Cuento 3- El cuadro

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Alex iba manejando aquel auto blanco del que tanto estaba cansado de seguir utilizando, era de último modelo, el mejor del año y aun así no le era suficiente; nada le era suficiente en realidad.

Alex venía de una familia muy bien acomodada, dinero no le faltaba en lo absoluto: tenía las ropas más caras, nunca repetía de vestimenta porque según él, lo hacía lucir como "un pobre que no tiene donde caerse muerto", cambiaba de auto cada mes (por no decir que en ocasiones se reducía a quincenas), tenía las mejores y más grandes casas por toda la ciudad, grandes empresas heredadas por su padre, cuentas bancarias con lo suficiente para no trabajar en esta vida, ni en la siguiente de ser posible, en fin; un hombre hecho y derecho como cualquiera diría, solo uno que lo conociera de verdad sabría que él lo tenía todo, que era rico de aquello que no tiene valor.

―¡Hijo! ―dijo Clara, su madre, en medio de asombros luego de no haber visto a su hijo en meses―. Hasta que al fin llegas. ―Corrió a abrazarlo.

―¡Madre, pero por favor! ―se alejó de los brazos de su madre para arreglar las arrugas que esto provocó en su carísimo traje.

―Vamos, hijo, no me digas que aún posees esa actitud tan arrogante, ¿cuándo cambiarás? ―Suspiró, harta de que Alex la trate con desdén por decidir vivir en aquel pequeño departamento y donar todos sus lujos y dinero a caridad.

―Mi actitud no tiene nada de malo ―contradijo rodando los ojos en desaprobación―, es más, fue mi actitud la que me ha llevado tan alto; ¡a ser el mejor!

―Cuándo entenderás que no eres mejor que nadie. ―Negó con desaprobación, luego lo tomó de las manos incitándolo a pasar a la sala y mientras se sentaban en el sofá le acarició efusivamente el rostro―. Ni nadie es mejor que tú ―añadió―. Por favor, hijo, el dinero no te lo da todo, sé más generoso. ―insistió.

Se quedaron en silencio luego de mencionar aquella petición que sacó fuera de lugar a Alex; era como si entre ellos no hubiese tantas cosas de qué hablar, ni que fueran dos extraños que se los forzó a entablar conversación.

Clara estaba segura que su hijo no cambiaría hasta que la vida le enseñara a ser menos egoísta, por sobre todo: más generoso, En el fondo deseaba que ese momento llegara pronto, aunque en ocasiones sentía que no tenía nada por reclamar a Alex, pues ella en un pasado también había tenido la misma actitud, la diferencia es que ella había cambiado a tiempo y esperaba que su hijo también lo estuviera para así dirigir su vida hacia rumbo mejores que el dinero ni todo el lujo pudieran ofrecer.

La noche ya hacía acto de presencia y como el camino era muy peligroso en esas condiciones, Alex decidió que lo mejor era quedarse y esperar al alba, por un momento quiso ir a un hotel o a cualquier otro lugar que no fuese aquella "pocilga" que su madre tenía por departamento, pero la insistencia de Clara fue tanta que no le quedo más de otra que sucumbir.

Y más pronto de lo que esperaba, amaneció; Alex no podía estar más feliz por volver a lo que él consideraba una mejor vida. Subió a su auto y partió rumbo hacia la ciudad.

De tanto en tanto se daba el lujo de apreciar los hermosos parques que se encontraban de camino a su trabajo y recordaba su infancia observando a los niños que se columpiaban con ganas de tocar el cielo con los pies; de pronto, su auto de último modelo paró frente mismo a la entrada de uno de los parques, por más que intentó no lograba que el auto reaccionara.

―Bien, mi trabajo solo queda a unas cuadras, creo que de aquí en adelante deberé caminar. ―Se dijo a sí mismo intentando contener la paciencia―. Más tarde llamaré a que lo recojan y hoy mismo iré a comprar uno nuevo. ―sentenció a la nada.

Caminó por los senderos del verdoso parque que brindaba un aire fresco inigualable, miró maravillado los colores que utilizaron para decorar los juegos de niños, solo detuvo el paso cuando se atrevió a apreciar algunos cuadros que eran exhibidos para su venta, pero cuando se percató que un vago con la ropa toda rasgada era el dueño de aquel arte plasmado; se quedó estupefacto, quiso huir de allí pero el vago estaba convencido de venderle uno de sus cuadros y lo detuvo.

―Usted se ve que es buen hombre y de un gran corazón ―alegó el vago sin saber que Alex en realidad era todo lo contrario a sus erróneas suposiciones.

―Mire, estoy sin tiempo y llevo mucha prisa, ¿cuánto quiere para que me deje ir en paz? ―masculló airado.

―Yo solo quiero venderle uno de mis cuadros, sea generoso con este pobre anciano y la vida le devolverá con creces el favor. ―Con la cabeza gacha esperó una respuesta favorable. Finalmente, Alex sacó una buena cantidad de dinero de su billetera y se lo entregó a regañadientes―. ¿Cuál cuadro quieres llevar, buen hombre? ―inquirió al recibir el dinero.

―En realidad no quiero ningún cuadro, mejor cómprate comida y mucha ropa... que lo necesitas ―dijo sarcástico luego de inspeccionar quisquillosamente al vago.

―"Buena suerte", no todos los días se encuentra a alguien con tal generosidad como la tuya ―dijo el vago alzando los cuadros y dejándolos al lado de Alex―, ahora al fin soy libre luego de casi veinticinco años, espero tú no tardes tanto ―dijo y se retiró.

Lo miró irse, no entendía nada de lo que el extraño vago le había dicho... hasta que intentó salir del parque.

Alex desesperado por no llegar tarde, corrió hacia la salida del parque pero cuando llegaba a sus límites era como si un muro invisible le impedía seguir el paso, parecía como si estuviese atrapado en aquel lugar porque por más que lo intentaba, no podía salir. Sintió miedo, todo era muy extraño.

―¡Mira mamá! ―escuchó gritar a un niño que halaba de la mano a su madre―, ¡qué hermosos cuadros!, ¿a cuántos los vendes? ―preguntó el niño muy curioso.

―Lo siento, yo no los vendo, un indigente los ha dejado aquí conmigo ―Intentó aclarar, al ver el rostro confuso de la madre, añadió―: he llegado esta mañana, no son míos.

―No lo creo, ¡te vemos todos los días! ―afirmó la señora de pelos ondulados hasta la cintura.

―Eso no puede ser posible, le digo que he llegado solo esta mañana, ¡ni siquiera frecuento el parque! ―aseveró con enfado, lo que provocó que la señora y su pequeño hijo salieran corriendo.

Intentó por milésima vez salir del lugar, pero sus intentos eran en vano; nada lograba sacarlo del parque, ni llamar a nadie podía pues misteriosamente su teléfono celular quedó sin señal desde que compró los cuadros, lo que hacía imposible que alguien lo viniera a buscar. Recordó lo que el vago le había dicho, no le hallaba sentido pero sabía que algo tenía que ver con todo eso.

Designado, se sentó en un banco y miró uno por uno los cuadros que quedaron con él, y para su sorpresa, al reverso del último encontró algo escrito: "En un mundo donde la generosidad va desapareciendo, tu tarea es encontrar a alguien dispuesto a dar sin recibir".

Era todo lo que decía, y de pronto, lo comprendió. Aquel vago no era ningún vago, era un hombre que como él, quedó ciego por poder y dinero, razón suficiente para que la vida le diera una lección: se quedaría en aquel parque hasta encontrar a cualquier persona con un poco de generosidad en su corazón, lo que lo hacía pensar era que el vago pasó casi veinticinco años esperando el momento para intercambiar de lugar.

Sí, ¡esa era la lección! Al encontrar a esa persona con aquel requisito en específico, ambos cambiarían de lugar; la persona quedaría allí vendiendo los cuadros como un indigente mientras que la otra recuperaría su libertad y así, la misma entendería el valor de ser generoso. ¿Pero cuánto tiempo le tomaría a él encontrar una pizca de generosidad en un mundo liderada por el egoísmo y la ignorancia?

El tiempo en el parque le estaba haciendo pensar en todos sus errores y se percató de que su madre tenía razón, ¡tantas veces le pidió que dé paso a la generosidad y dejara de ser egoísta!, pero él siempre andaba de oídos sordos y ahora estaba pagando por ello. Pensó que tal vez lo merecía a fin de cuentas...




Algo hiso que se despertara agitado, sudaba y temblaba, su pelo castaño se encontraba enmarañado, pronto vio entrar corriendo a su madre en la habitación donde se quedó a dormir, la abrazó como nunca y le pidió perdón mientras recordaba el sueño que tuvo en la noche, se juró a sí mismo cambiar, no por nada la vida estaba tratando de brindarle una oportunidad antes de que sea tarde.

Lo comprendió todo... y esa misma tarde llamó para renunciar a su trabajo y a todas sus empresas, y consiguió uno mejor en donde enseñaba arte, que era lo que a él tanto le apasionaba, regaló todas sus cosas, vendió todas las casas tan lujosas que tenía y se alquiló un departamento junto al de su madre para vivir discreto y sencillo como cualquier otro.

Tiempo después de lo sucedido decidió pasar por el parque, no había ningún vago vendiendo algún cuadro, por lo que creyó que todo solo había sucedido en sus sueños; sin embargo, estaba feliz de haber podido cambiar gracias a aquel sueño, además, ya no era un hombre engreído y egoísta, sino uno que entendió el significado de la vida y sembró generosidad en su corazón.

Se sentó en el mismo banco que había soñado en esa noche y se dispuso a observar el lugar, sacó un dulce del bolsillo y cuando iba a desechar el envoltorio al basurero, se fijó en algo conocido: allí estaba la misma pintura que el vago de sus sueños le había ofrecido; lo agarró con las manos y lo giró solo para asegurar de que no fuera el mismo, no se sorprendió cuando encontró que en ella estaba escrito algo que él había leído anteriormente; sonrió y siguió su camino hasta llegar a casa.

En el reverso del cuadro citaba: "En un mundo donde la generosidad va desapareciendo, tu tarea es encontrar a alguien dispuesto a dar sin recibir". Y con una letra cursiva muy hermosa, Alex agregó, "y ese alguien, eres tú".


Aquel sueño no solo había hecho entender a Alex el valor de la generosidad, sino que el responsable de que esta no desaparezca, es uno mismo. ¡Cultivémosla!



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