Justicia divina: Nos roban cuando intentamos robar una esfera.

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Hay dos cosas que debes hacer para no perder la cabeza, te las diría pero si las supiera no hubiera perdido la cabeza.

Los camiones levantaron grandes velocidades y atravesaron el claro como flechas explosivas, nosotros los seguíamos a distancia. El aire me zumbaba en los oídos. Ir tan rápido me provocaba vértigo, era nuevo en ese modo de trasporte, bueno era nuevo en todo eso.

Si hubiera habido rocas en el claro habría terminado en el suelo rápidamente, pero solo había hierbas que eran barridas por las ruedas. Berenice se encontraba pálida a mi derecha, aferrándose de los comandos con firmeza, estaba montando su propia motocicleta y mantenía un aspecto lívido como si fuera a morir en ese mismo instante. Walton iba adelante comandando con resolución. Sobe avanzaba a mi izquierda, meneando levemente la cabeza como si escuchara una canción en su mente y Petra cerraba la marcha muy silenciosa.

Vi unas siluetas despedidas de los camiones que rodaron en el suelo cuando la velocidad aumentaba. Los pilotos se habían hecho a un lado.

Detrás, cerca del bosque, se podía divisar una fina franja oscura, hendida y cambiante que eran las personas a pie, llevaban antorchas y el fuego se advertía como luciérnagas diminutas en la distancia, eran miles de personas listas para jugar su vida. La idea me animó y aterró a la vez. Un estruendo me obligó a mirar hacia adelante.

La caja de metal que ocultaba Salger se alzaba imponente como una montaña sin final que se esfumaba en lo oscuro del firmamento. El primer camión había colisionado, se escuchó un rechinido de metal, el fuego se propagó. De lejos se veía esponjoso, llamas redondas que florecían a la distancia como un pedazo de algodón.

La explosión era enorme y aun así no había abarcado ni la mitad del muro, los demás camiones se perdieron en las flamas y el estruendo fue estridente. El metal crujió como si el muro chillara de agonía, se escuchó un aullido grave al rasgar el aire y caer una parte de la estructura. Una nube de polvo y ceniza se levantó en las llamas que se extinguían al no tener nada que consumir. Una columna de humo negro como la noche y acre como el metal, se propagó con velocidad, filtrándose entre los pastizales. Nos estábamos aproximando, sentía cómo me internaba en un aire de calor opresivo, denso y sin oxígeno. Estábamos a unos metros de la nube de humo y cenizas chispeantes que suspendían los aires como nieve de fuego.

Era una locura, ni siquiera se podía ver si el muro se había abollado, cedido o si había dejado pedazos de metal en el suelo. Podíamos chocar con la pared y terminar como picadillo o atravesarla normalmente. Acaricié con el pulgar a anguis el anillo de Eco, él me dijo que pelearíamos por nobleza, no sé por qué lo hacían mis amigos pero yo sí sabía por qué lo hacía.

«Narel, esto es por ustedes»

Y nos internamos en la nube de polvo. No podía ver a mis amigos pero si escuchar el zumbido silencioso de sus motores, el oxígeno se me escapó de los pulmones como si me lo hubieran arrebatado de un zarpazo abrasador. De repente un pedazo de metal, del tamaño de una cama, apareció enterrado en la tierra, viré hacia la izquierda rápidamente levantando una estela de cenizas y por poco choqué con Sobe.

—¡Jonás! ¡Cuidado! —me gritó.

—¡Lo siento!

—¡No, cuidado!

—¡Dije que lo siento!

Volví tenso la vista hacia adelante y descubrí a qué se refería. Un vasto pedazo de metal, extenso como una cancha de futbol, se extendía hacia nosotros casi fundido y arqueado en un costado. Tenía forma de media luna y fulguraba al rojo vivo. ¿Lo peor de todo? Que era tan grueso y robusto que estaba tres metros por encima del suelo, no podíamos saltarlo y mucho menos vadearlo. La silueta de Walton apareció en mi campo de visión, elevó un brazo oscuro y cubierto de cenizas.

—¡Síganme!

Giró hacia la derecha y anduvo en paralelo a la brecha, intentando rodear el trozo de muro que había sucumbido. Pero el lado curvado crujió y comenzó a caer hacia nuestra dirección, tenía todo un campo de cenizas donde colisionar pero parecía que había tomado la decisión de que sería más divertido aplastarnos. Aumenté la velocidad y sentí como una masa de calor se aproximaba a reventarnos, no sabía si seguía allí arriba derribándose o si la habíamos adelantado. No podía verse nada con tanto humo, el aire chispeaba y el calor te consumía los ojos.

Vi un destello opaco a lo lejos como un pozo o un pedazo de metal, estábamos aproximándonos hacia él, en el camino había vadeado varios obstáculos menores pero ese se veía extraño, estaba a punto de perder el equilibrio cuando de repente las ruedas giraban sobre concreto. Un oscuro y humeante campo de hormigón se extendía ante nosotros e incluso detrás. El humo era más ligero de ese lado porque el viento discurría hacia afuera. De alguna manera habíamos escapado de todo, pero aún me encontraba aturdido, se suponía que estábamos más lejos.

Pude ver un poco más nítida sus siluetas, Walton frunció el ceño confundido preguntándose en qué momento había cruzado hacia allí. Despedía una estela de cenizas y polvo que abandonaba, suspendida en el aire, a medida que aumentaba la velocidad.

Ninguno protestó, feliz de contar con un poco más de oxígeno. Nos acercábamos a la primera muralla interna, sus atalayas de concreto resaltaban en la penumbra. Se había tocado una alarma en la ciudad y faroles que antes no había notado giraban en sus ejes emitiendo luces de emergencia y sonando una estridente bocina, como si no hubiera suficiente ruido en el aire.

Por encima de la muralla los soldados corrían frenéticos de un lado a otro, uno nos advirtió surcando el campo de concreto y le gritó a sus amigos exaltado. Hizo gestos para quienes no lo oyeron. Los soldados se detuvieron en su lugar y escudriñaron la oscuridad del terreno.

Walton nos indicó que disminuyéramos la velocidad, alzando una mano firme. Se volteó hacia Petra y arqueó las cejas. Petra captó el mensaje y avanzó decidida hacia una atalaya, su cabello ceniciento ondeaba en el aire, hizo un rápido movimiento de muñeca y arrojó un puñado de cuentas a los pies y sobre la muralla.

Ya sabía que brazalete había usado, sus cuentas de niebla somnífera. Las cuentas explotaron en una nube azul y vaporosa que se acumuló alrededor de la muralla. Walton descolgó de su pantalón un cinturón de granadas, bajó de la motocicleta, corrió hacia el muro, le sacó los anillos a tres y las dejó con el resto en el suelo como si fueran un regalo. Huyó en retirada rápidamente y los explosivos abrieron un hueco en la muralla de concreto. Walton se encogió al escuchar el estallido estrepitoso y una polvareda se elevó en el aire. Fragmentos de concreto volaron por encima de nosotros y nos arrojamos al suelo, cubriéndonos la cabeza.

Todo allí olía a quemado, había más humo del que pude ver toda mi vida, incluso había más humo del que estaba acostumbrado a notar cuando Narel y Ryshia cocinaban. El polvo se mezclaba con la combustión y el aire abrasador. Sentía los pulmones quemados al rojo vivo, Berenice comenzó a toser como si tuviera otra risa atragantada en la garganta.

Me levanté y sacudí el polvo y las cenizas de mi ropa. Berenice parecía haber atravesado un torbellino de suciedad, casi no podía distinguirla en la oscuridad. Sobe sacudió sus cabellos levantando una aureola de cenizas y observó como Walton y Petra regresaban hacia nosotros. Habían hecho una maniobra fabulosa tan solo ellos dos. Walton les chocó los cinco a Petra y ella contuvo el color de sus mejillas desviando la mirada.

—Hasta ahora nuestros movimientos han sido, atacar, explotar y avanzar —explicó Walton mientras abandonábamos las motocicletas y corríamos hacia la brecha que había en la muralla—. Ahora debemos ser más sigilosos, no podemos contar con un ataque ruidoso. Olvídense de ello.

—Olvidado —dije.

Berenice asintió solicita. Abandonamos las motocicletas en el suelo y nos escabullimos sigilosamente por la brecha de la muralla. Mis pisadas emitían un sonido pedregoso al tocar el suelo.

Del otro lado de la muralla había cuerpos inconscientes de soldados desperdigados por el suelo, aferrando las armas como si fueran un peluche o abiertos de brazos y piernas. Fragmentos de concreto cubiertos de hollín sembraban el suelo como flores en un arbusto. Las sirenas continuaban ululando y girando en su propio eje, todo estaba teñido de aquella luz roja. Sobe inspeccionó un soldado con aire critico.

—Tenemos a lo sumo seis minutos antes de que vengan más —informó Walton—. Busquen un soldado de su taya.

—Eso será difícil para Jo —dijo Sobe fingiendo pánico—. Es imposible encontrar a alguien con esa taya, no podrá verlo.

—Haré un intento —mascullé.

—¿Es-estás seguro? —preguntó colocando una mano en mi hombro.

—¡Vamos no pierdan tiempo! —urgió Walton mientras le sacaba las botas a un soldado.

Sobe era largo pero delgado y comenzó a impacientarse cuando Walton ya había desvestido a su soldado y él todavía no encontraba a uno de su contextura. Para Walton era fácil pero para nosotros fue tan difícil como arrojarse a un río de aguas turbulentas.

—Tendremos que revolver en los restos de estas murallas como ratas deplorables y asquerosas —susurró Sobe.

—No digas eso —lo reprendió Petra—, tú no eras una rata, si eres deplorable y das asco pero rata jamás.

No me gustaba la idea de seleccionar un cuerpo inconsciente y sacarle todo como un buitre que busca carroña o como una rata deplorable y asquerosa pero me consolé la conciencia sabiendo que ellos trabajaban para Logum. Lejos de la brecha encontré un adolescente o un hombre de estatura humillante que se había desvanecido alejándose de la explosión.

Le saqué toda la ropa rápidamente y quedó únicamente con calzoncillos, estampados de corazones coloridos, la imagen me desconcertó. ¿Corazones coloridos no iban contra la regla de vestir sólo un color? Intenté no darle vueltas al asunto y estaba calzándome los pantalones de los soldados que eran fibrosos y pesados como si estuvieran hechos de hebras de metal cuando Berenice chilló horrorizada.

Corrí hacia ella, tenía puesto un chaleco de soldado y las piernas descubiertas y pálidas. Sostenía en su mano un casco que dejó caer al suelo cuando retrocedió. El casco emitió un sonido sordo al caer y rodó en su propio eje. Bajo sus pies había un soldado desfallecido con el pecho cubierto, hubiera creído que todavía vestía su chaleco si Berenice no lo tuviera puesto, pero no era así, lo que cobijaba el torso de ese hombre era una mata de pelo enrulado y espeso que se esparcía por todo su pecho.

Petra corrió hacia ella calzándose una bota en el camino. Se detuvo delante del cuerpo peludo y retrocedió asqueada.

—¡Qué asco, dios!

—No uses mi nombre en vano —la sermoneó Sobe cuando llegó.

—¿Qué sucede? —pregunté desconcertado, no parecía una mota de pelo razón suficiente como para chillar horrorizada, Berenice no era de impresionarse rápidamente, ni de atemorizarse por cosas como esas.

Walton corrió hacia nosotros completamente vestido, con un casco en la mano, inspeccionando los alrededores. Berenice estaba pálida y temblorosa, tragó saliva y se estremeció como si recordara algo terrorífico. Extendió agitada una mano hacia el rostro del soldado que yacía a sus pies y giró su cabeza lentamente de modo que pudieramos verlo.

El hombre tenía una barba erizada, unas mejillas mofletudas y labios carnosos, una poblada e única ceja le recorría la cara de lado a lado y entonces lo vi. Observé anonadado la razón por la que Berenice había chillado alarmada. El hombre contaba con dos ojos oblicuos casi inclinados debajo de la ceja pero también tenía un tercer ojo entre medio de ese par y otros cuantos alrededor. El ramillete de ojos que contenía en casi toda la sección entre nariz y frente era de diferentes tamaños como los de una araña.

El hombre... o lo qué sea esa cosa dormitaba con el semblante flácido, teniendo unos sueños apacibles.

—¿Qué es esa cosa? —retrocedí alarmado.

Walton negó confundido con la cabeza, sin explicación. Petra se inclinó al lado del cuerpo. Ella tenía puestas las botas del soldado, el chaleco y una chaqueta fibrosa, con las piernas también descubiertas pero bronceadas. Su cuerpo esbelto se veía amenazante con ese uniforme.

—Creo que sé qué es —murmuró Sobe y flanqueó el otro lado del hombre—. Viene de un mundo menor donde el suelo es gaseoso, casi imposible caminar por allí, la gente de ese lugar luce... luce algo así —dijo señalando vagamente el rostro—. Debe ser uno de los monstruos de Gartet.

—Él no es un monstruo —dije defendiéndolo, si sacabas su tercer parpado y otros cuantos más, además de aquel cabello que lo hacía parecer como un hombre lobo demasiado velloso, no se veía como un monstruo.

Sobe levantó uno de los carnosos labios del hombre y dejó al descubierto una hilera de dientes filosos, amarillentos y puntiagudos que inquietaban, me desprendió una mirada suspicaz:

—Cuando veas eso y él esté despierto y diciéndote que te va a comer me gustaría saber si mantienes tu opinión.

—Te digo —respondí tragando saliva y Sobe rio mientras se limpiaba las manos en los pantalones.

El hombre tenía un marcador en la muñeca pero era una máquina diferente. Esta no contaba las palabras, no había números en la pantalla sólo se reflejaban los latidos del corazón.

—Pero cuando los soldados hablaban las máquinas emitían pitidos —susurré, no estaba seguro de aquello, sólo me desconcertó que la máquina fuera diferente.

—Tal vez suena cuando habla pero no le cuenta las palabras, seguramente serán máquinas de rastreo, o tal vez aparatos que les den ordenes —supuso Sobe y se cruzó de brazos—. Como aquellos collares para perro que si no sigue las órdenes le suministra electrochoques.

—Pero creí que los soldados eran nativos, es decir... gente —dijo Petra.

—Tal vez la mitad son personas de Dadirucso y una pequeña porción monstruos de otros lados —repuso Sobe con ceño fruncido—. No lo sé, yo también lo creí.

—Hace mucho que no me topaba con un monstruo ¿Cuánto de eso Sobe?

—No sé unas... ¿dos semanas? Estoy casi seguro que son tres —respondió encogiéndose de hombros—. De todos modos, agradezco que esté inconsciente, así no lo escucho quejándose de que los trotadores nos creemos superiores, de que nos odia y que quiere comernos para erradicar nuestra raza narcisista.

—Vaya ¿te acuerdas de ese tipo? —exclamó Petra levantando sus ojos del monstruo—. Estaba envenenado de odio.

Ambos se marcharon comentando todos los monstruos con los que se habían topado en Panamá.

Sentí pena por el hombre raro, él también había sido arrancado de su mundo, alejado de lo que más quería. Podía ser peligroso, como en mi mundo eran peligrosos los leones o tiburones pero eso no justificaba que los encerraran en zoos o acuarios. No estaba bien que alejaran a ese monstruo de su mundo y lo pusieran a patrullar calles en una ciudad encerrada, sin luz ni aire. Lo observé por última vez con compasión hasta que me arrancaron de mi estupor:

—Mejor sigamos con lo nuestro, nos quedan tres minutos —apremió Walton y nos dispersó empujándonos levemente por la espalda.

Berenice estaba aturdida, sin saber muy bien qué hacer como si de repente se le hubiera caído el mundo a los pies. Sus ojos estaban quietos, todavía contemplando al hombre y tenía la mirada perdida, cavilando en nuestras palabras. Berenice no sabía que éramos trotamundos, ni que existían otros pasajes o monstruos y no tenía idea de quién era Gartet. Comprendí su desconcierto y sentí pena por ella. Se encontraba pensativa, contemplando al monstruo.

Walton le dijo unas cuantas palabras apresuradas y ella lo examinó recelosa, como si de repente no lo conociera. Tal vez pensaba aquello, que no lo conocía. Desde su perspectiva éramos unos muchachos sin marcadores, que hablaban de cosas extrañas de otros mundos y monstruos.

Me vestí rápidamente. Todo el uniforme de los soldados era fibroso y pesado, estaba tejido con hebras de metal, de manera que no te hiciera daño ningún ataque, sudaras como en una olla y sonaras igual a un manojo de llaves.

El uniforme era una remera de mangas largas, pantalones de metal, rodilleras, coderas, un cinturón con la funda del arma (vacía) un chaleco, guantes y una chaqueta encima que parecía de cuero curtido pero que era de metal, todo negro, lo que tenía lógica porque se camuflaba a la perfección en la penumbra de la ciudad. Lo más extraño de todo era que, por más pesado que me sintiera, podía moverme con facilidad. Flexioné los dedos cuando me calcé el guante. Anguis se veía como un bulto oscuro debajo de la fibrosa tela. Si necesitaba el anillo no podría darlo vuelta con el guante puesto. Me lo saqué sólo en esa mano cuando el estruendo sacudió todo a derredor como un terremoto que se estremece bajo los cimientos de la tierra.

Busqué un arma de soldado entre los cuerpos. Era extraña y gruesa. No sabía cómo funcionaba pero de todos modos me la colgué al cinturón.

Se escuchó un estallido ensordecedor a lo lejos, impactos fuertes y chirridos de metal. Y luego un rumor susurrante se sumó al chasquido de fuego, que se percibía cerca del campo de concreto.

—¿Qué fue eso? —preguntó Sobe con el casco bajo el brazo.

 —Fue la siguiente explosión, acaban de derribar también un pedazo del lado norte del muro —explicó Petra—. Le siguen el lado oeste y este. Pero eso será más difícil, las patrullas de soldados ya se habrán desplegado para entonces.

Inmediatamente se escucharon pasos a lo lejos, el humo y la oscuridad no permitían ver muy bien pero cómo las botas de los soldados no eran muy sigilosas supimos que se aproximaban a lo sumo una docena.

—Muy bien novatos —nos llamó Walton empuñando un arma de los soldados y la enfundé al igual que él. Walton se encontraba enfrascado observando el interior del casco y accionando algo como si hubiera un problema más por resolver—, una lección más, el disfraz no sirve de nada si no lo aprovechan. Sobe tu tendrás el pie roto...

—Ya lo tengo.

—Em... bueno —Walton parecía incómodo por no darse cuenta de eso primero—, Petra y Jonás te llevarán. Berenice apóyate en mi hombro, estarás aturdida por la bomba y finge no saber nada.

Ella le lanzó una mirada a modo de «No tendré que actuar mucho» Walton se corrigió la garganta y prosiguió.

—No sabemos cómo funcionan los otros marcadores, si pitan o no como el que tenía el soldado de tres ojos —señalo con la cabeza—, así que hablaremos solo nosotros dos.

Berenice asintió a pesar de que ya contaba con números negativos en su marcador y de que continuaba con su mirada recelosa. Los pasos ensordecedores de los soldados se hacían oír cada vez más. Walton nos indicó que aguardemos levantando un dedo y frunciendo las cejas, no sé que tanto miraba dentro del casco pero pareció encontrar lo que buscaba, apretó algo, zumbo débilmente y dijo:

—Ya esta, ya está.

Nos pusimos los cascos que irónicamente no eran de metal, con aquel uniforme me sentía como un horno humano, el calor fuera del traje era insoportable, dentro se parecía a un infierno. Berenice dejó el cuerpo flácido, las rodillas tambaleantes y descargó su peso contra Walton. Sobe pasó un brazo sobre mis hombros y el otro sobre los de Petra, no le costó mucho fingir que cojeaba. Nos alejábamos de la muralla hacia los pasos estridentes como verdaderos soldados vencidos y derrotados. Sobe emitió muecas de dolor y sollozos.

—Todavía no viene nadie —le recordó Petra.

—Déjame calentar ¿sí? Un buen actor no surge de la noche a la mañana.

—Al parecer la inteligencia tampoco —masculló y rio por lo bajo.

—Me ofendería pero ambos sabemos que es broma, es decir, es lo mismo; inteligencia y Sobe son sinónimos como decir oro y riquezas, tierra y suelo, agua y nube...

—Agua y nube no son sinónimos.

—¿Cómo lo sabes? No eres inteligente.

Creí que escuchaba sus voces detrás de mi cabeza y fue cuando noté que en la parte interior del casco tenía unos parlantes que emitían las voces de Sobe y Petra. Recordé que Walton accionaba unos botones dentro del casco y me pregunté si eran esos. Al parecer ellos se dieron cuenta de aquello y por ellos me refiero a Sobe que comenzó a comprobar las condiciones:

—Hola, hola, probando ¿Sientes que te respiro en la nuca Jo?

Hice una mueca.

—De hecho casi sí —El parlante detrás era muy real y simulaba, a la perfección, el cosquilleo de un persona hablando detrás de ti.

Sobe comenzó a respirar como un asmático o como Darth Vader en nuestras nucas hasta que Petra le piso su pie bueno. Los pasos de los soldados todavía se oían pero no habíamos llegado, eso me inquietó porque cada vez que nos acercábamos se escuchaban más como un ejército de marcha concorde que como una docena de personas.

—¿Esto lo puede escuchar cualquier soldado? —pregunté refiriéndome a las radios que tenían los cascos.

—Sí, sí están cerca —respondió zumbando la voz de Walton—. Pero nosotros nos escucharemos aunque estemos en partes opuestas de la ciudad, programé la onda de radio.

—¡Vaya! ¿Cómo hiciste eso? —pregunté impresionado.

—Sólo apreté el botón, programar onda de radio.

Petra y Sobe rieron a carcajadas, incluso Berenice rio un poco con su voz ronca y luego se aclaró la garganta. De repente unas figuras oscuras aparecieron recortadas en el horizonte, todavía más oscuro. Eran los soldados con sus uniformes negros y armas desenfundadas, sentí que todos mis órganos se comprimían y tuve que controlar, a conciencia, el impulso de atacar. Si ellos se acercaban y no se tragaban el rollo de que éramos los únicos supervivientes estábamos perdidos, no había manera de huir. Estaban a unos cien metros de nosotros, había una silueta que trotaba en la cabecera, dirigiendo la tropa, nos localizó, levantó su arma y gritó:

—Identifíquese.

Walton se petrificó por un segundo asimilando aquellas palabras e intentando eludirlas.

—¡Alto no dispare! —gritó alzando la mano que tenía libre.

—¿Qué sucedió? —preguntó la voz de un hombre que no parecía tener muchos amigos, sonaba reacia a querer algo, fría como un tempano de hielo e igual de áspera. El soldado arrastraba ligeramente la s, siseaba a todo momento como si le pagaran por ello, la idea de que se pareciera a una serpiente me pareció chistosa en una escala demencial.

—Patrullábamos... —explicó Berenice. Con su voz ronca, los pitidos y su fingido desconcierto ni se notaba que era una chica la que hablaba—. Atacaron, son cientos de rebeldes... solo quedamos nosotros, señor.

—¿Señor? —preguntó el hombre totalmente ofendido como si eso fuera lo único que lo indignara de la noche mientras dos de los muros de su ciudad ardían en llamas—. ¡Señor teniente! —corrigió y su voz estalló en mis oídos—. ¿No sabe diferenciar un rango superior?

No entendía a qué se refería, su uniforme era exactamente igual al nuestro, no tenía ningún emblema más negro que indicara su cargo o importancia, sólo una patética voz que siseaba. Preferí omitir el comentario y me costó horrores no decir nada.

—Señor teniente —masculló Berenice furiosa de tener que gastar dos palabras, de repente ya no se veía tan aturdida por la explosión.

—¿Por dónde se fueron? —preguntó el soldado escudriñando la oscuridad como si se pudiera ver algo allí. Su escuadrón permanecía detrás, quieto, aguardando órdenes como marionetas que nadie había querido para la función.

—Por el río —informó Walton, y señaló el sudoeste—. Corrieron hacía allí... yo, no pude detenerlos, señor teniente.

—Ya lo noté, no tiene que aclarar lo evidente —respondió seco el soldado y se llevó a su escuadrón con un gesto de mano.

Tuvimos que hacernos a un lado para que los demás soldados no nos embistieran al pasar. El compañerismo de verdad asombraba en ese lugar. Cuando estuvieron lo suficientemente lejos, echamos a correr hacia la ciudad, atravesamos las demás murallas internas si tan solo tener que pedirlo.

Las puertas se nos abrían cuando nos divisaban y las patrullas que trascurrían frenéticas a nuestro alrededor no se detenían siquiera a interrogarnos. Podía ver que los soldados se movilizaban sin saber qué hacer. Sólo escuchaban explosiones y se creaban brechas en los lados de la caja pero no veían ningún grupo de rebeldes metiéndose por ella. No tenían nada que atacar y no había modo de prevenir las bombas, solo buscar el siguiente punto de ataque. La verdadera resistencia vendría después de detonar todos los muros, entonces allí vendría el problema, la verdadera guerra.

Después de unos minutos nos encontrábamos en las estrechas calles del lado sur de la ciudad, jadeando. Estuve tentado a sacarme el casco pero resistí la vehemencia, esa cosa era la razón por la que había atravesado un campo lleno de soldados y nadie había dicho nada.

—Llegamos —informó la voz de Walton por la radio.

—Ya lo noté, no tiene que aclarar lo evidente —lo reprendió Sobe imitando la voz del teniente.

De repente escuché la voz de Petra riéndose, Walton rio, los hombros de Berenice se sacudieron mínimamente y yo también me eché a reír. Una risa nerviosa, sincera y ligera. Estábamos en una calle desolada, había sirenas rojas en cada esquina marcando toque de queda y nosotros nos encontrábamos riendo de señor teniente. Entonces pensé: ¿Qué podía pasar mal si estaba con personas como aquellas?

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