39 Sobre traumas y redención

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El capítulo de hoy se puso... oscuro 0_0 Intenso. Ay, diosas, ¿qué fue lo que hice? Hola a todos, aquí Coco, bien está un poco nerviosa respecto a lo que va a publicar, pero que está segura de algo: les va a encantar. Los hilos de trama se siguen uniendo, esta vez, en una red que se teje alrededor de nuestros protagonistas. Pero no teman. Coco no hace Dark Romance, a Coco no le gustan los finales tristes, así que, por más terrible y complicada que se vea la situación, no lo duden: al final, siempre triunfa la luz. Ya saben qué hacer.

Posdata: ¡Feliz fiesta de 900 cocoamigos!

***

Desde que metieron a su abusador a la cárcel y se vio libre de su él, Estarossa había prometido nunca volver a llorar. Y no solo eso. Tenía tendencia a apartar cualquier emoción que lo hiciera sentir vulnerable, aunque aún se permitía algunas, como la ira. Sin embargo, esa noche se sentía distinta. Aquella era una cita diferente a todas las que había tenido en su vida.

Parecía un adolescente, apenas podía controlar su energía nerviosa, y pequeños espasmos recorrían su cuerpo, adelantándose a la venida de ella. Elizabeth estaba por llegar. Aún le parecía increíble que hubiera aceptado su invitación. Había creído que tendría que armar un plan para emboscarla, o tentarla enviándole un cacho de la grabación de Meliodas. Pero había aceptado, sin más complicación que ser insistente. Sentía que le iba a estallar el corazón.

«Si tan solo tuviera uno». Se burló internamente. Pero debía tenerlo, porque en cuanto ella atravesó las puertas del restaurante, sintió cómo saltaba de gozo en su pecho. Jeans desgastados, blusa de manga larga, un tenue gloss como único maquillaje y una cartera pequeña típica para salidas cortas. Su atuendo era la declaración no dicha de que no le daba importancia a la reunión. Pese a que él lo entendió a la primera, no pudo evitar embelesarse ante lo perfecto de su belleza.

—Doctora Liones —la saludó con respeto. No tenía que fingirlo. Auténticamente la admiraba, era su heroína por haber salido del hoyo del que él no pudo—. Le agradezco que haya aceptado reunirse conmigo.

—No fue un placer, señor Goddess —contestó gentil, pero cortante. Luego aceptó el apretón de manos que le ofrecía como saludo. Aquel breve contacto sirvió para que Estarossa sintiera su cuerpo como si lo hubiera recorrido una corriente eléctrica—. Fue muy críptico sobre el motivo de este encuentro, y no me agrada. ¿Qué es lo que tiene que decirme, abogado?

—Claro. Es comprensible su alarma. —Su perfume era embriagador, su boca tenía una tersura rosa impensable.

«Concéntrate, Estarossa. Debes tener la cabeza en el juego».

—Pero me temo que lo que tengo que darle es información delicada, y era necesario que se enterara cuanto antes, de la forma más discreta posible.

—¿Y cuál sería dicha información? —Él hizo un gesto caballeroso indicándole que pasará, y ella tuvo el detalle de obedecer y sentarse en la gaveta que le indicó.

—¿Quiere algo de tomar?

—Quiero que vayamos al grano. —Respondió, aunque pareció un poco arrepentida de ser tan grosera. Él ordenó rápidamente un par de whiskys y también se sentó—. ¿Valor líquido?

—Vamos a necesitarlo —Ya con el licor en la mesa, aquel fan y acosador se preparó para empezar su gran confesión—. Primero que nada, doctora, permítame ofrecerle una disculpa por mi comportamiento hasta ahora —No debía ser lo que ella esperaba, porque puso cara de sorpresa y dejó de cruzar los brazos sobre el pecho—. He sido un tonto. Me he comportado como un adolescente inmaduro, aunque sabrá perdonarme, pues esa es la forma tonta en la que actúan todas las personas enamoradas. —Elizabeth pareció ablandarse.

—Claro —aprobó, con un ligero tono de indecisión—. Es comprensible. Pero debe saber que ya estoy en una relación, ¿y eso que tiene que ver con...?

—Le pido que me escuche hasta el final, y si al terminar no me cree o tiene dudas, con gusto le aclararé todo lo que quiera saber. —Ella guardó silencio, revolvió un poco los hielos en su bebida, y dio un pequeño trago con el que humedeció sus labios perfectos.

«Seguro está comprobando que la bebida no esté adulterada». No lo estaba, lo que tenía que decirle era suficiente veneno. Igual se le cortó el aliento mientras la veía deslizar distraídamente la lengua sobre la comisura de su boca, y tuvo que recurrir a todo su autocontrol para volver a enfocarse en el asunto.

—Tiene que saber que lo que siento por usted no es mera infatuación. Y tampoco se debe a que haya confundido su amabilidad profesional con otra cosa —Ella pareció escéptica, pero siguió guardando silencio. Él simplemente sonrió—. Lo que siento por usted es desde mucho, mucho antes.

«¿Y por qué nunca lo dijo?», pensó ella, pero su pensamiento fue tan obvio que el otro pudo leerla en su cara.

—Nunca se lo confesé, porque temía que me repudiara, considerando el horrible escenario de nuestro primer encuentro. Pero ya no puedo seguir guardando silencio. Se encuentra gravemente en peligro, y yo tengo que ayudarla, así implique confesarme y recibir nuevamente su rechazo.

«Bingo», estaba exultante. La expresión de Elizabeth lo decía todo, por fin había captado su atención. «¿Siempre ha sido tan franca?». No. Definitivamente era algo nuevo. La Elizabeth que él conocía siempre había logrado ocultar sus emociones debajo de una máscara de profesionalismo impecable. Una sonrisa ensayada y perfecta como la de las esculturas de mármol. La mujer frente a él era tan transparente como una escultura de cristal. Descubrió que le gustaba mucho más.

—¡Basta de juegos! —exigió, colocando las manos sobre la mesa—. ¿De dónde me conoce? ¿Desde hace cuánto? Si no me da una respuesta directa, me largo ahora mismo.

—Es normal que no me reconozca. Yo era poco más que un mocoso cuando vivió su tragedia, y seguro después no reconoció mi rostro ni mi nombre.

—Se apellida Goddess. ¿O acaso ese no es su nombre?

—Pues sí. Sin embargo, es el apellido de mi madre. Comencé a usarlo para no ser relacionado con la terrible persona que nos destrozó la vida. Mi primer apellido es Sunshine. Y estuve presente aquel día en el Club Nocturno Stigma.

Elizabeth sintió cómo la sangre se le helaba y un escalofrío la recorría, dejando en su piel una sensación de peligro. Escenas de aquel día hicieron flash detrás de sus párpados, y las memorias la golpearon con fuerza, haciéndole evocar vívidamente el aroma a tabaco, suciedad y miseria de aquel antro de mala muerte. Antes de hundirse en la desesperación, logró detenerse a tiempo para recordar dónde estaba ahora.

«Ya no estás ahí», se dijo internamente. «Ya no estás en ese callejón oscuro». Recordó un sueño que había tenido donde era rescatada por cierta persona, y logró volver a respirar con normalidad, asombrada de comprobar que ese sueño se había vuelto realidad. Ya la habían salvado. Meliodas la amaba profundamente, y nunca volvería a sentirse vulnerable en las manos de un loco. Tenía que asegurarse de que la persona frente a ella no lo era.

—Entonces... —empezó, con la garganta reseca—, ¿es hermano de Ludociel?

—No es algo que me enorgullezca, pero así es. —confesó. Pese a lo que había creído, a él también le afectaba. De nuevo echó mano de su autodominio antes de continuar la confesión—. Resulta que usted no es la única persona a la que le arruinó la vida. —Se quedaron en silencio, azul contra azul, mientras las dos víctimas se medían con la mirada. Estaban momentáneamente hechizados por el otro, y Estarossa encontró un siniestro placer en la revelación de aquella inmundicia—. Nos torturaba continuamente, a mi hermano Mael y a mí. Era exhibicionista. Solo se excitaba si tenía testigos, y es por eso que estuvimos esa noche en el grupo de chicos que lo observaban mientras la tomaba a usted.

—No más —lo detuvo de nuevo, y él sintió un hambre morbosa al ver lo mucho que le afectaba. Ella respiró lentamente hasta calmarse, y volvió a confrontarlo con resolución en los ojos—. Si eso es cierto y es algo que pasó varias veces cuando era niño, debería tenerme rechazo. Entonces, ¿cómo es posible que sienta atracción por mí? ¿Por qué me recuerda, y no a otras mujeres con las que vio a su hermano?

—¿En serio pregunta? —sonrió, por fin diciendo lo que en verdad quería—. ¡Usted lo venció! De todas las chicas que abusó, usted fue la única que lo denunció. Tuvo el temple de declarar ante las autoridades todas las cosas sucias que le hizo, sin importarle su propia reputación o el escándalo, sino la búsqueda de la justicia. Quien sabe. Puede que ese fuera el momento en el que decidí volverme abogado. —Mintió descaradamente mientras la bellísima albina lo miraba cada vez con más asombro—. Aunque es cierto, no le mentiré que la olvidé por un tiempo. Estaba agradecido de que todo hubiera terminado, de que por fin estuviéramos libres de él, pero no la recordaba. Todo volvió a mí el año pasado, cuando por fin volví a encontrarla y tuve consulta con usted.

—Ah... sí. Lo recuerdo. —Estaba muy pálida. Igual alcanzó a sonreír, y a él le sorprendió detectar un toque de crueldad en sus siguientes palabras—. Un caso de disfunción eréctil, ¿no?

—No exactamente —respondió, herido. Y controló su enojo con un toque de coquetería—. Recuerdo muy bien que usted me dijo que estaba bien dotado, y que no había nada de malo con mi "herramienta".

—A nivel fisionómico, no. Se encontraba perfectamente saludable. Su disfunción estaba relacionada a algo psicológico. —Hubo un silencio tenso. Se estaban midiendo. Estarossa no esperaba que ella utilizara lo que sabía de él a nivel médico para contrarrestar sus avances—. Dígame, ¿alguna vez recibió atención para tratar su trauma de la infancia?

—No hizo falta —Por primera vez, le tocó a él ser cortante. Luego comenzó su auténtica declaración de amor, y por primera vez en su vida, le abrió su corazón a una mujer—. Hice lo mismo que usted. Salir adelante solo, trabajar en mi éxito personal, enfocarme en mis logros en vez de en cosas que no podía reparar. Por eso usted es mi heroína. Convirtió el trauma en poder, y no solo logró superarlo, sino que además hizo de la experiencia una misión de vida al no permitir que otros definieran el sexo como algo sucio.

Ahí estaba. Dos víctimas en lados opuestos del tablero, pero con misiones similares, vidas similares. Eran supervivientes que habían alcanzado el éxito en sus respectivas áreas pese a lo destrozados que los había dejado el mundo.

—¿Cree que, si se lo hubiera confesado entonces, habría tenido una oportunidad con usted? —Elizabeth miró su rostro apuesto, su sonrisa dulce y su imponente figura, y tuvo que pensarlo.

«En otras circunstancias, ¿las cosas habrían sido diferentes?».

—Tal vez... —murmuró, pero apenas estas palabras dejaron sus labios, supo que no era cierto. No, ellos no eran iguales.

Aunque quizás lo fueron en el pasado. Los dos solían ser personas que veían el sexo como simple diversión, que tenían un apetito voraz, y que no se comprometían con nadie. Eran el tipo de persona que veía el romance como pérdida de tiempo, y se enfocaban en los aspectos más prácticos de las relaciones, echando mano de cualquier herramienta o manipulación para alcanzar su objetivo. Se sintió avergonzada al notar que ese había sido su modus operandi para atrapar a Meliodas. Sin embargo, ya no era esa persona.

—Al final es irrelevante, señor Goddess. Ahora tengo novio. Se llama Meliodas Demon, y pienso cuidar mi relación con él. Lo felicito por los avances que ha hecho en la vida, pero le suplico que no pierda más el tiempo conmigo. Supéreme. Solo así tendrá relaciones más profundas y satisfactorias. —Una risa extraña salió del abogado, que por fin había llegado a la parte de la conversación que quería—. ¿De qué se ríe?

—Por supuesto que usted protege su relación. Pero, ¿podría decir lo mismo de él?

—¿Qué quiere decir?

—Tengo algunos amigos en el sector privado —metió la mano a su gabardina buscando algo—. Incluso sabiendo que había perdido mi oportunidad con usted, quise asegurarme de que su pareja era un buen hombre. Lo que encontré fue por demás... perturbador.

—¿En verdad cree que podría decirme algo de él que no sepa ya? —se burló, dispuesta a salir corriendo para dejar de oír sus tonterías—. Llevo viviendo con él durante meses. ¿Por qué me interesaría nada de lo que tenga que decir?

—Porque ese hombre le va a destruir la vida. Parece destinado a hacerlo. Mire. —declaró. Y acto seguido le entregó unos papeles que parecían ser documentación oficial. Fastidiada, comenzó a leerlos.

Y entonces, el mundo se desgarró por la mitad.

La primera hoja era un acta de nacimiento. Un par de gemelos, registrados en el Hospital Hellcrib, pero cuyo nacimiento al parecer había sido en otro sitio. La madre era Felicia Darkmoore. Y el presunto lugar del parto, el Club Nocturno Dragón.

—¿La dirección le parece familiar? —preguntó apuntando el dedo sobre la línea. No había forma de que no lo reconociera. Esa era la dirección del Club Nocturno Stigma.

—¿Cómo...? ¡¿Cómo?!

—Al parecer, la propiedad pertenecía a la familia Demon. Pasó a manos de un nuevo propietario después de que el CEO escondiera ahí a su amante, y años después, la familia Goddess compró el inmueble, que fue cuando mi hermano lo aprovechó. Volviendo a los Demon, ignoro si el presidente sabía del embarazo, pero lo que es seguro es que el negocio incluía prostitución. Abandonó a la amante embarazada a su suerte, y vendió todo para limpiarse las manos. Siga leyendo, por favor.

Las siguientes páginas no fueron más fáciles de digerir, y le mostraron un lado de Meliodas que no conocía. Expulsión de escuelas, consumo de sustancias, historial psiquiátrico. Era la hoja de vida de un adolescente problemático. Pero, ¿qué tan cierto sería todo aquello? ¿Cómo saber qué era falso y que no, cuando el mismo Meliodas prácticamente no le había contado casi nada de su pasado? Asperger, esquizofrenia, depresión crónica, trastorno obsesivo-compulsivo, todo diagnosticado, pero sin el seguimiento claro de un tratamiento. El horror solo se detenía al llegar a la universidad.

—Como nosotros, hizo lo mejor que podía con su vida destrozada, y las cosas mejoraron cuando dejó la casa familiar. Sin embargo, se presentaron otros problemas. Mire.

Las siguientes hojas le trajeron a Elizabeth un poco de alivio. Era falso. Estarossa no sabía que había tratado a Meliodas psicológicamente, y que tenía bastante claro su perfil actual. Sabía de su fobia a los gérmenes, el sexo y las mujeres. Era imposible que ese perfil de acosador detallado en la carpeta fuera cierto. ¿Cómo iba a perseguir chicas, cuando se negaba a salir de casa? Igual, fingió que lo creía, y siguió leyendo en busca de la verdad oculta tras las mentiras.

—¿Espera que descarte a un hombre por su pasado, cuando durante el último año me ha demostrado una y otra vez que es una buena persona?

—Claro. Supuse que lo diría, así de grande es su corazón. —trató de halagarla. Luego, soltó un suspiro aún más escandaloso, y finalmente sacó un dispositivo celular que le colocó en la mano con un video listo—. Tiene que saber que lo que menos pretendía con este encuentro era lastimarla, pero es necesario. No podría herirla más de lo que lo haría esta situación. Al parecer, el señor Demon tiene preferencias específicas, un tipo. Y resulta que usted simplemente es ese tipo de mujer. Lo siento mucho. —dijo activando el botón de reproducir.

Acto seguido, la pantalla se llenó con escenas de Meliodas siendo besado por otra mujer. La tal Liz. Lo devoraba apasionadamente mientras él apenas y hacía por moverse. La reproducción se cortaba abruptamente en cuanto ellos separaban los labios, y ambos se quedaron en un silencio ominoso y oscuro.

—Puedo ayudarla a demandarlo, si así lo quiere. Estoy seguro de que con esta evidencia podríamos lograr que el total de la hipoteca de su casa sea suya. También, puedo facilitarle otra vivienda momentánea, si gusta. No puedo arreglar sus sentimientos, pero al menos, quiero que sepa que estoy aquí para lo que necesite.

Lágrimas comenzaron a correr por las mejillas de Elizabeth mientras guardaba todo, lo apretaba en su bolso, y enviaba el video a su correo. Luego entregó el celular a Estarossa, le sonrió con ganas, y soltó un único suspiro antes de volver a hablar.

—Abogado, ¿puedo pedirle un favor?

—Claro que sí, doctora. Lo que sea por usted. —Silencio, otra lágrima resbalando, y por fin el mundo que se había paralizado volvió a girar.

—Muérase.

—¿Qué?

—Que se muera —pidió con toda dulzura. Acto seguido tomó el vaso de whisky, se lo vació en la cara, y desató una furia que él no había visto en ninguna otra mujer—. ¡Váyase a la mierda, hijo de puta!

—Doctora, tranquilícese. Sé que está trastornada, pero eso no es motivo para que...

—Ni una palabra más, cerdo —rugió, apretando los dientes—. Me lo advirtió. Ella me dijo que tuviera mucho cuidado con usted, pero no tenía ni idea de a qué se refería.

—¿Quién? ¿De qué habla?

—¡De esa loca que vino a mi consultorio el otro día! —El suelo en el que Estarossa estaba parado se tambaleó, y tuvo que aferrarse al sofá para no tropezar.

—¿Liz fue a verlo?

—No. Meliodas me confesó todo lo que pasó en este video la misma noche en que ocurrió, y esa zorra no habría salido indemne de mi consultorio. Quien vino fue su pareja. Una abogada llamada Beth, que me dijo un par de cosas curiosas sobre usted. Dígame, ¿es cierto que persigue a sus objetivos con un investigador privado? Pero que estoy diciendo, ¡resulta evidente! —Estarossa no contestó. Estaba aturdido, pero sabía que tenía que hacerse cargo de la situación rápido.

—No sé lo que le dijo esa mujer, pero no es...

—Conteste —ordenó Elizabeth, segura del motivo para omitir su pregunta—. Creo recordar que el diagnóstico que le di incluía una incipiente adicción al porno. Dígame, ¿es más que incipiente? —siseó—. ¿Le excita ver a otras parejas sexualmente?

—¡¿Cómo se atreve?! —exclamó, pero cada vez era menos convincente. No podía oponerse a esa diosa. La furia en su mirada lo quemaba desde adentro—. Eso no es...

—Una duda más —su respiración estaba agitada, sus mejillas encendidas. Era como si estuvieran haciendo el amor cuando, en realidad, se estaban matando—. ¿Colocó cámaras en mi casa?

—Yo... yo...

—¡Lo hizo! —No tenía caso mentir. Ante ella, todas las estrategias, artimañas y mentiras que se sabía iban a morir en su lengua sin llegar a manifestarse. Se vio incapaz de ocultarle nada.

«Tal vez, esto signifique que lo que siento por ella en verdad es amor».

—Yo la amo —declaró, más seguro que nunca—. Todo lo que he hecho ha sido por protegerla.

—¿No me digas? —se burló—. Lo que has intentado es poseerme, ¡manipularme! ¡Justo como lo hizo Ludociel!

—No, yo no...

—¿No eres como él? ¡Pero si acabas de demostrarlo! —Clavó una uña con perfecta manicura roja sobre su pecho, y fue clavándola conforme lo acuchillaba con cada una de sus palabras—. Eres un voyerista, manipulador y mentiroso. Eres un hijo de puta arrogante que abusa de su poder con tal de obtener lo que quiere. ¿Te divertiste mirando, eh? ¿Creíste que no me daría cuenta de lo que hacías?

—Por favor, Elizabeth.

—¡No te atrevas a decir mi nombre!

—¡Yo te amo! —insistió, absolutamente derrotado y dispuesto a caer de rodillas a sus pies—. Te amo con cada fibra de mi ser. Por favor. Él no podrá hacerte feliz, él no es como nosotros. Te daré el mundo, lo que quieras, la vida que mereces. Seré tu esclavo en cuerpo y alma, no tendrás un sumiso más devoto que yo. Dame una oportunidad, Elizabeth. Déjame demostrar que cada cosa que te he dicho esta noche es verdad.

Silencio. El sonido de lluvia empezando a caer. Acto seguido la besó, y el eje de la tierra giró en sentido opuesto un milisegundo antes de que por fin la soltara. Elizabeth lo miró. Había dejado de llorar, y lo observaba como si ante ella estuviera una visión imposible. Una leve sonrisa se insinuó en sus labios, y esta fue creciendo con cada segundo que pasaba.

—¿Elizabeth? —Llamó el otro, con el corazón lleno de esperanza. Acto seguido su visión se tiño de rojo.

Elizabeth le había propinado un puñetazo en la cara. Estarossa se dobló por la mitad aullando de dolor mientras un par de meseros iban a por ella para detenerla.

—¡Voy a sacarte los ojos, cabrón! —tironeó tratando de darle con sus tacones en los bajos—. ¡Yo jamás estaría contigo! ¡Jamás!

—Perra... —gimoteó tratando de parar el sangrado.

—¡Vas a saber de mí! ¡Voy a acabar contigo! —bufó antes de tomar sus cosas y salir corriendo. Pero no llegó lejos. Apenas estuvieron en la calle, Estarossa la tomó de la muñeca, y la hizo girar para enfrentarlo.

—¿Crees que te dejaré ir tan fácil?

—¿Qué? —se burló ella—. ¿Quieres otro golpe para que te empareje la nariz? ¿O acaso vas a soltar la frase cliché de "si no eres mía, no serás de nadie"?

—Sí —contestó Estarossa, soltándola lentamente al ver que estaban llamando la atención—. Algo así. Elizabeth, si no me das esa oportunidad por las buenas, lo harás por las malas. Somos más parecidos de lo que crees, y puedo probarlo.

—¿Se supone que me sienta asustada por eso?

—No. Por esto —declaró. Acto seguido le entregó otro sobre, y se colocó un pañuelo sobre la nariz mientras ella leía a toda prisa. Volvió a palidecer mientras él sonreía con ganas.

—¿Qué es esto?

—Usted no es ninguna santa, doctora Liones. Es una acosadora pervertida, igual que yo. Una zorra astuta y promiscua de mi misma medida. ¿Cree que lo que le hizo al pobre Meliodas fue muy bonito? —rio—. Me pregunto qué pensaría el colegio médico sobre su "investigación de campo" con un paciente vulnerable como él. —La albina comenzó a temblar mientras un viento frío los rodeaba.

—Nosotros no... eso no es...

—Decir que fue mala praxis quedaría corto —susurró en su oído con suavidad—. Lo hizo pagar por sesiones de sexo. Lo asaltó físicamente en su consultorio. Dios sabe en qué otros lugares públicos lo hicieron, aunque puedo suponer algunos. Todo, aprovechándose de su confianza, y de la confidencialidad médico-paciente. ¿En verdad se cree tan diferente a mí? —La albina estaba llorando otra vez, pero aunque él sintió el impulso de abrazarla, lo que hizo fue apoyar las manos en sus hombros—. Esto no tiene por qué acabar así, Ellie. Podemos arreglarlo. Podemos estar juntos, solo debemos comenzar de cero y dejar esta oscuridad en el pasado.

—Sí —dijo después de un rato, la lluvia ya abiertamente sobre ellos, mientras guardaba el último sobre en el elástico de su pantalón—. Creo que tienes razón. Hay que dejar el pasado atrás.

—¿Estás de acuerdo? —retrocedió con cautela, permitiendo que estirara el brazo para pedir un taxi.

—Sí —respondió aturdida. El auto se estacionó a su lado, y ella le hizo el gesto de que esperara mientras lo encaraba una vez más.

—Perfecto —acordó Estarossa, como cuando cerraba un negocio exitoso—. ¿Cuándo nos veremos para hablar otra vez?

—En la corte —sonrió ella—. Lo voy a demandar por acoso, allanamiento, extorsión, y chantaje.

—¡¿Qué?! —gritó, finalmente perdiendo la cordura—. ¿No entendiste nada de lo que dije, perra estúpida? Perderás tu licencia, tu reputación, ¡todo! ¡Quedarás en la ruina si abres la boca!

—Querías hundirme, ¿no? Pues te llevaré conmigo. Será el único lugar en el que estemos juntos, en el infierno. Aunque claro, yo no estaré ahí mucho rato. Solo el suficiente para asegurarme de que quedes igual a tu hermano Ludociel. —Estarossa quedó completamente petrificado.

—Estás lista para perderlo todo. ¿Por él? —Estaba en shock.

—Si lo tengo a él, no me importa perder todo lo demás. —Lo decía en serio. Elizabeth se veía tan en paz como una santa que ha encontrado la iluminación.

—Estás loca —se puso a temblar mientras la veía entrar al auto—. ¡Loca!

—Sí, tal vez lo estoy. Pero eso no impide que lo ame con todas mis fuerzas. Nada de lo que dijiste me hará dejar de amarlo, Estarossa. Ni sobre él, ni sobre mí.

—¿Por qué? ¿Por qué llegas tan lejos por un hombrecillo patético como ese?

—Es mi todo —confesó—. Mi luz. Mi vida, mi oscuridad, incluso mi pasado, le pertenecen a él. Por eso no somos iguales, Ross. Yo aprendí a amar. Tú, nunca pudiste.

El taxista se perdió entre las luces de la ciudad mientras Estarossa lo veía alejarse, aún aturdido por los ecos de sus palabras. Liz le había dicho lo mismo. ¿Por qué ninguna de ellas podía comprender su forma de amar? ¿Por qué eran tan hipócritas? Ya no tenía sentido averiguarlo.

Todo estaba perdido. No tendría tiempo de quitar las cámaras para esconder la evidencia, no tenía activos para negociar con Elizabeth por su silencio. Incluso si la denunciaba ante el colegio médico, su caso se vería afectado por la demanda en su contra, y no quería ni pensar lo que haría la zorra de Beth si se enteraba de esa oportunidad de oro para acabarlo. No había escapatoria, lo perdería todo, e iría a ocupar la celda de su hermano mayor antes de seguirlo a la tumba. Sus pensamientos mórbidos fueron interrumpidos por el sonido de su celular, y estaba tan aturdido que ni siquiera pensó al momento de contestar.

—Ross —dijo secamente. Y mientras a lo lejos un trueno cruzaba el cielo, una sonrisa cruzó su cara—. ¿Lo vio todo? —Su asistente lo confirmó mientras un enorme placer lo bañaba de pies a cabeza.

Había pensado que, ya que lo había perdido todo, no le importaría agregar homicidio a su lista de crímenes. Al final, no iba a hacer falta. Elizabeth acababa de firmar la sentencia de muerte de su amadísimo novio, y él solo tendría que sentarse a disfrutar del espectáculo antes de que bajaran los tres juntos al infierno.


*

A Meliodas se le hizo raro que Elizabeth le mandara un mensaje por su correo profesional, pero así de apurada debía estar en ese momento. Le sorprendió mucho que le pidiera acompañarla, y aún más el que fuera a ver a un abogado. ¿Sobre qué iría aquella cita? ¿En verdad le serviría de algo su presencia? Bueno, al final no importaba. Si ella lo necesitaba, estaría ahí, y punto.

Llegó a la dirección asombrándose un poco con lo elegante del lugar, y preguntó por su mesa, que resultó ser un privado que aún estaban preparando.

—Unos minutos, señor. Gracias por su paciencia. —Mientras esperaba, Meliodas se puso a considerar si aquello sería una señal.

Aún tenía tiempo. A menos que esa reunión se demorara, aún podría ir al viaje con su familia. Pero, ¿en verdad quería hacerlo? En el fondo había deseado una excusa para no ir. Además, tenía un extraño presentimiento. Solo quería estar con Elizabeth, solo quería volver a casa y olvidarlo todo en sus brazos.

«No seas miedoso», se regañó internamente. «Vamos. Puedes con todo lo que prometiste, puedes con esta reunión, con tu familia, y con los nervios prenupciales», sonrió. «Todo estará bien».

—Su mesa está lista, señor.

—Gracias. —contestó. Entonces llegó a la gaveta donde se suponía qué se reunirían.

Y su alma se fracturó en miles de cristales.

Elizabeth se estaba besando con el abogado. El mismo, aquel que le regalaba inmensos ramos de rosas cuando la conoció. La unión de sus labios solo duró unos segundos, tal vez tres, y tras un silencio a la vez corto e infinito, ella sonrió.

—¿Señor?

—Yo... voy a perder el tren. —respondió como un autómata. Tomó su maleta, les dio la espalda, y se dirigió al subterráneo sin mirar atrás. Fuera, la lluvia había comenzado a caer. Dentro, todo se quedó en silencio. 


***

Uff, eso fue... intenso 0_0 Tengo un nudo en la garganta, no sé ni qué escribí. O bueno, si lo sé 7u7 Llevaba planeando está escena desde que comencé el libro, no todo salió como esperaba, pero el escenario está listo. Comienza la última gran prueba de nuestros protagonistas. Pero, eso será hasta el próximo domingo ^u^ Por ahora, ¡eso es todo mis coquitos!

Les mando un beso y un abrazo. Feliz inicio de semana-mes-estación. ¡Y gracias por llegar a 900 Cocoamigos! Nos vemos el próximo domingo para más ^u°

Posdata: no olviden ir a por su regalito que dejé en mi perfil. Se llama Closet Friends, una historia para agradecerles por formar otro ciento y para celebrar el otoño. De nuevo, ya saben qué hacer. Bye-bye 💋



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