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Lo primero que registró fue la superficie dura y fría bajo ella. Abrió los ojos pero era lo mismo que nada, ya que todo a su alrededor era negro. Vaciló antes de moverse, temiendo tener demasiados huesos rotos, hasta que se dio cuenta de que lo único que dolía de forma constante y regular era su cadera. Entonces escuchó el bramido del viento tras ella, a su derecha. Antes de intentar incorporarse, exploró la oscuridad que la rodeaba con sus manos enguantadas y halló roca a pocos centímetros de su costado. Parecía una pared. ¿¡El hueco!? No lograba comprender cómo, pero se encontraba a salvo en la depresión de la pared. Esa certeza la animó a tentar movimientos más osados, como alzar el pecho de la roca y girar para sentarse. La mochila a su espalda chocó con otra pared. Al parecer estaba en un rincón. Tanteó el casco y encendió el haz. Tuvo que regularlo al mínimo, encandilada por el brillo en esa oscuridad absoluta. Y lo primero que vio fue una abertura en la pared frente a ella. Una abertura rectangular flanqueada por dos pilares tallados en la roca misma.

La excitación la puso de pie. ¿Era posible que hubiera llegado a pesar de todo? ¿Sería esa abertura la entrada al Santuario? Tentó un paso sosteniéndose en la pared y no cayó, de modo que ignoró el agotamiento y el dolor de su cadera y cruzó el hueco en cinco pasos. Se detuvo un momento bajo la antiquísima arcada y respiró hondo antes de trasponerla.

El interior se hallaba tan oscuro como el exterior, y el aire era seco, tan quieto a pesar del viento constante ahí afuera que el haz de Andria no mostró polvo flotando. A la izquierda de la entrada, Andria descubrió una Estrella de Ocho Puntas esculpida en la roca, con una lámpara devocional apagada debajo. Se quitó la mochila y cayó de rodillas, llevando ambas manos a su pecho mientras las lágrimas volvían a brotar, incontenibles. Lo había logrado, había llegado al Santuario. Y si en realidad estaba muerta y esto era una especie de sueño, tampoco iba a quejarse.

Cuando pudo serenarse, abrió su mochila y vació una de sus botellas de agua. Comprobó sorprendida que más allá de las nubes y la sombra del triple pico, el sol recién debía estar ocultándose tras la Gran Pared Oeste. Encendió la lámpara y apagó su haz. La llama ardió con un suave susurro y sus destellos se reflejaron y multiplicaron en los cristales de roca en la Estrella, que pareció cobrar vida y movimiento. Andria se sentó a su luz y se preparó para un necesario ejercicio de relajación.

No le pareció apropiado encender ninguna otra luz, de modo que cenó en el resplandor cambiante de la lámpara y dispuso todo para dormir allí mismo, bajo la Estrella. Una calma desconocida la colmaba, aliviando cualquier dolencia. Ansiaba explorar el Santuario, oscuro y silencioso a sus sentidos físicos. Sabía que sólo precisaba vaciar su mente, limpiarla de miedos, fatigas y tanto lazo terrenal que la confinaba. Cerró los ojos preguntándose si una sola noche allí sería suficiente.

La llama de la lámpara vaciló, empequeñeciéndose hasta ser sólo un minúsculo chisporroteo. Tendida bajo la Estrella, deslizándose sin prisa más allá del plano físico, Andria no lo percibió. Poco después se sentó y contempló embelesada la Estrella, hasta que algo se movió a sus espaldas.

Andria giró, percibiendo que una oscuridad distinta, acaso más fría, acaso más densa, llenaba el Santuario. Miró a su alrededor confundida. Había imaginado que una vez derribadas las barreras físicas hallaría el Santuario claro y luminoso.

Entonces una claridad pálida dibujó jirones de niebla, colgando perezosos entre escombros y ruinas de zócalos carcomidos. Y se encontró ante el ya conocido paisaje del País en Sombras. Se obligó a mantener la calma. Estoy en el Santuario de La Escala. Aquí no existen sombras ni espectros. A pesar de todo, vio con temor las siluetas grises que comenzaban a insinuarse frente a ella. Siluetas vagamente humanas que sostenían globos de luz rojiza con corazones de cristal emponzoñado. ¡Gran Madre! ¿Qué significa esto? ¿Dónde estoy realmente? Tuvo el impulso de huir de allí, dondequiera que "allí" fuese, pero se contuvo. Una certeza espontánea creció en su interior, manteniéndola donde estaba: debía permanecer en ese preciso lugar y debía aguardar. Era la única manera de comprender por fin esa pesadilla recurrente.

—El corazón del hombre es un laberinto —dijo a sus espaldas una voz femenina cálida y melodiosa.

Andria no respondió ni se movió, sobrecogida.

—Y todo laberinto obedece a un mismo objetivo —agregó la voz—: proteger lo que oculta en su centro, confundir y desalentar a quien pretenda descubrirlo. Pero así como su objetivo es único, cada laberinto sigue una lógica que le es propia, irrepetible.

Andria miró con aprensión a los espectros, que se detuvieran a pocos pasos de ella. De momento no parecían entrañar ninguna amenaza. Ellos también esperan.

—Los hombres construyen laberintos para defender sus corazones —siguió la voz—. Y los llenan de trampas hasta que su propia creación los espanta. Entonces comienzan a temer a su esencia íntima y verdadera, ahora oculta tras tantas reflexiones engañosas, y acaban por darle la espalda para seguir sus vidas ciegos y sordos a la verdad.

Andria seguía contemplando a los espectros, aunque toda su atención estaba puesta en lo que la voz decía.

—A pesar de todo, la vida brinda al hombre incontables oportunidades de reencontrarse con su esencia. Pero para el hombre ciego y sordo, estas oportunidades se presentan como acertijos, nuevos laberintos que lo confunden y lo amedrentan. Sólo quien se atreve a sortear las trampas que se ha tendido a sí mismo logra reconciliarse con su Esencia Viva, y despertar a Ella y en Ella.

Los ojos de Andria se movieron pensativos por las sombras quietas y silenciosas. De pronto intuía que si las estudiaba con detenimiento, las reconocería sin dificultad. Son mi propia creación. Son parte de mí como mi cuerpo tendido ahí atrás.

—Tome la forma que tome, bajo el símbolo que sea, no existe sino una religión. Syndrah, Baisha, cualquier dios del pasado y por venir, no son más que representaciones, distintos aspectos del Ser Supremo. Y a ese Ser pertenece la Esencia que alienta en todo lo que existe. Regresar a Él es el único y verdadero Camino. Es el arduo y peligroso Camino hacia la Luz, que atraviesa no pocos Países en Sombras, donde las almas suelen morar, ciegas y sordas. Quien se atreva a enfrentarlo no desdeñará consejos ni experiencias. Intentará solucionar cada acertijo que se le presente, transformará el proceso en un aprendizaje continuo y aplicará lo aprendido a su propio laberinto interior.

La voz calló y Andria aguardó expectante que continuara. Si es que restaba algo por decir.

—Has sido Elegida, Andria Hija de Syndrah, y como tal se te ha educado. En ti late la semilla de cuanto precisas saber para enfrentar y resolver cualquier laberinto. Hoy esa semilla duerme en lo más profundo de tu consciencia, y sólo espera que te decidas a despertarla para regalarte sus frutos generosos. Tuya será la decisión de usarlos correctamente, o malograrlos y desperdiciarlos. Todo paso hacia afuera es un paso hacia adentro. El hombre es el Cosmos. El Día de devolver al Ser Supremo la Esencia que te brindó con amor llega inexorablemente. En ti está escoger cómo te presentarás ese Día. Puedes llegar sola y desnuda. Acaso te escolten incontables seres de luz. O tal vez prefieras continuar en esta compañía tan sombría.

Andria abrió los ojos y su primera mirada fue para la Estrella esculpida en la roca. No recordaba su regreso al plano físico, cosa inusual, y movió una mano para comprobar que estaba despierta. Entonces advirtió la claridad que recortaba los bordes de la Estrella en las sombras del Santuario. Se extinguió mientras la observaba y la llama de la lámpara volvió a ser la única luz visible. Andria se acomodó en su saco de dormir y cerró los ojos sonriendo. Gracias, Madre.

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