III. Un día en el Triángulo.

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 La fosa rectangular se extendía en toda la cara de aquella manzana, era lo suficientemente prolongada para concretarse mi idea. El grupo de Ed esperaba en la otra punta de la manzana al final de la calle, refugiados en su trinchera. Nos arrastramos a la punta de la fosa, cada uno con una granada en mano, incluso Miles que estaba herido. Cameron sonreía entusiasmado. Nos agrupamos en el extremo. Nos protegimos con el cuerpo de Dagna como si fuera la puerta de un búnker y arrojamos las granadas hacia donde estábamos anteriormente. Los colores se dispersaron rápidamente hacia todos lados empapando los edificios que bordeaban al fosa y el cuerpo de Dagna. Ella dio un respingo y rió por lo bajo.

—Está fría —susurró cubierta de pies a cabeza de pintura.

Los segundos pasaron, aguantamos la respiración observando ansiosos y esperando un resultado o al menos un indicio de que había salido como planeábamos. Se me hundieron los hombros y creí que habíamos fracasado cuando se oyó la voz de Ed exclamar divertida.

—¡Esos idiotas acaban de volarse! —le gritó a su unidad.

—No puedes ser, que cómico, estallo de risa —gritó una chica y la broma fue seguida con carcajadas desaforadas y chistes parecidos. Petra revoloteó los ojos a mi lado.

—Vamos, vengan —masculló Walton con un toque siniestro, totalmente quieto agarrando su rifle —. Muévanse.

—Oigan, sólo quedamos nosotros y el grupo tres. Tenemos que cambiar de lugar —aconsejó el subcomandante de la otra unidad.

  El grupo de Ed abandonó la trinchera, el sonido de sus botas reverberaba en la calle y cómo esperaba, antes de ir a buscar una nueva presa querrían ver la anterior victima que habían aniquilado. Se acercaron pavoneándose a la fosa, haciendo más chistes de bombas. Fue entonces cuando sólo encontraron una mancha de pintura en el suelo, sin pisadas ni nada y el cuerpo sonriente de Dagna en la otra punta, cubierta de pintura, usando su cadáver como escudo. Sus ojos se abrieron como platos y la otra unidad se puso alerta cuando era demasiado tarde.

  Emergimos de nuestro escondite y disparamos como si no hubiera un mañana, por suerte las balas picaban al golpear contra la piel porque si no fuera así nos hubieran cubierto de pintura en señal de venganza y no hubiesen tardado tanto en reaccionar. Miles se encargó de arrojar granadas. Los ojos de Ed relampagueaban de furia, estaba cubierto de pintura, chorreando colores y destilando odio. Arrojó su arma al suelo al saber que no podía continuar con la clase.

  Contempló a Petra y luego a mí sabiendo que la idea no había salido del resto de la unidad, y nos fulminó con la mirada mientras escalábamos la fosa y nos alejábamos pasándonos el dedo por el cuello.

 —¡Están muertos novatos! —amenazó alzando la voz lo suficiente para que la otra unidad nos escuche— ¿Me oyeron? ¡Muertos!

  Dante nos chocó los cinco cuando pasamos al lado de su cadáver y corrí con una sonrisa en el rostro pensando que de tantos lugares que había visto ese, sin duda alguna, era mi favorito.

  No fuimos el grupo que quedó hasta el final. Poco después de arrasar con la unidad de Ed, las chicas que había visto al principio de la clase que se habían encaramado en la terraza de un edificio nos fusilaron sin piedad una cuadra lejos. Pero fuimos una de las últimas unidades por lo que el profesor Bright nos felicitó con un asentimiento de cabeza.

Calificó a sus alumnos y luego nos dijo a Petra y a mí que teníamos potencial.

—Me gustaría enseñarles algún día, si es que deciden quedarse —dijo tronando sus nudillos como si nos amenazara con darnos una buena tunda—. Lo bueno de mi clase es que es una de las únicas asignaturas donde se mezclan todas las edades y eso lo vuelve más... interesante. Hoy ustedes volvieron la clase más interesante. Tienen algo que los diferencia de los demás, sobre todo usted —dijo señalándome—, no sé muy bien lo qué es pero es algo poderoso e imparable.

—Únicamente soy un Cerra —respondí seguro y tragué saliva.

  Él me observó receloso. Asintió nuevamente y se despidió con una mirada fija y penetrante.

  Después de eso fuimos a las duchas que se encontraban escondidas detrás del campo de paintball, tras de una pequeña puerta.

  Estaba duchándome cuando lo sentí. En la ducha contigua podía ver a mitad del torso escuálido y moreno de Dante, a mi izquierda se encontraba Walton frotándose jabón en los brazos fornidos y tarareando una canción de tropilla. Fue una sensación extraña como si algo se sacudiera dentro de mí pecho. Al ver a Walton, sentía un hormigueo en el rostro como una brisa de aire fresco que se esparcía por en el ambiente y se perdía en el vacío interminable. Una brisa fría y escurridiza. Retrocedí alarmado y choqué con la pared que me separaba de la ducha de Dante, él se encontraba lavándose los oídos y sacando pintura amarilla cuando me notó.

—¿Qué te pasa? —preguntó escurriendo el agua caliente de su rostro.

  Me volteé nervioso hacia él y me embargó una sensación singular. Sentí que me encontraba entre dos paredes, un efecto fantasma de algo sólido y firme rozándome los brazos me abordó, como un muro rodeándome cada vez más, amenazándome con aplastarme. Sentía que estaba en una caja cálida.

 —¿E-eres un Cerrador? —balbuceé desconcertado.

 —Un Cerra —corrigió y volvió a lo suyo abriendo enormemente la boca frente al chorro de agua que lo empapaba.

  Una nube de vapor se suspendía en el suelo de las duchas. Miles apareció con una toalla en la cabeza y otra cubriéndole la cadera, el vello de sus brazos también tenía un ligero color anaranjado.

 —¡No espero la hora de ver la cara de Amanda! —rió enérgico.

 —No debiste vengarte de ella Miles —lo reprendió Dante apagando la ducha y cogiendo una toalla—. No se puede mezclar sentimientos con la clase de supervivencia, además sólo te dijo cabeza de zanahoria, ni siquiera es un insulto ingenioso, parece que fue inventado por un niño de tres años.

  Miles le respondió algo al modo de que la venganza no es un sentimiento y continuaron hablando mientras cientos de emociones me embargaban de tropel. Había más personas en la ducha y podía sentir qué era cada uno. Algunos los percibía como si fueran rayos de luz, otros de oscuridad, de ambientes sellados. Me sentía encerrado, libre, pesado, liviano, con los pies en la tierra y la cabeza en las nubes. Los Cerradores se sentían muy oscuros, su presencia era familiar pero sombría.

 —Miles tú también eres un Cerra —dije en un susurro y él detuvo el relato de cómo Amanda reaccionaría cuando lo viera, para mirarme con el ceño fruncido.

 —¿Qué?

  Walton se colocó una toalla y salió de la ducha mientras el agua aún se le escurría por la piel y los prominentes músculos.

 —Jonás es nuevo en esto —explicó—. Sólo sabe que es un Cerra hace menos de una semana —y se volvió hacia mí—. Antes de que sientas otra cosa y te impactes más, te haré un resumen. Yo soy un Abridor, Camarón abre y Dagna también. Amanda cierra y Ed abre ¿Alguien más que conozcas?

 —¿Adán? —pregunté desconcertado sin ser consciente de lo que decía.

 —Adán abre.

  Asentí todavía alarmado y empapado.

 —Oye ¿Tú qué eres? —Preguntó Dante frunciendo el ceño—. Se siente raro ¿No Miles?

 —Sí, como si estuviera cayendo por un acantilado —se sentó en una banca alargada—. Es raro porque eres un Cerra. Por ejemplo Dante seguramente lo sentiste como algo que te asfixia, yo soy más de hacerte sentir en un lugar oscuro pero es rara la esencia que trasmites.

  Dante negó confundido con la cabeza.

 —No, no, es como si estuviera al lado de una bomba y le quedaran tres segundos en el marcador —dio un respingo y se sacudió como si quisiera ahuyentar un inminente escalofrió.

 —Oigan chicos él es un Cerrador —insistió Walton—. Es como ustedes pero en mi opinión todos los Cerradores son raros.

  Dante lo fulminó con la mirada.

 —Cerra, se dice Cerra —corrigió con aspereza.

  Miles se fue alardeando de cómo habíamos ganado en la clase mientras que Dante perseguía a Walton golpeándolo a sus brazos marcados con una toalla mojada, blandiéndola como si fuera un látigo. Era un juego desparejo aunque Dante tuviera la toalla-látigo, se veía raquítico contra su adversario.

  Me sequé, me puse un uniforme limpio y me senté en las bancas una vez que todos se habían ido pensando en lo que había sentido. Apoyé el mentón en las rodillas y miré hacia mi reloj que marcaba las 5 Pm y luego a la nada. Pasaron los minutos y aquella sensación había desaparecido en gran parte, aún la sentía débil pero agitada dentro mío. Los Cerras eran raros, no quería ser un Cerra, no quería sentirme así, ni hacer sentir a otros que estaban a punto de morirse. Aunque los trotamundos tomaran con naturalidad las esencias yo no quería la mía. Estaba conmocionado, necesitaba hablar con alguien que suiera de sensaciones que no querías y de todos modos tenías en el pecho. Pero Berenice ya no estaba conmigo.

Necesitaba a Berenice, ella era buena escuchando, en parte porque no podía hablar y también porque simplemente era buena. Estaba pensando que era mejor ir a buscar el mapa por mí mismo, Sobe no parecía dispuesto a despertar y las horas continuaban corriendo. Pero no sabía muy bien cómo hacerlo y no me entusiasmaba la idea de hablar con Adán.

—Oye ¿Qué haces aquí? —preguntó Dante acercándose hacia mí, estaba vestido con el uniforme bien planchado, tenía el cabello húmedo bien peinado y una mirada reprobatoria—. Anda, tenemos clase teórica, llegaremos tarde.

—No, gracias. Paso.

 Me observó confundido como si no conociera aquellas palabras y mucho menos cómo actuar ante ellas. Parpadeó desconcertado.

—P-p-pero Petra te está esperando, me mandaron a buscarte...

—Oye, tengo el tiempo contado, no sé cuando despertará Sobe. No puedo estar en una clase teórica, Petra debería saberlo. Necesito encontrar un mapa e irme a...

 Me detuve, no sabía qué decirle. Para empezar él ni siquiera sabía que Sobe era William, su compañero de matemáticas que casi recordaba, él no podría saber lo que se sentía perderlo todo en una semana. Perder a tus padres, tu casa, tus hermanos. Todo.

 Se sentó a mi lado y apoyó su mano en mi hombro, un gesto mecánico, vacilante y ampuloso.

—Sé que es duro la primera semana aquí y sobre todo cuando comienzas a sentir las esencias, si no las controlas bien y no tienes la inteligencia suficiente para saber que lo que sientes no es real entonces podías volverte loco —dijo con compasión.

—¿De verdad?

—Suele pasar pocas veces, sólo las personas que tienen... la mente delicada y son trotamundos no pueden superar las esencias. Es algo traumático, casi. Recuerdo que cuando me enteré que era un trotador y vine de vacaciones al Triángulo, tenía pesadillas con sentirme encerrado en un ataúd porque compartía habitación con un Cerra que trasmitía esa esencia.

—Oh.

—Pero créeme, por algo estoy aquí, no lo estaría si tuviera otro lugar a dónde ir. Mis verdaderos papás están muertos y mis padres adoptivos me llevaron aquí en cuanto supieron lo qué era. A veces regreso a su casa o al colegio donde de verdad estudio —se humedeció los labios—. ¿Tus dos padres eran trotamundos?

—De hecho ninguno de los dos —confesé—. Pero perdí a uno.

—¿Pero aun así uno de tus papás queda vivo? —me preguntó animado.

—Sí, mi mamá.

—¿Ella sabe que eres un trotador?

  Negué con la cabeza y me acosté en la banca observando las luces de neón que pendían del techo y los azulejos de color crema.

—No tiene ni idea.

—Bueno en ese caso eres afortunado. Tú, yo y Camarón tienen a uno de sus padres. Eso en parte es suerte ¿Sabes? Él podrá ir a verla de vez en cuando, tal vez en Navidad. El niño estaba derrotado porque sólo su papá era un Cerra y su madre no lo sabía. Ni siquiera él lo sabía. La Sociedad lo encontró y entonces su papá se contactó rápidamente con Adán, cuando sospechó que le estaban pisando los talones. Se lo llevaron dos días después. Fue desastroso tuvieron que huir lejos, pero aún así Adán los encontró, le explicó todo a su madre y se llevó a Camarón con su consentimiento. Ella lo llama casi todos los días.

—Pobre Cameron —dije sintiendo una profunda lastima por él, era muy pequeño para soportar cambios tan grandes. Me pregunté si Ryshia y Eithan ya estaban al tanto de su capacidad y cómo la afrontarían.

—Al punto que voy es que nunca te quedas con nada —repuso y jugueteó con sus pulgares—. Aunque no lo creas siempre habrá alguien alentándote desde lejos o algún lugar a donde volver, algo que querer, con que soñar, siempre hay algo.

 No tenía mucho sentido lo que dijo pero viniendo de Dante era sin duda un discurso completamente sentimental. No quería estar melancólico a cada hora, las personas que me rodeaban se empecinaban en levantarme los ánimos pero ellos no sabían que quería estar triste, la tristeza a veces la merecemos y la buscamos si es que ella ya no nos encontró.

  Todos actuaban con naturalidad como si fuera común encontrarse con chicos rotos en el Triángulo.

—Anda Jonás. De Cerra a Cerra, si no te mueves de aquí voy a arrastrarte conmigo a la clase.

 Sonreí cansado, sabiendo que lo haría. Me levanté del banco y lo seguí fuera del campo de paintball al piso repleto de salones.

  Corrimos por el desolado corredor donde se podía ver algunas lecciones en plena marcha. La puerta de un aula estaba abierta y pude divisar cómo un grupo de chicos veía una película proyectada, otros tomaban nota a la vez que contemplaban una espada curva, que flotaba, brillaba y parecía vibrar como un sillón de masajes.

  El salón de clase en realidad era una sala magna escalonada con pupitres extensos donde se podían acomodar hasta cinco alumnos. La clase había empezado y estaba colmada de adolescentes que tenían mi edad o la de Sobe. Dante se disculpó con un profesor greñudo que aceptó con cordialidad sus perdones diciendo:

—Descuide señor Álvarez, sé que usted no intentaría escaparse de esta clase si no hubiera una verdadera razón para hacerlo. Es el único que no escaparía así que no se inquiete por la demora.

«Con que por eso lo enviaron a buscarme»

  Todos los adolescentes parecían querer escapar de allí más que nada, algunos observaban aburridos la pizarra mientras otros garabateaban en sus carpetas. Dante asintió orgulloso y subió los escalones hasta donde estaba ella.

  Encontré a Petra en el final superior de la sala donde se hallaban los chicos que murmuraban, se enviaban notas escritas o se entretenían con juegos que no parecían de este mundo. En si donde se encontraban los holgazanes.

  Unos chicos estaban enfrascados en un juego. Se hallaban tirando de una cinta que variaba de color entre azul y negro, noté que si tirabas con más fuerza tu color ocupaba casi todo el ancho de la cinta. El juego constaba en no dejar que la cinta se tornara completamente del otro color y jalar con todas tus fuerzas para que esto no ocurriera. Miré mejor y los jugadores que forcejeaban furtivamente debajo del pupitre eran Dagna y Miles. 

  Casi tropecé con un escalón y dejé de observarlos. A su lado estaba Petra apoyando su cabeza sobre su muñeca desnuda y con semblante aburrido. Dante se sentó rápidamente cerca del pasillo, sacó unas hojas y tomó nota frenético como si la vida le fuera en ello. Me deslicé a su lado mientras Miles me guiñaba el ojo y le susurraba a Dagna que no se moleste en intentar ganar.

  Petra le sacó una hoja que no utilizaba a Miles, la deslizó hasta su rincón y escribió en la parte superior:

 —¿Estabas pensado en ellos verdad? En Dadirucso.

  Me extendió la hoja a mí, con una lapicera encima, su caligrafía era fina y elegante, como sus movimientos. Cogí la lapicera y escribí mientras observaba de reojo el pizarrón donde el profesor trazaba la trayectoria de un rectángulo con muchos números alrededor:

¿Es muy obvio?

Casi, tienes la cara de un antílope cola manchada.

¿Eso es un cumplido?

¡Oh! Creí que existían en este mundo. Olvídalo.

¿Dónde está Walton?

Él está en otra clase porque es mayor. Las clases se separan por orden de edades. En esta clase están los de catorce y quince años. En la de Walton los de dieciséis y diecisiete. Camarón se fue con los de diez y once. Y así hasta que pasas los veinte y tienes otras responsabilidades y honores. Como buscar trotamundos.

O convertirte en Adán.

Ella rió al leerlo.

Eres un chico agudo.

Con cara de antílope cola manchada. —convine.

  Petra acaparó la hoja y volvió a escribir en el papel pero esta vez borroneaba mucho lo que quería decir. Estaba escribiendo algo importante. Al lado de Petra se encontraba Dante lanzando miradas asesinas a los chicos que murmuraban a sus alrededores o construían aviones de papel y amenazaban con planearlos. Por ser un cerebrito se sentaba muy lejos de las personas que prestaban atención en clase. Dagna y Miles continuaban enfrascados en su juego de cinta, el lado de Dagna estaba levemente azulado y el resto se impregnaba de un color negro, el color de Miles que sonreía triunfante.

  Petra me cedió la hoja y la leí apresurado.

 —Yo también estoy pensando en ellos. Sé que quieres buscar a tus hermanos pero no soporto la idea de que Pino y Logum asesinen a todos. Algo me resulta extraño en eso ¡Pino es un trotamundos! Sirven a alguien que se llama Gartet... ¿Qué hace un trotamundos viviendo de infiltrado en un mundo como ese?

 —Tal vez le gustan mucho las polvorerias de allí. —aventuré a escribir intentando aminorar la expresión adusta de su semblante.

 —No sólo pensabas en eso ¿Verdad? —Le escribí intentando de leer las facciones de su rostro, se veía como un antílope de cola manchada, fuera lo que fuese.

 Ella lo leyó, se mordió el labio y corrió mechones de cabello color canela reuniéndolos detrás de su oreja.

 —Estaba pensando en mi mundo. Pero eso no importa. Mira Jonás... Si quieres ayudar a tus hermanos te seguiré, estamos juntos en esto, pero no quiero dejar a Berenice.

 —Yo tampoco. Planeaba volver pero no sé cómo. Estaba pensando en eso en las duchas cuando Dante me encontró. Creo que deberíamos ir primero a ayudarlos y luego trotar al portal de mis hermanos. Descuida, ya se nos ocurrirá algo.

 —Detesto decirlo pero si saliéramos ahora llegaríamos allí mañana, cuando ya sea demasiado tarde.

 —¡Por favor Petra! Estas hablando con el trotamundos que mueve portales, nadie tiene idea de lo qué es y quiere robar un mapa al lugar que le dio asilo. Estoy seguro de que a ese tipo se le ocurrirá algo —bromeé tratando de aligerar el hecho de que se nos acababa el tiempo.

¡Vaya, los chicos malos me perturban!

Ni hablar de las chicas que vienen de otro mundo.

¿Y qué me dices de los que quedan inconscientes por aspirar una bomba azul?

Esos son tremendos, pero nadie supera a los chicos que se hacen llamar Soberanos.

Oh, claro que no. Ellos de verdad sí que te hacen temblar.

Deberíamos imitar los pasos de Sobe.

Si quieres puedo golpearte con un arma y hacer que te expulsen del Triángulo.

Mmm, no gracias.

Si cambias de opinión...

  De repente la clase se pasó rápido, el profesor explicó cosas en las que no reparé, tomó un examen sorpresa donde escribí respuestas deliberadamente estúpidas y de las cuales Dagna y Miles se copiaron creyendo que yo había hecho lo mismo con los resultados de Dante. Él fue el primero en terminar el examen, trazó las respuestas con velocidad y confianza, hizo unas bromas con el profesor como si fueran íntimos amigos y volvió a su lugar.

 Finalizó la clase y nos fuimos al comedor donde Walton y Camarón nos esperaban en una mesa al lado de un enorme vitral. El comedor estaba revestido de piedra caliza y tenía ventanas empuntadas con cristales de colores. Estaba iluminado tanto por velas, que proyectaban una luz débil desde los candelabros, tanto como por electricidad. Tenía mesas de todo tipo, parecía que al decorador le resultó divertido que los trotamundos coman en una especie de cafetería intermundial. Algunos comían en barras austeras con taburetes, otros adolescentes estaban sentados en el suelo torno a un mantel muy fino, algunos se reunían en mesas de vidrio, de azulejos, de metal, mesas de jardines redondas, triangulares. Se hallaban repantigándose en asientos de piedra o sillones que parecían tronos.

  El techo de comedor era una bóveda de ébano lacada, con vigas robustas donde estaban amuradas pantallas enormes que trasmitían noticias, grabaciones de paisajes o trasmisiones en directo de otros mundos. El comedor, se encontraba en la planta de abajo aunque no lo había visto al pasar la primera vez.

  Nos sentamos en una de las primeras mesas del comedor donde se podía ver perfectamente el corredor con su techo abovedado y sus arboledas pétreas. La mesa era una barra de madera tallada que parecía haber sido extraída de una caverna medieval, los asientos eran acojinados e inquietantemente tenían dos respaldos. Estaba a punto de preguntar si cada mesa había sido creada por un mundo diferente pero no quería conocer la existencia de personas con dos torsos así que callé.

  Le estaba contando a Dagna mis respuestas del examen (en especial cuando me pidieron las solución de una ecuación y yo respondí que era la suma de todos los presentes menos la presión del aire) cuando Miles abrió como platos los ojos.

 —¿Estás de broma? —Preguntó e hizo un ademán de arrancarse el cabello— ¡Yo te copié!

 —No debiste hacer eso —dijo Dante desconcertado y nervioso, dejando su sándwich como si mi noticia le hubiera quitado el apetito.

 —Me pareció gracioso, después de todo no voy a estar aquí mucho tiempo.

  Un silencio se esparció en la mesa que sólo fue interrumpido por el murmullo ajetreado del comedor y el sonido que hacía Camarón al masticar.

 —¿Qué? ¿Por qué? —preguntó Dagna sorprendida, casi regañándome con su acento.

 —Oye —intervino Miles—. No quería preguntarte porque viniste en una barca con Will y Petra porque tal vez era muy duro para ti pero... ¿a dónde vas exactamente?

 —¿Ya no nos quieres? —inquirió Cameron dolido desviando su atención de las pantallas que reflejaban mundos distantes y colmaban los techos como banderines.

 —¡Pero te necesitamos! ¡Eres bueno en la clase de supervivencia!

 —¡Dante! —lo regañó Dagna soltando un tenedor.

 —Digo... además te tomamos cariño.

—No, no, no es eso —dije respondiendo a la pregunta de Cam—. Sólo es que quería... ¡quiero! a unas personas y tengo que volver por ellas.

  No sé por qué lo hice. Tal vez una fuerza superior me obligó a mirar hacia otro lado como hacía Petra cuando se encontraba en una conversación. Lo único que sé es que despegué un vistazo fugaz y divisé a Sobe cruzar el pasillo, siendo escoltado por Adán que tenía una mirada agria en el semblante.

—Emm, tengo que ir al baño —dejé mi sándwich en la bandeja aunque tenía unas ganas inmensas de devorarlo. No comía hace días. Lo pensé mejor y engullí la mitad mientras les decía que no podía hablar, ni explicar nada con gestos y bufidos.

  Dagna crispó el labio, observó con asco la comida y abandonó la suya mientras Camarón sonreía en señal de aprobación y Dante miraba alrededor como si temiera que alguien me reprendiera por hablar con la boca llena.

  Salí corriendo del comedor y seguí con sigilo a Sobe y Adán que caminaban en silencio por el Instituto. Tragué, me relamí los labios y observé detrás de una planta de interior. Para mi sorpresa entraron en la biblioteca prohibida y cerraron las colosales puertas. O más bien las puertas se cerraron solas. Aguardé afuera a que pasaran unos segundos e intenté abrir las puertas pero estaban totalmente selladas.

  Unos pasos se oyeron por el suelo y me volteé frustrado. Petra y el resto de la unidad me habían seguido, por sus expresiones también habían visto a Sobe caminando por el corredor hasta esa cámara secreta colmada de libros.

—Tienes que esperar a que salga de allí, no sé puede entrar —informó Walton con compasión como si le diera pena verme con la mano todavía en la aldaba.

 Se alzó un silencio que nadie sabía cómo romper hasta que Petra lo rompió.

—Yo si se cómo entrar —confesó con total naturalidad.

  Todos se volvieron asombrados hacia ella como si un espectro hubiera cobrado vida frente a sus rostros. Pero yo le sonreí, allí estaba la Petra que conocía salvando el momento con sus brazaletes mágicos, su agilidad o simplemente sus enigmáticos conocimientos. Ella retrocedió un paso al contemplar la mirada pasmada de todos.

—¿De veras? —le preguntó Miles.

—Sí —respondió ella atisbando una sonrisa—, supongo que tienen razón, Will es un aventurero loco.

—Que no respeta las reglas —completó Dante.

—Me enseñó una entrada secreta que descubrió. Por si acaso. Vengan. Lo mostraré.

—La última vez que una chica me dijo eso las cosas terminaron mal —agregó Dante.

—Me pregunto qué te mostró tu mamá —dijo Miles con aire divertido.

—Ja, hablé con muchas chicas en mi vida que no fueron mi mamá.

—Sí, como tu hermana —añadió Dagna.

—No tengo hermanas —protestó Dante.

—Entonces tenía razón sólo hablaste con tu madre.

Petra largó una risilla.

—Vengan, es por aquí.

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