Capítulo 37

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Gritos, ruidos y más gritos.

Eso es lo que hace que salte de golpe de mi cama.

Frunzo el ceño en cuanto mis párpados se abren y soy consciente de que no estoy soñando, alguien grita.
Muchas personas en realidad.
Me pongo de pie de golpe y me calzo unas pantuflas.
Abro el pomo de la puerta y mi primera visión es la de una criada en el suelo, llora, está llorando.

Mi ceño se frunce aún más.
¿Qué está ocurriendo?

—¿Oiga? —Cuando mi voz sale de mi garganta, la chica salta en su sitio y se aleja de mi tanto como puede, pegándose más a la pared.
El ruido se hace más intenso. Ajetreo, golpes, muchas voces confusas y agitadas.
—¿Está bien? —Extiendo la mano para tocarla. De su boca sale un profundo y chirriante grito y se desliza por la pared, alejándose aún más de mí.

Lo dejo estar así y sigo avanzando por el pasillo.
—¿Hola? —Una puerta se abre y una criada sale corriendo por ella, empujándome con fuerza.
Casi caigo al suelo y refunfuño en voz baja.
—¡Oiga! —Exclamo.
Más personas corren a mi lado, a algunas las reconozco, a otras no.
Pero ninguna se digna a abrir la boca y decirme que ocurre.

—¿Alguien puede verme o soy invisible de repente? —Siso.

Con mi mirada busco a mi hermana o a Ethan pero no logro encontrar a ninguno de los dos.
Entonces, me dirijo al salón principal y abro la puerta.

Todo lo que ocurre después, lo veo a cámara lenta.

Siento que el corazón se me sube por la boca y oigo los latidos palpitar en mis tímpanos.
De repente, no oigo nada a mi alrededor, todo son voces lejanas que no logro distinguir.
Noto la sangre fluir con más fuerza en mis venas y el aire se escapa de mi pecho.
Me quedo sin oxígeno.

En un enorme charco rojo, yaciendo sin vida, se encuentran Octavia y Callie, Reyes del pueblo.

En un enorme charco rojo, yaciendo sin vida, se encuentran mis padres.

Me petrifico en mi lugar, viendo sus ojos abiertos y la sangre a su alrededor.

Sin despegar los pies del suelo, camino hasta ellos.
Mis pantuflas y pies se manchan y según me voy agachando, mi ropa de cama también se tiñe de rojo.

El líquido caliente también me llega a las rodillas y manos y siento una arcada que me obliga a taparme la boca para no vomitar.

Aún sabiendo que están muertos, mi mano se mueve con lentitud hasta llegar al cuello de mi madre.
No hay latido, como era evidente.

Miro a mi padre. Pero no repito la acción con él, tan sólo bajo las manos y me quedo en el lugar.

No reacciono cuando oigo un fuerte golpe que tira abajo la puerta tras de mí.
Ni tampoco cuando alguien agarra mi brazo y me levanta del suelo con brusquedad.
—¡Es ella! ¡ella ha matado a los Reyes! —Exclama un hombre, el mismo que agarra mi brazo.

Es un hombre alto, lleva un uniforme que no sé distinguir. Probablemente de alguna rama del ejército.
Otro hombre aparece y agarra mi otro brazo con fuerza.

No soy capaz de moverme aunque mi cerebro me está gritando que lo haga, mis manos han perdido la vida.

—Lleváosla de aquí. —Exige alguien más.

Los dos hombres tiran con fuerza de mí y mis piernas no reaccionan a tiempo, caigo al suelo.
Giro la cara para no golpearme de lleno y mi mejilla se estampa con las frías baldosas.
Me arrastran hasta ponerme de pie con tanta fuerza que los hombros comienzan a dolerme.

La mejilla comienza a arderme y noto un hilo de sangre salir de mi labio.

Me arrastran por el palacio, mi cerebro me ordena de nuevo.

Vamos Jaqueline, vamos Princesa.
Haz algo.

—Yo no... son mis... no los he matado yo. —Balbuceo.

Mis palabras son por completo ignoradas y atravesamos el pasillo final que nos lleva a la puerta.

Pero en ese momento, oigo un golpe seco tras nosotros y mis dos brazos se liberan.
Uno de los hombres cae al suelo y al instante, una espada atraviesa el estómago del otro.

Éste también cae al suelo, cada uno a cada lado del pasillo y cuando su cuerpo ya no está en mi campo de visión, veo más allá de él.

Sus ojos llenos de preocupación y su respiración agitada.

Doy cuatro pasos, pasando de largo por los hombres y sus manos se aferran a mi cadera al tiempo que mis pies dejan de tocar el suelo.
Me escondo en su cuello, aspirando su aroma.

—¿Estás bien? —Susurra Ethan. Pero no puedo responder, no logro articular palabra.

Cuando se separa de mi, toma mi mano antes de indicarme y decir "tenemos que salir de aquí".

El castaño va primero, tirando de mí a lo largo del pasillo y abre la puerta de entrada.
Entonces, paro en seco y le doy un tirón suave en la mano, buscando que me mire.

—Elalba. —Es todo lo que necesito expresar para que mi soldado asienta y tomemos otro camino.
Para nuestra fortuna, mi hermana se encuentra en la primera sala a la que llegamos.

Sentada en una silla, siendo gritada por dos gorilas y aterrorizada.
Entre mis manos tomo un jarrón que contiene una flor, la quito  y trato de que mis dedos no me fallen y el jarrón se estampe antes de tiempo.

Mucho antes de que yo haga nada, Ethan ya ha acabado con uno de los hombres. El otro se gira hacia él y aprovecho la oportunidad para levantar los brazos y estampar el jarrón en la cabeza del hombre.
Éste se desploma a mis pies.

Mi hermana mantiene su mirada enfocada en esos dos hombres y la insto a mirarme, llamándola.
—Alba.

Se pone de pie y sus brazos se enredan a mi alrededor, se aferra a mí con tanta fuerza que noto sus uñas clavarse en mi piel de forma involuntaria.
—Chicas, tenemos que irnos.
—Nos avisa el muchacho.

Tomamos una dirección opuesta, observando que más hombres llegan.

—La cocina secundaria.
—Propongo.
El castaño nos guía por el Palacio y la puerta chirría cuando la abre.

Mi soldado pone su mano en mi espalda, instándome a salir y se queda el último.
Cierra la puerta tras de si y comenzamos a mirar de un lugar a otro.

—No podemos... caminar sería estúpido. -Reconoce.

Estamos totalmente atrapados, no hay lugar al que ir ni forma.
No podemos caminar o seríamos presas fáciles y tampoco escondernos.

Oímos el sonido de los pasos de un caballo y apareciendo en dirección al hogar del ejército, un chico subido en un caballo y guiando a un segundo, se detiene ante nosotros.

—Josh. —Susurra Ethan y una sonrisa aliviada aparece por su cara.

Su expresión me calma momentáneamente.

Su amigo asiente en dirección a mi soldado.

Ethan sube al caballo y extiende su mano para ayudarme a subir junto a él, a duras penas, lo consigo.
El otro chico extiende la mano para ofrecérsela a mi hermana.
Elalba no lo duda, toma su mano y sube al caballo junto al desconocido.

Y los cuatro comenzamos nuestra huida.

Por una última vez, miro detrás de nosotros, tres hombres nos persiguen varios metros pero acaban por detenerse.
Uno de ellos detiene su mirada especialmente en mí, relame su bigote negro y algo frustrado, se pasa las manos por el cabello. Su mirada fría, decidida y contundente, provoca que un escalofrío me recorra la columna.
Trago saliva y aparto la mirada de él, centrándome en el camino delante de mí.

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