Los fideos de salsa tártara son los culpables de todo

Màu nền
Font chữ
Font size
Chiều cao dòng



 A la mañana siguiente me despertó Camarón.

Estaba a horcajadas sobre mí y empuñaba un cuchillo, apuntándomelo a la garganta con aire amenazador. Abrí los ojos como platos y me arrastré lejos de él balbuceando alarmado. Miles y Dagna rieron en silencio cerca de donde me encontraba.

—Muy bien —dijo Miles sentado en el respaldo del sillón.

Dagna estaba de pie, apoyó los puños en la cadera y agregó:

—Pero la próxima vez asegúrate de agarrarles el cuello de la chaqueta, así no pueden zafarse de ti.

—Y si te superan en fuerza, usa la fuerza de tu oponente en tu favor. Así.

Dagna agarró a Miles de la chaqueta. Miles en un movimiento rápido apartó su agarre de acero mientras intentaba golpearla con el puño pero ella tenía dos manos y entonces descubrió rauda su cuchillo y lo apuntó al cuello convirtiendo a su agresor en víctima. Congelaron la demostración y miraron al atento alumno que los observaba expectante, sentado en el suelo.

—¿Ves? Así —explicó Miles y Dagna le ofreció el cuchillo.

—Inténtalo ahora con Dante.

Dante estaba desperdigado en el colchón naranja, roncaba estrepitosamente con la boca ligeramente abierta. Tenía un aire preocupado y nervioso incluso cuando dormía, con las cejas levemente fruncidas. Sobe estaba a su lado durmiendo como un tronco. No parecían escuchar nada que se agitara a su alrededor.

Me levanté y me dirigí al baño mientras Camarón se agazapaba por la habitación y pisaba sigiloso el mullido colchón con el arma casi escondida. Cerré la puerta cuando los gimoteos y alaridos de Dante y Sobe colmaron la casa y Miles y Dagna soltaban carcajadas e intentaban darles consejos a su alumno.

Por suerte todavía había agua corriente. Me mojé el rostro, y la nuca. Sentía la charla de ayer como un sueño más. No quería creer que había visto al artista del mural pero Sobe dijo que los sueños eran extraños y no siempre funcionaban como querías. Miré mi reloj y era un sábado al mediodía. Todavía tenía la melodía del artista en mis oídos cuando alguien golpeó en la puerta con un puño cerrado.

—¡Déjame pasar! —pidió la voz de Dante del otro lado.

—¡Vamos, Jonás tenemos asuntos que atender! —dijo Sobe.

—¡Yo llegué primero! —replicó.

Abrí la puerta, Sobe y Dante tenían los cabellos revueltos y enmarañados, esperaron a que salga y forcejearon para entrar, como era de esperar Sobe ganó, aunque tenía una pierna coja sin duda era más fuerte que Dante.

—¡No, no, no es justo! —protestó intentando abrir la puerta.

Miles estaba en la cocina mientras Dagna continuaba entrenando a Cameron. Ella había recogido su rubio cabello en una coleta y tenía la camisa remangada. Miles tenía un gorro de lana sobre la cabeza como si quisiera ocultar el color de su cabello. Me acerqué y me asomé por la barra pasando un dedo sobre la capa de polvo y dibujando una cara sonriente. Esa barra de cerámica separaba la sala de estar de la cocina.

—¿Qué haces? —le pregunté a Miles.

Estaba de puntillas, hurgando en las alacenas donde solamente había frascos vacíos o cajas volcadas con polvo.

—Busco algo que comer. Sólo hay cajas con polvo —sacó una y la sacudió levantando una estela, el polvo de un ligero matiz rojizo se suspendió por el aire. Lo disipé con mi mano.

—Es porque en Dadirucso toda la comida está deshidratada, tienes que ponerle agua, luego amasarla y cocerla.

Miles enarcó incrédulo las cejas, observó con repugnancia y desilusión todas las cajas que había volcado en la alacena donde ahora se amontonaban montañas de polvo coloridas y cartón sucio.

—Si lo hubiera sabido antes...

—No te preocupes —dijo Sobe acercándose y abrochándose la capa marrón, se había lavado la cara y peinado un poco—. Había una polvoreria a unas manzanas de aquí, podemos ir de compras.

—¿Tenemos dinero de Dadirucso? —cuestionó Dagna en el suelo mientras Camarón le hacía una llave de judo.

Sobe comprimió los labios. No, no teníamos. Y ninguno iba a robar.

—Bueno, vamos a robar dinero —sugirió Dagna al ver la expresión de Sobe. Estaba levantándose del suelo y restregando el polvo de sus pantalones.

—Ya soy enemigo del Orden por beber sangre humana, no quiero que añaden a la lista asaltantes de bancos —apunté.

—Entonces no robemos bancos y ya —dijo Sobe.

—Yo empaqué unas manzanas —informó Cameron.

—¿Las tienes aquí? —preguntó Miles con un brillo de esperanza en los ojos.

—No —se lamentó Cam— se las arrojé a Adán cuando escapábamos de él.

—¿Le atinaste al menos? —pegunté.

Cam observó con desilusión el suelo y negó compungido. Sobe no dijo nada meditando en robar, pero Miles se anticipó a cualquier afirmación:

—Sí, nos iremos de esta casa de mala muerte, ahora, pero no robaremos.

Y no, no lo haría pero las tripas se me retorcían de hambre, mi última cena antes de las galletas de los hermanos Fresno y Álamo había sido en el banquete. De eso hace ya casi tres días. Estaba pensando en tragarme el polvo de la alacena cuando Sobe se dirigió a la salida diciendo que ya se las arreglaría con eso.

—¿Dónde crees que vas? —le preguntó Dante regresando del baño, se había mojado sus espesos cabellos azabaches de modo que parecía tener un casco sobre la cabeza. Estaba alisando los pliegues de su desgastada ropa cuando apareció.

—Voy a buscar dinero, comida y después averiguar dónde se esconde la esfera de palabras —respondió Sobe como si hubiera dicho que se iba a dar una vuelta. Cogió su arma que estaba colocada contra la pared próxima a la puerta y se la colgó al brazo—. Si quieres puedes acompañarme.

Dante abrió desmedidamente los ojos como si no pudiera creer tanta insolencia en tan pocas palabras.

—¿Qué? pero somos, más bien, eres un enemigo del Orden. No te conviene salir a la calle.

—Pero no podemos quedarnos siempre aquí —respondió Miles sujetándose la capa al cuello—. Se supone que si atacan debemos estar cerca para ayudar. Podemos ahorrarle tiempo a los libertadores buscando la esfera de palabras, antes de que ataquen.

—Además —añadió Sobe—. La marca en la puerta significa que nadie debe entrar a esta casa. Si nos quedamos aquí por mucho tiempo podrán apresarnos más rápido.

—¡Qué no se discuta más! —dictó Dagna—. Es hora de irnos.

Habíamos abandonado las mochilas detrás del sillón. Agarré la mía y me reuní con los demás en la puerta. Dante se colgó la mochila a regañadientes murmurando que era mala idea. Afuera la actividad de la ciudad comenzaba a surgir, el cielo era oscuro y la iluminación intensificaba la sombras pero parecía un amanecer igual a muchos en Salger. Sobe descendió primero la escalera. Su capa se arremolinaba a cada movimiento y la suela de sus botas sonaba articulada y estridente en comparación con los pasos arrastrados de los nativos.

Bajamos a la calle donde una mujer vestida de blanco colgaba alfombras en perchas, Dante se desvió con interés observando el tramado de las telas pero Dagna lo agarró por el codo y le negó con la cabeza.

Rápidamente me puse la capucha al ver que Sobe tenía el rostro cubierto. Nos dividimos en grupos. Yo me fui con Cameron, Sobe quiso ir sospechosamente con Dagna, ambos se desprendieron una mirada significativa y se alejaron. Concordamos vernos en el local de alfombras al cabo de una hora. El plan consistía en buscar dinero en la acera, si teníamos suerte a alguien se le caería. En realidad yo sabía lo que sucedería. Nos dividiríamos y estaríamos una hora vagando en la ciudad mientras Sobe y Dagna realmente robaban dinero. Solo le pedí a Sobe con la mirada que no robe a alguien que de verdad lo necesite como un colonizador o soldado, él asintió con su cabeza y nos disgregamos.

Camarón veía la ciudad con admiración. Nos alejamos de las calles estrechas y caminamos en una zona un tanto más elegante. Había escaparates con prendas y noté que las tiendas solamente vendían ropa de un color en específico. Las personas a nuestro alrededor cruzaban apresuradas. La gente de ahí usaba trajes y no capas por lo que resaltábamos notablemente, parecíamos turistas de las villas bajas pero no le dábamos mucha importancia.

Él observaba a las personas que cruzaban a su lado y escudriñaba los marcadores pasmado. Cuando las personas lo miraban, y notaban el estudio profundo que él hacía, desviaba rápidamente la vista y se concentraba en sus botas rosa pálido como si tuviera miedo de que lo reconocieran.

La ciudad era muy extensa, no alcanzamos a introducirnos en el sector rico y amplio pero nos acercamos bastante. Había anuncios holográficos que mostraban una familia feliz obedeciendo las reglas del Orden, con marcadores positivos. Soldados que daban su vida para la protección de la ciudad y gente «rebelde» que era apresada. Ese fue el único aspecto de la ciudad que Camarón no vio maravillado. Hundió sus hombros y caminó con aire abatido.

Quería preguntarle qué le sucedía pero tenía miedo de que alguien nos viera hablar. Apoyé una mano en su hombro y el viró su cabeza hacia mí. Frunció levemente las cejas preguntándome qué sucedía. Alcé un pulgar y lo señalé a él. Camarón asintió con pesadumbre y volvió su atención a los pies.

—Oye —insistí en susurros—. ¿Estás bien?

—Sí, estaba pensando.

—¿En qué?

—En que tendremos que pelear contra los soldados, o contra Logum y sus bestias. Mi madre me mataría si se enterara.

Sonreí y fingí bostezar mientras le susurraba mirando a otro lado, a Petra le hubiera salido muy natural ese movimiento.

—Mi madre también me mataría si se enterara, me encerraría en casa.

—La mía me castigaría hasta la navidad.

—La mía hasta la navidad de mis cincuenta años.

Pasamos unos segundos en silencio y me dijo resuelto:

—Voy a llamar a mi mamá cuando vuelva al Triángulo ¿tú vas a llamar a la tuya?

—N-no, no lo sé —no sabría que decirle, ni siquiera sabía con seguridad si volver al Triángulo, primero tenía que buscar otra manera de entrar a Babilon y no sabía cuánto iba a tomarme eso.

—Yo sí —respondió con una sonrisa sin notar mi vacilación—. Le voy a decir todo lo que hice. Tal vez mi papá haya hecho lo mismo, Walton dice que todos los trotamundos tienen una infancia movida.

—Sí —concordé— él también me dijo que aunque estén en el Triángulo siempre escapan de noche y van a otros pasajes que están abiertos cerca de allí. Así que tal vez veamos muchos mundos más que este.

—¿Crees que en alguno existan las sirenas?

—Emmm, no lo sé —dije desconcertado por la pregunta—. En uno debe existir algo parecido.

—¿Y los gigantes?

—Tal vez...

—¿Y monstruos como el del lago Ness?

—So, tranquilo, yo también soy nuevo en esto.

—Walton me dijo que todos los monstruos de cuentos y criaturas extrañas existen en otros pasajes como los hombres lobos o sirenas. Dice que sus historias se conocen en nuestro mundo porque algunos esos monstruos cruzaron los portales hace mucho tiempo.

—No lo sé, puede que sea cierto. Pero de momento estoy feliz sin cruzarme ningún dragón u ogro.

Camarón rio y se cubrió rápidamente la boca como si hubiera acabado de gritar a los cuatro vientos que éramos enemigos del estado. Su risa se había escuchado a la distancia pero no me pareció algo de qué preocuparse. Me observó arrepentido y levanté un hombro para mostrarle que no importaba. Pero muchas personas nos vieron ceñudos como si hubieran olvidado ese sonido.

Entonces observé más detenidamente a Cameron. Tenía diez años, era él más pequeño del grupo y era igual de nuevo en el ambiente de los trotamundos que yo. Noté que la admiración de sus ojos era porque Dadirucso fue el primer mundo que visitó. Su familia se había disuelto hace unos días. Tenía una historia similar a la mía. Pero aun así parecía que nada lo derribaba. Se había apuntado con valentía a combatir a un desconocido por un mundo con el cual no estaba relacionado. Había tenido que separarse de Walton, huir en una balsa y andar encubierto por una ciudad. Estaba casi solo y confiaba su vida a personas que conocía hace menos de una semana. Cualquiera se hubiera puesto nervioso o acobardado pero él no. Y aun así continuaba maravillándose con las cosas que veía. Rogué por dentro que Eithan y Ryshia tengan ese mismo espíritu aventurero, pensar en ellos antes me calmaba.

Recordarlos era como un tónico que subía de mi pecho al cerebro. Pero ahora, si pensaba en ellos se encendía un fuego de hierro en mi cuerpo. Un fuego que lo consumía todo dentro y que pesaba demasiado como para poder detenerlo.

Mi vida se había roto en pedazos muy pequeños para recogerlos.

Camarón leyó mi expresión y me agarró la mano. La apretó con fuerza diciéndome que todo estaría bien.

Me hubiera gustado devolverle el apretón.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen2U.Pro