Petra me deja inconsciente

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 —¿Leíste los archivos que te dio Tony? —fue lo primero que preguntó.

Negué confundido con la cabeza.

—¿Los tiraste? —preguntó con un brillo ansioso en los ojos, casi esperanzado.

—No, los tiene una amiga.

Asintió, sus hombros se pusieron rígidos y se frotó la sien, pensativo, mirando sus zapatos lustrosos. Algo me dijo que no era la respuesta que había esperado.

Creí que me abrazaría, me rogaría que volviera a casa, pediría que colabore con La Sociedad, me exigiría una explicación o me diría que me amaba, pero no hizo nada de ello. Se encendió un brillo en sus ojos, uno que no había visto nunca antes. Me miró con avidez y se cruzó de brazos en silencio. Había visto demasiados pensamientos ocultos en Dadirucso para saber que su cabeza bullía de ellos.

El interior del Cadillac llevaba el concepto de lujo al extremo, los asientos eran acolchonados y blancos, tenía un control Windows y tabletas electrónicas en los apoya brazos. El suelo era una alfombra suave, parecía que mis pies estaban suspendidos en nubes. Era como las limosinas ampulosas que recorren Hollywood. Un televisor nos separaba de la cabina del conductor y había cuatro asientos enfrentados. Mi papá estaba sentado en un conjunto de dos y yo en el otro, mirándonos el uno al otro.

Recordé mi aspecto e intenté sacarme el lodo seco del rostro, hollín o los caminos negros en mi piel que había teñido las aguas de Salger. Pero supe que eso no cambiaría nada. Verlo examinándome me daba escalofríos. Carraspeé y me aclaré la garganta:

—¿Papá? ¿Qué pasa?

—No sé cómo decirte esto Jonás —soltó —, seguramente me verás como el villano pero quiero que me escuches con atención. ¿Está claro?

No me gustaba a donde iba pero asentí de todos modos, él suspiró y se remangó las mangas de su camisa almidonada, estaba vestido muy formal, como Tony la primera vez que lo habíamos visto. Vestía un traje de tres piezas negro y sedoso como el ala de un cuervo. Mi papá era un hombre guapo, aspecto en que no nos parecíamos. Tenía su cabello castaño bien peinado, su barba matutina cortada, un aire apresurado e impoluto y unos zapatos relucientes. Se veía más como un ejecutivo calculador que como el hombre en bata que me servía cereal en las mañanas.

Pensé que yo me veía como un vagabundo sin hogar que se había fugado de casa a los tres años de edad y no como su hijo que pasaba los fines de semana leyendo historietas y diccionarios o jugando videojuegos con su hermano menor. Estábamos a mano.

—Estoy con La Sociedad —dijo mirándome firmemente a los ojos —. Sé que creías que era un trabajador social pero no, soy un agente. Y trabajo con La Sociedad. Pero no soy Cerrador como Tony y por suerte tu madre tampoco, somos personas normales —notó que había metido la pata al decir eso y me miró arrepentido—. Lo siento no quise decir eso.

Estaba boquiabierto, una sensación de vacío irreal se expandió por mi pecho y los hombros me pesaron repentinamente. Aunque una parte de mí ya lo sabía, ese fragmento no lo había descubierto al ver su elegante traje que sin duda no pertenecía a un rehén de una despiadada organización, no, lo sabía desde la noche que escapé de casa.

No podía decidir qué era lo que me aterrorizaba más, que mi padre estuviera con La Sociedad o que me examinara, estaba alerta a todos mis movimientos, los cuales no eran muchos, y a todos los ruidos fuera del automóvil. Me miraba como si fuera una fiera que lo atacaría en cualquier momento con magia de trotamundos. El corazón se me había encogido tanto que casi ni lo sentía. Quería huir pero necesitaba una explicación, la merecía.

—Mira, La Sociedad no sabe que estoy aquí. Sé que crees que son unos monstruos pero no es así, ellos hacen el bien sólo que de la manera errónea. De verdad soy un hombre bueno, me quedé contigo y tus hermanos.

—¿Cuál de ellos es Abridor? —pregunté en un hilo de voz intentando alejar esas palabras de mi cabeza. Por el momento lo único que quería saber era cual de mis hermanos era un trotamundos. Me había preguntado aquello toda la semana.

—Narel es una Abridora. Eithan abre y Ryshia cierra —respondió apresurado —. Esa es la razón por la que nunca vieron un portal. Dos Abridores y dos Cerradores se neutralizan.

—¿Por qué se abrió el portal si nos neutralizamos?

El humedeció sus labios.

—Hay más, mucho más pero eso te lo explicarán tus nuevos amigos que seguramente ya adivinaron todo.

—¡No! Dímelo tú, ahora —protesté comprimiendo los puños furioso porque metió a Sobe y Petra en sus problemas.

Me observó penetrante. No, me estudió penetrante.

—Está bien —accedió, unió sus manos y se inclinó hacia mí—. Mira Jonás... ser Abridor y Cerrador es hereditario. No puedes levantarte un día y comenzar a abrir portales, ya naces con eso. Si tú eres un Cerrador significa que uno de tus padres abre o cierra portales —dijo completamente seco.

—¿Q- qué?

—Nos gustaría estudiar cómo es que eso funciona, qué se trasmite de padres a hijos pero es mejor dejar ese secreto oculto y suprimirlos una vez que ya los tenemos...

—Qué tontería —largué una risilla nerviosa—, tú no eres así y mamá tampoco.

Mi papá asintió cerrando los ojos como si le estuviera dando dolor de cabeza.

—Ese es el punto Jonás. Se hereda el defect... el don de trotamundos a trotamundos. Yo no lo tengo y tu madre tampoco —me quedé mudo y él concluyó—. No es fácil para mí decir esto pero debes saberlo para entender todo. Jonás, no soy tu padre y mamá no es tu mamá. Y los hermanos que buscas no son tus verdaderos hermanos.

Se detuvo un momento y prosiguió restregándose los ojos y olvidando mis movimientos porque sabía que no me movería. Sentía que esas palabras habían caído sobre mi espalda y que cada una pesaba una tonelada entera, una tonelada gélida que se hundía en mi carne y endurecía mis huesos. Estaba totalmente paralizado, era como si de repente el cielo fuera de otro color.

—Tus verdaderos padres eran una pareja de Abridores, eran un peligro para todos los que estaban a su alrededor, incluso para ti. Abrían portales por donde se podían escapar monstruos y personas peligrosas. Se escondían en Latinoamérica. Ambos eran latinos. Cuando me enviaron por ellos no tuve la voluntad de entregarte a La Sociedad, eras muy pequeño, me costaba creer que fueras una amenaza. No podíamos reclutarte, convertirte en un soldado a esa edad te habría matado. Decidí llevarte a casa en secreto.

Se encogió de hombros.

—Después de todo tu madre cree que soy un trabajador social, no tuve que dar muchas explicaciones de cómo te conseguí. Te adoptamos y no era la primera vez que hacía eso. Ya teníamos a Narel y la obtuve de la misma manera. Luego comencé a seguirle la pista a un matrimonio, la mujer estaba embarazada de mellizos. La mujer era una Cerradora y el hombre una persona normal. Los encontré cuando ella tenía dos meses de embarazo. Eran canadienses. Fingí que no los había encontrado, los dejé vivir en paz unos meses —asintió como si recordara viejos tiempos— y esperé a que diera a luz para capturarlos. Entonces conseguí a Eithan y Ryshia. No me fue fácil ocultarlos de La Sociedad pero tengo un puesto importante y supuso un problema que pude resolver. En los registros creen que son normales. Moví algunos documentos para que sus adopciones fueran como las demás.

Negué enérgicamente con la cabeza pero recordé mi primera impresión de ellos, dos bolitas lampiñas que berreaban todo el tiempo como si extrañaran a alguien. Aun así grité:

—¡No, es mentira! Yo tenía siete años, vi a mamá embarazada. Es decir son mis hermanos... Eithan y Rysh...

No quería creer lo que estaba diciendo, el corazón me latía como una locomotora y había un fuego dentro que se estaba avivando. Tenía el recuerdo vivido de que ellos eran mis hermanos, no podían sacarme también los recuerdos. Era como si toda mi vida se redujera a pedazos en ese instante.

—Tenías siete años y Narel ocho no fue muy difícil engañarlos en eso. Le dije a tu madre que sería mejor que ustedes dos siguieran creyendo que éramos sus padres. Ella concordó en eso, no estaba muy entusiasmada en decirles que eran adoptados. Les dijo que estaba embarazada, sólo dejó de usar ropa ajustada, ustedes no eran unos niños muy avispados, sólo les importaba jugar o cosas como esas. Se lo creyeron y nadie en la familia tuvo las agallas para desmontar la ilusión a unos niños distraídos y soñadores.

De repente me faltaba el aire, una idea perversa y tenebrosa floreció de mi mente con la intensidad de una bomba atómica.

—Mataste a mis padres —mascullé conteniendo las lágrimas.

—Jonás, lo hubiera hecho otra persona y también te abría matado a ti. Sé que suena duro y que te cuesta creerlo pero no quiero hacerte daño. No estoy de acuerdo con todo lo que dice La Sociedad, los salvé. Te salvé y quiero salvarte ahora.

Entonces toda la incertidumbre, escepticismo y miedo estalló en mí, le grité que se callara, una y otra vez. Me molestaba verlo, ya no quería siquiera escucharlo. Recordé lo tranquilo que había estado la noche en que desaparecieron mis hermanos, esa actitud hermética. Había actuado como si no estuviera sorprendido de su desaparición, ni de mi historia demencial y así era. Él había fingido no creerme. Lo necesité esa noche, estaba confundido y asustado y él me dejó solo. Estaba furioso. Le grité que era un asco y me precipité a la salida pero él se interpuso.

—No voy a poder salvarte siempre Jonás —me advirtió atenazándome el brazo—. La Sociedad te buscará y yo también tendré que hacerlo, te encontrarán y reclutarán. Te cambiarán la mente como lo hicieron con Tony, eres más que un Cerrador hijo. Están cómo locos buscando a alguien como tú, si se enteraran lo que eres. Y lo harán, sólo basta con que alguien sienta tu esencia. Pero puedes venir conmigo voluntariamente, ir a La Sociedad. Diré que te capturé y tendré derecho de pedir tu reclutamiento, fingirás estar con La Sociedad, fingirás que has cambiado como Tony pero no, en el fondo seguirás siendo tú. Te darán casos de agentes y tal vez hagas cosas que no te gusten, pero estarás a salvo Jo. Únicamente deberás fingir que jugué con tu mente.

—Quieres que mate Abridores...

—¡Es la única manera de salvarte! Te quiero Jo, fuiste mi hijo por catorce años, pero eres muy peligroso, más de lo que pensé. Tony lo sintió. Estoy poniendo en peligro a muchas personas al dejarte vivir con libertad, tal vez el mundo entero. Hice mal en llevarte conmigo ese día —traté de ignorar el último comentario donde me quería muerto—. La única manera de controlarte es llevándote a La Sociedad. Hay una guerra hijo y tú serás codiciado, serás muy peligroso. Es mejor que vengas con nosotros.

—Tú eras el jefe de Tony —susurré anonadado.

—Sí lo soy. Quiero darte una oportunidad antes de que te den caza.

Él era la persona que me buscaba aparte, que me quería desde que prácticamente había abandonado mi nueva casa. Todo encajó en mi mente como piezas oxidadas. Mi papá había estado buscándome, por esa razón Tony me encontró tan rápido. Pero algunas piezas no encajaban en su lugar. «Eres más que un Cerrador» Pero no quería encontrar el lugar de aquellos fragmentos en ese momento. Quería irme de allí a donde fuese, quería dejar de verlo y oírlo porque me lastimaba de maneras que nunca pensé que me lastimaría, al menos no hasta los dieciocho o algo.

Estaba apretándome muy fuerte el brazo, me dolía. Intenté liberarme pero me atenazaba con puño de acero. Miré las palabras de sus ojos y vi que no me dejaría ir. Vi que no me lo estaba pidiendo.

—No puedo ir contigo papá tengo que buscar a mis hermanos —dije llorando como un niño, mi voz sonó frágil aunque intenté que no lo fuera.

—Ellos no son tus hermanos Jonás, ya no puedes encontrarlos. Dos de ellos son Abridores, lo más probable es que ya hayan trotado a otro mundo.

—No digas eso —supliqué— iré a buscarlos, los encontraré y tendrás que tragarte tus estúpidas palabras—grité intentando librarme de su agarré pero tenía mucha más fuerza que yo.

—Si te vas ahora no podré ayudarte cuando te atrapen, van a reclutarte. Cambiarán todo en ti.

—¡Qué lo intenten!

Me enjugué las lágrimas. Eran varias lágrimas mezcladas, de furia, desconsuelo, decepción, tristeza y cansancio, pero a fin de cuentas mi papá lo vio como cualquiera lo hubiera visto, como debilidad.

—Hijo...

—Tú sabías que decía la verdad la noche en que desaparecieron pero me dejaste solo, tenía miedo y me abandonaste ¡Los abandonaste!

—No supe cómo actuar...

—Eres un agente siempre sabes cómo actuar.

—¡Jonás! ¡Cuando me mudé a la casa había un portal en el sótano, uno y nada más, no dos! ¿Entiendes lo peligroso que eres? Nunca me lo imaginé... Debes venir conmigo al cuartel de La Sociedad.

—¡No!

—Nada me garantiza que ese evento no se repetirá a escala mayor si quisieras podrías destruir países enteros.

Negué con la cabeza.

—Hijo...

—¡¡NO ME LLAMES ASÍ!!

En menos de unos segundos alguien abrió la puerta del auto y arrojó una canica al suelo que explotó en una nube de vapor azul y se propagó rápidamente por el auto, elevándose en pronunciadas ondulaciones. Contuve la respiración y me oculté con el brazo toda mi barbilla, el agarre de mi padre se suavizó y bajé dando traspiés. Aspiré un poco de vapor azul el cual olía a almendras amargas.

Afuera Tony se encontraba inconsciente en el suelo, con un tubo de rayos mortales en la mano que nunca logró usar, la otra mano estaba próxima a su cabello como si su última voluntad, antes de caer inconsciente, fuera peinarse. En las calles todo continuaba con el calor tropical y los colores vivos bajo el sol abrasador.

Mi papá me siguió fuera dando trompicones, me miró decepcionado a los ojos y cayó derrotado al suelo. Allí quedo, de traje, solo. Parecía que dormía.

Petra emergió detrás del auto, tenía la barbilla cubierta con el pañuelo que había usado en Dadirucso para recogerse el cabello. Sobe siguió sus pasos, tocó con el pie el cuerpo flácido de Tony y sonrió.

—Va odiarnos cuando despierte.

—¿Quién es él? —preguntó Petra mirando a mi padre confundida.

—Nadie, no lo conozco —contesté, después de todo decía la verdad.

—Estás llorando —advirtió Petra.

—No —respondí tajante y me enjugué las lágrimas.

—Pues no lloras de una manera muy extraña —añadió Sobe.

Me incorporé, con un nudo en la garganta, estaba sudando y tenía la respiración trémula. Intenté barrer las lágrimas que se resbalaban por las mejillas creando surcos entre mi piel cubierta de hollín pero sentía mi cuerpo muy torpe. Me pedí tres minutos de valor y seguí a Sobe hacia no sabía dónde pensando en lo que me había dicho la persona que siempre creí mi papá:

«Cuando me mudé a la casa había un portal en el sótano, solo uno y nada más, no dos»

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