De cómo morí (o no, dime qué te parece)

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Lo que encontré a mi regreso, lejos del compañerismo y admiración que esperaba —que se merecía un héroe curtido en mil batallas como yo— me heló los huesos. Mi tripulación, no sabía cómo, había cambiado. Solo yo parecía ser capaz de darme cuenta.

Ellos eran, superficialmente, los mismos de siempre. Su rutina era la de siempre. Sus reacciones parecían las de siempre. Hasta donde supe comprobar en los orinales, su biología era la de siempre. Pero... existían una serie de pequeños detalles que los transmutaban en seres aterradores.

Para empezar, su boca ya no emitía sonido alguno; se comunicaban con una serie de rítmicos movimientos de trasero. Este código era, al menos en apariencia, conocido por todos, menos por mí, lo cual me causó muchos malentendidos frente a las mujeres a bordo, con las que siempre anduve al borde de llevarme una denuncia por acoso. No menos extraña me parecía su reciente obsesión con frotarme cubitos de hielo en la frente, como si de una suerte de nuevo hobby se tratase.

Además, su existencia ahora parecía ligada a la observación. Cada tripulante tenía, en apariencia, un tiempo máximo en el que podía ser percibido. Una vez cumplido ese cupo, con su físico deteriorado, dejaba lo que estuviese haciendo para dirigirse a la sala de juegos. Allí cada uno se sentaba en la mesa de las cartas y, con aire entre inocente y distraído, apretaba un botón. Aquella se echaba hacia atrás, matándolo en el acto a causa del fuerte golpe en la cabeza.

Un buen día, harto de lidiar con sus insoportables costumbres, le pedí a Gjrfgjtk que dejara de hacerme cosquillas en la panza y salí a buscar hielo para mi martini. Se me ocurrió que, si la nave tenía de eso, estaría en la sala de criogenia, así que me pasé por ahí para pedir acceso al guarda. No me lo concedió, porque estaba demasiado ocupado leyendo fanfics de chinitos en la app Wattpad Espacial (han sacado una versión nocturna, ¿sabían?).

Concluí que tardaría en hacerme entender, así que me limité a pegarle un puñetazo, robarle la tarjeta y pasar. Pero... lo que vi allí me hizo querer gritar. Las cápsulas se encontraban llenas de miembros de mi tripulación, incluso aquellos que ya había visto esa misma mañana. ¡Mis compañeros, ahora resultaba evidente, no eran quienes decían ser!

Lejos de darme tiempo a asimilar este sorprendente giro de los acontecimientos, me vi rodeado de una muchedumbre de versiones malvadas a las que podría haber reducido con facilidad, de no ser porque en ese momento estaba haciendo la digestión. Ni una copita de anisete me ofrecieron, los zánganos. Una vez capturado, me inmovilizaron y tragué saliva, cuando comprendí hacia dónde me llevaban.

Me adentré en la sala de juegos —como el soldado que se sabe perdido, pero guarda respeto por el protocolo— y me dejé colocar. El sonido del resorte me pareció que adoptaba un timbre de ultratumba. La silla empezó a echarse hacia atrás. Cerré los ojos.

Todo terminó...

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