II. Petra me deja inconsciente

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 Caminaron por unos minutos hasta un bullicioso muelle, ellos, no yo. Yo me encontraba demasiado ocupado perdiendo el conocimiento.

No pude dar ni un par de pasos que de repente las rodillas se me doblaron como palillos débiles y la visión se me desenfocó. Me cosquilleaba la piel pero aun así no la sentía, como si me hubieran encerrado en el cuerpo de otra persona. Intenté pararme pero lo único que logré fue caerme más deprisa al suelo, Sobe y Petra volvieron en sus pasos y me agarraron justo cuando caí de bruces a la grava.

—¿Qué le sucede? ¡Está roto! ¿Te rompieron un hueso? —preguntó Sobe sujetándome de la capa y sacudiéndome como un costal —. ¡Contesta Jo! ¡Oh, por los mundos sagrados! ¡Llamen a un médico! —exigió a las personas de alrededor que se detenían perplejas.

—Seguramente aspiró un poco de vapor —respondió Petra con seguridad, disipando a los transeúntes y murmurando a Sobe—. Tiene el cuerpo anestesiado, eso sucede cuando absorbes una porción pequeña, si no estaría totalmente dormido.

Quise decir que me encontraba bien pero tenía la lengua apelmazada y pesada como si estuviera llena de algodón.

—Mira, se le derrama saliva —observó Sobe.

Quería gritar, lo último que necesitaba en ese momento era tener el cuerpo sedado.

Pasaron mis brazos por los hombros de cada uno y se retiraron lo más rápido que pudieron, conmigo a cuestas, al momento que los transeúntes de la calle notaban a Tony y mi padre, extendidos en la ardiente grava como dos alfombras.

Tomaron calles principales, las más pobladas por si Tony despertaba y quería seguirnos. Las personas nos observaban inquietas pero yo no podía verlas, pasaban distantes ante mis ojos como una mancha demasiada rápida para mi embotado cerebro.

Por las incontables miradas curiosas y pasmadas y porque un oficial de policía los detuvo tomaron calles secundarias y se desviaron un poco. Le habían mentido al oficial, alegando que me arrastraban al hospital pero cuando el oficial se ofreció a escoltarlos con su vehículo corrieron a toda máquina y huyeron mascullando que seguramente enviaría refuerzos. Teníamos que irnos rápido de La Habbana pero no podía contar con mis fuerzas en ese momento. Tampoco escuchaba bien, como si me encontrara en un mundo donde las cosas se movían demasiado lento. Las voces de mis amigos llegaban ahogadas a mis oídos.

—Está cambiando otra vez, ya no se siente como antes —le susurró Petra.

Sobe le respondió algo pero no logré oírlo.

Y entonces caí por unos segundos en un abismo donde estaba sólo yo y mi mente.

Una frase retumbó en la oscuridad como un secreto olvidado por el universo. Reverberó de un lugar a otro, en cada grieta de mi subconsciente hasta que supe lo que decía. Eran las palabras de Eco:

« ...tu nombre y tu apellido dicen mucho Jonás, demasiado de tu pasado, un pasado que tal vez todavía no comprendes..».

Mi nombre. Mi nombre, estaba tan mareado que me costó recordar mi nombre. Jonás Brown. Jamás había pensado que tenía un nombre en español y un apellido en inglés. Recordé como mi padre me dijo que mis verdaderos padres se refugiaron en Latinoamérica ¿Ellos me habían puesto ese nombre? Aunque eso no significaba nada, muchas personas tenían nombres de otros lugares.

Entonces me vi a mi mismo sumergiéndome en la bañera de aguas turbias y grumosas. Había dicho «Narel, mi hermana» y nada sucedió. Llegó a mi mente como un suspiro la manera en que Eco me había dicho que era ingenuo y cómo me había aconsejado probar con decir únicamente Narel. Ella no era mi verdadera hermana, tenía otros padres, padres a los que habían asesinado en otro momento. Las aguas mágicas no me habían conectado con ella porque había dicho que era mi hermana. Narel Brown sólo era otra víctima y los mellizos Ryshia y Eithan Brown también lo eran. No éramos verdaderos hermanos solo huérfanos a los que había adoptado un agente.

La idea me rompió por dentro y la penumbra ocupó esa grieta también.

La oscuridad me contorneó la mirada y no se fue hasta que me arrastraron a un bullicioso muelle. Sus pisadas resonaban estruendosas en el suelo de madera, una gaviota graznó en lo alto. Para cuando llegaron Sobe y Petra estaban histéricos y el mediodía se desvanecía. Quería decirles que me dejaran y no se esforzaran, no deseaba ir a ningún sitio.

Las voces y las actividades del muelle llegaban ahogadas, graves y perezosas.

—¿Qué le paso a ese? —preguntó la voz de una mujer.

—Un pequeño imprevisto con La Sociedad —explicó Sobe jadeando—. También me parece que ahora escapamos de la policía de La Habana por cargar un cuerpo en vía pública, así que sería mejor salir del país sin ningún contratiempo nacional.

—Descuida, ya soborné lo suficiente como para salir sin ser detenidos, tienes suerte de que te deba favores Will, de otro modo te saldría muy caro este viaje.

Sobe murmuró algo que no logré escuchar.

Me subieron al barco, caminaron por la cubierta, descendieron unas escaleras metálicas, abrieron una puerta de escotilla y me recostaron cubierto de sudor en una cama dura y caliente. Alguien me acarició la mejilla cuidadosamente, como si temiera que me desvaneciera. No supe cuándo, ni cómo pero quedé profundamente dormido.

Soñé.

Soñé que estaba en el día de campo donde le había enseñado a nadar a Eithan. Me encontraba en el muelle pero ahora era yo el que tenía miedo de entrar al agua y ellos lo que aguardaban ansiosos flotando en el lago azul. Me frotaba los brazos intentando encontrar el valor.

Narel, Ryshia y Eithan nadaban alegres en medio del agua.

—¡Salta Jo! —gritó Narel.

—Pero tengo miedo —respondí.

—Anda, voy a estar aquí cuando lo hagas —me animó.

Y el sueño se esfumó completamente dando paso a una potente y perturbadora oscuridad que me acompañó hasta que desperté y se quedó después.

Todavía me encontraba con los miembros agarrotados y pesados. Intenté moverme y el intento no dio muchos frutos. Una chica de unos veinte o veintidós años estaba sentada en una silla a mi izquierda, leyendo un libro con semblante aburrido.

La chica tenía el cabello con más colores que un arcoíris, mechones rojos, naranjas, verdes, azules, violetas, rosas, amarillos y entre otros colores formaban su tupida y llamativa cabellera que tenía ceñida en una coleta. Irónicamente estaba vestida toda de negro, con botas militares y una remera sin mangas. El título del libro que leía estaba boca abajo, su encuadernación era del color de las olivas.

El camarote en el que nos encontrábamos era estrecho y angosto. Albergaba una litera, un escritorio colmado de mapas apergaminados y un televisor más antiguo que el mar amurado a la pared, nada más. Había una ventana circular a mi derecha por dónde se veía un horizonte de aguas y un rojizo sol alumbrando a duras penas detrás de un muro de nubes macizas. La oscuridad de las nubes y el rojo del sol hacían que el mundo adquiera una tonalidad cobriza detrás de la ventana. Logré pararme sobre mis codos, la chica lo notó, se enderezó cerrando con un golpe sordo el libro y dejándolo entre los mapas.

—Hola Jonás —dijo inclinándose hacia mí—. Me llamo Taylor pero me dicen Tay. Estás a salvo, anda no me mires como si fuera a comerte.

—¿Dónde estoy? —quise preguntar pero se oyó más bien como un balbuceó incomprensible.

—Tranquilo. El sedante te durará un día, tienes suerte de que aspiraste muy poco —dijo mientras me empujaba de vuelta a la cama—. Tu amiga es muy buena haciendo esas cosas, yo las llamó pociones pero ella se niega a admitir que es bruja, no es la única hay muchos como ella que se llaman maestros de artes extrañas. En fin, si hubieras aspirado un poco más habrías quedado inconsciente y sedado por días.

Comenzó a hamacarse en la silla, aburrida pero con un profundo interés en los ojos. Estaba de brazos cruzados. Era una chica extraña de cabellos coloridos y ropas negras, de semblante alegre y voz triste, de ojos curiosos y sin preguntas. Tay era una constante contradicción.

Me sonrió y continúo hablando.

—En cuanto a ti, te encuentras en el barco llamado «Madame Tay» es un barco pesquero para los de afuera pero un transatlántico para los Abridores y Cerradores. Cuenta con una cocina, tres habitaciones, sala de máquinas y todo eso. Tus amigos están arriba comiendo un aperitivo. Quería ser una buena anfitriona y cuidarte yo misma; de otro modo no se hubieran marchado jamás, te cuidan mucho ¿sabes? Son buenos amigos. Si yo tuviera amigos así no me molestaría en tener todas estas cosas.

Fruncí el ceño.

—Ya sabes todas las otras cosas —explicó sacudiendo una mano para restarle importancia—. El mercado, la riqueza —vio que no la entendía y agregó—. No sólo transportó a Cerradores al Triángulo, esta es una pequeña parte del negocio —dijo con una sonrisa en los labios, tenía los ojos castaños y le centellaban orgullosos —. Pero no me gano la vida con ello. También cuento con restaurantes en más de diez mundos. Restaurantes para los nativos pero si un Abridor ve un cartel que dice «Madame Tay» entonces sabe que ahí encontrará negocios de su incumbencia por excelente precio —añadió frotando el pulgar contra los otros dos dedos que le seguían—.Ya sabes, mapas, pociones como las que hace tu amiguita, disfraces, identidades o documentos de otros mundos, incluso armas.

Extrajo una tarjeta prácticamente del aire, moviendo la muñeca con elegancia y me la guardó en el bolsillo diciendo:

—Estoy pensando en expandirme a mundos pos-apocalípticos, ya sabes, en donde casi no hay nada y todo es un caos. Pero hay algunos tipos que me lo hacen imposible. Una bruja o maga o lo que sea, dice que soy capitalista y siempre anda destrozando mis locales o puestos de comercio en todos los mundos que se topa con mi expansión. Es una trotamundos y aunque parece de tu edad cuando la escuchas hablar te das cuenta de que tiene más de cien años y sabe mucho de hechicería o artes de otros pasajes. Siempre va acompañada de una ballena que vuela y es su animal de prueba para experimentos. Sinceramente la odio y espero algún día toparme con ella para darle mis saludos.

Parpadeé sin tener idea de lo que acababa de decir. Lo único que comprendí es que sus saludos no serían un estrechamiento de manos.

—Por tu cara veo que no me conoces —prosiguió ella pero yo no le dije nada, por si tenía suerte y decidía cerrar la boca—. Seguramente eres nuevo entre los trotamundos, cada uno de ellos conoce mis... negocios. Soy la única confrontera que sabe de los trotamundos y que mantiene una estrecha relación financiera con ellos. Así se llaman —dijo respondiendo a mi expresión de desconcierto—. Las personas que no tienen la capacidad de cerrar o abrir portales se llaman confronteras y los tuyos se hacen llamar trotadores.

Se encogió de hombros.

—Tú eres un trotador Jonás y uno muy singular sin duda. Me parece muy noble que busques a tus hermanos, yo tenía un hermanastro —dijo un tanto nostálgica cruzándose de brazos y cesando el movimiento de la silla—. Era mi mejor amigo y era la mejor persona que puedas encontrar, pero eso no le bastó a La Sociedad. Se lo llevaron a él y al hermano de William, eran mejores amigos. Gracias a mi hermanastro pude conocer todo este mundo, las artes extrañas de otros pasajes, los monstruos, las brujas, y las criaturas que creí que existían en los cuentos nada más. Él no tuvo problemas para revelarme su secreto, sin duda era como pocos.

Imité a Berenice y le hice saber con la mirada que sentía su pérdida porque yo también había perdido a hermanos y sabía cuánto dolía. El recuerdo de que ellos en realidad no eran mis hermanos me azotó como un látigo e intenté olvidarlo sacudiendo la cabeza pero no pude hacer ninguna de las dos cosas.

Ella meneó la cabeza y se levantó como si le hubieran dado descargas eléctricas. Aplaudió y me señaló con ambas manos.

—En fin no voy a entretenerte —exclamó arrimando la silla hacia el escritorio—. Lo lamento, hablo mucho y soy muy curiosa a veces incluso hurgo en el equipaje de mi tripulación y sobre todo de mis huéspedes. Tranquilo, era broma —añadió parándose de puntillas y encendiendo con una perilla el televisor—.Voy a llamar a tus amigos, de seguro quieren verte.

Buscó entre el montón de mapas el control remoto, me lo colocó en la mano con un guiño y desapareció. Había llamado a Sobe y Petra mis amigos. Después de todo no podían ser menos las personas que viajaron contigo por numerosos mundos. Y que me cargaron hasta ese muelle.

Tenía la mente embotada por lo de mi padre pero no quería pensar en ello.

El silencio penetró en la habitación y descubrí para mi suerte que, aunque me costara horrores, podía moverme. Sin duda no se parecía a una anestesia normal, tenía un toque de otro mundo. Comencé a sortear los canales hasta que un lugar acaparó mi atención.

Había un reportero vestido de camisa al lado de un bordillo totalmente hecho añicos en mitad de la interestatal de Atlanta. Los autos zumbaban de un lado a otro y el hombre hablaba con aire solemne. Era un reportaje de nuestro accidente. La sorpresa me hizo olvidar por un segundo toda la pena.

—...ya pasaron tres días desde el extraño accidente de Atlanta y las polémicas continúan subiendo. El lunes a la tarde era cualquier otro día en esta ciudad cuando un inverosímil accidente azotó la interestatal. Nadie tiene explicaciones de lo sucedido y las autoridades continúan estudiando las cámaras de vigilancia. Pero las personas hacen sus propias conjeturas.

La cámara enfocó a un anciano que tenía un brillo enfermizo en los ojos y señalaba la pantalla con su dedo índice, acusador y tembloroso.

—Sé que parece difícil de creer pero eso sin lugar a dudas fue un ataque extraterrestre. Lo vi con mis propios ojos. Luces azules en el aire, luces paralizantes y eléctricas de un lado a otro. Explosiones —abrió las palmas de sus manos—. Vi que un automóvil se desvió de camino. Había pasajeros en el y sin embargo lo encontraron vacío ¡Se lo llevaron los alienígenas, yo se los dije a todos!

Cambié de canal, a donde solo había comerciales, pensando que había cambiado la vida de ese hombre para siempre. E intenté reprimir una risa al pensar que el agente Tony había sido confundido con un ovni.

—No te equivocaste mucho —le dije al anciano.

En otro canal apareció una mujer formal detrás de un escritorio con una pantalla que proyectaba un globo terráqueo dando vueltas detrás.

—En otras noticias, se capturó un video alarmante en las calles de La Habana, grabado por un turista este mismo día. Donde muestra el descarado tráfico de personas jóvenes en plena avenida...

Apagué el televisor antes de encontrarme con un video de Petra y Sobe arrastrándome en plena vía pública. En menos de una semana no habíamos estado más que un puñado de horas en mi mundo y sólo habíamos causado desastre. Pensé en cómo La Sociedad creía que los trotamundos eran un peligro para los confronteras. Tal vez estaban en lo cierto... comprimí los puños. Pensar en ellos me provocaba una ira que comprimía mi garganta. Me reprendí por darles la razón, al menos por un instante.

El barco comenzó a mecerse levemente como si deseara dormir a todos sus pasajeros, funcionó conmigo porque estaba durmiéndome cuando Sobe y Petra cruzaron la puerta.

—¡Jonás! —exclamó ella y se inclinó al lado de la cama—. Lamento haber arrojado esa canica dónde estabas, no sabíamos qué hacer, ni cuántos agentes había dentro.

—Pudimos noquear a Tony antes de que se arme con ese cilindro de electricidad, nosotros tenemos unos cilindros pero no nos pareció muy buena idea usarlos en ese lugar —explicó Sobe, esa era su manera de disculparse.

—¿Qué hacías en el auto con ese agente? Tenías un arma, pudiste defenderte —exclamó Petra extrañada frunciendo los labios con aire de reproche.

Me encogí de hombros y agradecí que el adormecimiento de mi cuerpo no me permitiera hablar. No quería decirles que vi a mi padre, ni que él me reveló que las personas que buscábamos no eran mis hermanos. No quería creerlo o pensarlo, mucho menos contarlo. Miré hacia la ventana y pude percibir unas nubes grises que acaparaban todo el cielo y aprisionaban el sol como los muros de metal a la ciudad de Salger. Las aguas se veían negras y brumosas y un viento tormentoso se cernía en el cielo.

—Jonás —me llamó dulcemente Petra, giré la cabeza tan lento que sus ojos se humedecieron de conmiseración—. ¿No tienes nada que decirnos?

Reprimí las lágrimas y les dije que no con la cabeza. Ellos desprendieron algunas miradas significativas, me escudriñaron como cuando salí del Bosque Sin Principio y asintieron con una sonrisa compasiva en el rostro. Petra me acarició la frente perlada de sudor y me estremecí al sentir sus cálidos dedos entre mi cabello hirsuto y duro.

—Es mejor que duermas un poco, no es bueno estar despierto contra el sedante.

Se dirigieron a la puerta y se despidieron con una sonrisa, Sobe levantó un pulgar en señal de despedida, les devolví la sonrisa y me quedé en silencio con el sonido del mar. Quería hablar con Narel. Ella me hacía rabiar y era una tonta pero siempre que me encontraba cabizbajo me animaba, o simplemente contemplaba las estrellas con Ryshia o miraba dibujos animados con Eithan para distraerme. Eran cosas que creí que siempre tendría pero por alguna razón las personas que crees que son para siempre, son las primeras que se van.

Cerré los ojos y poco a poco fue arrastrándome un sueño. Un sueño que tenía todo el derecho de llamarse así, fue una fantasía única, deleitante, sosegadora y pacífica. Me dejé arrastrar por ella y que me mueva a su antojo pero muy en el fondo supe lo que era.

Sólo un sueño.



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