Capítulo III

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CAPÍTULO III

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Rachel se sintió feliz al ver que los siguientes días fueron soleados también. 

El tiempo era increíble, y no tardó en recuperarse por completo tras las tardes en el campo.

Ese día en concreto estaba recostada en la hierba, leyendo y viendo cómo los Pevensie trataban en vano de subir un árbol.

—Te vas a partir la crisma —murmuró Rachel en voz baja, con la mirada fija en el libro de El Hobbit que le había prestado su tío—, si sigues subiendo por ese lado, Edmund.

El niño se puso rojo de la vergüenza y frunció el ceño.

—¡Yo sé lo que hago! —se quejó y fijó su mirada en Lucy, que se encontraba junto a Rachel, como mirando las páginas de la novela sin prestar atención realmente—. ¡No como mi hermana, que se pasa el día buscando mundos mágicos por la casa del profesor! Dime, Lucy, ¿has encontrado algún otro país en los armarios o alacenas de la casa?

La menor de los Pevensie desvió la mirada y le dio la espalda a su hermano, y sollozó en silencio, mientras Rachel la contemplaba con tristeza y Peter y Susan regañaban a Edmund.

Se limitó a acariciarle el hombro, como tratando de consolarla, pero Rachel sabía que, hiciera lo que hiciera, el desánimo de Lucy no iba a desaparecer fácilmente.

Por eso, un día la invitó a ir con ella a los establos. Le enseñó los nombres de cada uno de los caballos, así como las formas en que hay que cepillarlos, darles de comer y le explicó (únicamente mediante palabras) cómo limpiar los excrementos. También le contó que Prince podía parecer intimidante, pero que, en realidad, cuando se le conocía, era muy amigable. Dorothy y Dan, los dos hermanos, eran dos purasangre ingleses mansos y tranquilos normalmente, pero escondían un carácter socarrón que solo ella conocía. El Viejo Scott, según dijo, no se movía mucho, aunque se le sacaba a pasear cada ciertos días para que no se debilitaran demasiado sus patas. Tenía casi veintidós años.

—Es muy bueno, en realidad —dijo, acariciándolo—, solo que no tiene tanta energía como antes, pero disfruta de sus paseos.

—Son muy hermosos —dijo Lucy—, aunque conozco a alguien que dice que sus pezuñas son mejores…

Nuevamente, Lucy se calló y se sumió en la tristeza que conllevaba que nadie la creyera, y Rachel tan solo pudo mirarla sin decir nada.

Sin embargo, eso no la detuvo en intentar descubrir ese mundo mágico del armario en los días que siguieron. Lo intentaba una y otra vez, pero el fondo del armario iba a su encuentro todas y cada una de las veces, rompiendo sus esperanzas.

—Lo siento, Lucy —dijo en una de esas ocasiones en un susurro, a pesar de que se hallaba sola en la habitación—, pero no veo nada.

Otro de los días se dedicaron a darse un chapuzón y nadar en un pequeño lago que se encontraba en la propiedad del profesor Kirke, pero tanto Lucy como ella se limitaron a chapotear con los pies.

Rachel salpicó a Edmund varias veces a propósito, y Peter y Susan se unieron y comenzaron a salpicarse unos a otros. 

A pesar de que en las tardes así se pasaba un buen rato al aire libre, Rachel solía pensar en lo mucho que le encantaba el agua a su hermano, y sus sonrisas se apagaban al cabo de un tiempo. En esos momentos, tomaba la muñeca entre sus manos (siempre la llevaba consigo) y la contemplaba con nostalgia.

—Tu hermano debe de quererte mucho —dijo Peter ese día, viendo la muñeca—. Se parece mucho a ti. ¿Se llama Rachel?

—Sí, sé que me quiere. Yo también le quiero a él —dijo en voz baja, y la melancolía en su mirada hizo que Edmund dejara de chapotear para molestar a su hermana mayor y volteara hacia ella. Recordó, entonces, a su padre—. Pero no, se llama Anne, como mi madre.

Edmund bajó la mirada, entristecido.

Susan, percibiendo la triste atmósfera que se había hecho con todos los presentes, dijo:

—¡A que llego antes a ese lado del lago que todos ustedes!

Rachel rio al ver cómo casi todos los hermanos se peleaban para alcanzar el punto señalado por Susan.

Lucy rio por unos segundos.

Parecía que, a medida que transcurrían los días, Rachel se sentía más a gusto con los hermanos Pevensie, aunque no abría su corazón del todo con ellos.

Por las noches se sentaba a mirar la muñeca y recordar lo que le había dicho su hermano al entregársela.

Cuando me eches de menos, puedes abrazar esta muñeca. Pero pronto me darás un abrazo a mí.

—¿Cuánto tiempo es ese “pronto”, Joshua? —se quejó una noche y, enojada con su hermano, se echó a llorar.

Fue esa misma noche cuando oyó unos toques en la puerta y, al voltear, se encontró con Lucy y Susan. Habían bajado a la planta baja para conversar un poco con ella antes de dormir.

—Rachel, ¿estás bien?

Rachel las miró, con los ojos vidriosos, y continuó sollozando. No quería que la vieran así, pero esa pregunta la había roto por dentro. Era incapaz de fingir que no sucedía nada.

«No, no estoy bien. Todo está patas arriba», pensó, pero no dijo nada, y las abrazó cuando se acercaron a ella para consolarla.

—No hace falta que digas nada —le dijo Susan, sintiéndose mal por ella.

Lucy solo guardó silencio mientras la abrazaba, y Rachel continuó llorando. A pesar de que trataba de contener sus lágrimas, el hipo no tardó en aparecer y ese hecho tan solo la hizo sentir aún más frustrada: quería dejar de llorar, quería que el hipo desapareciera, quería que todo volviera a la normalidad, pero sabía que no sería posible.

—¡Quiero que…mi hermano vuelva! —exclamó entre lágrimas, arrojando su muñeca hacia la otra punta de la habitación, y se abrazó las piernas.

Susan suspiró con tristeza, viéndose impotente en semejante situación, y Lucy la abrazó con más fuerza.

—¿Rachel?

Aquella voz le pertenecía a Peter, no cabía duda, y no le sorprendió ver que tanto él como su hermano se hallaran detrás de la puerta, tal y como había sido la otra vez, una semana atrás.

Esa vez entraron en la habitación sin preguntar, sorprendidos al contemplar la escena: Rachel temblaba debido a los sollozos y al hipo, mientras Susan la estrechaba entre sus brazos y le acariciaba su cabello rizado, y Lucy la abrazaba en silencio, apoyando su mejilla en su hombro.

El hermano mayor de los Pevensie entró lentamente, y Edmund le siguió en silencio. Al ver la muñeca tendida en el suelo junto a la puerta, la tomó en sus manos y la observó sin decir nada. Sus ojos de tela parecían inmensamente tristes.

—N…nunca nos habíamos separado —logró decir Rachel tras varios minutos—, y quiero…quiero que volvamos a casa ya. A…a nuestra…auténtica casa.

Peter asintió.

—Es normal sentirse así, ¿sabes? Todo esto…es horrible.

Susan también quiso intervenir:

—Pero no estás sola en esto, Rachel —dijo con la voz ahogada, tratando de secar sus lágrimas—. Nos tienes a nosotros, tienes a tu tío…

—No podemos traer de vuelta a tu hermano —dijo Peter—, pero podemos alentarnos y fortalecernos unos a otros.

Entonces, Edmund pensó en soltar una broma sobre lo que su hermano había dicho, pero algo le hizo callar. En su lugar, dejó la muñeca junto a Rachel y esta, al reparar en ello, la volvió a abrazar.

—Exacto —dijo Susan—, nos tenemos unos a otros. No podemos olvidarlo.

Lucy la miró. 

—Tu hermano seguro que está pensando en ti ahora —dijo—, y seguro que quiere que, cuando pienses en él, sonrías.

—Pero yo…yo le prometí que no volvería a sonreír hasta que lo viera de nuevo. —murmuró con la voz rota.

Los hermanos Pevensie se miraron. Luego, Susan habló:

—No creo que a él le parezca bien eso. Seguro que quiere que sonrías.

—¿Cómo voy a sonreír  si no está él?

Lucy se mantuvo en silencio durante unos instantes, y luego la miró a los ojos, rompiendo el abrazo.

—Rachel, tu hermano te quiere. Y cuando quieres a alguien, quieres verlo feliz —observó, y la mencionada no dijo nada al respecto—, así que recuérdalo, escríbele cartas, y sonríe para él. Dile que sonríes mucho y que piensas en él. Haz que sonría también cuando lea tus cartas.

La niña permaneció callada mientras acariciaba la pequeña cara de su muñeca y, tras unos instantes, volvió a llorar. 

Los hermanos no dijeron nada más, pero no se fueron de la habitación hasta que Rachel se encontró mejor. Susan y Lucy la abrazaron y dejaron que se desahogara, mientras los dos hermanos tan solo se limitaron a mirarla con tristeza.

En un momento determinado, cuando los sollozos de Rachel parecían ir perdiendo intensidad, Peter comenzó a canturrear en voz baja una canción:

We get lost lost lost lost lost lost lost at the Professor's
the whole day through
To get lost lost lost lost lost lost lost isn't what we exactly like to do
It ain't no maze to get lost quick
If you get lost lost lost among armors or countless books
Professor! Professor! Professor! Professor!
Can you tell us where to go?

Cuando en la habitación se hizo un silencio distinto al que había reinado hasta entonces, la voz de Peter se perdió en su garganta, y tanto sus hermanos como Rachel lo observaron sin decir nada.

La niña miró a Lucy, consciente de que ella había sido la única en escucharle cantar una versión parecida a Someday My Prince Will Come, de la película Blancanieves y los Siete Enanitos, y ella se encogió de hombros, comenzando a reír.

Pronto, a sus risas se unieron las de los demás niños, y el silencio y la tristeza que previamente se habían adueñado de cada rincón del cuarto de Rachel se vieron ahogados por las risas de los cuatro niños.

A pesar de que, en un principio, Rachel había temido que Lucy le hubiera contado a sus hermanos lo de su encuentro con ella cantando en los establos, la escena le había resultado tan cómica que su risa tan solo iba en aumento cada vez que pensaba en la titubeante voz de Peter cantando.

El susodicho, por su parte, parecía el único insatisfecho.

—¡Oye, solo pensé que podría animar el ambiente! —se defendió, pero eso solo causó que Edmund y Lucy rieran aún más fuerte.

—¿Y si actúas frente al profesor más tarde? —le preguntó Susan entre risas—. Creo que hay un piano en una habitación. Podría acompañarte.

Rachel y los demás continuaron riendo, y Peter negó con la cabeza ante la petición de su hermana, pero, al cabo de unos segundos, se le escaparon varias carcajadas también.

Rachel se limpió algunas lagrimillas que se habían asomado por sus ojos, y miró al hermano mayor de los Pevensie:

—Eso ha sido genial, Peter. En serio, ¿cuándo volveremos a verte actuar?

El mencionado negó con la cabeza.

—Creo que, tras mi primera actuación, voy a retirarme —Sonrió—. Es mejor irme cuando aún estoy en la cima.

Todos volvieron a reír y, esa vez, las risas causaron tal bullicio que la señora Macready apareció por el pasillo y tocó con fuerza la puerta. Escandalizada al verlos a todos allí, los sermoneó a gran voz e hizo que todos y cada uno de ellos regresaran a sus habitaciones.

Rachel, una vez sola, continuó riendo, y miró su muñeca. 

Anne parecía estar sonriendo también.

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¡Buenas! Espero que les guste. Estoy bastante satisfecha con la versión inventada de Peter de Heigh-Ho de Blancanieves, jajaja.

Parece que la relación con los hermanos Pevensie va a mejor, y Rachel les ha abierto más su corazón.

¡Nos veremos con la próxima actualización!

P. D. Díganme, ¿querrían escuchar a Peter cantando la versión completa de la canción tanto como Rachel, Susan, Edmund y Lucy? 😂😂😂😂

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