Capítulo 40

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—Estoy seguro de que es por aquí, Ethan. —Refuta Josh, señalando el mapa entre sus manos.
Ethan se gira hacia él y rueza los ojos.
—Te digo que no, Josh. Ese mapa no puede estar bien, no hay ningún río a la derecha. —Señala al lugar indicado en el mapa y vuelven a detenerse.
—Tal vez ya no esté, los lugareños cambiaron el cauce para poder construir aquí.
—Junto a mí, Elalba suspira por décima vez. Le doy un rápido vistazo para comprobar que, efectivamente, tiene el ceño fruncido y los brazos cruzados.

—¿Estás bien? —Susurro, poniéndome frente a ella y distrayendo su foco de atención de los chicos. Relaja su gesto de forma momentáneamente.
—No vamos a salir bien de esto, Jaqueline. Ni siquiera sabemos donde está el palacio del Rey.
—Aparto mi vista de ella, agachando la cabeza y asiento levemente. Las dos volvemos a mirar a los chicos, que no desisten en su empeño de llevar la razón.

—¡Los ríos al final vuelven a su cauce, Josh! —Mi mano viaja hasta mi frente y la palmeo sin poder evitarlo, cansada de la tonta pelea.
—Con guías como estos... mejor nos entregamos. —Bromea sin demasiadas ganas la chica a mi lado.

Entonces tomo una decisión y me adelanto al grupo, fijando mi vista en un antro de bebidas que se postra frente a nosotros.
Ignorando los comentarios de mi hermana pequeña y la ridícula discusión de los soldados, me tapo parte del rostro con la capucha del raro vestido.

Respiro profundo, una y otra vez.
Entra y sale, Jackie. Entra y sale.

Rezo a todos los dioses por no ser reconocida y me adentro en la tasca.

—¡Jaqueline! —Detrás de mí, la voz de Ethan resuena y corre hacia mi, agarrando mi muñeca.
—¿Qué estás haciendo? —Bufo.
—¡No podemos seguir orientándonos a base de ríos, Ethan! —Exclamo.
—Tal vez estos lugareños puedan ayudarnos un poco... —Sugiero pero no logro convencer al castaño.

—¿Y si te reconocen? —Chasqueo la lengua y doy un suave tirón para zafarme de su agarre.
—Vamos a descubrirlo. —Sin esperar a que diga nada más, camino a pasos firmes y directos hasta llegar a la barra.
Sentado en ésta, un hombre algo gordo y despeinado toma un trago.

—Disculpe, buen hombre... ¿podría indicarme amablemente el camino hasta el Palacio del Rey Lebah? Mis amigos y yo somos turistas y tenemos muchas ganas de conocerle... —El hombre me echa un vistazo largo, desde los pies a la cabeza. El momento pasa a incómodo tras unos segundos y carraspeo llamando su atención.
—No puedo ayudarla. —Dice sin más.

—¿Está seguro? es muy importante, por favor.
—Nuevamente le pido, agachando la cabeza para buscar sus ojos. Pero nuevamente, me mira de una desagradable forma y hace un tosco ruido con la boca, indicando que no me ayudará.

Me giro sobre mis talones, dispuesta a marcharme de este antro sucio.

—Oiga, señorita. —Una voz habla tras de mí y me hace detenerme.
El camarero del local, un hombre calvo de mediana edad, me observa un segundo antes de volver a hablar.
—¿Sabe usted donde están las cascadas? —Noto una mano en la cintura y me esfuerzo para no saltar.
El aroma de Ethan llega hasta mis fosas nasales y me giro hacia él.

—Sí. —Susurra.
Ambos nos giramos al camarero y el castaño le repite lo que me ha dicho a mí.
—Sé donde están las cascadas.
—Pues donde están las cascadas, siga todo recto y tras unos kilómetros, se encontrará con unas casas muy rudimentarias. Hay dos caminos, siga el de la izquierda y llegará hasta la zona poblada. El Palacio del Rey Lebah se encuentra allí. —Dejo salir una enorme sonrisa y asiento a modo de agradecimiento.

—Gracias. —Susurra el chico a mi lado y me giro hacia él para celebrar unos segundos.
—Vamos a conseguirlo.
—Promete.
Mordisqueo mi labio inferior y mi cuerpo se siente tentado a darle un abrazo.

Y cuando finalmente me decido a hacerlo, una exclamación nos obliga a alejarnos.
—¡Aparte sus manos de mí! —Mi sonrisa se borra al escuchar la voz de mi hermana y ver que un grosero caballero ha agarrado su mano.

—Quítale tus manos de encima, cerdo. —Josh se interpone y saca a Elalba de la incómoda situación.
Al lado del señor grosero, se encuentra una mesa de cinco hombres que observan atentos la escena.
—¿O si no qué? —Expresa el cerdo, su voz ruda y desagradable provoca que trague saliva.

—O si no voy a clavarte la espada en este antro lleno de paletos.

Mi boca se abre tanto que podría desencajarse. Ethan abre los ojos como platos y me llevo la mano a la boca.
No acaba de decir eso, no acaba de decir eso... ¿verdad?

Antes de poder terminar mis frases mentales, los cinco hombres de la mesa se ponen en pie.
Igual que armarios empotrados, demasiado altos y musculosos.
—Jackie, márchate. Esto se va a poner muy feo... —Mi mano se convierte en un puño con la tela del vestido gris.
Ethan se lleva la mano a la espada.

—¿Acabas de llamarnos paletos? —Dí que no, Josh. Dí que no.
—Sí.

Un estruendo ruido se escucha por todo el local cuando el lugareño central le pega una fortísima patada a la mesa y la estampa contra el suelo, rompiéndola y haciendo que trozos de madera vuelven aquí y allá.

Los soldados empuñan la espada y reacciono ante la mirada intensa de Ethan. Corro a través de los mastodontes, agarro a la pequeña del grupo la mano y la arrastro fuera del lugar.
—¡No podemos dejarlos solos!
—Exclama ella, zafándose de mi agarre cuando salimos del local.
—¡Ahora mismo no somos de ayuda, Alba! sólo somos una carga. —Le recuerdo.

—Todo el tiempo somos una maldita carga, Jaqueline. —Sus palabras se me clavan en el pecho pero no puedo negar cuanta razón tiene.

A través de los polvorientos cristales, observamos la pelea.

Ethan corre y embiste por la cintura a uno de los hombres, lo estampa contra una mesa y veo que su espada se encuentra en el suelo.
¿Cómo ha llegado hasta ahí?
¿qué tanto nos hemos perdido?

El castaño le da una patada en el pecho y el hombre cae de nuevo, quedando inconsciente de una vez.

—¡1-0! —Exclama mi hermana. Maldita sea Alba, no es el momento.

—1-1... —Susurro más para mi cuando veo como Josh acaba por los suelos.

Entonces, nuestro campo de visión se ve tapado por completo por un hombre gigantesco que se apoya contra las ventanas.
—¡Oiga! —Grito. Pero mis palabras son el vano pues el hombre no las escucha. O directamente las ignora.
Seguimos oyendo más golpes, mesas rotas, alaridos y gritos y también algunos "¡pelea! ¡pelea!" de fondo de los lugareños.

—¡Nuestros hombres están ahí dentro, señor lugareño! —Vuelvo a exclamar pero vuelve a ser inútil.
Refunfuño entre dientes y me cruzo de brazos, haciéndome a un lado.

En un insalubre gesto, me llevo la mano a la boca y comienzo a morderme las uñas.
—Que asco. —Yo misma repito, dejando de hacer la acción.

Tras un par de minutos, las puertas se abren y corremos hasta ellas.

Los soldados aparecen por ellas, colocándose sus ropajes.
—Estamos bien. —Confirma el moreno.
—Ethan... —Reclamo con mi voz que me mire y alzo la mano hasta mi labio, indicando que el castaño tiene sangre ahí.

Éste se limpia el líquido con un dedo y repasa sus labios con otro.
—No es mía. —Se encoge de hombros y me llevo la mano al pecho, aliviada.
—¡5-0! —Todos volteamos hasta Elalba y ella sonríe inocente antes de añadir; —perdón.

Ahora con las indicaciones precisas, comenzamos el camino.
—La cascada no está demasiado lejos de aquí. Alrededor de doscientos kilómetros. —Expresa. Desatamos a los caballos y nos subimos a ellos.

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