Capítulo II

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CAPÍTULO II

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Prince parecía más callado que de costumbre.

No había relinchado como solía hacer a menudo cuando hablaba con él sobre su día, mientras que Dorothy, Dan e incluso el somnoliento Viejo Scott habían entablado conversación: habían soltado más de un bufido que se asemejaba a una risa burlona, y a Rachel no le había gustado en absoluto ver cómo se reían de su situación.

Los hermanos Pevensie parecían ser buena gente, pero no eran Joshua. Y lo necesitaba a él.

—¿Qué te ocurre, amigo? —le preguntó—. ¿Estás aburrido?

No recibió respuesta y suspiró. 

—Debes poner de tu parte en una conversación, Prince.

Debes poner de tu parte.

Rachel suspiró al pensar en aquello que podría aplicarse también a ella misma.

No había hablado mucho más con los hermanos durante la cena, y aprovechó que la cena estaba, como bien había predicho, deliciosa, para no hablar mucho durante la comida.

Había sido muy reservada y seca con ellos desde que les guió hasta sus habitaciones. Después de terminar de comer, de hecho, se excusó y se dirigió a los establos de nuevo, y allí había permanecido desde las siete y media de la tarde.

Tal vez ya eran las nueve cuando Rachel se despidió de los caballos, y Prince había permanecido muy callado todo el tiempo. 

Apenas se podía ver algo afuera, aunque las luces de la mansión iluminaban lo suficiente para guiarla hasta ella. Hacía bastante frío, sin embargo, y su chaqueta no parecía abrigarla lo suficiente, así que permaneció tiritando un buen rato después de haber entrado. 

Había mucha humedad en el ambiente, y el frío parecía haberse empeñado en rodearla por completo incluso después de haberse duchado y puesto su camisón y una bata. 

Después de despedirse de su tío, que la despidió con un beso de buenas noches en la cabeza, se dispuso a ir a su dormitorio en un principio, pero sus pies la llevaron a la segunda planta, exactamente, al pasillo que daba a las habitaciones de los Pevensie.

Rachel detuvo su andar y se acomodó mejor su bata al escucharlos hablar en la habitación de Susan y Lucy; parecían estar charlando acerca de su día.

Sostuvo entre sus manos su muñeca y la miró. Sabía que debería haber tratado mejor a los hermanos, pero había sentido envidia al verlos a los cuatro juntos, mientras ella se encontraba a cientos de miles de millas de Joshua. 

¿Dónde estaba en aquel momento? ¿Estaba a salvo? ¿Qué rondaba por su cabeza? ¿Había descansado bien? ¿Estaría pensando en ella en ese preciso momento?

Rachel exhaló un suspiro y abrazó la muñeca. Con pasos un tanto titubeantes, se acercó a la puerta, que se hallaba medio cerrada, y alzó el puño para tocar. Sin embargo, hubo algo que impidió que llamara a la puerta.

—¿Crees que le caemos mal a Rachel? —preguntó Lucy con cierta tristeza, y su voz llegó al pasillo—. No ha querido pasar tiempo con nosotros.

—Claro que no, Lu. Seguro que tenía cosas que hacer —Escuchó a Susan contestarle, aunque percibió duda en su voz.

—Pues a mí me parece que es una antipática —comentó Edmund, y bufó después.

—No es como si tú fueras el más indicado para decir eso, Ed —replicó Peter y, con tono reconciliador, se dirigió a su hermana menor—. No te preocupes, Lu. A lo mejor mañana podemos hablar con ella —le dijo, y luego decidió cambiar de tema—. Pero, escuchen, hemos tenido muchísima suerte, sin lugar a dudas…

Rachel dejó caer su brazo junto a su costado, y retrocedió unos pasos, mientras sentía cómo las lágrimas comenzaban a abrirse camino por su rostro. Se mordió el labio con fuerza para no emitir ningún sonido que pudiera alertarles de su presencia y, tras dar unos pasos en la dirección que había seguido para llegar hasta allí, se marchó del pasillo corriendo.

«Piensan que soy una antipática», pensó ella entre sollozos, los cuales se volvían más sonoros a medida que se acercaba a su dormitorio.

Una vez llegó a este, se cubrió hasta las orejas con las sábanas y la colcha, y fingió dormir. Si fingía hacerlo, llegaría a quedarse dormida en algún momento, y entonces todos sus problemas desaparecerían durante unas horas.

Esperaba poder conciliar el sueño pronto.

«La señora Macready va a ir a la oficina de correos mañana», se dijo en voz baja. «Tal vez haya una carta de casa…de Joshua.»

Ese pensamiento fue lo suficientemente bueno como para permitirle dormirse al cabo de unos diez minutos, aunque al despertar aún conservaba un rastro de lágrimas junto a los ojos. 

El día siguiente, para desgracia de los niños, amaneció lloviendo, por lo que los Pevensie no pudieron explorar las inmediaciones de la mansión ni ver los animales, como habían querido hacer, mientras que Rachel no pudo saber si había recibido alguna carta, puesto que la señora Macready no salió debido al tiempo.

Además, para empeorar la situación, ni siquiera pudo pasar tiempo con los caballos, ya que el frío de la noche anterior había hecho que pillara un resfriado. 

El profesor Kirke le trajo más mantas esa mañana, así como una infusión para hacerla sentir mejor y que se recuperara pronto, y Rachel permaneció en cama con fiebre hasta las ocho. 

Pudo escuchar que los hermanos Pevensie despertaron alrededor de las nueve de la mañana, y oírlos charlar y quejarse del tiempo mientras cruzaban el pasillo que llevaba a su habitación tras haber desayunado hizo que se le revolviera el estómago, pues las palabras de Edmund y Lucy aún resonaban en sus oídos como si las acabara de escuchar. 

—¡Esperen! 

La voz de Lucy llamó su atención, y escuchó con horror cómo sus pasos sonaban con más fuerza mientras se acercaban los hermanos a su habitación. 

Tres toques en la puerta fueron todo lo que necesitó Rachel para fingir estar dormida por unos segundos, aunque la pregunta de Susan le hizo cambiar de opinión:

—¿Estás despierta, Rachel? ¿Necesitas que te traigamos algo? 

—¿Quieres otra infusión? —inquirió Lucy. 

Rachel negó con la cabeza, pero se percató de que no podían verla segundos después. 

Tras considerarlo durante unos instantes, habló:

—Pueden pasar… 

Susan y Lucy entraron de inmediato, y la pequeña fue quien se aproximó más a ella, entristeciéndose al verla en ese estado. 

—Debiste haberte abrigado más. Ayer hacía mucho frío. —dijo Lucy en tono amable, aunque sonaba como una reprimenda. 

Susan se acercó a la ventana de la habitación. 

—Y con razón hacía tanto frío anoche —comentó, asombrada al ver la fuerte lluvia que azotaba la mansión, los establos y el bosque a lo lejos—. El tiempo estaba advirtiendo de que iba a llover a cántaros hoy. 

Rachel asintió, y tosió un poco. 

—Ya, bueno… —suspiró—, quería pasar tiempo con Prince.

Lucy la miró con curiosidad. 

—¿Quién es Prince? 

Susan esbozó una sonrisa divertida:

—¿Será que tienes un príncipe azul? 

Rachel no pudo evitar reír un poco al escucharla, y las dos se unieron a sus risas. 

—Prince es mi caballo favorito de los que tiene mi tío —les informó y sus ojos brillaron al hablar de él—. Lo conozco desde que tenía unos siete u ocho años.

Lucy y Susan la escucharon hablar de él con atención, y sonrieron al ver que se encontraba más relajada que el día anterior mientras se desenvolvía hablando sobre algo que le apasionaba.

Rachel estaba sonriendo y parecía mucho más animada.

—No seas cotilla, Ed. Está mal escuchar conversaciones ajenas. 

La voz de Peter, que provenía del pasillo, hizo que Rachel callara de repente, y estornudó en el pañuelo de tela que le había dejado su tío. 

—¡Lo dices como si tú no hubieras estado escuchando! —protestó el niño, molesto. 

Susan puso los ojos en blanco al oír a sus hermanos discutir. 

—Chicos, si quieren entrar, tan solo han de preguntar. 

Lucy y Susan miraron a Rachel, y esta última se vio en un aprieto en ese momento. 

Una cosa era que Lucy y Susan estuvieran con ella; al principio se había sentido un tanto incómoda, pero las dos hermanas la habían hecho sentirse un poco mejor. Sin embargo, Peter y Edmund eran chicos, y le daba vergüenza que la vieran en ese estado. Apenas había salido de la cama esa mañana, y estaba sudando; aún tenía unas décimas de fiebre.

—De todas formas, ¡no estaba escuchando! Cuando empezó a hablar más alto, no pude evitarlo —dijo Edmund, y añadió, como para ser claro—: Estoy fuera de la habitación, pero no estoy sordo.

Lucy, haciendo caso omiso a lo que decía su hermano, repuso:

—Edmund es muy cotilla.

Rachel sonrió, y escuchó cómo el mencionado se defendía a duras penas.

Entonces, las palabras que le oyó decir la noche anterior acudieron a su mente, y sintió una punzada en el pecho. Dejándose llevar por la amargura de tal recuerdo, decidió hablar.

—No es por ser antipática —dijo ella tras un rato, tapándose mejor con las sábanas—, pero preferiría que no entrase nadie más.

Imaginarse el rostro perplejo y avergonzado de Edmund le produjo una inmensa satisfacción en el momento de decir aquello, pero semejante satisfacción se desvaneció al cabo de unos segundos, y Rachel dejó de sentirse bien.

—Bueno, sentimos molestarla, Su Majestad —replicó Edmund, irritado—. ¿No íbamos a continuar explorando la casa?

Peter exhaló un suspiro ante la actitud de su hermano, y ante la certeza de que Rachel les había escuchado hablar entre ellos la noche previa.

—Podemos hacerlo más tarde, Ed —contestó él, y se dirigió a Rachel—. Sentimos haber hablado anoche así, Rachel.

Lucy volteó hacia ella con mirada triste.

—No sabíamos por qué no querías hablar con nosotros… Pero nos alegra verte mejor hoy —añadió, aunque luego se corrigió atropelladamente—, aunque siento que hayas enfermado.

Rachel bajó la mirada y sacó su muñeca de debajo de las sábanas. Se limitó a contemplarla durante un rato, sintiendo que no había nada que pudiera decir al respecto. Además, después de lo sucedido hacía un momento, había perdido las ganas de continuar hablando. 

Había creído que se sentiría mejor después de devolverle la misma moneda a Edmund, pero lo cierto es que había resultado ser todo lo contrario: se sentía peor que antes, y no tenía ganas de hablar con nadie. Al mismo tiempo, le dolía pensar en lo que estaría rondando por las mentes de todos los Pevensie.

Rachel exhaló un suspiro.

—No se preocupen por mí —dijo en voz baja, volviéndose a recostar como si quisiera seguir durmiendo—, y vayan a explorar la casa. Hay un sinfín de cosas que ver.

Susan y Lucy se miraron entre ellas, y luego la observaron en silencio. Parecía haberse encerrado en ella misma, al igual que el día anterior.

Lucy abrió la boca para replicar, pero Susan apoyó una mano sobre su hombro, pues no creía que fuera el momento idóneo para seguir charlando.

—Tal vez sea mejor que descanse, Lucy —le dijo, y luego volteó hacia Rachel—. Esperamos que te recuperes pronto, Rachel.

La niña no respondió, y las hermanas salieron de la habitación en silencio.

Uno de los cuatro Pevensie cerró la puerta, y la niña mantuvo sus ojos fijos en los de la muñeca mientras escuchaba el eco de sus voces y pisadas alejándose por el pasillo.

Sus ojos se llenaron de lágrimas nuevamente, y abrazó la muñeca con fuerza.

—Hermano —dijo al aire entre sollozos, estremeciéndose ante el frío de las lágrimas que derramaba—, hermano, vuelve a casa pronto. Te necesito a ti.

Rachel no tardó en dormirse, aunque las lágrimas la acompañaron incluso en sueños.

Al despertar no recordaría qué había soñado, pero se levantaría con una sensación de desasosiego y soledad en el pecho.

No volvió a ver a los hermanos hasta la mañana del día siguiente, pues se encontraba mejor y su tío consideró que lo mejor sería que fuera a comer junto con todos los demás.

Solamente se encontraba un poco congestionada, pero no tenía fiebre y se encontraba con más fuerzas que antes. Además, si salía, le había asegurado a su tío que se abrigaría con una chaqueta más adecuada, pero lo cierto es que el día había amanecido soleado y Rachel se sentía ilusionada por poder respirar (aun si fuera a duras penas) aire fresco.

Recordaba que su hermano le había dicho alguna vez que allí el aire era más puro y, por consiguiente, estar fuera le haría bien a su salud.

—Hace una mañana espléndida —comentó Susan con una sonrisa mientras desayunaban—. ¿Cómo te encuentras, Rachel?

—Mucho mejor, muchas gracias —respondió y volteó hacia la ventana que se encontraba más cerca de ella—. Sí, el día está precioso.

Lucy mantuvo su mirada fija en el plato durante todo el desayuno y apenas probó un bocado. Su mirada, al contrario que de costumbre, se hallaba apagada, y un aire de profunda tristeza parecía rodearla.

Rachel no tardó en percatarse de su desánimo, pero no se atrevió a acercarse a ella y preguntarle acerca de lo sucedido. Temía ser una entrometida si lo hacía, y no consideraba que, después de la escena que había ocasionado el día anterior, era buena idea acercarse a ella para entablar una conversación como si nada.

Por ello, en lugar de ir junto a los Pevensie, Rachel decidió buscar el mejor de sus abrigos (por si necesitara utilizarlo si el tiempo empeoraba) y se dirigió a los establos para cepillar a Prince, el Viejo Scott, Dorothy y Dan. Betty, que era quien se encargaba de hacerlo habitualmente, le había enseñado a cepillarlos meses atrás después de sus insistentes súplicas, y Rachel consideraba que ya era muy buena en el cuidado de los caballos. No solo sabía cepillarlos, sino también prepararles el heno y llenar los bebederos de agua. También sabía limpiar las cuadras (lo había visto hacer cientos de veces), pero normalmente le dejaba ese trabajo a Betty, pues le daba mucho asco el olor a estiércol.

Esa tarde terminó de cepillarlos más pronto de lo normal, y fue entonces cuando acarició el lomo de Prince y se detuvo a imaginar que colocaba una silla de montar sobre él para cabalgar por los alrededores y explorar los bosques que cercaban la propiedad del tío Kirke.

—Algún día iré a esos bosques contigo, amigo —dijo Rachel y asintió con determinación, y continuó acariciando su quijada mientras canturreaba en voz baja—. Someday my Prince and I...will soar across the sky.

Rachel sonrió.

And we'll go climb up the highest hill... And it'll be just the sun, you and me.

Sonrió y colocó su muñeca sobre el lomo de Prince.

Unas pisadas sobre la paja de los establos sobresaltaron a Rachel, y la muñeca cayó al suelo.

La cogió con cuidado, y volteó, asustada.

—¿Quién anda ahí?

Lucy se asomó tras la puerta de madera y, en vez de reprocharle que hubiera estado espiándola, la dejó entrar. Siguió acariciando al caballo, pero esta vez en silencio.

Quizás, si fingía que no había cantado, Lucy no hablaría del tema.

—Así que este es Prince —comentó Lucy en voz baja tras unos segundos, y se acercó cautelosamente.

Rachel asintió.

—Es mi Prince —Sonrió al recordar la cancioncilla y la broma que había dicho Susan el día anterior—, sí. He cepillado ya a todos los caballos, aunque siempre me gusta pasar más tiempo con él.

La niña asintió en silencio, y continuó observando al caballo mientras parecía encontrarse debatiendo sobre algo en su interior. No se decidía a hablar, al menos, de momento, por lo que Rachel continuó acariciando a Prince y riendo levemente cuando este movía la cabeza hacia ella, como buscándola e indicando dónde quería que le rascara.

Se mantuvieron de esa forma durante varios minutos: Rachel junto a Prince, y Lucy observándola sin mediar palabra, como titubeando.

No fue hasta un buen rato después que la más pequeña de los Pevensie se armó de valor para hablar:

—Rachel —dijo, y la mencionada la miró—, ¿antes estabas hablando con Prince?

La niña se ruborizó y le dio la espalda, sumamente avergonzada, pues solía hablarle cuando no había nadie más cerca. Ni siquiera se permitía el lujo de hablarle o cantarle cuando Betty rondaba por los establos.

—Sí —dijo finalmente en un hilo de voz.

Lucy pareció feliz ante su respuesta, y se acercó más a ella, como si hubiera recuperado todas sus energías de golpe. La tristeza que antes inundaba su mirada había desaparecido.

—¿Y me creerías —comenzó, con la esperanza rutilando en sus ojos—, si te dijera que hay un mundo mágico con criaturas que hablan dentro del armario que hay arriba?

Rachel tardó en procesar aquella pregunta, pues se hallaba pensando en que debía ser más cuidadosa cuando estuviera con su caballo a fin de que nadie más la viera canturreando a su lado, pero, cuando lo hizo, dejó de acariciar a Prince y volteó hacia ella.

—¿Un… mundo mágico?

Lucy asintió efusivamente.

—¡Exacto! Uno en el que das a un gran bosque, en el que es invierno desde hace mucho por culpa de la Bruja Blanca, y en el que hay un fauno llamado señor Tumnus.

La verdad era que no esperaba aquello, y procesar toda la información que Lucy le estaba brindando acerca de ese mundo requería esfuerzo.

—¿Estás segura de que no lo estás imaginando? —preguntó en un tono de voz muy bajo, como si de esa forma fuera a ofender a Lucy lo menos posible.

La pequeña se cruzó de brazos y la luz de sus ojos flaqueó durante un instante.

—¡Claro que estoy segura! Lo vi con mis propios ojos ayer, Rachel —repuso ella, ofendida y con miedo de que, al igual que sus hermanos, no la creyera—. Ven y ve.

Rachel bajó la mirada al recordar el momento en el que había ido a investigar el armario también. Había creído oír una voz que la llamaba, y había estado convencida, al menos, durante unos instantes, de que esa voz provenía del armario. Pero ¿cómo era posible?

Pensó que, ciertamente, era demasiada coincidencia que le sucediera aquello el mismo día en que Lucy encontraría ese mundo mágico tiempo después. No obstante, ¿y si le estaba gastando una broma? Tal vez le había molestado que las hubiera tratado tan fríamente el día anterior y se estaba vengando; tal vez, de alguna forma, sabía acerca del incidente con la voz y se estaba burlando de ella. 

En el fondo sabía que aquello que rumiaba su mente era muy poco probable, pero lo cierto era que Rachel prefería aferrarse a esas posibilidades.

Aún sentía temor por explorar. Si apenas podía acercarse al bosque de la propiedad del tío Kirke, ¿cómo podría aventurarse en un mundo totalmente desconocido? No podía, no era capaz.

Por tanto, Rachel prefirió no creer, antes que reconocer el temor que le causaba creer.

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¡Muy buenas!
Espero que les guste este segundo capítulo.
Rachel siente cierto temor a creer a Lucy.
Ella no es valiente, y ni siquiera trató bien del todo a los hermanos. ¿Acaso podía confiar en ellos plenamente, además?
Abrir su corazón y confiar son cosas complicadas para Rachel...y no solo para ella.
Pero ¿no merece la pena hacerlo?

Por cierto, Rachel cantó una “versión inventada” (por mí) de la canción Someday My Prince Will Come de la película Blancanieves y los Siete Enanitos, que se estrenó a finales de los años 30. Dado que este libro tiene lugar en 1940, no sería raro que Rachel hubiera visto la película en el cine años atrás.
Inventarse letras de canciones es algo que yo hacía de pequeña, además, jaja.

¡Saludos a todos! Que pasen un buen día. ❤️

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