no mencionarla, tal vez su padre pasaría por alto su infracción.

O tal vez no.

Remembró la plática que tuvo con Hans al día siguiente, cuando aún se encontraba en el hospital.

Después de disculparse en repetidas ocasiones por casi haberlo matado y por estrellar su Vielik le contó sobre ella.

—¿Quién es? —preguntó Jan, con inmensa curiosidad—. Me parece familiar.

—Tal vez la hayas visto antes. Es decir, es conocida en el pueblo, o algo así.

—¿Cómo se llama?

—Ahnyei Wisdel —respondió Hans—. Es la hija o sobrina de aquel famoso arquitecto.

Jan se quedó pensativo.

—Claro que no tendrías por qué recordarla —añadió Hans—. Nunca estás aquí y ella siempre está recluida en su casa, con su madre, o los fines de semana en su tienda en el Mercado de los Soles, debo admitir que, aunque es algo extraña, es una verdadera artista. Llegaron a vivir a Pilastra hace casi diez años.

—Diez años...

—Sí. Bueno. Lo único que sé es que al volver al auto, ella te había quitado aquel enorme trozo de vidrio. No sé cómo diablos lo hizo sin que te desangraras. Los paramédicos me felicitaron, dijeron que te había salvado la vida. Por supuesto, no había sido yo. Pero para ese entonces, la chica rara, es decir, ella, ya se había marchado.

—¿Qué estaba haciendo ahí? —Jan se incorporó un poco en su cama—. ¿Caminando sola en las afueras de la ciudad?

—Amigo —Hans se encogió de hombros—. ¿Qué te puedo decir? Ella es extraña.

—Pero salvó mi vida.

—Creo que sí... —Hans se sentía incómodo, hasta cierto punto parecía ofendido; como si a Jan no le importara que hubiera caminado cuatro millas herido para conseguir ayuda.

—Hey... sé que tú también lo hiciste, estoy en deuda contigo.

Hans pareció aliviado.

—No podré verte en un tiempo, amigo. Al menos hasta que las cosas se suavicen un poco. Tu padre no quiere saber nada de mí. Tu madre me ha dejado visitarte solo porque ella es diferente, pero tengo pavor de enfrentarme con el terrible Mason.

Jan rio. Se sentía como un niño pequeño, controlado por sus padres.

—Sabes que no durará.

Hans era su amigo en Pilastra, el mejor. El único que sabía y respetaba su secreto, pertenecía a un estrato social más bajo pero respetable, su padre era uno de los maestros del Colegio de Oficios de Pilastra. Esa no era la primera ni la única de sus andanzas que terminaba en un problema que no pudiera resolverse.

—En cuanto a tu auto...

—No te preocupes —dijo Jan—. El seguro se encargará de todo.

«El seguro se encargará de venderlo por partes».

Hans suspiró aliviado, quitándose un gran peso de encima. Nunca podría pagar una deuda así y Jan lo sabía.

—¡Me alegro! Aun así, sigo apenado, por favor dime si puedo ayudarte en algo más.

—¿Podrías llamar a Beka? Quisiera verla.

—Estuvo aquí mientras estuviste inconsciente, pero tuvo que regresar, sabes que no le gusta separarse muchas horas de su hermano cuando no están sus padres.

—Oh... —Jan se sintió apenado. Lamentaba sumar a la vida de Beka una preocupación más con su comportamiento.

—La llamaré nuevamente, le diré que has despertado.

—Gracias...

—Jan, es una buena chica
¿Por qué no piensas en formalizar con ella?

—Lo que tenemos es formal.

—Sí claro. Si para ti algo formal significa verla solo en las festividades y vacaciones...

Jan miró hacia el otro lado de la habitación.

—Sabes perfectamente que es todo lo que puedo ofrecerle.

Después de que Hans se marchó, Jan se sumió en sus pensamientos. Trató de acomodarse un poco mejor. Los analgésicos abandonaban su cuerpo y empezaba a sentir dolor. La cirugía había sido un éxito, pero eran los clavos que ceñían su carne lo que en realidad le preocupaba. ¿En realidad podría volver a cazar en esa condición? ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que se encontrara con el siguiente?

Luego la recordó, a ella, a Ahnyei. No era más que una niña escuálida, ojerosa, de piel tan blanca que parecía un fantasma, de unos nueve o diez años. Sí que la había visto, en el encendido del árbol de la fiesta invernal, en el mercado, la biblioteca, pero jamás había cruzado palabra con ella. Ahora se veía diferente, había crecido en estatura y madurez.

La duda aún lo molestaba, ¿qué era lo que realmente había sucedido esa noche? Pensó que moriría, luego los profundos ojos de Ahnyei lo reconfortaron y el dolor se fue. Pero ese olor —como a violetas y peculiar de aquellos seres—, era lo que lo desconcertaba.

Jan regresó al presente, detuvo su paso para otear hacia atrás. Apenas visible —como una mancha o borrón— ella aún seguía de pie, mirando en su dirección.

Cerró los ojos emulando el recuerdo de aquella noche. El aroma volvió y penetró sus sentidos. Sintió como el suelo desaparecía debajo de él.

Conocía esa sensación, el sabor a la sangre metalizada en su boca. Miró sus manos y casi pudo verlas teñidas de rojo.

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