III. Dadirucso no entraría en la lista de maravillas del mundo.

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Dormir en la casa de un desconocido ya es incomodo. Que la casa por dentro sea toda naranja y que el antiguo dueño haya sido ejecutado por el Orden era totalmente incomodo. Dante se movía por allí como caminando por un suelo cubierto de bombas. Miles tenía un semblante constipado, tantas cosas de ese color lo enfermaban. Pero no todo era naranja, sólo la sala de estar el comedor y la cocina (las habitaciones principales). Detrás del comedor había un pasillo que te conectaba con el resto de la casa. Allí las paredes eran pintadas de muchos colores. Los murales exhibían imágenes torvas de pájaros deformados, la ciudad de Salger con colores vívidos y no pálidos, vistas desde otros ojos, personas sonrientes y paisajes que no veías en esa ciudad.

—Ahora ya veo porque lo ejecutaron —dijo Sobe con un montón de sábanas naranjas en la mano, mientras habría una puerta buscando la habitación.

El pasillo era estrecho y conectaba con el baño en un extremo (ocupado por Camarón) y una habitación en el final derecho. No tenía ventanas y sólo se podía apreciar el mural si entrabas al pasillo, no se divisaba desde la sala principal, el comedor o la anaranjada cocina.

—¿Por qué? —pregunté pasando los dedos por la pintura, barriendo a surcos el polvo acumulado—. ¿Lo mataron por pintar?

—Lo mataron por hablar —señaló con el mentón el mural de paisajes que habían sido devastados por el Orden—. Hay muchas maneras de hablar y él eligió esta. Contó historias con su pintura, mostró cosas que se supone nadie debería saber. Quiso hacer su propia historia, pero ellos se encargaron de terminar el cuento.

—¡El papel higiénico también es naranja! —informó la voz ahogada de Camarón desde el baño.

Sobe se alejó por el pasillo y yo me quedé observando aquel mural, intentando de asimilar la idea. Por eso los pájaros eran tan desgarbados y los paisajes deformes, porque el pintor jamás había visto uno, eran como él suponía que se veían. Me imaginé al hombre pintando ese mural. No sé cuanto tiempo paso pero fue Sobre quién me arrancó de mi estupor.

—¿Me echas una mano? —pidió mientras arrastraba un colchón anaranjado lejos de la habitación.

Ambos lo deslizamos hasta la sala de estar y lo colocamos cerca del sillón. La casa estaba mal iluminada, una luz cobriza proyectaba sombras extrañas. Estábamos fatigados y habíamos encontrado un lugar donde ocultarnos por más extraño que fuera. Nos merecíamos un descanso. Apagamos la iluminación y nos recostamos agotados en la oscuridad.

Cameron y Dagna se acostaron en el sillón. Sobe, Dante y Miles tomaron una siesta en el colchón y yo amontoné unas mantas y me recosté en el suelo muy cerca de ellos. Próximo al pasillo donde el anterior dueño había pintado las imágenes, las contemplé, aunque no había luz, mientras escuchaba a Sobe hablar.

Les estaba dando una leve explicación de Dadirucso, el Faro, la Esfera de Palabras, los marcadores y La Fuente dónde eliges tu vida al azar. Hablaron sobre mundos, en especial ese y pasaron las horas, luego les conté toda la semana que había tenido con más detalle.

Crucé los brazos debajo de la cabeza, los párpados comenzaron a pesarme y entonces vino el golpe.

Fue un dolor lacerante en la sien, sentí que los ojos se me derretían y hundían y mi mente daba miles de vueltas dentro del cráneo rebotando brutalmente, algo así como recibir un beso húmedo de Leticia Montes. Leticia era una anciana de la edad jurásica que vivía en mi barrio, sólo dios sabía porque le crecía una finita barba en el mentón cuando en su cabeza lucía pelucas, a Leticia le gustaba el maquillaje en exceso, dar besos en la mejilla a los jóvenes y mojar sus labios antes de dar besos. Así de dasagradable fue la sensación.

Intenté abrir los ojos pero los párpados me pesaban como montañas robustas y secas. Sudor me recorrió el rostro pero se resbaló por la piel como magma hirviendo. Todo me dolía, la respiración era un cuchillo tajante al inhalar y la apuñalada de una navaja al exhalar, las venas me ardieron y la piel entera se cubrió de llamas fantasmales. Comprimí los dientes y los sentí como astillas en el paladar.

Sentí una presencia observándome con avidez, flotando sobre mí. Cambió de rumbo a sus anchas y se desplazó hacia mi oído.

«No puedes esconderte de mi Jonás Brown »

La voz era grave, rotunda y sigilosa, hablaba con seguridad y siseaba como una serpiente enorme y escurridiza.

«Mejor ríndete ahora, ya casi no tienes nada que perder»

Intenté alejarme de él, pero él mismo decidió irse, satisfecho, había logrado lo que quería. La imagen de unos ojos amarillos y brillantes como estrellas en la noche me colmó la mente, la pupila estaba observándome, se contrajo, y el párpado inferior del ojo se arqueó hacía arriba, estaba sonriendo. Pero la frialdad amarilla y mortal de sus ojos no la convertía en una sonrisa amigable.

La imagen se desvaneció y vi a Petra en una noche oscura. Estaba emergiendo de un río, chapoteando hacia la superficie, tenía en la piel un ligero color morado, parecía que alguien la había estrangulado pero supe que no era así cuando tomó grandes bocanadas de aire y se alejó a rastras de la ribera. Tosió en el suelo y se volteó rápidamente.

—¡Walton! ¡Walton! —chilló con todas sus fuerzas y aguardó en la orilla. La oscuridad no le permitía ver, si no fuera por su murmurante gorgoteó el río no se diferenciaría del suelo.

Petra aguardó jadeante sobre la hierba, era muy fuerte para gimotear pero estaba a un paso de echarse a llorar al ver que nadie la seguía. Walton emergió de las aguas del río y ella fue corriendo a su encuentro, lo atenazó de la chaqueta y lo arrastró a la orilla. Él tosió, y ella lo recostó de costado con la cabeza en sus piernas.

—Lo hicimos —murmuró él cuando recuperó el aliento.

Petra sonrió.

—Estamos a unos minutos del sector deforestación —informó, giró su mirada hacia la penumbra —. Tenemos que ir.

—Me pica la piel.

—A mí también —convino ella—. No sé cómo el río logra aclararse en esta parte.

Walton se incorporó tembloroso pero no del agotamiento, de la energía y la adrenalina corriendo en sus venas. Se escurrió el agua de la remera y se le vio la mitad del abdomen, los músculos de su estómago estaban claramente definidos. Petra los observó anonadada como si no hubiera visto nada así en toda su vida. Walton lo notó y volvió a bajarse la remera avergonzado.

—Sobe no tiene de esos —advirtió Petra señalándole el abdomen—. Ni Jonás.

—Sí, bueno... supongo que algún día los tendrán.

Petra sacudió su cabeza con una sonrisa boba. La imagen se esfumó.

Apareció una casa ruinosa frente a mí, era la casa de Eco, pero no estaba en un pantano cenagoso, estaba en medio del desierto detrás de una duna. Las estrellas brillaban como faroles. Trepé la duna de arena, un viento cálido me tocó las mejillas y me invitó a continuar. Descendí a trompicones y en el final de la ladera brotaba como una rama muerta la casa destruida. La puerta se abrió emitiendo un rechinido y una luz rojiza iluminó la arena.

—Jonás —me llamó una voz susurrante—. Ven Jonás.

La imagen se esfumó. Vi a Petra y Walton otra vez.

Estaban corriendo en un bosque espeso. Su ropa se encontraba húmeda pero de sudor, corrían setos y zarzas con sus manos ya heridas y vendadas. Petra tenía el cabello caramelo sobre el rostro y ni se molestaba en quitárselo. Estaba agitada como si acabara de emerger del río.

—¡Nihilum! —vociferó en un jadeo.

Plantó sus piernas con firmeza sobre el suelo, alzó su mano y la comprimió como si tuviera algo entre sus dedos. Las zarzas a su alrededor se marchitaron, enflaquecieron y la espesura perdió vigor. Un camino se abrió paso crujiendo, las zarcillos cayeron desfallecidas como un montón de cenizas. Mágicamente todos los obstáculos fueron quemados por llamas invisibles. Petra y Walton se precipitaron por el nuevo camino y corrieron hacía una empalizada. Esta vez no había vigilancia, las torres estaban abandonadas, pero la actividad bullía del otro lado. Se podía escuchar trabajar a los habitantes detrás del muro y también se veía el fulgor de sus fogatas.

Petra y Walton empujaron la robusta puerta de la empalizada, sus piernas temblaron y la tierra a sus lados se amontonó en un pequeño montículo alrededor de sus botas. Comprimieron la mandíbula, gritaron como si eso les diera más fuerzas y la empujaron lo suficiente para pasar.

No sabía si eso era un sueño o realmente estaba pasando pero divisarlos tan activos me hizo ver a Walton y Petra de una manera diferente. Ambos actuaban seguros y raudos con sus cuerpos esbeltos y se movían con determinación como guerreros experimentados. Era como ver a la princesa Shina y Hulk corriendo juntos a salvar el día.

Corrieron a través del bosque nuevo que se ubicaba detrás de la muralla. Petra lo guió al pueblo, que se encontraba colmado de personas de distintos sectores. Todos estaban armados y protegidos, algunos llevaban cascos de hierro en la cabeza o empuñaban armas extrañas. Había carpas, tiendas y fogatas esparcidas en las calles y fuera de las cabañas. La casa de Prunus Dulcis estaba iluminada y repleta de personas, las ventanas despedían un fulgor cobrizo. Unas personas practicaban puntería en los tejados, incluso algunos tenían rifles y armas como la de los soldados y patrullaban por el pueblo. Todos tenían un aspecto ansioso e intranquilo.

Cruzaron un grupo donde varios acampaban y estaban reunidos frente a una fogata con semblante inquieto, puliendo o afilando sus armas. Fresno y Álamo se incorporaron al verlos pasar.

La plaza del pueblo era el centro de actividad donde forjaban armas, formaban filas o repasaban los últimos planes del ataque. Había mesas con mapas desplegados donde personas memorizaban las calles y avenidas. Estaban todos listos para irse. Muchos miraron a Petra con asombro pero ella se abrió paso buscando solo a alguien e ignorando a los demás.

Esa persona estaba al lado de Wat Tyler (aún con mirada torva).

Su cabello ensortijado y azabache estaba recogido a medias, sus profundos ojos observaron a Petra escépticos y ellos saltaron en palabras alegres, eufóricas y gozosas. Llevaba un chaleco de cuero y metal sobre una camisa de lana holgada y estaba vestida con pantalones. Se veía delgada y ansiosa, tenía unas profundas ojeras de desvelo que le contorneaban la mirada. Sonrió y corrió riendo a su encuentro. Estrechó a Petra en sus brazos y luego miró a su alrededor.

—Jonás. Sobe —dijo la voz ronca de Berenice y los pitidos nítidos de su marcador resonaron en el aire.

Retrocedió un paso, el rostro de ella se ensombreció, había leído las palabras de Petra como si ella fuera un libro. Rápidamente me vi atraído por alguien y me alejé de allí a una oscuridad densa. La voz de Eco resonó agitada e inquieta en mi mente:

—¡Jonás, no dejes que te tenga! ¡Tienes que despertar, por todo lo que quieras, no puedes permitir que te controle! ¡Gartet ya te descubrió! ¡Huye, no, ven! ¡Ven conmigo! ¡Estamos en peligro! ¡Jonás, despierta, despierta! ¡Jonás!

—¡Jonás! —dijo la voz de Sobe.

Mis ojos se abrieron y la sensibilidad de mi cuerpo volvió a mí. La luz casi imperceptible y cenicienta que se filtraba por la ventana me pareció cegadora. Había estado durmiendo, con el cuerpo cubierto de sudor. Apretaba las mantas en mis puños. Sobe estaba recostado todavía en el colchón y tenía su mano en mi hombro. Cesó de sacudirme cuando se dio cuenta de que había despertado. Dejó el brazo extendido y apoyó su cabeza ahí, muy somnoliento.

—Tenías una pesadilla —masculló arrastrando las palabras y bostezó.

—Lamento haberte despertado.

—No importa, ya estaba despierto. Miles no deja de tener pesadillas. Murmura en sueños y no deja de decir «Naranja. Naranja, no, no naranja». Mmm —cerró los ojos—. De verdad que aterra.

—Lo lamento, vuelve a dormir.

—No tienes que pedirlo dos veces.

Me subí la manta hasta la barbilla y medité en el sueño que había tenido. Era muy real, había sido casi como si estuviera viendo lo que sucedió. Incluso la voz de Gartet hablándome en la cabeza sonó autentica. Sabía que había sido él, quién más sería sino. Si eso había sucedido entonces Petra pudo detener la avanzada de las tropas y nadie moriría aquella noche, pero eso no me tranquilizaba. La incógnita de cómo lo había visto retumbaba en mi mente. Y el dolor ¿Por qué había sentido un dolor como ese? Experimenté la sensación de acercarme a algo venenoso, mortal, algo que únicamente estaba creado para causarte dolor.

No estaba muy impresionado. Después de navegar en el Atlántico colmado de portales y sumergirme en una bañera que me comunicaba con personas como si fuera vía Skype ya nada me sorprendía. Pero aun así quería respuestas. Miré a Sobe y su silueta se difuminaba en la oscuridad. Si alguien sabía algo entonces ese era él.

—Sobe, Sobe —le sacudí el hombro y susurré cerca de su oído—. Despierta.

Resopló y continuó durmiendo como un tronco.

—Sobe —lo sacudí con más fuerza—. Sobe ¿William? ¿Soberano? —nada parecía dar resultado hasta que le pellizqué la mejilla y se despertó bufando.

—¿Q-qué? —tartamudeó desconcertado—. ¿Tenía una pesadilla? —me preguntó confundido.

—Emmm, sí. No dejabas de murmurar algo acerca de unas calabazas asesinas.

—Ah, el sueño de las calabazas otra vez.

Procuré ignorar ese comentario.

—Oye ¿recuerdas que en el Consejo dijeron que Gartet podía meterse en sueños y mentes? ¿Era verdad?

Sobe se espabiló. Permaneció unos segundos en silencio despejándose o meditando en lo que había dicho. Parecía estar discutiendo asuntos en su mente. Se acercó hacia mi en la oscuridad y susurró muy despacio y suave para que nadie más que yo pueda oírlo.

—¿Por qué lo preguntas?

—Curiosidad —mentí.

—¿Tú también lo sentiste? —preguntó y me dio escalofríos en la nuca. Sentí que la temperatura descendía, el estómago se me anudaba como una canica y los ojos amarillos me observaban otra vez desde las tinieblas.

—Él me habló —confesé.

Sobe se revolvió inquieto.

—Creí que tardaría más en descubrirte —Se lamentó—. A mí me encontró hace unos días, pero se intensificó en las últimas noches. No quise decírselo al Consejo, empeoraría las cosas pero después de todo ellos sabían que lo haría, aunque subestimaron a Gartet otra vez porque él ya lo había hecho hace tiempo. Mira... Petra intentó explicarme como funciona eso de la magia y las artes extrañas. Dijo que para meterse en los sueños de las personas tienes que ser muy cuidadoso y pensar bien lo que harás, porque es un conjuro difícil. Una vez que lo haces y te metes en sus sueños para hablarle y acercarte a él, le das la capacidad de que él vea cosas. Es como si le regalaras el poder.

—¿Estás diciendo qué puedo meterme en los sueños de las personas porque él sólo me dijo dos frases?

—No, no —Sobe carraspeó y se frotó los ojos en la penumbra—. Mira, estoy seguro que tu sueño no solo se basó en la voz de Gartet.

—Vi a Petra y Walton llegando al sector deforestación —declaré apresurado deseando comprender lo que Sobe intentaba explicarme.

—Exacto. Ese conjuro solo lo puede aplicar alguien con un inmenso poder, y no todos los poderosos lo practican porque una vez que te metes en la mente de una persona le das la capacidad de ver cosas en las que él no estuvo ¿Entiendes lo que esto significa?

—Creo que no.

—Para empezar Gartet es poderoso. Cuando estaba inconsciente en el Triángulo sentí que se acercaba a mí ¡Se acercaba! ¿Entiendes? Era imposible que haya estado de verdad en la isla. No sé cómo hizo para llegar hasta mí, sé que lo hizo de a poco porque los sueños comenzaron esporádicamente. Pero cuando me alcanzó completamente, sentí que me destruía, que cada célula de mi cuerpo se retorcía.

—Yo también sentí algo parecido.

—No solamente eso. Además de que es poderoso, sé que estuvo consciente de lo que hacía al meterse en nuestros sueños. Él quiere que veamos las cosas que suceden, desea que sepamos lo que ocurre, que observemos cómo devasta mundos enteros. Tal vez en su mente retorcida piensa que si no nos puede capturar a la fuerza pueda convencernos.

—Pero yo no vi nada de lo que hacía Gartet, solo vi a Petra —dije sin comprender bien y omitiendo la voz de Oliver.

—Oye, no funciona cómo quieres. Sólo ves cosas y ya, eventos de personas que al menos viste una vez en tu vida. Algunas ni siquiera te conciernen. Por ejemplo en el barco de Tay soñé una cirugía... bueno vi —se corrigió adormilado—. Había un doctor pálido, en un quirofano mal iluminado y estaba vendando una cara. Luego el sueño saltó y vi como Tony se despertaba en una estación de policías de La Habana y usaba su llamada para contactar a los agentes y hacer que arreglen sus contratiempos ¿entiendes? No quería ver la cirugía de un extraño y mucho menos a Tony rezongando tras las rejas. Bueno a Tony quizás sí —admitió riéndose—. Pero ese no es el punto. El punto es que no siempre verás o escucharás a Gartet, tal vez nunca lo veas. Solo él te quitó los sueños normales, te cambió con artes extrañas para demostrar una cosa.

—¿Qué cosa?

—Soy consciente de que existes. Puedo hacerte esto a distancia, imagina lo que haré cuando te tenga. Es una maniobra para asustarte. Sabe lo que hicimos en Dadirucso y quiere que sintamos miedo de su poder, así no le plantamos cara en situaciones futuras. Eso es lo que dijo Petra. Tristemente tiene razón. Y no podrás olvidarlo, cada vez que quieras dormir tendrás sueños extraños y lo recordarás.

—¿Cómo hago para revertirlo?

—No lo sé —resopló Sobe y se refregó los ojos—. Pero no es tan malo. A veces tienes sueños en negro, solo duermes y si tienes mucha suerte, mucha, mucha suerte puedes tener las pesadillas disparatadas que antes tenías como correr en un cementerio zombi o que calabazas de otro pasaje te ataquen. La única razón que tiene para hacerlos es concientizarnos —dijo recalcando unas comillas con sus dedos— para que le temamos porque la verdad no nos afecta en nada, sólo duele cuando embrujas a la persona.

Ese comentario no me animó en lo absoluto ¿Ahora solo tenía que soñar sucesos que pasaban realmente, habían pasado o solo podía tener pesadillas? Ese era el peor de mis problemas pero aun así me sentí usurpado. Era mi mente y eran mis sueños ¿Por qué demonios se metía? Hasta entonces no había caído en la cuenta de que de verdad corría peligro. Ese hombre podía cambiar mis sueños cuando se le dé la gana ¿Qué más podía hacer? Tal vez el Consejo lo había subestimado demasiado.

Tal vez Narel tenía razón y era mejor alejarme de mis hermanos, si él se enterara de ellos podría usarlos en mi contra ¿Narel sabía que estaría en este peligro? ¿Por eso me había dicho que no vaya a buscarla, qué era peligroso? En parte quería creer que sí, me sentía fatal por abandonarlos una semana más, necesitaba una excusa, una razón. Pero no la encontré, ninguna parecía apropiada.

No podía sacarme la sensación de unos ojos mirándome.

—¿Sobe él puede ver esto? ¿Lo que acabamos de hablar?

Sobe me siseó y enterró su cara en una almohada.

—¡Sobe!

—No Jonás. Quédate tranquilo —dijo intentando sacarle hierro al asunto—, él no ve todo lo importante, si el conjuro funcionara así entonces estaría todo el tiempo durmiendo. Lo usarían los magos más poderosos para ver las maniobras de sus enemigos, si así fuera él no necesitaría colonizadores como Logum para que vigilen y controlen sus mundos. No. Sólo ve cosas que pasan, no puede elegirlas, si es que no tiene sueños en negro, o muy rara vez sueños normales. Quién sabe, tal vez ahora sueñes a Adán en la ducha, duermas en negro o tengas un sueño de zombis corriéndote en un cementerio. Sirve más que nada para darte paranoia. Y creo que le funcionó —rezongó en la oscuridad.

—¿Volverá a doler?

—Solamente duele cuando te embruja por primera vez, Petra dijo que es un hechizo que utiliza la esencia de los trotamundos es decir esa capacidad de abrir puertas y conectar los mundos lejanos, lo que hace el embrujo es que puede hacer que una mente conecte a otra o vea cosas de otros mundos cuando no se encuentra en ese espacio. Pero por mi parte... no sé, la magia es confusa, no tiene reglas. A veces pasa de un modo a veces no.

—Actuas como si no te molestara —protesté escéptico.

—Sí me molesta un poco pero es que yo vi muchas cosas como esto. Vi trotadores que por comer moras venenosas de otro pasaje le salieron manchas de colores en la piel, manchas permanentes; o que por molestar a tipos ocultitas empezaron a hablar al revés. Pasa todo el tiempo y me molesta porque jamás volveré a tener sueños de que salgo con super modelos pero al menos son sólo sueños. Si Gartet pudiera volverme loco a distancia o lastimarme ya lo habría hecho, no es tan poderoso. Quiere mostrar su fuerza y lo hizo pero no me asusta.

Traté de asimilar la idea. Muy bien. Hace poco sabía de Gartet, de hecho hace menos de cinco horas sabía de él pero ese tipo ya estaba buscándonos hace tiempo. Pensé en cómo me había encontrado a mí. De Sobe todo el mundo, hace más de un año, sabía que era un Creador pero yo acababa de meterme en ese mundo hace una semana, menos. Recordé que Pino, cuando estaba en el edificio abandonado, le había comentado a Logum que éramos peligrosos, yo aparecí en su descripción. Aunque Pino se había carbonizado Logum no. De seguro él pasó la información y cuando Gartet la tuvo, agarró a todos sus colegas que sabían artes extrañas para buscarme por los mundos como si me stalkearan en internet.

No comprendía las artes extrañas pero las aborrecía, todo lo malo se hacía con eso. Y era verdad «Todo lo que puedas imaginar puede existir» porque no había cosa que no se pueda hacer con las artes. Cerré mis ojos buscando mi rincón de paz. Me sentía como cuando entrás en tu habitacón y la encuentras revuelta porque alguien estuvo ahí. Estaba furioso y triste. Furioso porque no podía comprender cómo lo habían hecho y triste porque lo habían hecho.

—¿Qué clase de trotamundos es? —pregunté al cabo de unos segundos.

Sobe guardó silencio esta vez, pero no porque intentara dormir más bien porque meditaba qué responderme, presentí que él se había hecho la misma pregunta. Yo ya sabía lo que me hacía sentir un Abridor, un Cerra e incluso sentía levemente esa sensación de incertidumbre que me daba un Creador pero Gartet era diferente. Se sentía peligroso, extraño, sentía un dolor terrible, mortal ¿La gente me sentía así? Sobe pareció leer mi pensamiento y se apresuró a responder.

—No sé y creo que no quiero averiguarlo. Pero no es lo que siento contigo, es muy fuerte y raro. Mejor que lo dejemos como está.

Asentí. Intenté dormir y me arrebujé en las mantas y sábanas, el mural no se veía en la oscuridad pero sentía que la pintura se trazaba frente mío.

—Buenas noches Jonás, que veas los angelitos —susurró Sobe.

Reí cansado y en silencio preguntándome si los otros no se habían despertado. Sabía que después de eso nada sería igual. Procuré dejar de pensar e intenté tomarme las cosas a la ligera como Sobe.

—Buenas noches Sobe, y dulces visiones.

Todavía me sentía mal, quería rogarle a Gartet que me devuelva mis sueños normales pero no lo deseaba con la misma fuerza que quería golpearlo en sus horribles ojos, darle patadas y por qué no, gritale y escupirle groserías como un marinero sin modales.

Me pregunté cómo reaccionaría mi madre cuando le contara, y si le contaba, que un hombre a traves de artes mágicas o científicas se había metido en mi mente y la había modificado, como si fuera el menú de un teléfono celular, para que no tenga nada más que pesadillas y visiones por el resto de mi vida.

Volví a dormirme y una imagen me apareció en la mente.

Había un hombre de piel color café, vestido de ropa naranja frente a una pared blanca. Tomó un pincel, lo empapó con ojos ansiosos y suspendió la punta cargada de pintura muy cerca del lienzo, la mano le tembló ligeramente pero no de miedo, de valor. Tenía una sonrisa boba en el rostro al comenzar a trazar el ave con muchos colores. Sus ojos estaban húmedos y admiraban la combinación de tonos amontonados, apretujados pero libres. Comenzó a silbar desentonando, movió sus pies con torpeza procurando mantener el ritmo y admirando al ave con aire soñador. Esa pintura le costaría la vida pero él no lo sabía, lo ignoraba o simplemente ni le importaba.

—Mira qué hermoso mi queridísima querida Beatriz. Son tus pájaros. No se puede encerrar algo que nació libre —dijo con una voz dulce y llena de sentimiento, no había nadie más que él en el pasillo así que supuse le hablaría a alguien que se había ido hace mucho tiempo, el pitido de su marcador fue lo único que le respondió—. No, no se puede.

Reía. Cambió la melodía y aunque ese hombre no había escuchado música en su vida creó una armonía de sonidos espléndidos. Mojó de nuevo su pincel.

Lo observé pintar toda la noche.

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