Capítulo 3

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La máquina del tiempo es mi invento, o eso es lo que intenté hacerle creer a mi hermano cuando prácticamente me lo llevé sin darle explicaciones. Pero no podía decirle toda la verdad. Hasta ese momento.

¿Cómo decirle a mi hermano que la máquina del tiempo era invención de su más grande enemigo?

Simple, no podía. El ruido de la máquina era demasiado fuerte, tan fuerte que por mucho que gritara cualquier explicación ni yo mismo me escuchaba. Excepto cuando pronuncié el nombre del susodicho y fue lo único que mi hermano logró leer de mis labios. Es lo único que le importaba, el Da Vinci ese que había muerto hace mucho y que ahora es la razón por la que mi hermano y yo pelearemos. No es porque sea adivino, sino porque lo acabo de llevar al año 1500.

Leí hace bastante una revista que hablaba sobre la salud mental y no sé qué, creo que era sobre superar cosas. En ella decía que para superar un miedo o algo que te diera rabia, debías de enfrentarlo. Si me pones a pensar, te digo que creo que no estoy en lo correcto y a lo mejor hablaba de otra cosa. Pero en su momento me sirvió para sentarme y pensar en cómo ayudar a mi hermano. En ese entonces estaba apenas en el colegio, así que mi mejor opción fue estudiar ingeniería. Lo investigué todo sobre Da Vinci, que sí, se parece demasiado a mi hermano.

En fin, conseguí los planos de construcción de la máquina del tiempo. Muchos creen a estas alturas que lo que intentaba hacer Da Vinci era crear lo que hoy conocemos como avión, pero yo enseguida supe que era. ¿Cómo no saberlo? ¡Había que ser idiota como para no darse cuenta del invento que cambió a la humanidad!

Eso lo creo yo, pero estoy seguro de que mi hermano no lo vería, ni que le pagaran un millón de dólares al mes, de esa forma.

El ruido de la máquina es algo que solo ocurre si viajas tan lejos, es como un vuelo de más de cuatro horas. Bueno, no. Es más como que en ese preciso momento no sabía que había una fuga porque, aunque los dos teníamos un peso más o menos normal, no lo calibré para llevar dos personas. K en especial no tenía ni idea de donde estaba y el sonido hizo que tuviera un pequeño tiempo para pensar en qué decirle ahora.

Sabía un par de cosas de la vida de Leonardo Da Vinci hasta ese momento, en 1499 los franceses habían atacado Milán, por lo que había huído hacia Venecia y después a Florencia; también que pronto pintaría la Mona Lisa o Gioconda; luego le pasarían demasiadas cosas que si escribo en este momento. K me asesinaría puesto que apresurarse, según él, no nos dejaría buen espacio para contar la verdad de lo ocurrido.

A ver, que me distraigo. Una vez se calló el ruido y nuestros oídos pudieron respirar, noté un par de cosas. En primer lugar, la puerta estaba abierta, y segundo que tenía un pitido fastidioso que no me dejaba en paz. Esto último descubrí que también padecía Da Vinci y que luego verán que tiene sentido, se los juro.

Salí de ahí con cuidado, porque el aterrizaje no estaba todavía listo y a saber dónde estábamos. Algo tenía muy claro y era que estábamos relativamente cerca de Da Vinci. Lo supe primero porque al mirar mis alrededores vi que era una habitación que olía a pintura. Me detuve al casi caerme con una cabeza. Grité del espanto.

—¿Qué pa...? —intentó decir K, pero se quedó mudo mirando al suelo.

Yo también miraba a esa cabeza con los ojos abiertos. Sí, ese señor se parecía a mi hermano. No mucho ya que tampoco era su dople... Dopleganga... Doplegenge... ¡Su doble! Que fastidio escribir, por algo también me conformé con ingeniería.

—¡Para eso me trajiste! —gritó mi hermano a todo pulmón—, ¡lo quería matar yo!

—Lo siento K, fue un error, ni siquiera debimos aterrizar sobre él —dije intentando arreglar las cosas, la cara de mi hermano ya estaba tan roja como el traje de Santa que tenía puesto—, quizás a un lado o a una cuadra de su casa, pero no sobre él.

—Arruinaste mi único propósito —masculló y apretó los puños. Su mirada seguía fija en la cabeza y hombros de Da Vinci—, voy a ver si sobrevivió.

Dicho aquello, jamás vi a mi hermano tan feliz pateando a alguien. No entraré en detalles, porque creo que nadie los necesita. Aunque admito que recordar su cara de felicidad pura y desahogo es algo que atesoraré por siempre, ya que yo fui el causante de aquello.

No sé cuánto tiempo estuvo ahí, pero mientras, yo escaneé el resto del lugar. Si uno de los dos tenía que estar cuerdo en ese momento, ese iba a ser yo. Ignorando el olor a pintura y el pitido constante que vivía alojado en mi oído, revisé los papeles de las paredes. Había dibujos de posibles inventos y bosquejos de cosas cotidianas como velas, edificios y personas. No quise tocar el papel; el sentimiento de museo me dominó. Tosí al darme cuenta de que me había quedado con la boca abierta y sin respirar. Justo enfrente de mí estaba el primer dibujo de la máquina del tiempo. La misma que lo asesinó. Bueno, en realidad fui yo y me merecía todo el enojo que tenía mi hermano hacia mí en ese momento.

Escuché las respiraciones fuertes de mi hermano mientras intentaba recobrar el aliento, estaba ya cansado y yo había divagado mucho con las imágenes de la pared.

—Tenemos que deshacernos del cuerpo —sugirió K colocando su mano en mi hombro ya que seguía apreciando los dibujos—, aunque de todas formas, que yo sepa el puerco ese no se muere hasta el 1519.

—¿Por qué lo llamas puerco? —Arqueé una ceja sin despegar la vista de la pared—, ¡si se parece a tí! —me burlé.

—¡No es eso! Huele fatal el tipo —comentó— ¿qué no lo has olido? Da Vinci es un puerco que no se baña.

Me eché a reír para no admitir que había confundido su olor corporal con el de la pintura. Una vez la habitación volvió a quedar en silencio y el pitido se apoderó de mí, decidí averiguar si los oídos de K estaban como los míos.

—K, ¿escuchas eso? —pregunté con la esperanza de no tener que ser directo.

—¿Un piiiiiiiiiiiiiii? —dijo chillando eso último. Asentí—. Menos mal, pensaba que me estaba volviendo loco.

Aparté la vista de la pared y me cubrí la cara con mis manos. Maldije en mi cabeza varias veces, no solo porque ésta maquinaba como loca, sino porque tenía muchas conexiones descabelladas.

Da Vinci murió en el 1519, es decir, diecinueve años más adelante. En ningún lado figuraba que había muerto ese mismo día que nos aparecimos. Al menos de que ahora sí aparezca, pero no tenía ninguna forma de averiguar. ¡Ni el teléfono habían inventado! Aunque las representaciones de él se parecen más a mi hermano que al señor que asesinamos por error. Tengo que hacer énfasis en el hecho de que fue nada más un infortunio, porque mi hermano solo pateó un muerto. Suena igual de feo, pero no quiero que nadie piense mal de nosotros, hicimos lo que las circunstancias nos dejaron hacer.

A lo que iba. La idea más loca que se me había ocurrido hizo clic demasiado rápido para mi gusto. Mi hermano era Da Vinci. Ese señor que yacía muerto, era el original, pero el que todos conocían como el pintor e inventor era K.

No. No podía ser.

Me volteé hacia la máquina del tiempo ignorando al... ¿Asesinado? ¿Accidentado? ¿Muerto? A ese señor. Menos mal que me distraje lo suficiente al no mirar a Da Vinci a la cara, porque el invento que nos trajo a ese sitio hizo unos ruidos raros, se iluminaron varias luces de dentro y se apagó de una vez por todas. Estábamos jodidos y atascados en el año 1500 y con un muerto.

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