57

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng

Miró en derredor con melancolía, contemplando por última vez lo que fuera su casa durante la Tercera Etapa. Un rápido golpeteo en la puerta la arrancó de sus cavilaciones y Elde se asomó antes de que tuviera tiempo de abrir.

—Lena nos espera, ¿te falta mucho?

Andria meneó la cabeza colgándose la mochila, donde guardara sus escasas pertenencias. Allí llevaba también la túnica blanca de ruedos dorados y la tiara de oro que recibiera la noche anterior en el Anfiteatro. Afuera halló a Lune y a Narha, que la recibieron con amplias sonrisas. Notó que ellas también vestían sus ropas de montaña, como si les costara hacerlas a un lado de un día para el otro.

Ver a Lune con esa ropa le trajo recuerdos del Etana y la travesía del Kahara. En la frente de su hermana se veía la pálida cicatriz del accidente en el glaciar. ¿La habrá guiado Yed al Santuario?, se preguntó, y adivinó que jamás lo sabría. Más que una experiencia demasiado íntima para compartirla, se trata de una experiencia que no nos pertenece. La noche anterior, una vez finalizada la ceremonia en el Anfiteatro, Lune había sido llamada a la Casa de la Colina. No había dicho palabra sobre el motivo de la insólita convocatoria de la Regente. Y Narha y Vania, que sabían o sospechaban de qué se trataba, se negaron a responder las insistentes preguntas de Elde.

—Debemos ir por Yasna —dijo Narha cuando echaron a andar las cuatro juntas—. Las demás nos alcanzarán allí.

Andria asintió con gesto ausente.

—¿Te sientes bien, Dirmale? —preguntó Elde.

Ella volvió a asentir e intentó sonreír. ¿Era posible que ésa fuera su última mañana en la Escuela con sus hermanas?

—Debemos estar en la Colina al mediodía —dijo Narha—. Nos esperan hoy en Griffarat.

Elde palmeó la espalda de Lune, riendo. —¡Alégrate, Dorada! ¡Esta misma noche podrás discutir de nuevo con la Ardilla!

Lune rió con ella y Andria advirtió algo distinto en sus singulares ojos dorados. Una calma que nunca antes había visto en ella.

—¡Tienes mi palabra que no le daré cuartel! ¡Por los viejos tiempos!

Lena las recibió en la puerta de su casita blanca y las guió a un arroyuelo que corría detrás de las viviendas del personal auxiliar. Allí les señaló una larga franja de tierra recién removida.

—He plantado las semillas de diez árboles —les dijo con su seriedad habitual—. Uno por cada una de ustedes. La hermana Xien me aconsejó desde Arka Risena. —Fingió no advertir la sorpresa de las muchachas y las miró a los ojos—. Ellos me dirán lo que deba saber de ustedes.

Lena dio un paso hacia ellas, uniendo las manos en las mangas de su túnica. Ellas la enfrentaron con ojos brillantes. Y entonces los labios de Lena se agitaron, y por primera vez desde que la conocieran casi una década atrás, la vieron sonreír.

—Me alegra y me enorgullece llamarlas hermanas.

Una auxiliar surgió entre los árboles y se detuvo a una distancia respetuosa del grupo. ¿Cómo despedirnos de ella?, se preguntó Andria con un nudo en la garganta.

—Hermana Lena, el transporte ya ha aterrizado en la Colina.

Lena asintió sin apartar la vista de las muchachas.

—Adiós por ahora, hermanas. Que Syndrah nunca deje de guiarlas.

Las muchachas la miraban con ojos llenos de lágrimas, incapaces de decir palabra. Hasta que Yasna retrocedió un paso. Les costó un gran esfuerzo darle la espalda a Lena y adentrarse en el bosque en busca del sendero que conducía a la Colina.

Andria vaciló cuando llegaron a un desvío secundario que se alejaba hacia el oeste. Miró a sus hermanas y vio el guiño cómplice de Vania.

—Te aguardaremos junto al Río —le dijo, e instó a las demás a seguir andando.

—¿Adónde va? ¿Olvidó algo? —preguntó Elde, sorprendida.

—Nos alcanzará pronto —respondió Lune.

Andria se internó a todo correr por la angosta huella hasta una casita blanca idéntica a la de Lena. Se detuvo agitada ante la puerta y se alisó la ropa. Un sonido rítmico la guió alrededor de la vivienda hacia la parte posterior, donde encontró a Vega trabajando en el huerto. Removía la tierra de rodillas, la casaca arremangada y barro hasta los codos. Algunos mechones escapaban de su trenza y se pegaban a su rostro perlado de sudor.

—Maestro... —dijo con repentina timidez.

Vega alzó la vista. —¡Andria! —exclamó—. Te imaginaba en camino a Griffarat.

Ella se encogió de hombros. —Partimos al mediodía. No quería marcharme sin despedirme de ti.

Vega se incorporó sonriendo y la invitó a entrar. Andria lo siguió sintiendo que su nerviosismo aumentaba. Si despedirse de Lena había sido difícil, ignoraba cómo podría decirle adiós a su Maestro.

—Soy tu hermano —oyó que la corregía él desde la cocina, donde se fregaba los brazos para limpiarse el barro—. Es hora de que empieces a acostumbrarte a cómo son las cosas ahora, porque así serán de aquí en adelante.

Ella asintió con una sonrisa irónica que Vega alcanzó a ver.

—Vamos, dilo.

La sonrisa de Andria se acentuó. —¿Por eso me corriges como si aún fuera tu Discípula?

Vega rió alegremente y regresó junto a ella con dos tazones de té frío.

—A tu salud, hermana —dijo, alzando el suyo.

—A tu salud, Maestro —replicó Andria.

Mientras ella probaba el té, él fue hasta la repisa sobre el hogar. Andria lo vio tomar algo de allí y vio asombrada un capullo de rosa del cielo.

—Ten, un pequeño obsequio de despedida —dijo Vega, tendiéndoselo—. No tuve ocasión de dártelo cuando regresaste del Santuario.

—¿Es el mismo? —preguntó ella en un soplo.

Vega asintió y su sonrisa había cambiado, haciéndose más cálida, más íntima. Andria dejó su tazón y rodeó con su mano los dedos que sostenían el capullo. Y mientras admiraba por última vez los ojos grises fijos en los suyos, sintió cómo la energía de los dos envolvía la flor hasta encontrarse. El calor de Vega colmó su pecho con el sereno bienestar que Andria había aprendido a conocer tan bien. Percibió la respuesta espontánea que brotaba de su interior y se negó a reprimirla. Era la despedida. Era el momento de la verdad. Los frágiles pétalos se separaron suavemente hasta que la rosa del cielo se abrió por completo.

Andria quiso hablar, mas no halló las palabras para expresarse. Y comprobó que no eran necesarias. Vega le tendió la otra mano y ella salvó el paso que los separaba para refugiarse en su pecho por última vez. Él la estrechó en silencio.

—¿Volveré a verte algún día? —susurró ella cuando fue capaz de hablar.

Vega besó su frente y apoyó una mejilla contra su sien. —Los Caminos de la Madre...

—Confío en Ella.

—Es tu deber, hermana.

Permanecieron inmóviles un largo momento. Hasta que Andria retrocedió, reteniendo las manos de Vega en las suyas.

—Recuerdo lo que una vez me dijiste acerca del Camino —dijo—. "Ascender la montaña nos obliga a mantener la vista fija siempre al frente. Recién al alcanzar la cumbre podemos permitirnos mirar atrás. Y sólo entonces estamos en condiciones de apreciar en su verdadera dimensión el lugar del que partimos y el camino recorrido."

Vega sólo asintió.

—¿Sabes? Ayer en el Anfiteatro... Ninguna de nosotras ha cruzado más que el Tercer Umbral. El Portal de Luz aún está lejos. —Volvió a encogerse de hombros—. Ignoro dónde esté o qué forma tenga, pero no fue lo que cruzamos anoche. Aunque creo que su existencia no es física. Tal vez sólo existe en nuestro interior, y hablar de él no es más que una metáfora o una parábola.

—¿Y qué harás?

Andria sonrió una vez más. —Buscarlo, ¿qué otra cosa podría hacer?

Vega asintió, orgulloso. Liberó su mano con suavidad para tenderle la rosa abierta.

Andria soltó su otra mano y sus ojos se movieron entre él y la flor, indecisos. Vega la deslizó sobre su oreja, entre sus rizos violáceos, e interpuso otro paso entre ellos.

—La Estrella te acompañe, hermana.


Andria se reunió con sus hermanas y cruzaron todas juntas el Río, subiendo a buen ritmo por la sinuosa escalera que trepaba hasta la Casa de la Colina.

—¿Te despediste de él? —preguntó Lune en un susurro.

Andria hizo un gesto afirmativo, evitando mirarla.

—Yo fui a verlo esta mañana —dijo Vania en el mismo tono.

Lune se cercioró de que nadie más podía escucharla. —Yo fui anoche, al bajar de la Colina. Echaré de menos a ese enano engreído.

En ese momento Elde giró hacia ellas. —Lo olvidaba, hermanitas. Ayer recibí un mensaje de Loha. Munda, Tirra e Ilón regresaron a Godabis hace dos días y están con ella en Griffarat. Planean agasajarnos con una cena de bienvenida, ¡siempre y cuando llevemos vino añejo de Aishta! ¿Qué clase de vida está llevando la Ardilla?

Las demás estallaron en carcajadas.

Elde notó la rosa del cielo en el cabello de Andria y la señaló. —¿Un suvenir? —inquirió con ironía.

—Sí, un recuerdo del Camino —replicó Andria, devolviéndole la sonrisa maliciosa.

Una hora más tarde llegaban a la cima de la Colina. Una nave con la Estrella de Ocho Puntas en sus flancos las aguardaba en el campo de aterrizaje vecino a la Casa. Morgana, la secretaria privada de la Regente, salió a recibirlas y las acompañó hasta el transporte.

Andria dejó que las demás lo abordaran y se detuvo junto a la compuerta, volviéndose hacia el noreste. Sus ojos buscaron la base del Pico de Cristal, y siguieron desde allí la ruta que Vega y ella recorrieran hasta La Escala. Una ráfaga de viento cálido la alcanzó cuando su mirada se detuvo en la Montaña Sagrada, transmitiéndole calma y confianza. La rosa del cielo se deslizó entre sus rizos hasta su mano. Andria la miró con una sonrisa vaga y volvió a enfrentar La Escala y el invisible Santuario.

Llegar hasta aquí no ha sido fácil. Pero el Camino recorrido es aún nada en comparación con el que resta por recorrer. Y siempre estará la promesa del Portal.

—¡Dirmale! —oyó que la llamaba Elde desde el interior de la nave—. ¿Quieres quedarte a vivir aquí?

—¡Recuerda la cena en Griffarat! —exclamó Lune.

—¡Una cena con vino! —agregó Yasna—. ¿La echarás a perder?

Los ojos de Andria regresaron a la flor en su mano abierta. Todavía podía sentir un eco de la tibia energía de Vega. Adiós, Maestro, que la Estrella te acompañe. Volvió a acomodarla entre su cabello y abordó el transporte.

La compuerta se cerró tras ella y se encendieron los propulsores verticales. Andria ocupó su lugar junto a Vania, a tiempo para ver por la escotilla cómo la nave ganaba altura antes de virar hacia el norte y dejar el Valle rodeando La Escala.


FIN

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro