II. Un día en el Triángulo

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  Después de que Petra se duchara y se pusiera el uniforme fuimos corriendo unos pisos arriba para presentarnos en la clase de Walton. Era la clase de supervivencia, Walton alardeó de que este día nos había tocado la sección más divertida. Petra levantó sus cejas y sonrió queriéndome decir algo que no capté.

  El piso al que nos llevó era de una sola habitación. Consistía en un amplio y extenso salón que tenía rampas, trincheras, lomas, simulaciones de edificios vacíos y paredones de concreto todos absolutamente salpicados y tiznados de pintura de distintos colores. Parecía que un maniático decorador de interiores había tenido un ataque sicótico ahí. El techo estaba muy fuera del alcance de las balas y era lo único blanco e impoluto del lugar. Medía aproximadamente lo mismo que tres manzanas urbanas.

 —¿Esto es un campo de paintball? —pregunté entusiasmado, jamás había visto algo como aquello.

  Walton se cruzó de brazos y asintió con aire orgulloso.

  —Sí —afirmó— en la clase de supervivencia, te enseñan a vivir en cualquier mundo o ecosistema, también a defenderte con todo tipo de armas, hoy nos tocaron nuestras armas, las de este mundo y también nos tocó la clase práctica. Pero como no nos confían balas verdaderas tenemos este chulo campo de paintball.

 Había varios grupos de personas con semblante aburrido y algunos disconformes en el principio de la ciudad artificial, a unos metros de la escalera. Se aproximó a un grupo de cuatro adolescentes que conversaban frenéticos en círculo, eran las únicas personas ajetreadas del lugar y al reparar en Walton lo fulminaron con la mirada.

  —¿Dónde estabas? —preguntó una chica que parecía desteñida.

  Tenía piel blanca, mejillas regordetas y su cabello era tan rubio que ni siquiera se le podían divisar las pestañas o las cejas. Era un tanto morruda, su cuerpo me recordaba a la figura de un barril, y observaba todo con sus disgustados ojos azules, aunque no sabía si ese era su semblante o estaba enfadada con Walton. Hablaba con un marcado y riguroso asentó alemán. Levaba su melena como plata recogida en una coleta.

—Llegué tarde, lo siento —se disculpó alzando las manos—. Es que tengo novatos.

  Un chico de diez años nos miró con los ojos bien abiertos. Tenía el rostro cubierto de pecas como Sobe pero en el niño las manchas si se veían adorables.

—Jonás, Petra, les presentó a Dagna Scheck —la chica rubia hizo una inclinación de cabeza sin aplacar su mirada furiosa—. Dante Álvarez, Miles Harris y ese niño se llama Cameron pero nosotros le decimos Camarón. Y Camarón era el último novato que había llegado antes que ustedes.

—Hola —saludo Camarón y confesó tímido—. Es mi primera clase práctica.

—La mía también —le dije.

 —¡Vamos, Walton! —protestó Miles Harris su compañero de cuarto, tenía por cabello una maraña anaranjada, despeinada y mal cortada, era pálido y enclenque. Estaba molesto pero aun así se lo veía con una radiante felicidad en los ojos—. Con tantos novatos vamos a reprobar esta clase.

 —Además, ya nos bajaron la calificación por no estar todo el equipo completo a tiempo —advirtió Dante desprendiéndole una mirada reprobatoria. Era un chico menudo y de rasgos latinos aunque no tenía ningún acento—. Y Dave está enfermo ¡Convencimos toda la semana al mejor tirador de estar en nuestro equipo y se reporta enfermo! —mencionó con exasperación, estaba tan frustrado que parecía estar a punto de llorar.

 —¡Yo lo dejaré enfermo! —amenazó Miles.

  Un hombre con ropa de camuflaje se acercó hacia nosotros. Caminaba a pasos agigantados y pesados. Vestía un equipo de soldado, tenía una barba incipiente creciéndole en la quijada, nariz aguileña, unos ojos duros de pedernal y el cabello cortado al ras. Debería tener unos veinte tantos.

 —¿Algún problema? —preguntó comprimiendo la mandíbula.

 —No, profesor Bright, ninguno —respondió rápidamente Dante y Cameron continuó en silencio pero asintió respaldando la verdad.

—Señor Walton Steele ¿Por qué tardo tanto? ¿Es consciente de que perjudicó a su grupo y sobre todo a usted? —inquirió el hombre con el mismo rigor con el cual hablaba Dagna.

—¿S-sí? Digo sí —respondió más firme frente a la mirada de Bright, estiró su cuerpo como un soldado y miró a la nada tensando los músculos de su rostro—. Es que tengo novatos —explicó señalándonos levemente con la cabeza y le dedicó una sonrisa confianzuda.

El profesor Bright observó de reojo a Petra.

—Ella no es novata, ya estuvo aquí y huyó.

—Es que no me tuvo como guía —bromeó y rió nervioso. 

 Bright, por su parte, lo observó con sus ojos duros e inexpresivos como piedra y se fue diciendo:

 —Cinco minutos y empieza la clase.

 De repente me invadió una sensación de irrealidad, hace unas horas estaba flotando a la deriva y ahora veía cómo Walton regresaba corriendo con municiones, granadas de pintura en bandas que le cruzaban el pecho, chalecos, rodilleras y un arma lista para disparar. Y como si fuera poco, esa noche planeaba regresar a Dadirucso y advertir a Berenice de que Pino, el traidor que trabajaba con Logum y servía a alguien llamado Gartet, los mataría. No tenía ni idea de cómo hacerlo, debía pensar y sin duda alguna no había tiempo para eso. Petra leyó la expresión de mi rostro.

—Oye —me dijo susurrándome al oído—. No te vendrá mal un poco de entrenamiento rápido, es mejor que observar el Calibre 45 ¿No?

 Asentí, además parecía divertido, prometedor, jamás había visto un campo de paintball como ese, tenía ganas de disparar a diestro y siniestro pero el sentimiento arrollador volvió a mi pecho.

—No es lo correcto. No si mis hermanos están quién sabe dónde y si Berenice morirá esta noche —le susurré furtivo para que el resto de los chicos no me escuchara, ella me agarró del brazo y me hizo aparte.

—Jonás, nos merecemos relajarnos un rato, aunque sea con un juego tonto, hiciste más de lo que cualquiera haría —me dio el arma y sonreí un poco frustrado—. Además si vamos al pasaje donde están tus hermanos y allá nos atacan unas personas que únicamente mueren con balas de pintura te arrepentirás de jamás haber practicado, créeme, así murió el hermano de Sobe.

Logró arrancarme una risa débil y tomó eso como un sí. Aferré el arma. Pensé que sería un día muy largo y no lograría nada sentándome en un rincón y cavilando en cosas que no podía cambiar por el momento. Me la colgué al hombro y me volteé para escuchar su conversación.

—Superamos el número del grupo —dijo Dante con una mirada nerviosa escudriñándome de pies a cabeza—. Tenemos que ser seis y somos siete, es contra las reglas.

—Tranquilo —lo sosegó Walton—. Tenemos dos novatos si es que no cuentas a Petra, ya hablé con el profesor Bright y él con los demás alumnos. No hay problema algun...

—¡Muy bien señoritas acérquense! —clamó Bright a través de un megáfono y todos los otros grupos de adolescentes lo rodearon.

  Nos encontrábamos en la entrada del campo de paintball a principio de las tres manzanas que contenía la habitación. Muy cerca nuestro, había un edificio de tres plantas totalmente cubierto de manchas coloridas. El profesor Bright estaba parado sobre una silla lo que no le hacía falta porque ya era muy alto, pero al parecer quería vernos literalmente a sus pies.

  —Ya saben cómo es esto, pero al tener novatos haré una breve explicación. Su comandante será su guía en el resto de la clase. Levanté la mano el comandante del grupo que tiene los novatos —pidió con poca paciencia.

  Walton levantó una mano firme y solicito.

  —El subcomandante.

  Dante elevó una mano vacilante y temblorosa. Tenía piel oscura y cabellos azabaches sedosos recortados de una manera que parecía llevar un casco de pelo, era mucho más menudo que yo y eso es mucho decir. Su estatura no le hacía justicia a su edad, debería tener mi edad pero medía lo mismo que Cameron. Se estaba mordiendo las uñas con nerviosismo pero todos actuaban como si fuera un habito común en él.

  —Hay cinco grupos, llamados unidades —continuó explicando Bright—, defiendan la suya. Sonará una alarma y tendrán dos minutos para esconderse u atacar. Elijan. El grupo que queda afuera, el que primero pierde, tendrá mi atención y créanme que no quieren tenerla.

  Con un movimiento veloz extrajo una bocina de aire y la hizo sonar sobre nuestras cabezas. Rápidos y feroces como relámpagos, los otros grupos de adolescentes se dispersaron en la simulada y diminuta ciudad, haciendo repiquetear las correas y los frascos de pintura que cargaban con ellos. Un grupo de chicas se metió fugazmente en un edificio y subió los tres pisos para asomarse rápidamente en la terraza y escudriñar las calles y las lomas con aire amenazador. Los otros grupos se perdieron en las trincheras.

 —¡Vamos! —gritó Walton y corrió calle abajo.

  Los edificios eran de yeso, las ventanas eran solo aberturas, no tenían cristales ni había ningún mueble detrás, sólo escaleras que conducían a pisos vacíos y pequeños.

  —¡Alto, la regla dice que primero tenemos que elegir si atacar o escondernos! —protestó Dante preocupado, vacilando y deteniendo la marcha.

  —¡Las dos cosas! —respondió Walton continuando con la marcha.

 —¡No se puede las dos cosas! Como subcomandante tengo la obligación de...

  Nos topamos con un grupo de adolescentes mayores, al doblar una esquina y ellos nos saludaron pasando un dedo por su garganta y riendo con aire soberbio. Se escurrieron por la calle contraria. Todos teníamos uniforme de protección como cascos de soldado, chalecos y rodilleras, aunque su uniforme era mucho más grande.

  —Van a arrepentirse de tener a los novatos en su grupo —amenazó uno.

  —Tendrán tanta pintura en el cuerpo que pasaran semanas sacándosela de los ojos —añadió otro.

  Camarón se paró en seco, pálido como papel y escudriñó el rostro de los presentes como si esperara que alguien riera, le palmeara el hombro y le dijera que era broma.

  —¡Y ustedes terminaran peor que eso! —amenazó Dagna apuntándolos con el arma como si ansiara disparar en ese instante.

  —¿Qué color te gusta más para que te pinte la cara Ed? —Preguntó desafiante Miles— ¿Rosa o amarillo? Yo consideraría el rosa, les sienta bien a los bebés.

  —Bebé —exclamó Ed en respuesta— así fue como me llamó tu madre anoche.

  —¡No deberíamos amenazarnos antes de la clase! —Urgió Dante—. Nos queda menos de un minuto y el profesor Bright...

  El adolescente que tenía unos diecisiete años, Ed, se dio la media vuelta y se llevó consigo a su unidad cuando escuchó que quedaba un minuto, dejando a Dante con su frase inconclusa. Ed tenía casi la misma edad que Walton y era igual de fornido pero allí terminaban las cosas que tenían en común. Ed tenía la piel del color café y sus cabellos ensortijados y oscuros se dispersaban lejos de su cráneo. Mantenía una sonrisa pero no radiante y entusiasta, más bien era maliciosa. Mientras se alejaba se volteó para observarnos a la vez que se echaba unas buenas risas como si pensara «Están perdidos»

  Doblamos una manzana y por alguna razón me pregunté si Sobe no había despertado para entonces. Walton cruzó el umbral de un edificio y subimos tres pisos.

—¿No es mejor ir a la terraza? —preguntó Camarón.

  Él era el más pequeño de todos, Walton el más grande, no solo en anatomía también en edad, el resto del grupo tenía mi edad o la de Sobe. Entonces comprendí por qué tanto se reía Ed. De verdad estábamos perdidos.

  —No —explicó mientras se apostaba en la ventana y vigilaba la calle—. A veces hay bombas de pintura, si no todos se pondrían en las azoteas y esperarían a que alguien se aburra y baje a la calle pero nadie haría eso porque no querrían perder, de ese modo no existiría juego.

  De repente se escuchó una explosión liquida pero espesa que se esparció por el aire. Todos se asomaron a la ventana, incluso las otras unidades que se habían ocultado unos metros a la distancia. Por encima de la cabeza morena de Dante vi como unos chicos chillaban furiosos en la azotea cubiertos de azul. Uno de ellos intentaba difuminar la pintura como si pudiera sacársela de todo el cuerpo frotándola delicadamente. Y habían perdido la clase, o reprobado como sea que se dijese.

 —Qué pena que no es el grupo de Ed —se lamentó Miles.

 —Al menos ahora tenemos un grupo menos —afirmó Walton con la mirada encendida de optimismo —. Vamos chicos, tenemos que durar en esta clase, de otro modo tendré que ver al profesor Bright en el verano.

 —¿Y qué? —Preguntó Dante—. Todos vivimos aquí, siempre lo vemos en el verano.

 —Sí pero yo tendré que ir a sus clases con los chicos que ahora están cubiertos de azul.

  Dagna se cernió vigilante sobre el alfeizar interior de la ventana, observando la calle a través del visor de su arma. Vimos cómo Dante se colocaba su casco listo para actuar. Walton se aproximó hacia Petra, Camarón y yo, que nos encontrábamos mudos como espectadores sin saber muy bien qué hacer. Nos explicó rápidamente cómo funcionaba, la manera de recargar y agarrarla correctamente.

 De repente la bocina del profesor tronó estridentemente en el aire avecinando el juego.

 —Háganme sentir orgulloso o no tan humillado.

  Asentimos y nos acercamos hacia la hilera de ventanas, escudriñando furtivamente calles abajo. Un grupo de chicas caminaban descuidadas agarrando las armas como si fueran calcetines sucios, habían arrojado los cascos calle abajo. Su comandante estaba discutiendo con la subcomandante sobre si era mejor esconderse en las trincheras o probar suerte en una terraza. Dagna sonrió con ojos ávidos como saboreando la idea de fulminarlas.

 —Aguarda —ordenó Walton poniendo una mano en la punta del rifle—. ¡Es Amanda Jones, oye Miles es la chica que te rompió el corazón!

 —¿Y eso qué? —objetó Dagna ceñuda—. Les voy a disparar de todos modos.

 Walton negó con la cabeza y dijo en tono solemne.

 —Esta no es tu batalla.

 —En la clase teórica vimos que era mejor atacar cuando se presenta el peligro y hay posibilidades de ganar —razonó Dante frustrado—. Se supone que ellas son el peligro, están armadas.

 Pero nadie lo oyó. Walton se volteó hacia Miles que estaba vigilando con Camarón la hilera de ventanas paralelas que daban a un callejón pálido y estrecho. Miles se volvió rápidamente e intercambió puestos con Walton, en un acuerdo tácito, arrastrándose por el suelo como si estuvieran bajo pleno ataque.

 —Jonás, Dagna, Miles y Dante —vigilen la hilera de ventanas que dan a la calle—. Petra, monta guardia en la escalera, yo vigilaré las ventanas que dan al callejón con Camarón —ordenó Walton decidido.

 Me agazapé debajo del alfeizar y observé el rostro blanquecino de Dagna que se encontraba a mi lado aguardando la orden, su piel era tan pálida y firme que parecía el suelo de un glaciar. Desde allí se podía escuchar los problemas de liderazgo que tenía la unidad apostada en la calle simulada.

—¿Qué más da lo que tu pienses? —Gritó la comandante, Amanda Jones, que se encontraba en la mira de Miles—. No voy a revolcarme en una trinchera, están hechas de tierra, puaj, prefiero los edificios de yeso.

—Van a cubrirnos de pintura sino hacemos algo —protestó la subcomandante—, me llevó una semana limpiarme el cabello después de la última clase, no voy a dejar que pase otra vez. He escuchado que alguien terminó calvo después de esto.

 Apunté en la mira a una chica que se había sentado en el bordillo y hablaba con otra sentada, a su lado, encima del arma como si fuera la silla más cómoda del mundo. Me recordaban un poco a Narel y casi sentí lástima de ensuciarlas. Casi.

 —¿No es un poco rencoroso de tu parte hacer esto? —inquirió Dagna si apartar los ojos de la mira—. Además, no te rompió el corazón en ese sentido, solo se rio de ti porque eres pelirrojo. Todos saben que esa chica es rara, no deberías...

—Es Amanda —excusó Miles encogiéndose de hombros—, se morirá de risa cuando se lo cuente.

—¿Se lo dirás? —intervine.

 Una amplia sonrisa picara se dibujó en el rostro de Miles como solía hacerlo Sobe, una sonrisa divertida con ojos burlones.

 —Algún día.

 —¿Y se morirá de risa? —preguntó Dagna.

 —Oh, de seguro que querrá morirse —respondió con aire justiciero.

 —¡Fuego! —gritó Dante.

  Disparamos y para mí sorpresa tenía buena puntería. Dante se concentraba en su trabajo con ceño fruncido, Dagna tenía una imperceptible sonrisa maliciosa en el rostro y disparaba en especial hacia el cabello. Las chicas chillaron y la unidad se dispersó frenética y sorprendida. La chica que había usado el arma de asiento ahora la usaba de escudo como si no sirviera para otra cosa. Miles se arrancó una granada del pecho y la arrojó a la calle donde todavía corría la unidad azorada. La granada explotó en un llamativo color naranja como su cabello.

 Recargó mientras gritaba:

—¿Te parece gracioso mi cabello? ¡Piénsalo dos veces antes de decirme cabeza de zanahoria, Amanda Jones!

Dagna lo observó anonadada y detuvo el ataque, Dante vaciló:

—Recuérdame que nunca lo llame así —me dijo.

—Trato hecho.

 De repente una mancha rojiza y fresca se incrustó en el alfeizar muy cerca de mi rostro, me arrojé al suelo en el momento que más balas coloridas e insidiosas entraban en la habitación desde el edificio de enfrente. Sonaban como chasquidos. Contraatacamos y disparamos hacia todos los pisos que veíamos un atisbo de amenaza, al parecer los atacantes se habían separado por plantas cubriendo todas las alas del edificio. La ofensiva no los vulneró lo suficiente, y arremetieron con todas sus fuerzas haciendo volar pintura por los aires.

—¡Desciendan hasta la primera planta y escapen por el callejón! —gritó Walton mientras Camarón se arrastraba por el suelo esquivando balas de pintura y se dirigía a la escalera.

  Petra, Camarón y Walton descendieron las escaleras agazapados. Miles iba a seguirlos cuando le dispararon en la pierna. Rápidamente se arrojó contra la pared mientras observaba la pintura que se había expandido en una irónica mancha anaranjada.

 —¡No puede ser verdad! —gritó mientras se deslizaba al suelo con la espalda contra la pared con las balas volando sobre su cabeza.

 —¡Le dieron a Miles! —anunció Dante como si nadie lo hubiera notado.

 —No importa es en la pierna, puede seguir —argumenté colocándome detrás de una columna que había en el medio de la habitación vacía.

Dante me observó con una mirada ingenua.

—Claro que no. Está herido. Se supone que le está perforando el fémur.

—El fémur no se encuentra ahí —urgió Dagna perdiendo la paciencia.

 —Rayos ¿Crees que pueda quitar la mancha? —preguntó Miles mientras restregaba la pintura fresca con sus puños y los teñía de naranja.

—¿Estás loco? ¡No puedes quitar las manchas! —Regañó impetuoso Dante y lo observó como si no lo conociera— ¡Es trampa! ¡Nos bajarían la calificación! ¡Debes fingir estar herido! ¡Debes tener honor!

—¡ESTÁ BIEN! —aulló Dagna diligente y alarmada, sus mejillas tenían un tizne rojo—. Jonás y yo lo cargaremos. Dante ve si alcanzas a nuestro comandante que acaba de abandonarnos.

 Le cubrí las espaldas a Dagna mientras ella arrastraba al cojo Miles hacia las escaleras, luego ella me las cubrió a mí cuando me escabullía de mi escondite y corría unos peldaños hacia abajo. Descendimos agazapados los pisos, cargando a Miles mientras Dagna iba en la cabecera comprobando que todo estuviera despejado. Debajo nos encontramos con el resto de la unidad. La sangre me zumbaba y podía oír el latir de mi corazón en los oídos pero no por miedo sino porque por primera vez en la semana mi vida no estaba en peligro real más bien jugaba a estar en peligro.

 Una vez reunidos debajo, saltamos los marcos de las ventanas, aterrizamos en el callejón y cruzamos al herido después de improvisar un torniquete simulado porque Dante informó que de otro modo Bright contaría que esa herida lo había desangrado y lo calificaría de muerto. Había que tomar todas las precauciones. Una vez con el torniquete nos deslizamos por el estrecho pasillo.

 Después de unos segundos Walton se detuvo y elevó una mano rígida en señal de alto. Se apostó al final del pasadizo entre los edificios simulados y asomó su mirada alerta. Luego nos indicó que avanzáramos ladeando la cabeza. Dante cruzó primero, encabezando la marcha y Walton lo siguió en retaguardia. Quedaban sólo dos grupos que combatir y todavía estábamos completos. Pero en ese lado de la ciudad no parecía haber algún grupo.

—¿Alguien recuerda la frase que se decía para que los pájaros a la redonda ataquen a quien quieras? Eran artes extrañas —preguntó Walton observando con receló las azoteas, su voz resonaba como un eco olvidado.

—Está prohibido practicar artes de otros mundos en el Triángulo —respondió tajante el subcomandante que iba en retaguardia.

 Miles se volteó hacia Petra.

—¿Tú no venías de un mundo dónde hacen magia?

—Ciencia —masculló ella.

 Los ojos de Camarón se abrieron con expectación como si Petra fuera a cambiar de forma u a escupir fuego por la boca.

 —¡Tú eres la chica que trajo él Creador! M-me parece una historia fantástica —anunció anonadado.

 —Sí —respondió Walton asintiendo y tensando sus músculos—. Al principio causaron conmoción pero ahora no nos importa de dónde venga Petra.

 —¿Al principio? —Preguntó Dagna con una sonrisa—. Yo visité miles de mundos pero nunca escuché algo tan desconcertante como que los Creadores son reales, de verdad eran el único cuento que creía que no era más que eso, un cuento. Pero después de crear ese portal sé que sin duda es cierta la frase: «Todo lo que puedas imaginar puede existir». Sin ánimos de ofender, Petra.

Ella se encogió de hombros.

—Eres como una leyenda en el Triángulo —repuso Miles—. Los estudiantes de instituto no supieron apreciar tu talento.

—¡Sí, Petra! —concordó Dagna, aunque la estaba alagando hablaba con tanto rigor como si la reprendiera—. A la semana que se los llevaron medio Triángulo estaba planeando buscarte.

  Petra levantó su mirada de la piel donde antes descansaban sus brazaletes. Un brillo incrédulo pero feliz se asomó en sus ojos y caminó de espaldas unos segundos para observar a sus interlocutores. Parecía querer encontrar un atisbo de mentira.

—¿De verdad?

—Claro —dijo Walton desviando su atención unos segundos y concentrándose nuevamente—. Todos querían preguntarte cosas, saber cómo funciona tu mundo y eso. Ustedes dejaron un portal que ahora siempre estará abierto por más Cerras que pongan en las habitaciones contiguas. Algunos lo visitan de vez en cuando.

—¿Y cómo hacen para que nadie del otro mundo cruce el portal? —Pregunté desconcentrándome de la clase— Es decir lo sellaron construyendo paredes alrededor pero...

 Jamás había pensado por qué alguien en Atlanta o Cuba nunca había ido a Dadirucso o viceversa. Y ahora sentía que la idea estaba carcomiéndome la cabeza. Sobre todo porque surgió en mi mente la posibilidad de que después de mi desaparición mi madre haya bajado al sótano y atravesado uno de los dos portales por accidente.

—Los confronteras no pueden atravesar portales —explicó Miles mientras volvía a levantar su pierna, olvidando que estaba herida y apoyaba el peso de su cuerpo en el mío—. No a menos que crucen con un trotamundos o uno esté muy cerca, casi rosándole la piel, sino no pueden. Pero como en ese pasaje hay trotamundos se encargaron de construir una habitación alrededor del portal.

—¿Y dónde desemboca el portal?

—En un callejón —respondió Petra.

—Sí, pero ahora ya no es un callejón, construyeron una pequeña casa sin puertas ni ventanas en el otro mundo. Bueno quiero decir que también sellaron con paredes el callejón. Aunque eso es lo mismo que tratar de sellar una grieta con plaaydoh.

Medité en lo que acaba de oír asimilando la idea.

—Pero La Sociedad nos odia por abrir portales y que cosas de esos portales vengan al nuestro ¿Cómo pueden cruzar ellos y los confronteras no?

Se alzó un silencio y todos meditaron en ello.

—Los humanos son los únicos que no pueden cruzar, los humanos y algunas criaturas de otros mundos pero en el caso de la mayoría de los monstruos de pasajes inhóspitos, si un trotamundos dejó un portal abierto, pueden cruzarlo. Pero todos pueden ver los portales abiertos, lo que es alucinante.

—¿Porqué algunos confronteras no pueden cruzar?

—Bueno —accedió Walton sacudiendo los hombros—. Supongo que algunas cosas cruzan y otras no, no lo sé te cuestionas mucho las cosas. Cuando me lo contaron no me importó mucho eso, relájate.

—Lo único que importa —apuntó Dante con aire responsable—, es nuestro deber. Los trotamundos somos como embajadores. Protegemos a los portales y sus habitantes. También nos entrenan para eso, no sólo para arreglárnosla allí o para buscar más trotamundos. Quieren que en un futuro no permitamos que ningún monstruo cruce portales o engulla seres que no son de su mundo. Tenemos que lograr que nadie conozca la existencia de otros mundos porque si no todo sería un lío. Cada mundo debe vivir apartado de otro. Somos como patrullas de frontera.

—Es triste pero es cierto, los trotamundos no deben permitir que nadie salga de su mundo aunque es difícil hacerlo cuando abres las puertas y los conectas —concordó Dagna soplando un mechón plateado de cabello—. Es por eso que debemos también ayudar a plantar orden en los diferentes pasajes. Por ejemplo, si un mundo tiene una plaga de no sé... monstruos... —Cameron se puso lívido— no, monstruos no, digamos algo menos fuerte... de ratones. Si un mundo tiene una plaga difícil como por ejemplo de ratones es tu deber ayudarlos pero siempre en el anonimato.

—Relájense —insistió Walton—. No hablemos de responsabilidades.

Asentí abstraído todavía pensando en aquella idea. En parte me tranquilizó saber que mi madre jamás cruzaría ningún portal sola.

—¿Cómo esta William? —Preguntó Dagna desviando la conversación—. Hace un año que no lo veo, compartía clase de matemáticas conmigo.

—Está bien —respondí preguntándome si ellos sabrían que se encontraba recuperándose del golpe que Adán le había dado como regalo de bienvenida. Intenté hacerme la idea de que a Sobe le decían William porque ese era en realidad su nombre—. Creo.

—¿Sigue siendo un aventurero loco que no respeta las reglas? —Preguntó Dante, Miles frunció el ceño y estaba a punto de decirle algo hasta que él añadió—. Sí, también compartía clases de matemáticas conmigo, pero no lo recuerdo muy bien porque yo sí presto atención en clase.

Y entonces una macha verde se extendió en el pecho de Dante, emitiendo un chasquido. Cayó de rodillas atónito y proyectiles volaron a diestra y siniestra, atravesando el aire pero dándole especialmente a él como si fuera el principal objetivo. Mi mente tardó unos segundos en comprender que era un ataque frontal.

—¡Toma eso cerebrito! —Aulló la voz de Ed y su unidad celebró con vítores desde algún lado— ¡Deberías prestar más atención en esta clase!

  En frente nuestro había una trinchera donde se asomaban las armas de la otra unidad. Corrimos a una fosa estrecha y alargada que yacía en la entrada de un edificio, a nuestra derecha. Nos arrojamos prácticamente de bruces mientras Dante fingía retorcerse de dolor, dedicaba las últimas palabras a sus seres queridos y le regalaba todos sus libros a Miles.

  Una vez en la fosa rectangular Walton se acomodó el casco y masculló una maldición por haber perdido a su organizado y estricto subcomandante. Respiró e intentó examinar cómo iban las cosas en la calle pero cuando asomó minuciosamente su cabeza una bola de pintura reventó muy cerca de él. Se agazapó nuevamente en la profundidad, comprimiendo los labios en una fina línea.

 —Muy bien ¿Hay algunos heridos?

—¡Oh no! Me dieron —refunfuñó Dagna y tocó con la punta de sus pálidos dedos la mancha de pintura que se exhibía en el lado izquierdo de su estómago .

—¿Te dio al hígado, al riñón? ¿Te dio a algo? 

—¡Qué sé yo!

—¿Puedes seguir? —preguntó Walton con un atisbo de esperanza.

—En mi opinión la bala salió por el otro extremo —apuntó Petra encogiéndose de hombros.

—¡Sin trampa! —Ordenó el difunto subcomandante desde la calle—. Es mejor que muera uno a que nos bajen la calificación.

—Ya cállate, tienes que fingir estar muerto hasta que termine la clase —gritó Miles haciendo presión en su propia «herida»

—Ahora creo que le dejo mis libros a Dagna —contestó ofendido Dante—. Olvídate de heredar mis cosas.

—Descuida, amigo, puedes quedártelas —contestó ella con una sonrisa como si se imaginara el rostro exasperado de su compañero.

 —¡Oigan, concéntrense! Mi verano está en juego. Vamos, sólo nos quedan dos grupos. Miles esta herido y Dagna está muerta.

—¡Oye! —protestó ella.

—Usemos las granadas —aconsejó Miles como última alternativa, todos miraron sus botas y asintieron desconsolados. Sabían que no funcionaría.

Yo no me encontraba más convencido.

Estábamos encerrados. El grupo de Ed iba a esperar que intentáramos defendernos entonces atacaría y seríamos un blanco fácil, no, esa no era la salida. Tampoco podíamos escapar porque entonces nos fusilarían con pintura. Teníamos que atraeros de alguna manera, pero ellos no vendrían a menos que crean que el lugar era totalmente seguro. Necesitábamos atraerlos, hacerlos creer que era seguro.

—Tengo una idea —dije sonriendo.

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