Muchas despedidas en poco tiempo

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 A la mañana siguiente teníamos enlistado en la puerta un auto azul muy parecido al todoterreno rosa que habíamos destruido, las únicas diferencias eran sus colores.

El sol se asomaba por el horizonte y atravesaba los árboles del bosque con pereza, mientras realizaba los preparativos para el viaje con Miles y Petra. Empacamos un poco de fruta, cortesía de Álamo y sus numerosas canastas frutales, toallas, linternas, algo para encender fuego y todo lo que se necesitaría al lugar donde íbamos. Lo envolvimos en fardos, lo más parecido a una maleta en ese lugar y lo cargamos en la camioneta. Aquella mañana Sobe se encontraba en su «estudio» haciendo quién sabe qué con los cascos, le pedimos ayuda pero desapareció rápidamente con tiras de metal en la mano diciendo que estaba ocupado.

Dante y Cam acababan de despertarse, se estaban frotando los ojos a medida que se calzaban las botas y se recostaban en las pieles desperdigadas torno a la chimenea. Nos vieron retocando los últimos preparativos para el día de hoy, decidieron echarnos una mano y trasportaron los fardos a la camioneta con aire somnoliento.

Al menos ellos habían dormido bien, yo estuve toda la noche observando como mi padre... el agente hacía papeleo en una oficina. Luego vi a una antigua vecina de Sídney retocando las plantas que tenía en el frente de su casa colgando del alfeizar; aunque ya me había acostumbrado a esa clase de sueños y eran típicos para mí. Pero lo que más me preocupaba de todo era que en un mes no había soñado con mis hermanos, simplemente ellos se habían borrado del mapa. Había tenido la esperanza de tener un sueño con ellos que me indicara cómo reemprender su búsqueda.

Había pasado un mes desde la noche en que apagamos los marcadores. Los últimos días habíamos replanteado nuestra situación, por lo general hablábamos de ello por las noches, antes de cerrar los ojos y dormir. Aunque nos encantaba vivir en Dadirucso no podíamos quedarnos allí para siempre. Dante llevaba faltando a clases hace un mes y Cam no le daba ninguna noticia a su madre en el mismo tiempo. Debíamos regresar a nuestras vidas.

—Además, Adán ya debió haberse preocupado mucho por nosotros —ironizaba Sobe siempre que sacábamos el tema de volver.

Yo por mi parte no sabía a dónde ir. Estaba decidido a buscar un portal que me llevara a Babilon; no podía regresar con mi madre porque ella no me soltaría una vez que supiera lo que sucedió y no me permitiría atravesar ningún portal en el resto de mi vida. Debía buscar a mis hermanos y ella no me dejaría hacerlo. Ni siquiera sabía cómo explicarle que era un trotamundos. Sólo me quedaba el Triángulo o una vida como vagabundo en busca de un condenado portal que me llevara a Babilon. Tenía esperanzas de encontrarlo, no podía haber sólo un portal, tenía que existir algún otro que no fuera el de mi sótano.

No quería darle vueltas a la idea de que no tenía un lugar a donde ir, la mayor parte del tiempo lo ignoraba. Sobre todo la idea de que Petra volvería a su mundo cuando nosotros reanudáramos nuestra vida.

Ella me lo dijo un día cuando caminábamos por los bosques. Nos habíamos encaramado a la cima de un árbol para contemplar el atardecer. Mis manos ya no dolían tanto así que pude trepar sin contratiempos. Estaba mirando el ocaso, el viento echaba su cabello a un lado y la luz moribunda del sol le iluminaba los ojos, resaltando sus numerosos colores.

—Lamento no haber encontrado a tus hermanos, Jo —había dicho.

Y la conversación continuó pero me era difícil hasta recordarla. Ambos habíamos decidido ignorarla como si nunca hubiese existido.

Pero ese día emprenderíamos un viaje con sólo dos paradas, una para llamar a casa y decirles a las personas que nos querían que continuábamos vivos y la última era la resolución de mi plan. Una semana después volveríamos a nuestro mundo, estaba todo planeado.

También estaba todo listo, sólo necesitábamos a Berenice para marcharnos.

Las calles se encontraban desérticas a esa hora, todos dormían mientras el sol difuminaba la oscuridad del cielo y el firmamento se tornaba de color violeta. Los pájaros trinaban sus melosas melodías, recibiendo al nuevo día. Golpeé la puerta de la casa de Prunus con insistencia y sólo me detuve cuando la abrieron. Berenice se asomó aturdida, con la mirada entornada y bostezando. Veloz como un relámpago le vendé los ojos y ella no pudo zafarse de mí, se movía torpe y rezagada porque todavía se encontraba medio dormida.

—¿Qué pasa?

—No puedes mirar es una sorpresa.

—No me sorprendes —respondió mientras apoyaba mis manos vendadas sobre sus hombros y la hacía caminar.

—Cierra la boca —le respondí.

—¿También trajiste una mordaza?

—¿Eso te sorprendería?

Una sonrisa reservada atisbó sus labios y dejó que la guiara en medio de la nueva ciudad.





Unos minutos después estábamos adentrándonos en Salger de nuevo. Teníamos que llamar a casa y no creíamos que en ese mundo haya recepción, ni operadoras, así que la única posibilidad era ir al restaurante Letras, tomar el pasaje para Cuba y llamar a nuestras familias desde allí.

Los únicos que llamaríamos seríamos Dante, Cam y yo, Walton se contactaría con el Triángulo para decir que todavía estaban vivos y no se preocuparan (lo cual no habían hecho) me dijeron que muchos chicos iban y venían de la isla a sus anchas.

Atravesamos el claro sembrado de tiendas de campaña, fogatas, braseros, postes y casas construidas. Habían delimitado un camino que era surcado por autos que transportaban materiales de construcción en el día, pero a la mañana se encontraba despejado.

Berenice se había liberado de la venda cuando atravesamos los agujeros de las murallas, que eran dos brechas deformes en el metal, como una herida abierta. Una capa de cenizas contorneaba las hendiduras, las ruedas del automóvil levantaron una estela de polvo. La ciudad se veía realmente tétrica, la energía se había ido y si no fuera por los faros de la camioneta o los agujeros que había en el techo de la caja, que iluminaban la oscuridad como tragaluces demasiados altos, no se vería absolutamente nada.

Seguramente pensarán «¿La llevarás a Cuba?». La respuesta es sí, le había prometido a Berenice una gran explicación después de que todo terminara y la gran explicación estaba por venir. Y yo cumplía mis promesas, no importaba el tiempo que me tardara. Después de que ella viajara a Cuba, seguramente, le sería más fácil creerme.

El viaje a Letras se hizo interminable, la ciudad desolada y completamente abandonada no daba rienda suelta a las conversaciones, más bien te incitaba a guardar silencio y admirar la perversidad del paisaje. Como si fuera el escenario de una película zombie.

Los papeles de se busca planeaban sobre el suelo cuando las ruedas del vehículo levantaban velocidad a su lado, algunos edificios descansaban derruidos sobre la calle, el hollín lo cubría todo y había avenidas manchadas de sangre. De los agujeros en el techo de la caja pendían algunos jirones de musgo y humedad, los primeros vestigios de que la naturaleza recobraba su territorio. Ver desde lejos una figura oscura, de metal, delgada y sin luz me revolvió el estómago. El Faro descansaba como una estrella muerta en el horizonte.

Al fin llegamos a la calle Bor, las explosiones que habían causado los soldados cuando escapábamos de Pino continuaban en la calle, los edificios o sobre la grava, como huellas que nadie había borrado. El restaurante exhibió su escaparate dañado y algunas mesas volcadas.

—¿Vamos a comer? —preguntó Berenice desabrochando el cinturón.

—Si quieres podemos comer en Cuba o pedir comida —le respondió Dagna amablemente pero con su acento alemán parecía una reprimienda.

—Conozco un lugar que hacen un excelente congrí para llevar —apuntó Sobe.

—¿Qué es Cuba? —preguntó Berenice confusa.

—A donde vamos.

Nos bajamos de la camioneta, atravesamos el desván, la sección comedor y nos dirigimos a la revuelta cocina ignorando su mirada recelosa y sus pasos cautelosos. No había visto la cocina desde que... bueno desde que con Petra la volamos en pedazos e hicimos Pino a la parilla. Los muebles estaban todos chamuscados y revueltos como si hubiera arrasado contra ellos un huracán de fuego. Tuvimos que abrirnos paso entre muebles carbonizados hasta el portal.

Escarlata se subió a mi hombro e inspeccionó todo desde arriba. No le gustaba caminar en el suelo, siempre que podía se trepaba al hombro de alguien y una vez había cometido el error de trepar al de Sobe. Él había chillado presa del pánico y corrido en círculos mientras Escarlata afianzaba las garras en su chaqueta de aviador para no caerse.

Walton y Sobe corrieron la baldosa, que emitió un sonido pedregoso al ser arrastrada, a la vez que los alumbrábamos con linternas. Del otro lado se podía vislumbrar un árbol y un bordillo como si estuvieras recostado en la acera pero era de noche en Cuba. Berenice frunció levemente el ceño como si intentara leer algo que estaba en otro idioma, la unidad comenzó a atravesar el portal hablando normalmente. Sobe les decía que deberían probar el congrí o hasta entonces no tendrían vida, mientras Dante enumeraba la lista de los condimentos a los que era alérgico y las cosas que no podía comer.

Berenice retrocedía un paso por cada persona que atravesaba el portal, hasta que chocó con un refrigerador volcado y dio un respingo. Resolló pero se contuvo comprimiendo y cerrando los puños alrededor del mueble.

Finalmente quedamos sólo nosotros (Dante y Miles se estaban alejando en ese momento y del otro lado había Abridores así que el portal continuó abierto).

Ella observó horrorizada la manera en que desaparecieron, estaba rígida y comprimía tan fuerte el mentón que era imposible que no le dolieran los dientes.

Te prometí respuestas.

Le dije repiqueteando mis dedos contra lo que parecía una repisa descolgada y partida a la mitad, montada sobre un horno abollado.

¿Qué es eso? —preguntó.

Le extendí la mano, dudó porque la última vez que había aceptado una mano esa persona murió. Se acercó hacia mí con un brillo en los ojos, vaciló a medio camino, sus dedos se cerraron alrededor de los míos y saltamos juntos al portal.  

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