40 Sobre justicia y salvación

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No sé si es porque estoy cansada, no sé si es porque no me ha estado yendo muy bien en el trabajo, pero esto sí sé: por más baja que me sienta, mi luz es tan fuerte que nada la puede apagar, ¡igual que la de Ellie! TuT Hola a todos, aquí Coco, quien llega orgullosa de su proceso y el de sus personajes en otro capítulo dominguero. Les voy advirtiendo, pronto habrá lágrimas tanto de tristeza como de alegría, fufufu. Ya saben qué hacer.  

Posdata: no olviden que hay un nuevo capítulo de mi historia otoñal "Closet Friends", los veo por allá °3^

***

Veía todo como en cámara lenta. Elizabeth observaba a los detectives hacer su trabajo, recorrer la casa de arriba a abajo buscando cámaras, y apenas podía creer que estuviera viviendo aquello. Otra vez. Alguien había convertido su intimidad en un espectáculo. Alguien había robado momentos preciosos para convertirlos en poco más que una sesión de porno. De nuevo, ese alguien había usado sus recursos y poder para manipularla y convertirla en un juguete sexual. Solo que, esta vez, había una gran diferencia.

—Todo está bien, Elizabeth —La mano firme y cálida de Merlín se posó sobre su hombro dándole apoyo—. Hiciste lo correcto.

—Gracias. —suspiró. Pero ella no era la única que estaba ahí.

Derieri caminaba de un lado al otro del pasillo como una fiera enjaulada, seguida por la gatita Beth, y observadas por Melascula, que no había soportado seguir en la oficina y que cancelaba sus citas desde el sofá. El celular de Elizabeth estaba lleno de mensajes de apoyo de Diane y Elaine, quienes le ofrecían sus casas para quedarse, y aunque aún no había mensajes de su familia, sabía que era cuestión de tiempo.

«Ya no estoy sola. No lo estaré nunca más», sonrió con algo de alivio, pero aunque aún sintió bastante la ausencia de la persona que más necesitaba, no podía dejar de ver como algo bueno que no estuviera presente.

—Es una suerte que Meliodas haya salido de la ciudad. No es como que no se vaya a enterar, pero...

—Lo sé —sonrió la morena—. No querías entorpecer su propio proceso emocional. —Un nuevo suspiro, otra sonrisa, y la albina por fin se sintió lista para enfrentarse a la realidad.

—¿Qué sucederá a continuación?

—Mi esposo se hará cargo —declaró Merlín llena de orgullo—. Ya está tras la pista de ese tal Estarossa. Va a hacerlo pedazos. —A pesar de su apariencia delgada y frágil, resultaba que Escanor era uno de los abogados más hábiles del país. Se convertía en un león cuando se trataba de defender a sus clientes, en especial si eran víctimas de ese tipo de crímenes. Las amigas se sonrieron con complicidad sabiendo que, sin lugar a dudas, la justicia estaría a su favor.

—¿Y sobre... el otro asunto? —preguntó con timidez. Ya había contado a su colega la información con la que habían intentado hacerle chantaje, pero aunque en un inicio Merlín se mostró bastante molesta con ella, al final, de nuevo se había puesto de su parte.

—Eso será más complicado —susurró mientras uno de los oficiales pasaba por su lado llevando en sus manos la primera cámara desensamblada—. No creo que puedas librarte de una investigación del colegio médico. Pero si aclaras las cosas y reúnes evidencias, no hay razón para que este caso no salga a tu favor también.

De todas las cosas que le dijo Estarossa, esa era la que más le había afectado. La acusó de ser como él. La acusó de manipular a Meliodas para ganar favores sexuales, pero las cosas no eran tan simples. Ella lo amaba, con todas las fuerzas de su alma. Sabía que iba a ser complicado demostrarlo, pero con paciencia y jugando bien sus cartas, podría comprobar que una cosa había sido su trabajo, y otra, su relación. Pero incluso aunque perdiera su licencia, al final, se sentía en paz con eso. Mientras pudiera seguir a su lado, mientras pudiera pedir su mano, no le importaba nada más.

—¿Cuándo se lo dirás?

—¿Eh? —Por un momento, Elizabeth creyó que se refería a la propuesta de matrimonio, pero obviamente se refería a la demanda, así que sacudió la cabeza tratando de alejar esas ideas para concentrarse en los problemas inmediatos—. No lo sé. Esperaré a que él me llame. Dependiendo de la gravedad de lo que ocurra en su casa, podría ser en uno o dos días.

—De acuerdo —suspiró su amiga, y apenas terminó de abrazarla, el detective a cargo la llamó para tomar su declaración. La tarde entera se la pasó entre la estación, el juzgado y su oficina, así que cuando por fin Derieri la llevó a su departamento, apenas tuvo la fuerza para tomar el celular y escribir un mensaje a su novio.

"Te amo Meliodas. Espero que todo esté bien por allá".

Cerró los ojos deseando que aquel viacrucis acabará pronto. No podía saber que apenas estaba empezando.


*

El segundo día no fue mejor que el primero. Estaba inundada de papeleo legal, y su cuerpo aún sentía los estragos de la adrenalina y el miedo. Por suerte, recibió algo de alivio al notar que también había cosas buenas pasando. Escanor ya había obtenido una orden de alejamiento, su familia se había puesto en contacto con ella, sus pacientes la apoyaban y hacían campaña contra la difamación. Y también, había descubierto que Monspeet y Derieri estaban viviendo juntos.

—Come. —ordenó su amiga poniéndole un enorme plato de huevos y tocino al frente la mañana del tercer día, y Elizabeth no supo si llorar o reír al ver la intensidad de su mirada y el cariño que mostraba mientras la veía tomar el tenedor.

—Linda, no tienes que vigilarla mientras come. No es un paciente de clínica. —sonrió el psicólogo, pero tampoco la engañaba. Detrás de su pestañeo lento y los tragos a su taza de café, era obvio que también la vigilaba, listo para rescatarla de la crisis.

—Tranquilos, estoy tan bien como podría. Voy a comer, a bañarme, y en una hora estaré lista para el juez.

¿Cómo no se iba a sentir lista, si estaba rodeada de tanto amor? Sin embargo, había mentido un poco, pues en efecto, la crisis estaba a flor de piel. A ratos sentía derrumbarse, le costaba mucho trabajo mantenerse entera, y cada hora extrañaba a su novio más y más. Aún no le había respondido los mensajes, pero estaban en visto. Él también debía estar pasando por momentos difíciles. No veía la hora de volverse a encontrar.


*

El cuarto día fue definitivamente el más aterrador. Estarossa había desaparecido. Los oficiales habían ido a arrestarlo cuando todas las piezas encajaron en su sitio, pero el criminal no aparecía por ninguna parte. Por otro lado, su regalo de despedida había sido, en efecto, denunciarla, y el colegio médico ya se había puesto en contacto con ella para empezar la investigación.

Elizabeth se sentía como una presa, o como una de esas protagonistas de película de terror, atrapada en una casa embrujada. Fantasmas sin rostro la acosaban, no sabía por dónde vendría la amenaza. Al llegar la noche, supo que ella no sería la única que vería fantasmas.

"El CEO de Demon Corporation, Felec Demon, falleció esta madrugada cerca de las 02:00 am. Entre sus deudos se encuentra su familia, que..."

Era obvio que esa melenita rubia que aparecía en el noticiero era de Meliodas. Los reporteros apenas podían acercarse, no hubo entrevistas, ni declaraciones, ni siquiera notas rojas de los paparazzi. Todo estaba en un sombrío y extraño silencio, incluido el celular de Elizabeth, que estaba cada vez más alarmada ante el mutismo de su novio. El proceso debía estarle siendo más complicado de lo que pensaba.

Se quedó dormida revisando la pantalla del teléfono, esperando que ese "visto" pasará a "conectado" o "escribiendo". La mañana del quinto día llegó con una sensación de resaca y adormecimiento total. Vagaba como zombi por la casa, apenas contestando y pendiente en todo momento del celular. Se había estado conteniendo para no acosarlo con llamadas, pero los mensajes se acumulaban sin parar en el chat, cada vez con más urgencia. Lo peor estaba por llegar.


*

La mañana del sexto día, Elizabeth se levantó con un mal presentimiento en el pecho. Pesadillas la había acosado en sus sueños, sombras indefinidas y figuras misteriosas moviéndose por una casa enorme de mármol blanco. Quien la había despertado fue el fantasma de una hermosa mujer de larga melena rubia pidiéndole que fuera a salvar a su niño. Fue cuando decidió que definitivamente no podía esperar más.

—Meliodas, amor, ¡por favor contesta! —gritaba dejando el centésimo mensaje de voz en su celular. Había estado llamándolo, mandándole mensajes, correos, y hasta buscado en sus redes sociales, pero su precioso rubio no daba señales de vida.

—Cálmate, Elizabeth —La consoló Gowther cuando lo llamó, aunque tampoco pudo ocultar su preocupación—. Lo encontraremos. A veces hace eso: cuando se concentra en un proyecto, es como si todo lo demás dejara de existir. —Ella lo comprendía. Era el hiperfoco que todos los genios usaban cuando querían terminar algo. Sin embargo, él nunca la había dejado de lado de esa forma antes—. Ya verás que para cuando termine el día aparece.

—Lo sé —respondió, más como un deseo que como una certeza—. Oh, Gowther, ¿dónde puede estar?

—Tiene que aparecer pronto —rio, tratando de aligerar el ambiente—. Mael ya empezó a acosar con su entrega final. Dejó inconcluso el último capítulo de su novela. Y lo más importante, ya está alcanzando el límite de días que puede vivir sin ti —Aquel comentario logró sacarle una sonrisa, y el editor pareció percibirlo pese a no verla, porque también sonrío, y puso su mente en la misión al cien por ciento—. Llamaré a nuestros amigos. Ese idiota nos debe a todos una buena explicación.

—Gracias. —La llamada terminó con el cálido sabor de la esperanza en su estómago. Cada persona importante en su vida estaba en la misión de buscar a la persona que más quería. Trató de calmarse saliendo a caminar al parque cerca de su consultorio, y cuando comenzó a llover, dejó que la lluvia lavara un poco su angustia y temor.

«Tal vez aquí es donde él decidió que quería cambiar», pensó, recordando que Meliodas ya había vivido una situación similar con ella. Había intentado hacerle ghosting cuando se dio cuenta de que estaba enamorándose, y él había decidido confesarle sus sentimientos y dejarla ir, agradeciendo todo lo que había hecho por él. Tal vez simplemente estaba pagando karma. Tal vez, cuando terminara de pagarlo, podrían volver a estar juntos.

—Tal vez sí debí pedirle matrimonio antes de que se fuera. —dejó que sus lágrimas cayeran mientras miraba al cielo y metía la mano a su bolsillo, dónde aún descansaban sud anillos de compromiso—. La próxima vez que te vea, te lo pediré. —Algo en la brisa fría le devolvió la esperanza, una paz que hacía muchos días que no sentía. Regresó al departamento de Derieri donde la esperaban sus amigas, y al ver la expresión de Melascula, supo que algo había salido mal. Muy mal.

—Elizabeth, yo... no me di cuenta. No sabía...

—¿Qué sucede?

—Estaba revisando los correos. Buscando pistas, armando el caso contra ese abogado. Encontré este mensaje enviado al correo de Meliodas. Pero Elizabeth, ¡yo no lo envíe! —La doctora tomó el celular que le ofrecía, miró la fecha y el contenido, y de pronto, su mundo interno se quedó completamente en silencio mientras las piezas faltantes por fin encajaban en su sitio. Por primera vez esa semana, su mente se aclaró por completo, sus miedos desaparecieron, y la angustia fue sustituida por una única emoción, que pese a ser peligrosa, resultaba ser la más útil de todas. La ira.

—Fue él —declaró en un tono frío y profesional—. Ese hijo de puta hackeó mi correo para mandar este mensaje a Meliodas y tenderle una trampa.

—¡¿De qué hablas?! ¿Está en peligro?

—No lo creo —contestó, bastante segura de lo que debía hacer a continuación—. Pero nuestra relación sí. Iré a buscarlo.

—Ah, no —declaró Derieri, cubriendo la puerta con su cuerpo—. No voy a dejar que agarres camino así, como loca. ¡Te puede pasar algo!

Sí, Elizabeth estaba furiosa. Sí, sentía que se le partía el corazón. Pero también, estaba llena de una determinación y valentía que nunca había tenido. Colocó las manos sobre sus hombros con calma, dedicándole una mirada llena de amor, y declaró lo que iba a hacer como si lo explicará a una niña pequeña.

—No te preocupes por mí, Eri. No voy como loca ni haré nada peligroso. Simplemente, iré a la mansión Demon para hablar con él. Sé que no son las mejores circunstancias para presentarme ante su familia, pero la situación es delicada, y necesito que él esté enterado de todo para asegurarme de protegerlo y a nuestra relación. —Derieri parecía reticente a creerle, temía que si se apartaba tomaría el primer auto que viera para derrapar sobre la carretera. Solo se calmó cuando Melascula le puso la mano sobre el hombro y también se le plantó al frente a su jefa.

—De acuerdo. Pero te irás mañana —declaró, con los ojos brillantes de llanto contenido y determinación—. Vas a llamar a tu abogado a contarle todo en este instante, vas a sumar esto a tu demanda contra ese monstruo, y luego, vas a dejar bien firmados unos poderes a Escanor y a mí para seguir este caso por ti. Vas a mantenerte en comunicación en todo momento. Y vas a dejar que yo te arregle el viaje, desde los tiquetes hasta el alojamiento. ¿Estamos de acuerdo?

La respuesta fue un abrazo con todas sus fuerzas y, por primera vez en toda esa situación, se permitió quebrarse, soltándose al llanto mientras era contenida por sus dos amigas. Recibió un trato similar de Diane y Elaine, que estaban esperándola cuando fue a la oficina de Escanor a explicarle la situación. Esa noche fue la más difícil de todas las que había vivido desde que él se fue, pero, al mismo tiempo, la primera en la que todo estaba en orden y sabía exactamente lo que tenía que hacer.

La mañana del séptimo día llegó fría, limpia y llena de luz. Estaba lista con la maleta para tomar el tren, pero justo cuando estaba por llamar un taxi que la llevara a la estación, recibió una llamada de Gowther.

—Por favor, dime que todavía estás en casa.

—En el departamento de Derieri, sí. ¿Por qué?

—Encontramos a Meliodas —dijo con un nudo de angustia en la garganta. El silencio en su pausa fue como una fría mortaja—. Elizabeth, él... es que yo...

—Pásamela —dijo otra voz tomando la llamada—. ¿Elizabeth? Soy Ban.

—Ban. Sí, claro. Hola —trató de sonreír al reconocer a uno de los mejores amigos de su chico—. ¿Cómo estás? ¿Sabes dónde está Meliodas? —Él soltó un suspiro, como si estuviera resignándose a una difícil misión, y después, su voz sedosa y grave le dio la peor de las noticias.

—Está internado. La muerte de su padre le sentó peor de lo que creíamos, y la cosa se agrava si lo que temes es cierto. Logré ponerme en contacto con uno de los sirvientes de la mansión Demon, ya que solía trabajar ahí. Sé exactamente en qué hospital está. —Fue el turno de ella para guardar silencio, y agradeció aún más el frío que hacía, de esa forma, anestesiaba un poco el dolor.

—De acuerdo. Entonces...

—Voy a llevarte personalmente —declaró el albino con tal dulzura que ella sintió como si la llevara cargada—. Yo conduzco. Mándame tu ubicación, y salimos ya en mi auto.


*

La carretera estaba espléndida. Atravesaban las montañas, rodeados de altos pinos que les guiñaban con brillantes destellos verdes iguales a los ojos de su novio. Elizabeth tenía apoyada la cabeza contra el frío vidrio de la ventana, y escuchaba dulces canciones pop en la radio de Ban mientras él tenía los ojos en el camino. Estaba abrigada por una cálida manta, el estómago lleno con deliciosos sandwiches que preparó él, segura bajo su vigilancia, la del GPS, y la de todos sus amigos y familia. Pese al cataclismo que estaba viviendo lo supo. Nunca había estado más lista, más en paz, más preparada para enfrentar los demonios de su pasado y rescatar a la persona que amaba. Suspiró, permitiéndose una leve sonrisa mientras pensaba en todo el camino recorrido. Aunque no precisamente el de ciudad a ciudad.

"No es tu culpa", recordó que le había dicho Meliodas alguna vez, cuando hablaron de la injusta recriminación que se hacía a sí misma por lo sucedido con Ludociel. "Nada de esto es tu culpa". Ni en ese momento, ni antes. Una víctima no es culpable por lo que le hagan sus abusadores. Ahora finalmente lo creía, y estaba lista para perdonarse a sí misma.

"Al conocerte, mi mundo cambió por completo, y todas las cosas que me dolían sobre mí mismo comenzaron a sanar".

«Yo igual», pensó, incrementando su sonrisa. «Oh Meliodas. Mi amor, tú has sido mi cura. Has sido mi salvación». Mañanas doradas como sus cabellos, abrazos tan cálidos como rayos de sol, besos que se habían vuelto el aire que respiraba. Los recuerdos la envolvieron en un halo de paz incluso más cómodo que la manta, y suspiró, llenando sus pulmones y alma de la fuerza que necesitaba.

Panqueques por la mañana, risas mientras caminaban tomados de la mano, lágrimas brillantes de felicidad y tristeza. Un hombre tímido siendo arrastrado a su consultorio por su mejor amigo, y luego, ese mismo hombre, transformado en la mejor versión de sí mismo. Valiente. Fuerte. Hermosísimo. Un ex-paciente convertido en su mejor amigo. Su amante. El amor de su vida.

Recuerdos que ahora eran su mundo, instantes que construyeron a la persona que era ahora destellaron como fuegos artificiales detrás de sus párpados cerrados. Un ramo pequeño de gardenias sobre su escritorio. Un beso robado sobre su sofá. Una cita en Navidad. Una noche inolvidable en el Hotel Róyale. Un mensaje de texto terminado en "Suyo: M. Demon". Un restaurante con jazz, un centro comercial, una alberca, su departamento. Y luego, lo suyo se volvió real.

"Más vale hacerlo oficial. Elizabeth, ¿qui... qui... quieres ser mi novia?". Una risita se le escapó de los labios, y Ban volteó a verla solo un instante.

—Elizabeth, ¿estás bien?

—Sí Ban. Solo... recordé algo. No me pasa nada, estoy bien.

—Si no lo estás, lo estarás pronto —sonrió él, tomando su mano un breve instante y devolviendo la sonrisa—. Ya casi llegamos.

—Gracias. —Sabía que así sería. Si Meliodas y ella estaban juntos, podrían superar cualquier cosa.

Una cita en el parque de diversiones, una escapada en su oficina, la boda de Merlín, el jardín botánico, el centro nocturno, una cabina de radio, el estudio de un diseñador, el vip del Club Rouge, y luego, finalmente, su casa. Esa casa que hicieron su hogar y que, aunque había sido profanada, podían volver a armar, desde cero, si era necesario.

"Necesitaría un libro, cientos de libros para acabar de decirte todo lo que siento por ti. Elizabeth te amo".

«Yo también te amo, Meliodas. Y voy a salvarte, pase lo que pase». Estaba lista. Pese a que el acto final de su drama estaba por empezar, por primera vez en su vida, aquella diosa de luz estaba verdaderamente preparada para vencer la oscuridad. Había llegado la hora.


*

El hospital era, de hecho, un sitio precioso. Flores adornaban la entrada y los pasillos, la construcción tenía cálidos tonos crema en su arquitectura, todo estaba inmaculadamente limpio. En alguna habitación de ese palacio marmoleado aguardaba el amor de su vida.

—¿Son familiares?

—Soy su prometida. —No era exactamente cierto, pero casi. Igual, la enfermera no dudó en creerle. Nadie con esa mirada podía ser otra cosa. Los acompañó a través de los pisos, les indicó el número de habitación, y en cuanto Ban y Elizabeth estuvieron solos, ella se dirigió a su guardián—. Quisiera entrar sola, por favor.

—De acuerdo. Yo me quedaré aquí —dijo sentándose en uno de los cómodos sillones de la sala de espera vip—. Les diré a todos que lo encontramos. Y estaré al pendiente por si me necesitas.

—Gracias. —Tenía algo de miedo. Sentía el corazón a mil, las manos frías. Sin embargo, sentía mucho más amor que temor. Estaba lista.

Abrió la puerta, y su luz apenas pudo mantener a raya tal oscuridad. Meliodas estaba dormido, una palidez mortal igual a la de las sabanas blancas que lo cubrían. Tenía una vía conectada al brazo, y parecía que hubiera bajado diez kilos en una semana. Respiraba tenuemente, pero estaba vivo. Estaba a salvo. Elizabeth se limpió las lágrimas, plantó una sonrisa, y se acercó hasta sentarse en el borde de la cama. Tomó la mano que no estaba conectada, e intentó despertarlo.

—Meliodas... —Sus párpados temblaron, y lentamente, sus iris vidriosos lograron enfocar lo suficiente como para mirarla.

—Ellie. Hola.

—Hola —No parecía del todo despierto, pero a la albina le alivió ver una sonrisa insinuada en su boca—. Me asustaste, mi amor. ¿Qué sucedió? ¿Cómo llegaste aquí? —Él frunció el ceño, como tratando de recordar, pero si lo hizo, simplemente no dijo nada. Respondió algo completamente diferente, y eso incrementó la sensación fría en las manos de Elizabeth.

—¿En verdad estás aquí?

—Sí, cariño. Aquí estoy. —Sus dedos temblorosos se levantaron hacia su rostro, que acarició con una ternura indecible. Su sonrisa se incrementó un poco, y entonces, por fin, algo de rubor cubrió sus mejillas.

—Ellie —empezó en un tono de súplica—, ¿podrías besarme?

—Claro que sí. —Era algo que sus almas necesitaban con urgencia. Sus labios se unieron con la caricia de unas alas de mariposa, y un momento después, aquel débil aleteo se convirtió en una tormenta.

Elizabeth no se explicaba cómo podía tener tanto ímpetu si su cuerpo parecía tan débil. Meliodas la besó como si no hubiera un mañana, como si no importara nada más. Como si fuera la última cosa que haría en su vida. Cuando ella notó que efectivamente no estaba respirando, usó toda su fuerza para apartarlo.

—¡Meliodas! —Seguía sin hacerlo. Entonces, sus instintos médicos se activaron, y le propinó un fuerte pellizco con el que finalmente volvió a inhalar—. ¡¿Qué crees que haces?!

—Bésame. Bésame hasta que no pueda respirar. —Aquella frase le provocó a Elizabeth un escalofrío. Ya se la había dicho antes. Solo que, en esta ocasión, la parte importante de sus palabras no eran los besos.

—Meliodas, ¡basta! ¿Por qué actúas de esa manera? —Él no dijo nada. Clavó la mirada en el piso, y entonces, fue claro para ella que pasó lo que se temía—. No me digas que... Meliodas, ¿viste el "beso" con Estarossa? —Algo de reconocimiento volvió a sus ojos, y ella aprovechó para atacar—. ¡Fue una trampa, un montaje! ¡Hizo lo mismo que Liz hizo contigo! Por favor, tienes que creerme. Yo jamás te traicionaría.

—Lo sé —rio con algo parecido a una tos—. No me quedé para verlo, pero imagino que le rompiste la nariz.

—Casi —sonrió de vuelta, pero había notado algo extraño. Al parecer, estaba drogado. No sabía qué tanta coherencia expresaban sus palabras—. Pero si sabes eso, ¿entonces por qué...?

—Porque me di cuenta —empezó su confesión. Apenas estas palabras dejaron su boca, toda luz se fue de sus ojos, que quedaron como muertos mientras balbuceaba su dolorosa verdad—. El problema no es él, sino yo. Elizabeth... no puedo.

—¿No puedes qué?

—Tenerte. —Como si estuviera solo en el mundo, como si estuviera hablando consigo mismo. Meliodas se puso a susurrar las cosas con las que lo atormentaban sus demonios internos—. Soy un fraude. No te merecí nunca. Aunque me ames, aunque trates de ver lo mejor de mí, ahora lo sé. Mereces más. Incluso si nunca me traicionas, incluso si te conformas conmigo, viviré el resto de mi vida sabiendo que no soy suficiente para ti, ni para nadie. Estoy cansado de fingir que soy valiente, que tengo fe, que puedo ser fuerte. No lo soy.

—Amor mío, no.

—Mi padre también lo creía. Nunca sintió que valiera la pena salvarnos. Yo tampoco lo creo. Jamás hice valer a mi madre, ¿por qué yo valdría más que ella? ¿Por qué rescatarme, si soy un fiasco de hijo que ni siquiera pudo vengarse en su nombre? —Para ese momento, y pese a la ausencia de emociones en su rostro, sus ojos se desbordaban de lágrimas—. Soy un fraude, Elizabeth. 

—Para —suplicó Elizabeth—. ¡Para!

—Soy un fraude —declaró con un hilo de voz, perdiendo la conciencia mientras se dejaba caer entre sus almohadas, en algo entre el sueño y el trance—. No soy suficiente como hombre, ni como hijo, ni como hermano, ni como escritor. Solo he estado mintiendo. No soy suficiente para nada...

—Meliodas...

—¡¿Qué hace aquí?! —gritó una voz a sus espaldas, y al darse la vuelta, Elizabeth se encontró con una visión que la dejó aturdida. Estaba viendo a Meliodas, pera a la vez, no. Aunque eran como dos gotas de agua, el hombre frente a ella tenía el cabello de un intenso color negro, y la miraba con ira, una ira que su amado novio jamás dirigiría en su contra—. Largo —dijo apretando los dientes—. ¡Largo!

—Por favor, señor, cálmese. Permítame explicarle.

—No quiero oír ninguna de tus excusas, zorra. —Era obvio lo que creía él que había pasado. El moreno aferró el brazo de Elizabeth y se la llevó casi a rastras, seguido de un par de personas que ella no reconoció—. ¡Fuera! ¡Y no vuelvas a acercarte a él!

—No tiene derecho a decirme eso, ¡Meliodas me necesita!

—¿Qué la necesita? ¡Pero si usted le hizo esto! —Antes de darse cuenta, era sujetada por dos guardaespaldas, que se la llevaron de regreso por el pasillo mientras Zeldris le gritaba—. Su engaño ha llevado a mi hermano al borde de la muerte, ¿cree que la dejaré rematarlo y arrebatarme la única familia que me queda? ¡Váyase y no vuelva, o la próxima vez que nos encontremos, me aseguraré de nunca la vuelvan a ver!

—Es una pena —rio, dejando de resistirse mientras le daba la espalda para irse con dignidad—, pero su amenaza no me asusta, señor. Ni siquiera la muerte nos impedirá estar juntos —El nuevo líder de la familia Demon se quedó patidifuso al oír esto, y aquella diosa guerrera le dedicó una mirada feroz seguida de una sonrisa y una amenaza con mucho más valor—. Volveré por él. Voy a salvarlo, pase lo que pase.

Acto seguido desapareció entre los pasillos blancos del hospital, dejando a Zeldris en completa catatonia, mientras una misteriosa mujer de cabello rubio y ojos rojos sonreía detrás de él. 


***

Perder una batalla no es perder la guerra. Aquí vamos de nuevo TuT *suspira* ¡Listo mis coquitos! Ya me siento mejor UwU No importa qué tan tupidas estén las nubes, siempre vuelve a salir el sol, y así será para nuestra amada pareja, que está entrando en la etapa final de su prueba. Por supuesto que Elizabeth no se rendirá para rescatar a Meliodas, tendrá que meter la mano en la oscuridad, pero creo que todos sabemos que es perfectamente capaz de ir y venir del infierno. Después de todo, ya lo ha hecho antes, fufufu. ¡Eso sería todo por ahora, mis amores! Muchas gracias como ciempre por estar aquí. Les mando un beso, un abrazo, mis bendiciones para este inicio de semana y, como siempre digo, nos vemos pronto para más. 




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